Liberad las fuentes (performance furtiva)

Cuando la temperatura ambiental supera la del cuerpo humano, ya no hace calor, sino fiebre. Las perspectivas se aplanan y la gente se evapora de las calles. La realidad sestea, gotea, se deshidrata sin poder evitarlo. No hay función, se suspenden los fenómenos hasta nuevo aviso.

Alfredo despierta a media tarde cocido en su propio caldo, con arena en los ojos y ganas de vomitar. Todavía aturdido da unos pasos en busca del barreño, antes de percatarse de que ya no quedan garrafas y de que los demás vecinos del bloque han huido hacia parajes más frescos.

Como mucha gente del barrio, el ex-albañil Alfredo habita en un edificio ocupado, sin agua corriente ni ventilación, mientras gestiona a través de la PAH una solicitud de alquiler social adaptado a sus ingresos (menos de 500 euros procedentes de la RMI y de alguna chapuza cobrada en negro). Si quiere limpiarse el sudor y tomar un trago de agua caliente, tendrá que recorrer más de dos kilómetros a pleno sol hasta llegar a la única fuente pública que hay en todo el distrito.

Hace poco se celebró en Vallecas la tradicional Batalla Naval. Ese día, cualquiera que sale a la calle se expone a recibir un involuntario chapuzón, que a finales de julio no deja de agradecerse. Es la única fiesta que he visto celebrar juntas a gentes de todas las razas y culturas: chinas, marroquíes, dominicanas, rumanas, congosteñas y neonumantinas se mestizan en un juego de todas contra todas, donde las víctimas no tienen derecho a ofenderse. Imagino el origen espontáneo de esta celebración una tarde como ésta, en que Alfonso empuja resignado por calles sin sombra un carrito de Carrefour lleno de garrafas de DIA.

No podemos culpar a nadie de que Madrid no tenga playa. Lo que resulta más cuestionable es que sea, además, una de las ciudades de Europa con menos fuentes públicas por kilómetro urbanizado. Esta desoladora estadística se queda sin embargo corta si acompañamos a Alfredo en su asolada travesía por Vallecas, donde casi todas las fuentes han sido cegadas e inutilizadas por ordenanzas municipales que apelan a la higiene y seguridad públicas. La vieja e infecciosa costumbre de reunirse los vecinos a tomar la fresca y conversar en torno a las fuentes, que lamen hasta los perros, ha sido sustituida por las asépticas y mucho más rentables “cañas” en las terrazas que Alfredo no puede permitirse.

Hasta ahora resultaba comprensible que los gobiernos conservadores castigasen de forma especialmente sádica a un barrio problemático y resistente. Pero ni las sucesivas “olas” de calor extremo que estamos soportando, subsahariano y nativo, ni el cambio político a nivel municipal, sirvieron para cambiar este escenario. Vallecas no sólo sigue llena de mierda, sino también sedienta. Y sin embargo subsiste allí una Cofradía Marinera que canaliza entre el hormigón caliente sueños de libertad y de aventura.

Negar el agua a todo un barrio es como prohibir la verdad o la alegría en todo su perímetro. El agua es también universal, pero además es concreta. Los antiguos consideraban a las fuentes lugares sagrados y les asignaban dioses y ninfas. Nuestros dioses sólo están disponibles cuando hay que celebrar algún éxito deportivo. Lo de menos es su condición de derecho básico o de bien común, o si tener agua es justo o bueno. Todo eso son abstracciones, y sin agua te mueres.

Alfredo no puede cambiar las cosas desde su precaria situación, pero siente la necesidad de realizar al menos un gesto, un simple acto expresivo para dejar constancia de su rabia y su frustración. Decide llevar a cabo una acción mínima, una performance de arte furtivo capaz de iluminar a otros, o cuando menos de llamar la atención, aunque sea por unos instantes y en una medida muy pequeña, acerca de una situación absurda que la administración no considera oportuno abordar.

El arte furtivo es una forma invisible de acción que no encuentra acomodo en los canales institucionales de producción y difusión cultural, aunque su existencia salta a la vista para cualquiera que dé un pequeño paseo por la ciudad. El arte furtivo no busca hacerse reconocer como tal, simplemente toma sus herramientas para otros usos. Suele ser portador de algún tipo de protesta, pero su pretensión es ir más allá de la mera visibilización para producir algún tipo de transformación del entorno. A menudo entraña el enfrentamiento con la autoridad o las costumbres, lo que lo aboca a la marginalidad. Ésta es su paradoja. El arte furtivo borra al autor en cuanto la acción se ha llevado a cabo, y desde ese momento resulta apropiable por cualquiera, lo que constituye su verdadera realización.

Las fuentes están llenas de agua, y el agua tiende a brotar cuando es liberada produciendo un placer inmediato. El contenido desborda la forma sin romper la armonía. El resultado de la acción cambiará el rostro del barrio, llenará de júbilo a las vecinas y pondrá de manifiesto la falta de voluntad política sobre este asunto. Alfredo solo necesita una llave inglesa, un rollo de teflón y un grifo de obra. El único problema es que acaba de entrar en vigor la “ley mordaza”, y el simple gesto de desamordazar las fuentes puede suponerle, aparte de una molesta noche en comisaría, una multa mínima de 600 euros por vandalismo.

Tres personas nos reunimos de madrugada para llevar a cabo la operación. Escogemos como objetivo una de las fuentes del Bulevar, junto a la estatua de la abuela rockera, sin duda uno de los entornos más frecuentados y evocadores del barrio. Uno de nosotros documentará la acción, y otro vigilará desde una esquina estratégica la posible llegada de la policía, que suele patrullar el bulevar a intervalos regulares. Una simple llamada perdida funcionará como la consigna que utilizan los vendedores ilegales que se reúnen en el extremo oeste de la calle… ¡agua! Y Alfredo dejará entonces de manipular la fuente y tirará las herramientas entre los arbustos para poder recuperarlas más tarde.



Tras algún incidente, más debido a nuestra torpeza que a los peligros objetivos que hubo que enfrentar, la operación concluye en apenas diez minutos. Una intervención cualificada no hubiera necesitado más de tres. Alfredo posa satisfecho junto a su obra, totalmente empapado. Es hora de desaparecer, pues las ropas mojadas y las herramientas en la mochila nos delatarían fácilmente.

Esperábamos encontrar al día siguiente a gente feliz llenando botellitas de plástico y niños jugando con globos de agua. Si había suerte y nadie consideraba necesario dar parte, la fuente podía integrarse como elemento recuperado del paisaje y permanecer así durante días. En el colmo de nuestro optimismo, podíamos esperar que alguien destapase el debate y hubiera que justificar políticamente la obstrucción de un recurso público disponible. Todo quedó, sin embargo, escrito en el agua. A la mañana siguiente los servicios de mantenimiento ya habían devuelto la fuente a su estado habitual, y ella parecía mirarnos suplicante con su ojo ciego.

Monte Perdido 60bis

3 responses to “Liberad las fuentes (performance furtiva)

  1. Y ese agua potable que brota, ¿regresa luego? Madrid está bastante seca para andar tirando agua. Sería más interesante hacer algo parecido con los cajeros.

      1. Está bonito y recuerda a los surrealistas de Chicago, pero al fin es sólo una fuente, no?
        Bueno, me preocupo por el medio ambiente, el manual lo mismo con TNT, pero bah… como todo el mundo no tengo cojones para hacer algo de verdad.
        Salud y agüita fresca

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