Cuando no te saludo un día, de repente al cruzarme contigo por la calle. O te saludo pero estoy tan seria, taciturna, apenas puedo esbozar una sonrisa.
El dolor psíquico puede llegar a ser tan intenso que en ocasiones me paraliza los músculos faciales. Cuando quedo contigo y no voy porque estoy saturada o estresada quizás, seguramente, quisiera salir y verte y estar alegre y sonriente. Pero es salir a la calle y sentirme confusa. Me siento agredida por los coches, el ruido, el acelere generalizado. Todos los estímulos visuales y auditivos se convierten en emociones intensas y desbordantes.
Llevar tantos años forzándome a ser «normal» hace que me cueste un mundo comprender, atender y aceptar mis diferencias. Porque el entorno difícilmente lo hace. Las diferencias son percibidas como problemáticas, como rarezas inexplicables, sin sentido, falta de interés, baja inteligencia o pocas capacidades…Y así lo he interiorizado a lo largo de muchos años. Aquí surgen las inevitables preguntas: ¿Qué es normal?; ¿Quién lo decide?; ¿Por qué aceptamos como normales sucesos y situaciones absolutamente degradantes?
Mi sistema nervioso es más sensible y se bloquea más rápido. El síndrome de estrés post-traumático es una fuente de dolor psíquico inagotable. Para abordarlo/manejarlo/superarlo se necesita tiempo, escucha y comprensión. Bienes cada vez más escasos en nuestros días de hiperactividad constante.
Todas las personas con problemas de salud mental severos han atravesado situaciones traumáticas igualmente «severas». Pero la psiquiatría transforma los malestares en «enfermedades» y así quedan despojados de relato causal. Ya no hay historia, ni biografía. No hay opresiones. Ni abusos, ni maltrato, ni pobreza, ni violencia estructural, ni machismo, ni precariedad. Hay cerebros que funcionan normalmente y cerebros que se «estropean». ¡Oh! ¡Mala suerte!
El dedicar tanto tiempo a la esfera productiva, nos conduce al deseo de llenar el tiempo restante de todo tipo de actividades que intentamos nos compensen de alguna forma esa malversación de nuestra energía y nos olvidamos con frecuencia de cosas esenciales, como lo es escucharnos unos a otros. Y así con las prisas, asumimos de forma automática el discurso dominante en el que el dolor o malestar psíquico se considera una falta, se rechaza y se esconde, se malinterpreta, se desconoce. Un discurso que se asimila inconscientemente y evita que nos reconozcamos en el dolor ajeno.
Y así para compensar el tiempo perdido asumimos el ritmo productivo capitalista en nuestro tiempo libre. Hay que hacer muchas cosas en poco tiempo. Pero escuchar no es una de ellas, porque cuando escuchamos el dolor de otro y conectamos con el nuestro propio se abre un espacio que necesita tiempo, lentitud. Y ésta se asocia con la falta de productividad, la vivimos como una «pérdida de tiempo», algo incómodo. Pero casi nunca tenemos mucho tiempo.
Entonces te acostumbras a callar y hacer versiones «cortas» de tu historia y tu malestar. Quedando mudos los nudos más profundos, o traumas. Dejando de entenderte y de entender. Vivimos en una sociedad en «shock». Que no tiene tiempo para contar ni escuchar, que no tiene tiempo para cuidar los traumas. Que no tiene cultura de la reparación colectiva. Que vive silenciando el dolor. Que rechaza a los sujetos más vulnerables y/o dañados. Que acostumbra a llevar «la procesión por dentro». Todo muy recatado y formal.
Pero una cosa es segura, es en lo relacional donde podemos hacer los grandes cambios y los más necesarios. Ahí está el feminismo para recordarlo. Y en lo relacional tiene que entrar en juego desde ya, la diversidad mental como expresión y consecuencia de la opresión. Tenemos mucho que aprender. El franquismo construyó una sociedad apuntalada por el silencio y las medias verdades.
La legitimación y visibilidad de las narrativas sobre el trauma y el malestar psíquico son herramientas básicas para su abordaje político, colectivo. En sociedades tribales con un arraigado sentido de comunidad, los traumas nunca son considerados hechos individuales sino comunes a todo el grupo y de esa forma tratados. En grupo. Un paso imprescindible para re-construir la comunidad, lo comunitario sería entonces la práctica de la escucha y esa legitimación de la narrativa de los dolores íntimos.
Irene Arquero.
Muy interesante y muy útil para una persona como yo que sufre periodos en los que todo lo ve negro y no tiene fuerzas para casi nada
Besos.
Muy, muy interesante, Irene este magnífico escrito tuyo, totalmente contracultural.
Intento difundirlo, compartirlo en mi Facebook, en mis cursos…
Gracias por tu escucha comunitaria.
Un abrazo
Un placer leerte!
No puedo estar más de acuerdo.
Comparto en mi Facebook, y lo difundo en mis cursos, con amigos y familia.
Muchas gracias Irene!
Comparto la importancia de entendernos a nosotros mismos desde la diferencia y lo decisivo de la escucha para superar problemas