Grafiti y procomún (II)

Respecto al artículo de Wolkowicz sobre el stencil diré que parece una serie de intuiciones más bien poco rigurosas que una explicación de una práctica polifacética, con distintas dinámicas, distintas lógicas, lógicas excluyentes, como corresponde a un fenómeno complejo. Me explico.
Wolkowicz pretende dar una explicación política basándose en cuestiones formales (en el lenguaje) y en cuestiones metodológicas (clandestinidad y espontaneidad) e incurre en el clásico error de confundir causalidad con correlación. En este caso, más allá, causa y efecto.


Cito: «Desde siempre el graffiti fue y es un lenguaje, que por sus características formales y tecnológicas condicionó el mensaje. La espontaneidad del aerosol y la clandestinidad de la pintada callejera, determinaron que su significado se asociara por forma y contenido a situaciones ocultas, políticas, anárquicas, de tribu, salvajes, herméticas, satíricas o de denuncia.»
Explicar la naturaleza política del stencil requiere situarlo en su contexto económico y social.
Vayamos con lo social. No es el lenguaje ni la clandestinidad lo que determina el contenido político de la acción callejera. Podría ser más bien al al contrario. El mensaje político puede transmitirse mejor con cierto tipo de lenguaje. Pero lo relevante en este caso no es el lenguaje sino un medio que puede ser intervenido con independencia de los poderes dominantes. Esta independencia de las jerarquías se transforma en autonomía expresiva, porque no existe regulación institucional que condicione el mensaje. Es entonces cuando (hablando en un sentido memético) los mensajes que pueden estar vetados en otros medios encuentran un entorno propicio para proliferar. Acuérdense de McLuhan: es el medio el que condiciona las estructuras sociales. Es el medio el que permite o no la politización del mensaje.
Vayamos con lo económico. La proliferación del grafiti, el stencil y todas sus ramificaciones se explican contextualizandolas en el terreno de la economía de la atención. Explicar ahora el fenómeno no ha lugar. Diré sólo que uno de los bienes escasos que regulan el mercado en una economía de bienes inmateriales (hablamos de capitalismo cognitivo) es la atención. La atención es un bien escaso porque las personas tenemos un límite. Podemos prestar atención a un número limitado de cosas, mientras que las ideas pueden distribuirse ad aeternum sin desgaste.
Siendo la atención el objeto codiciado por todos, desde empresas hasta grafiteros de base, las calles se revalorizan por su condición de escaparate y lo que antes fue colonizado por un grupo sin más posibles que la ocupación del procomún es ahora invadido también por instituciones diversas de distintas formas.
Por ejemplo, el «street-artista» Zevs (1), al igual que Banksy, interviene logotipos, el espacio público de carácter comercial, en una acción transgresora de la norma y fuertemente crítica con la sociedad de consumo mientras, al mismo tiempo, traslada sus acciones al ámbito más ferozmente comercial de la galería con la sencilla técnica de pintar en un lienzo lo que ha pintado por las calles. Esta dinámica (captar atención en las calles = prestigio en la galería) es la que finalmente persiguen los diseñadores de los que habla Arrieta.
Otros como Noaz prefieren mantener una dicotomía hermética entre su trabajo en las calles, irreprochable desde la ética, y su trabajo como publicista, irreprochable desde el negocio. Sus dos mundos no se relacionan pero poseen lógicas excluyentes.
Al final, el grupo de los desposeídos, los grafiteros del tedioso y clásico tag son los que han legitimado el medio para su intervención. La permisividad social hacia este sector ha permitido confundir su necesidad de producción simbólica con la necesidad de las empresas de rentabilizar un importante espacio de visibilidad en una economía de la atención.
Esta segunda hornada de diseñadores y empresas que pretende un uso comercial del espacio público ha adoptado, desde un punto de vista formal, el lenguaje reivindicativo con fuerte connotación política que en un principio portaba el grafiti, pero desprovisto del mensaje original. Esta reificacíon estética desactiva por completo sus pretensiones sociales. Ya hemos visto que el carácter político es indisociable de la independencia institucional y la autonomía expresiva, así que, cuando el grafiti depende del mercado ¿dónde queda?

3 responses to “Grafiti y procomún (II)

  1. yo veo un problema en la siguiente frase:
    «Ahora el procomún, el espacio de todos, ya no es utilizado para la transmisión cultural popular, sino para producir consumo y marcar.»
    para mí, el espacio nunca (¿últimos 200 años?) ha sido de todos porque siempre se ha utilizado para el consumo y la marcación. eso es precisamente lo que le da sentido al arte urbano, que intenta conquistar un espacio que algunos sentimos robado.
    como he señalado en alguna de las entradas de mi hueco blogosférico, creo que este tema es interesante y no tanto por un posible giro de los creativos publicitarios -que siempre han utilizado lo que mejor vendiese- sino de algunos artistas urbanos que han decidido «vender» sus obras.
    hace poco comentaba lo contradictorio de que haya instituciones oficiales que estén restaurando obras del street art (en concreto, de banksy) con lo que creo que se produce una apropiación gratuita de la obra y nos obliga a interpretarla de una forma diferente a la original…
    un saludo,

  2. Me parece interesantísimo lo que dices de Banksy. ¿Qué pasa con los derechos de autor, los derechos de explotación y la propiedad misma de la obra cuando ésta se produce invadiendo el espacio público en una clara transgresión de la norma que regula el procomún?

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