La guerra es nuestra

El siguiente artículo fue publicado en la revista Mombaça nº5 (Arquitexturas) Mayo 2008.

 

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La guerra es nuestra.

por Pablo España

 A veces hay verdaderos héroes culturales que pasan totalmente desapercibidos, cosa que no es de extrañar cuando la Cultura en nuestro país está en manos de monopolios de la comunicación y en empresas de mediación cultural centradas en el espectáculo, el negocio y el ocio (muchas veces al servicio o en estrecha relación con esos monopolios: caso La Fábrica y el Grupo Prisa). Y justo para introducir este texto quiero reivindicar a algunos de esos héroes culturales en el olvido: la banda TDK, punks pioneros de la música hardcore y el primer grupo que experimentó con el hip hop en nuestro país (hubo un momento en el que no todo era Operación Triunfo, te lo puedo asegurar, fui testigo).

Su mensaje político estaba ya dirigido desde su propio nombre, unas siglas que correspondían a una postura radicalmente antagonista a la sociedad española de los años 80: Terrorismo, Destrucción y Kaos. Pasada ya casi la veintena de años, TDK es lo que tenemos, no un TDK nihilista (y por tanto iconoclasta y renovador) como el que deseaban aquellos punkis de barrio madrileño, sino melifluo y acomodado como corresponde a una sociedad que ha hecho del deseo, la seducción y el confort sus principales herramientas de dominación, el TDK actual no es otro que el de Tendencias, Diseño y Kultura (hasta la K ha perdido cualquier sentido contracultural que pudo haber tenido para convertirse en una seña más del inconformismo perfectamente codificado y por tanto susceptible de ser convertido en mercancía).

Hoy la Cultura es el mayor agente disciplinador del capitalismo tardío, Agustín García Calvo nos lo explicó bien cuando señalaba que en las ciudades contemporáneas las cárceles y las iglesias muchas veces se convertían en museos y centros culturales, no porque el Estado o la Iglesia hubieran perdido poder alguno sino porque ahora la Cultura venía a suplir su función alienante (museos que han sido cárceles: el Meiac en Badajoz, el Marco de Vigo, el D2 de Salamanca, y si recordamos esa taxonomía foucaultiana que asimilaba al funcionamiento panóptico de cárceles también las escuelas y hospitales: la Laboral de Gijón el Reina Sofía en Madrid). La función del Museo contemporáneo es clara: investir de inteligencia al visitante, hacer descender sobre él cual lengua de fuego pentecostal un halo de superioridad manifiesto sobre el resto de sus conciudadanos (así lo cuenta Manuel Delgado). Hemos visto como nuevos museos se insertan en la trama urbana, justo en aquellas zonas deprimidas, que acogen una población obrera e inmigrante, que necesitan ser rehabilitadas, señalando la mugre (cantante y danzante) que se hacina en un barrio (unos ejemplos: el Raval y el Macba en Barna, la ampliación del Reina Sofía de Nouvel hacia Lavapiés y el complejo cultural de El Matadero en Legazpi, ambos en Madrid) y esperando exorcizarla, desplazándola hacia otras zonas con la llegada de la Cultura que atraerá a los necesitados de experiencias transcendentales que les diferenciarán del resto de la masa, que les harán mejores personas. También vendrán los especuladores inmobiliarios que vislumbran el negocio de ofrecer un barrio de carácter multicultural a buen precio el metro cuadrado. No será problema desalojar al habitante primigenio (quizás baste con esperar a que se muera) ni al inmigrante que asegura en un primer momento la inmersión en el mestizaje, la burbuja inmobiliaria los arrollará.

El diseño tiene que proporcionar el marco adecuado, exclusivo, para que la experiencia cultural sea satisfactoria, arquitecturas que en sí mismas muestran su aura única de obras maestras, nuevas catedrales que se manifiestan como hitos de un poder ilustrador, propagandas sutiles de contundente presencia física, que reclaman la participación del consumidor, ya nunca más ciudadano pues eso implicaría su participación en la política (en la polis) de la que ha sido expulsado por los profesionales. Arquitectos estrella: Herzog y De Meuron planifican el desembarco de la Caixa en el eje del arte madrileño (Prado-Thyssen-Caixaforum-Reina Sofía-La Casa Encendida), Nouvel hace lo suyo con la renovación del Reina Sofía como ya hemos visto, Kolhaas levantará su centro cultural en Córdoba… Si la labor de la museografía, la glaciación museal, es hacer administrable cualquier píldora por indigesta que haya podido ser, ya podemos constatar su alianza con el urbanismo en las ciudades contemporáneas necesitadas de convertirse en marca. Escaparatismo de altos vuelos. Nuevos espacios urbanos diseñados como escenarios donde dejarse ver cumpliendo con las liturgias de la posmodernidad, que solo recuperarán parte de su vida cuando los skaters, desde su intención de hacer transitable lo que no lo es, acudan a patinar sus líneas puras de posminimalismo. Allá, en la ciudad, donde veáis patinadores, no os quepa duda de que se ha tratado de expulsar la vida… una imagen similar a aquella del final de Parque Jurásico cuando al ver volar unos pterodáctilos no nos queda sino reconocer que a pesar de todo la vida se abre paso (aunque sólo sea ya su propio simulacro, su clonación comercial y temática).

Y en la ciudad erigida a imagen y semejanza del parque temático ¿Cuál es el tema? El tema es la tendencia. ¿Hacia dónde se tiende? Ya no hay saberes, ni arte ni antiarte, solo tendencias, una amalgama de intereses fácilmente adquiribles en el mercado, en la gran superficie, en el último local de moda, en el museo.

Las tendencias cambian rápidamente, nos aseguran un presente continuamente euforizado por la renovación constante de novedades cuya obsolescencia ha sido previamente programada. En nuestros días, el consumidor está adiestrado para eliminar. La reciente huelga en Madrid de la limpieza del metro que cubrió de basura andenes y estaciones, fue, por decirlo de algún modo un «retorno a lo real». El excremento del consumo se acumulaba en montones malolientes. El trabajador de la limpieza, el basurero, es otro de los héroes olvidados a los que debemos respeto y admiración, su labor es fundamental: esconder la basura para que no tengamos remordimiento alguno a la hora de comprar algo nuevo y volverlo a tirar tan pronto haya satisfecho nuestro momentáneo deseo. Ellos tiran de la cadena, y cuando sus condiciones laborales se hicieron inaceptables nos hicieron visible la fosa séptica cotidiana que tan cuidadosamente se preocupan de ocultarnos cuando todo va bien.


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La tendencia enmascara la moda (Don´t believe the hype rapeaba Public Enemy) dándola el apropiado barniz de lo cultural. El gran juego de la ciudad es el consumo, y el ciudadano, ya lo hemos dicho, ahora solo es consumidor. En Madrid: Chueca, el ghetto homosexual, no será nunca el barrio de una minoría reivindicativa que lucha por sus derechos fundamentales, es por el contrario el barrio más caro de la ciudad, lleno de tiendas a la última, donde se vende una forma de vida «otra»; en Malasaña la policía municipal expulsa a los jóvenes de la calle, persiguiendo el botellón, para que se metan en los bares. En Barcelona: se criminaliza la marginalidad  gracias a la Ley de Ciudadanía, se deporta a los pobres, los feos y los sucios para asegurar el decoro turístico.

Hoy, como Godard advertía, la Cultura es la norma y el arte es la excepción.

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En la urgencia de repensar nuestra relación con lo urbano, en febrero de 2008 dos artistas, Anne Marie Ho e Immi Lee colocaban un slogan en la fachada del Círculo de Bellas Artes de Madrid: «La guerra es nuestra», compitiendo con la omnipresente retórica publicitaria que colma nuestras calles, insertaban un mensaje sin pretensión comercial, dirigido simplemente a llamar la atención del ciudadano sobre los temas que le atañen y empezando por una operación en apariencia sencilla pero en realidad altamente compleja: recuperar las palabras, para con ellas empezar a renombrar cosas y actitudes. La guerra es nuestra, no cabe duda, como usuarios, como consumidores de la ciudad contemporánea, quizás intentando rescatar la condición de ciudadano para que nuestro «estar en la ciudad» sea otra cosa distinta a la que esperan de nosotros: «Sois libres de hacer lo que queráis siempre y cuando eso sea lo que queremos que hagáis».

Los valores cívicos, la convivencia, el respeto a la libertad del otro, fórmulas que reguladas por las ordenanzas municipales no ocultan sino la necesidad de controlar el espacio público, que nunca fue ágora de encuentro ni plaza pública sino marco para visibilizar el consenso que amalgama el contrato social. ¿Qué respeto por el otro puede existir cuando la Junta Electoral Central autoriza (marzo de 2008) un acto del partido neonazi Nación y Revolución en un barrio obrero como Lavapiés? La respuesta fue la justa: algaradas, cabinas telefónicas y cajeros automáticos destrozados, barricadas y contenedores ardiendo, kale borroka en el corazón de la capital, disturbios callejeros de quién está dispuesto a aceptar la provocación y responderla de la peor forma posible pero no de forma ninguna a admitir los valores civilizados y políticamente correctos de la convivencia democrática a cualquier precio. Del mismo modo, durante la huelga de basureros a la que antes nos referíamos, tirar nuestras basuras en los pasillos del metro se volvió un acto de solidaridad.

 

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La guerra es nuestra: defender la pervivencia de la diferencia, del conflicto, como manifestación de la diversidad enfrentada a la homogeneidad del poder; provocar momentos, situaciones que por muy marginales o puntuales que sean, mediante su acumulación puedan articular un discurso que pueda desafiar fundamentos aparentemente indestructibles del sistema dominante. En la actual ciudad-marca, liberada de conflictos, limpia de suciedad y pobreza, hay que organizar la resistencia a la invasión, conquista y colonización de la red de relaciones humanas por parte de cosmovisiones y patrones de comportamiento a la medida del mercado. Localizar el origen de nuestro resentimiento para hacer visible nuestro disenso frente a las fuerzas de ocupación.

Buscar la excepcionalidad, vivir la ciudad de otras maneras, contra las Tendencias, el Diseño y la Cultura.

5 responses to “La guerra es nuestra

  1. no me esperaba un articulo sobre tdek aquí, y menos una foto del de potencial.. viejo conocido..
    este mundo es un pañuelo lleno de mocos.
    realmente estoy viendo el resto de las fotos del flirck y son muy bonitas.. pero menudo marronazo no?
    cada uno sabrá, pero yo jamas dejaría que una foto mía andase por ahí tal y como están las cosas, y que conste que conozco a unos cuantos personalmente de los de las fotos, pero es que me parece un marronazo, las BBDD de los maderos tienen que estar que echando humo con myspace youtube flirck y demás..
    joder si esta hasta el manolo uvi!
    joder!! y el de fobia!
    joder!! hasta el monchi!! cuantos años!!
    un anónimo al que le gusta serlo!
    y cuidaros eso de la privacidad, que las cloacas del sistema no descansan!
    salud!!

  2. para EL PEOR: Las personas que citas, como todas las que aparecen en el Flickr, dieron su consentimiento previo para ser fotografiados y a las que mostraron cualquier tipo de reserva a dar la cara, siempre pudieron elegir en aparecer su foto cortada por el cuello, como así figuran en unas cuantas.
    La información que se ofrece es siempre referida al lema de la camiseta, única finalidad de la foto y no son identificadas las personas que la portan. Eres tu el que está dando nombres…
    Además las personas que mencionas están detrás de un mostrador o se suben a un escenario, con lo que su imagen es reconocible por cualquiera.
    De cualquier forma comparto tu valoración del anonimato y espero haber disipado algo tus temores… y me alegro que te haya gustado reconocer a viejos amigos, que también son míos.

  3. si dieron su consentimiento no tengo nada mas que decir.
    cada uno sabrá!
    ha! si quieres borrar los nombres de mi comentario por mi no hay problema

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