La revuelta de las élites.

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Anarchy & Riot. MK Kahne, 2008. 

El siguiente texto se realizó para el catálogo de la exposición del artista aleman MK Kahne en Madrid (Septiembre 2008, galería Metta)

FUCK YOU!.La revuelta de las élites por Pablo España

Entre las imágenes de la revolución sin duda hay una que destaca por encima de las demás debido a su implantación en el imaginario colectivo: La Libertad guiando al pueblo. El cuadro de Delacroix, pintado en 1830, que representa la revolución de julio de ese mismo año, es la imagen más famosa de un levantamiento urbano. Su figura central, la Libertad, un emblema habitual en la iconografía política francesa se nos aparece claramente como una alegoría, aunque no deja de ser chocante su inserción en un ambiente contemporáneo que resulta incongruente como escenario para una figura mítica.

 

 

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Pero sin duda lo que resulta más profundamente turbador de esta imagen son sus compañeros de alzamiento: el caballero del sombrero de copa armado con un mosquetón flanqueado por un individuo que empuña un sable y porta una pistola en el cinto mientras a sus pies un joven sostiene una daga a la vez que aferra una piedra… personajes estos dos de aspecto lumpen, quizás marginados urbanos, y sobre todos ellos destaca la figura de un adolescente que empuña dos pistolas, aparentemente más motivado por la destrucción revolucionaria que por la lucha contra la suspensión de libertad de prensa o la disolución de la cámara de diputados. No es de extrañar entonces, que aunque el gobierno adquiriera el cuadro en 1831 lo considerara poco apropiado, de tal modo que no fue exhibido de forma permanente hasta 1863. Si bien París había sido la capital europea de la revolución, la modernización de la ciudad llevada a cabo por Haussmann  a partir de 1852 se hizo precisamente para prevenir posteriores sublevaciones. Se demolieron los barrios bajos, sus habitantes radicalizados fueron trasladados a las afueras y las calles estrechas que permitían la construcción de barricadas fueron sustituidas por amplios bulevares en los que la caballería y la artillería del gobierno pudieran moverse con facilidad. Estaba claro que no querrían volver a vérselas con algunos de aquellos acompañantes malencarados de la Libertad que si circunstancialmente les habían ayudado a tomar el poder los podrían tener enfrente en otra ocasión, pues  a pesar de todo, estarían dispuestos a sacrificarse una vez más por su libertad. Y así fue,  aún tuvieron que enfrentarse  en 1871 con los comuneros, que organizaron un gobierno popular (de signo anarquista según Bakunin, socialista según Marx) durante dos breves meses antes de ser masacrados por las fuerzas de la represión gubernamental o ser expatriados a islas prácticamente desiertas del Pacífico, dando lugar finalmente al decreto de una ley marcial de cinco años para la ciudad de París.

Pero volvamos por un momento al cuadro de Delacroix. Su intento de modernizar la pintura de historia empastando alegoría y (su) actualidad produjo una imagen irónica, al rodear a la figura mítica, que representaba los más altos ideales, con la «mugre social» de su tiempo, «mugre» que puso su vida al servicio de un bien común. Ese encuentro,  fuera de lugar a los ojos de la clase política, dio como resultado que aquella imagen permaneciera casi oculta por algo más de tres décadas al considerarlo una especie de burla.

El sentido de traer aquí La Libertad guiando al pueblo responde a una primera impresión ante el concepto global del nuevo proyecto de MK Kahne, Anarchy and Riot. Sus imágenes evocan una genealogía de la representación de la revuelta en el Historia del Arte, pero ante todo también están concebidas con una ironía manifiesta. En este caso no son los proletarios o la clase obrera los protagonistas de una revolución en la que se enfrentan a las clases dominantes, son justamente las clases acomodadas,  ejecutivos embutidos en caros trajes de diseño exclusivo, los que luchan entre si. Mientras en el cuadro de Delacroix la visión es frontal, es decir que el espectador tendría el punto de vista de aquellos contra los que se dirige la sublevación que ven como las masas avanzan hacia ellos, en las imágenes de MK  el espectador está envuelto por una lucha que se desarrolla en torno suyo.  Y es que estas imágenes de anarquía y revuelta no son las de una alegoría de la lucha por la libertad contra la opresión, son la alegoría de la lucha de todos contra todos por el poder adquisitivo en la época del capitalismo incontestable, el último tabú que pocos se atreven a tocar.

En la época presente del dominio total de la ideología, en la que, como nos recuerda Zizek, es más fácil imaginar el fin del mundo que el fin del capitalismo (todos vemos posible un gran colapso ecológico mientras que un simple cambio en el sistema productivo nos resulta inconcebible1),  la verdadera lucha no es la de las masas por un cambio en el sistema político o por  una sociedad igualitaria, es la de los individuos por el triunfo económico. Abolido, como está en nuestros días,  el entusiasmo de aquellos revolucionarios franceses por la cosa pública y por el desarrollo de las libertades políticas, ya solo se lucha por el bienestar privado.

La obra de MK Kahne siempre se ha distinguido por el análisis la figura del «hombre moderno», de sus deseos y ambiciones. Esto era evidente en sus maletas imposibles que al abrirse se despliegan en un bar, una ducha, un living-room, un urinario. En estos trabajos el diseño y la técnica se unían en sofisticados dispositivos destinados a satisfacer las necesidades creadas por el mundo contemporáneo, en realidad caprichos dirigidos a  un supuesto usuario de alto nivel adquisitivo que fija su estatus social en su movilidad constante, pero que únicamente revelan el absurdo de la búsqueda de prestigio y exclusividad a toda costa.

 

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El más extremado de estos diseños quizás sea  Maleta (2001) en la que se guardaba el propio cuerpo del artista, obra que se completaba con dos imágenes (Night and Day, 2001) en las cuales veíamos a una mujer encerrando a MK para luego llevarle consigo en una noche de vida social como una adquisición de lujo más. No cabe duda de que los posibles compradores, esos «hombres modernos»,  a los que iban dirigidos estos diseños son los que ahora aparecen luchando en Anarchy and Riot .

 

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La relación queda más que patente si nos remitimos a la obra  I wanna be an anarchist (2001), una maleta blanca que en su rojo interior aterciopelado  guarda unos auriculares que permiten escuchar Anarchy in the UK de los Sex Pistols. No es de extrañar que ésta fuera la banda sonora de ésta particular revuelta. El rechinar de dientes de Johnny Rotten ya quedó congelado hace mucho tiempo por el mercado, una etiqueta más, una mercancía cuya posesión asegura que también podemos ser rebeldes comprando el producto adecuado. Los mismos Sex Pistols se pasean ahora de vez en cuando por escenarios convertidos justo en aquello que más odiaban: unas viejas estrellas del entretenimiento. La  contestación, la rebeldía, la revolución deglutida por la maquinaria mercantil, capaz de incorporar cualquier anticuerpo para hacerse más resistente, está presente en ésta exposición: un pasador de corbata plateado con la leyenda FUCK YOU, que igualmente nos remite a los vómitos lanzados por el punk, el sonido que en su inicio era el de la gente descubriendo su propio poder2, si bien ahora esa rabia convenientemente comercializada no se dirige ya hacia las estructuras de dominación, se dirige al prójimo, al vecino, al colega, al amigo… FUCK YOU. Porque en la sociedad actual lo único que cuenta es tener dinero, poder, ser famoso a cualquier precio. Una sociedad en la que nadie puede confiar en nadie. El triunfo de la democracia frente a los totalitarismos fascista y estalinista así como la consolidación de los derechos civiles parecía anunciar el viaje del sistema democrático a un horizonte de profundización y perfeccionamiento que los acontecimientos históricos ya se han encargado de desmentir, especialmente  con el auge del liberalismo a partir de los años ochenta del siglo XX. Es fácil constatar  como el individualismo se ha impuesto sobre la idea de una sociedad civil activa y crítica. La primacía de la economía en la mayoría de los procesos sociales no solo llevó a la obsolescencia el concepto de clases sociales también ha reducido hasta la inanidad la importancia de los grupos frente a la iniciativa personal.

Otra característica reseñable en el trabajo de MK es la alusión al confort, a un hedonismo desbordado que se traduce en obras como Bar (2000) o Maleta. Modelo: El hombre moderno (TV/Sofá) 1999, maletas que se transforman respectivamente en un mueble-bar repleto de bebidas alcohólicas con una barra y un taburete y en un sofá con TV y equipo de música. El desahogo material sigue siendo uno de los logros más destacables del  hombre occidental, aunque no es menos cierto que el confort, por grande que sea, tiende a arrinconar todos los demás ideales y a reducir considerablemente el ámbito de nuestras preocupaciones. Claude Lefort estableció que lo que se requiere de cada uno de nosotros es que seamos a la vez ciudadanos, patriotas, particulares y consumidores. Es decir que sirvamos a varios amos que frecuentemente se oponen entre ellos, que incluso se odian. Ante el eclipse más o menos total de la figura del ciudadano y el patriota, al menos en Europa Occidental, el individuo acaba enfrentando al particular y al consumidor, siendo este último el que más frecuentemente sale ganador.  Nadie lucharía por la ciudadanía, menos aún por la patria, pero muchos luchan por mantener su estatus de consumidor, porque nadie quiere ser un consumidor fracasado. La idea de «consumidor fracasado» está recogida de las teorías sobre la «población superflua» de Zygmunt Bauman3 que opone a la tradicional «sociedad de los productores»  la nueva «sociedad de los consumidores». En la sociedad de los productores, los desempleados podrían estar temporalmente fuera de su estructura, pero su lugar era incuestionable y seguro, ya que el destino de los desempleados (el ejército de reserva del trabajo) era el de ser reclamados de nuevo para el servicio activo; sin embargo en la «sociedad de los consumidores» los consumidores fallidos, incompletos o frustrados pueden estar seguros de que habiendo sido expulsados del único juego de la ciudad, el del consumo, ya no son jugadores y por lo tanto ya no se les necesita, son población «superflua». Mientras que el prefijo «des», en «desempleo» sugiere una salida de la norma, nada semejante sugiere el concepto de «superfluidad». «Superfluidad» comparte espacio semántico con «personas o cosas rechazadas», «derroche», «basura»: con residuo. En el subconsciente colectivo del hombre occidental, colonizado por la publicidad, la lógica de la supervivencia ha sido reemplazada por la del consumo que ha adquirido una función simbólica e ideológica primordial. El acoso planificado a nuestro imaginario ha dado como resultado el desplazamiento de los grandes relatos de la modernidad por una gran multiplicidad de pequeñas historias urdidas por la maquinaria publicitaria, el fracaso de la utopía viene marcado por la seducción cotidiana de las mercancías que desfilan ante nuestros ojos.

 

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No es de extrañar que MK proponga en el marco de Anarchy and Riot un «traje militar» (Suit, 2008), no un uniforme que podemos asociar a un ejército nacional, sino un elegante traje de vestir al que se le han incorporado los accesorios necesarios para transportar municiones y armas. Lucha y elegancia se aúnan en esta pieza para remarcar esa idea de confrontación por mantener el nivel adquisitivo que requiere el consumo contemporáneo. Una versión de lo que Ulrike Meinhof denominó Konsumterror: el terrorismo del consumo, el miedo a no ser capaz de obtener lo que hay en el mercado, la agonía de ser el último de la fila, o de carecer de dinero para unirse a ella, a formar parte de la vida social.

 

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Cambiando de perspectiva, hay una cuestión de carácter semántico en esta propuesta en la que merece la pena detenerse a reflexionar. Es curioso ver como los términos «anarquía» y «revuelta» que sin duda nos remiten a teorías políticas, a momentos de liberación y logros colectivos (también a fracasos teñidos de sangre) a viejas y grandes historias como la ya referida de La Comuna de París, o a la Revolución social española de 1936-19374, el desgastado (a base de homenajes y programas televisivos) mayo del 68,  al mismo punk (en su intención seminal, no su posterior versión mercantilizada de MTV) nos resultan aquí incómodos y fuera de lugar. Quizás este desasosiego responda a una profunda convicción, que no es otra que la de la clausura radical de cualquier posibilidad de cambio efectivo en el horizonte de nuestras vidas y que esas dos palabras con las evocaciones que despiertan no son más que nostalgia. Que han sido asimiladas e integradas por las nuevas dinámicas del capitalismo, que desde hace algunos años ya, busca la máxima rentabilidad  justo en el caos. La afirmación de que el triunfo del capitalismo nace de la libertad y que el libre mercado desregulado va de la mano de la democracia ya no se puede mantener por más tiempo, es cristalino que la actual forma de fundamentalismo capitalista ha surgido de la coerción ejercida sobre el cuerpo político colectivo. La alianza del poder político y corporativo está convencida de que las grandes rupturas -desde una catástrofe natural a una guerra o un ataque terrorista- proporcionan una tabla rasa sobre la que construir una sociedad modélica a imagen y semejanza de las teorías neoliberales.  Así hemos visto como el desplazamiento de los pescadores de Sri Lanka tras el tsunami sirvió para la colonización de las costas y las playas por parte de empresas hoteleras y turísticas de lujo, que la inundación de Nueva Orleans permitió la privatización aún mayor de servicios públicos como la educación o para desplazar a población marginal de barrios codiciados por los especuladores inmobiliarios, que en la guerra de Irak, basada en una gran mentira mediática, las mismas empresas que se disputan los beneficios de la reconstrucción son los fabricantes de armas y los proveedores de seguridad privada5. Y que más allá de estos grandes acontecimientos y su aprovechamiento económico, el mayor peligro del consumismo cotidiano no es el despilfarro sino la avaricia pantagruélica de deglutir cualquier cosa. No expresándose ya solo en términos de satisfacción de necesidades o consecución de placer sino recurriendo al lenguaje del valor, lo humanitario, la solidaridad, la ecología. Hace mucho tiempo ya que el consumismo propiamente dicho abandonó el supermercado y se ha convertido en una lógica mediático-comercial que se presenta como la solución universal a todos los problemas. Es manifiesta su capacidad para apropiarse de ámbitos en crisis como la cultura, la educación, las mismas relaciones humanas, la representación política, para ponerlos a su servicio, vaciándolos de sustancia. Asistimos al triunfo de una sociedad que puede adoptar todos los discursos incluso el de su crítica y reemplazar cualquier ideología puesto que no cree en ellas. Todo lo que no es ella misma: la historia, la ética, los ritos y creencias, los devora con avidez, reinterpretando en clave de farsa los grandes anhelos políticos6.

Ante la voracidad del capitalismo, representada por las imágenes de lucha que MK nos propone, que busca el mayor beneficio posible, el triunfo, incluso a costa de la desgracia ajena, tal vez la única opción de disidencia hoy, tal como propone Boris Groys, sea reivindicar la infelicidad, el fracaso y la ruina frente al modelo de felicidad y éxito que el sistema  nos ofrece.

 

 

NOTAS

1-       «El espectro de la ideología» en «Ideología un mapa de la cuestión», Zizek, Sjavok (compilador). Fondo de Cultura Ecónomica de Argentina, 2003.

2-      John Savage citado por Greil Marcus. «Rastros de carmín» Marcus, Greil. Anagrama, 1993.

3-      En «Vidas Desperdiciadas. La modernidad y sus parias» Bauman, Zygmunt. Paidos 2005.

4-      George Orwell relatando su experiencia como brigadista internacional durante la Guerra Civil Española, siendo miembro de la División Lenin del POUM, escribiría: «Yo estaba integrando, más o menos por azar, la única comunidad de Europa occidental donde la conciencia revolucionaria y el rechazo del capitalismo eran más normales que su contrario. En Aragón se estaba entre decenas de miles de personas de origen proletario en su mayoría, todas ellas vivían y se trataban en términos de igualdad. En teoría, era una igualdad perfecta, y en la práctica no estaba muy lejos de serlo. En algunos aspectos, se experimentaba un pregusto de socialismo, por lo cual entiendo que la actitud mental prevaleciente fuera de índole socialista. Muchas de las motivaciones corrientes en la vida civilizada –ostentación, afán de lucro, temor a los patrones, etcétera– simplemente habían dejado de existir. La división de clases desapareció hasta un punto que resulta casi inconcebible en la atmósfera mercantil de Inglaterra; allí sólo estábamos los campesinos y nosotros, y nadie era amo de nadie. Desde luego, semejante estado de cosas no podía durar. Era sólo una fase temporal y local en un juego gigantesco que se desarrollaba en toda la superficie de la tierra. Sin embargo, duró lo bastante como para influir sobre todo aquel que lo experimentara. Por mucho que protestara en esa época, más tarde me resultó evidente que había participado en un acontecimiento único y valioso. Había vivido en una comunidad donde la esperanza era más normal que la apatía o el cinismo, donde la palabra «camarada» significaba camaradería y no, como en la mayoría de los países, farsante.«. En «Orwell en España: Homenaje a Cataluña y otros escritos sobre la guerra civil española». Tusquets, 2003.

5-      Naomi Klein en su libro «La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre» (Paidos, 2007) ha documentado sobradamente esta nueva dinámica del capitalismo que tiene su punto de partida en la instauración de las dictaduras chilena y argentina.

6-      Podemos encontrar un análisis certero sobre esta cuestión en el capítulo «El consumidor no es ciudadano» del libro de Pascal Bruckner «La tentación de la inocencia». Anagrama 1996.

2 responses to “La revuelta de las élites.

  1. Durante mucho tiempo mantuve correspondencia con Pancho Ortuño, un simpático limpiador de graffitis que fue el pintor de mayor éxito en la España de los setenta. Responde a la perfección con la caricatura del artista fracasado que todos conocemos: vago que se pasa las 24 horas y los 365 días frente al ordenador esparciendo infamias sobre Trapiello y otros escritores, pretencioso que cuenta en público hasta sus cagarrutas, envidioso de los que han tenido más éxito que él, dado a las amenazas por medio de sus abogados y, sobre todo, insatisfecho con una posición en la vida que no se atreve a abandonar por miedo y porque no da para mucho más.
    ¿Cómo habría sido su estancia en esa ciudad, Trujillo, antes de que Arcadi Espada abriese su blog? Lo ignoro: más gris y polvorienta de lo que es ahora. Sin embargo, debo reconocer que ha sido hábil: con un estilo relamido y violetesco, se ha granjeado las simpatías de ciertas personas de las que ha obtenido pingües réditos, hasta el punto de creerse toda una personalidad y no soportar que nadie le lleve la contraria. No es raro: Internet le ha ofrecido algo que jamás ha conseguido en el mundo real. A día de hoy, toda su vida depende de la red. Sin ella y sin sus protectores como el carimusulmán oligofrénico o el infame avilesino ultrapedante, no sería nada. Ahí reside su tragedia. Sin embargo, ¿durante cuánto tiempo podrá mantener esos favores?

  2. No habia leido el texto, aunque si habia visto la exposición, que me parecio de las más potentes que se han podido ver en Madrid ultimamente. Creo que este texto enmarca bastante bien las intenciones de Mk, aunque noto un sesgo ideologico que no se si es tan evidente.

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