“Estaba naciendo un nuevo mundo. Sin duda un mundo que no era muy agradable y parece que nadie quería enfrentarse a eso, pareciera algo invisible, en el sentido de que era algo que la gente filtraba, que fingía no ver”
[Este artículo es una reseña del trabajo fotográfico de Lewis Baltz contado por el mismo autor. En el comienzo del vídeo documental de la serie Contacts en el que me baso para este análisis, Baltz hace hincapié en esa desconfianza hacia la imagen y su objetividad. En los siguientes la desconfianza hacia el mundo tecnológico y sus tres patas principales (urbanismo, vigilancia y medicina) se convierte en un discurso claro y potente. Aprovecho para comparar sus reflexiones con las mías en este mundo de pandemia en el que vivimos. Los fotogramas son fragmentos de ese vídeo.]
En la exposición retrospectiva de 2017 en la Fundación Mapfre de Madrid se habla de Lewis Baltz como un autor centrado en el paisaje marcado por la huella humana. Vinculado a la Nueva Topografía, solemos estudiar la obra de este autor tomando como referencia sólo su primera época, en la que, como el mismo Baltz explica en este capítulo de Contacts, se limitaba a anotar visualmente para dejar constancia de algo de la manera más simple y directa. Se define así Baltz al principio de este vídeo como un mero observador que no se siente fotógrafo. Pero un mero observador que piensa. Que es crítico con la sociedad que le rodea. Y que tiene claro, una vez más, que la fotografía no es, de ninguna manera, objetiva.
Sus palabras: “todos los paisajes humanos tienen un significado cultural, y por muy ordinarios que resulten esos paisajes, son una autobiografía inconsciente que refleja nuestros gustos, nuestros valores, nuestras aspiraciones e incluso nuestros temores de forma tangible”, de hecho, parecen calcadas del geógrafo y urbanista David Harvey: “Cada forma de actividad social define su propio espacio. La forma que toma el espacio en la ciudad es un símbolo de nuestra cultura, del orden social existente, de nuestras aspiraciones, necesidades y temores.”
En los años 60 y 70 el arte era un revulsivo de la conciencia social. El conceptualismo partía de ideas y críticas contra la sociedad tecnologizada, aburguesada y falta de democracia en la que hoy nos hemos convertido. El supuesto progresismo, el supuesto desarrollo, nos ha vaciado de contenido el arte, el alma y la memoria. Como ya dijera el holandés Constant Nieywenhuys, en la primera etapa de la Internacional Situacionista: “La cultura, en su individualismo, ha reemplazado la creación por la “producción artística”. La sección inglesa de este mismo movimiento, nos alertaba poco antes de mayo del 68: “Los artistas han sufrido una pérdida de coraje colectivo”.
Mientras la Fundación Mapfre nos presenta el trabajo de Baltz descafeinado y descontextualizado: “Las singulares imágenes de Baltz resultan sorprendentemente frías y carentes de emotividad, por lo que su apariencia es técnica, fina y casi inmaterial”, Urs Stahel, comisario de esta exposición, resume la obra del autor de la siguiente manera: “En la fotografía de Lewis Baltz hay una idea activista de la realidad donde el sueño americano se convierte en pesadilla”
Por todo esto creo que hay que pararse a pensar profundamente en la necesidad de trabajos fotográficos como los de Lewis Baltz en un momento, el actual, en el que la Globalización ha convertido ya nuestra sociedad en el gran sueño distópico americano. Y que hay que aprender a leer, pensar y construir sociedad a través de la fotografía.
No es este un momento para mirar hacia otro lado y alienarnos alineándonos en la categoría recreativa de la fotografía. Es momento de despertar la cualidad de observador del fotógrafo con los ojos bien abiertos por si acaso Susan Sontag no tuviera razón cuando decía que la fotografía no es capaz de cambiar el mundo porque no lleva a la acción. Es momento de soñar que nuestros proyectos fotográficos, igual que los que describe Lewis Baltz en este vídeo, pueden servir realmente de revulsivo social y como herramienta para despertar a las consciencias adormecidas por esta pesadilla que estamos viviendo. Me gustaría pensar que no soy la única a la esta obra ha dejado huella.
1. Crítica del encierro industrial y elogio de las afueras
Esta muestra, dice la reseña de la Fundación Mapfre, “supuso la presentación de una nueva generación de fotógrafos que por primera vez deja de mirar a la naturaleza intacta, a los parques nacionales, volviendo la mirada hacia las ciudades, al paisaje usado, gastado, transformado, capitalizado, a los suburbios que crecían con rapidez y proliferaban en las ciudades estadounidenses.”
Esa manera de mirar, sobre todo tras releer este documental una o dos veces, me ha recordado a la forma en la que abordan los compañeros del Grupo Surrealista de Madrid su “Crisis de la exterioridad. Crítica del encierro industrial y elogio de las afueras”. Al igual que ellos, Baltz es crítico con el urbanismo industrial que despoja de su aura a la obra de arte que es el paisaje, que es nuestra vida en el territorio. Al igual que ellos, también Baltz se interesa por las “cosas marginalizadas”, que califica de “obscenas”, precisamente por estar “mantenidas fuera de la escena”.
Bruno Jacobs habla en el libro citado de la presencia “metafísica” de algunos lugares, por su quietud, silencio, incluso cierta desolación: “La fotografía salva del tiempo esos elementos, al inmortalizarlos.” En “Las mercancías mueren, las cosas despiertan” habla Noé Ortega con sus fotografías de “objetos suicidas» de objetos que duermen hechizados por la Economía: “Sólo el deseo y la imaginación pueden convocarles.”
Estos surrealistas van más allá, queriendo buscar otras vidas posibles y liberar a estos objetos (y de paso a nosotros mismos) de esta manipulación capitalista que vivimos. Pero ya el simple hecho de que el objetivo de una cámara como la de Baltz se pose sobre lo marginal para actualizarlo supone ya mucho para esas cosas de las que no se habla nunca: “porque son muy corrientes y cotidianas, muy banales, y de cierta manera también repugnantes”.
Visibilizar lo marginal, lo que nos repugna porque no es aséptico, minimalista, de diseño, ordenado, normativizado, higienizado, en nuestros proyectos fotográficos, entiendo, es dar categoría de existencia a algo que, si no sale en la foto, está muerto, borrado de nuestras consciencias. Y eso incluye a las personas.
En este primer trabajo analizado, referente a la primera etapa de la que hablábamos, muy influenciado por la Nueva Topografía, Baltz reflexiona sobre lo que observa:
“Estaba naciendo un nuevo mundo. Sin duda un mundo que no era muy agradable y parece que nadie quería enfrentarse a eso, pareciera algo invisible, en el sentido de que era algo que la gente filtraba, que fingía no ver”
Si extrapolo las reflexiones de este artista fotógrafo al momento actual de alarma que vivimos, no puedo sino quedarme atrapada en esas palabras. Observar cómo desaparece el mundo, la sociedad, tal y como la conocíamos. Observar cómo aparece poco a poco una nueva sociedad que no nos parece muy agradable. Y pasar, sin embargo, sobre esa idea con la resignación con la que estamos pasando me parece mayor enfermedad que esa a la que tememos.
Sobre el efecto de ese modo de vida que se vislumbraba en los 60 con las primeras construcciones industriales de lo que hoy son las megalópolis que sufrimos, se preguntaba Baltz:
“¿Qué tipo de gente iba a salir de ahí?, ¿qué tipo de nuevo mundo estaba naciendo ahí?, ¿sería un mundo en el que la gente podría realmente vivir?”
En un artículo que escribí para una conferencia sobre Fotografía y Ciudad, “Fotografía y ciudad: el documentalismo al servicio de las comunidades y el problema del elitismo en el diseño”, mostraba mi inquietud ante la extinción de modos de vida barriales tras la desaparición de estos territorios a causa de los procesos de gentrificación y aburguesamiento de las capitales céntricas y turistizadas.
Baltz capta esas escenas en las ciudades europeas, no por casualidad: “en ciudades que no son cualquier tipo de ciudades”. Las que se han ido despojando de su autenticidad y personalidad, las que se han ido homogeneizando en torno al gris del cemento y de la tristeza.
Si a esto sumamos el impacto de esta pandemia de miedo que nos han inoculado en la homogeneización de costumbres que nos alejan y nos convierten en seres aún más individualizados y separados, al mirar al paisaje urbano desde detrás de nuestras cámaras de fotos, nos distinguiremos cada vez menos de esos videojuegos a los que se enganchan nuestros adolescentes. Hasta que llegue el momento en el que se confunda la realidad real con la virtual, si es que eso no ha sucedido ya.
2. Ensayos contra la sociedad tecnológica
A partir de 1989 Baltz introduce la fotografía en color en su obra, y trabaja sobre una nueva forma de materialización del poder: aquella que ejercen los medios y la tecnología sobre nuestra vida.Aunque no ha sido una decisión tomada a priori, he fragmentado este artículo con epígrafes que reproducen títulos de libros de ensayo escritos por compañeros que reflexionan sobre esta sociedad que habitamos. Con los hastags #sinoquieressercomoelloslee #losfotografostambienleemos hace tiempo que difundo en redes sociales los textos que distribuimos desde Ediciones Fantasma con la intención de dar herramientas de pensamiento crítico a los fotógrafos para el desarrollo de proyectos de calado social. Herramientas como lecturas y contenidos teóricos que, conforme vamos analizando estos proyectos, se evidencia que los fotógrafos más destacados ya tienen en sus manos y que les sirven para fundamentar sus reflexiones como creadores de proyectos artísticos de autor.
En “Los límites de la conciencia. Ensayos sobre la sociedad tecnológica”, el sociólogo Juanma Agulles aborda la “crítica de aquello que nos destruye” de una manera similar a como lo hace Baltz en estos proyectos presentados en el documental. “Revestidas de una capa de alta tecnología -explica Agulles- nuestras sociedades contemporáneas siguen inmersas en el proceso de industrialización acelerada que se inició hace dos siglos. Los problemas de la desposesión social creciente, la organización burocrática, el expolio de la naturaleza, la violencia y la represión, no sólo no se han resuelto, sino que se han agudizado hasta el punto de poner en duda la supervivencia de gran parte del mundo que conocemos”. “Es necesario -concluye- reconocer primero los límites de la conciencia para intentar establecer los límites al desarrollo de unas sociedades tecnológicas que caminan, sonámbulas, hacia el desastre.”
Vamos a ir desgranando estos límites de nuestra consciencia sobre la manipulación de la imagen y la capacidad de manipulación de la tecnología, aspecto sobre el que ya he reflexionado en mi blog , con Andreas Gursky y su inclinación a las herramientas tecnológicas que eliminan personas (de la imagen) para embellecimiento del paisaje espectacular.
Alguna opinión, alguna noticia, hemos visto de soslayo en estos dos meses de pandemia. Desde distintos puntos de vista, hemos, al menos, pensado alguna vez en la necesidad de hacerlo. De sentarnos a pensar en esos límites de nuestro mundo, nuestra sociedad, nuestra naturaleza. Y de nuestras propias consciencias para no continuar al servicio de las estructuras sociales que nos llevan a la extinción de manera inexorable. ¿Seguiremos mirando para otro lado mientras disfrutamos de nuestro modelo de cámara de última generación o pondremos, esta vez, las máquinas al servicio del verdadero bien común?
Esas máquinas “no se parecen a nada, son poco excitantes visualmente”, “pero son ellas las que dominan realmente el mundo”
“Ronda de noche” podría ser uno de los pioneros en el uso de imágenes de cámaras de vigilancia en un proyecto fotográfico para evidenciar el control al que estamos sometidos.
Desde la inteligencia artificial a las Smart Cities, pasando por el teletrabajo y toda la burocracia informatizada que nos gobierna, hasta llegar a los Smart Contracts (documentos legales inteligentes capaces de identificar y aplicar cláusulas a través de etiquetas de metadatos), o el control que Facebook o Youtube ya tienen de los contenidos que publicamos en redes, actualmente directamente censurados cuando no se cumplen una serie de cláusulas informatizadas, y sin opción a debatir ni argumentar, ni derecho a pleito incluso a pesar de reconocer su error.
“Me volví más consciente de su utilización para la manipulación social”, explica Lewis Baltz al hablarnos de este trabajo que reflexiona sobre la “vigilancia ininterrumpida de la población”.
Pretende poner de relieve de modo metafórico el papel de vigilante y vigilado, mediante la disposición de grandes paneles de 2 metros con diferentes resoluciones que obligan al espectador a separarse y acercarse, adelantar y retroceder, para contemplar la obra, evidenciando que el espectador se deja manipular por la obra, igual que se deja manipular por la máquina, dejando su inteligencia y criterio superior al servicio de las cosas.
En momentos como éste que vivimos, en el que el miedo anula cualquier atisbo de sentido común y superioridad moral, el ser humano se repliega para dar su poder a las cosas: artefactos informáticos que identifican supuestos bulos en base a premisas insertadas a través de logaritmos, para no ejercitar el músculo del criterio propio que es el más sano de ejercitar; artefactos legales contractuales reducidos a normativa obtusa no consensuada ni reflexionada por la comunidad de ciudadanos que se rinden a sus premisas practicando el delegacionismo para no ejercitar el músculo del riesgo de las decisiones propias; artefactos cotidianos como guantes, mascarillas, pantallas, burbujas o respiradores, elementos que funcionan como fetiches al depositar en ellos la fe y esperanza de la propia integridad física e incluso moral. Que nos salvaguardan en su parapeto como los escudos de los Cruzados ante la sensación de vulnerabilidad que causa el habernos desconectado de nuestro instinto individual y gregario, hace ya tanto tiempo. Qué decir de la ansiada vacuna a la que nos rendiremos pidiendo incluso mano dura contra quienes no comulguen con la religión del cientificismo y pretendan llevar sus vidas por otro camino.
“Nada es seguro- explica Baltz-. Al final ya no se sabe quién es la víctima y quién es el verdugo. Quién es el vigilado y quién el vigilante”, en una reflexión necesaria sobre el poder y quién lo detenta, como ya lo hiciera el mismo Flusser (“Hacia una filosofía de la fotografía”) al presentarnos al fotógrafo como un funcionario-máquina que dispone un programa pre-concebido y limitado de acciones que desarrollar al servicio de la misma.
De ahí hay poco que andar para llegar a seres humanos-máquina como los que describen Hannah Arendt en su texto “Eichmann en Jerusalén. Un informe sobre la banalidad del mal” o Günter Anders en “El piloto de Hiroshima. Más allá de los límites de la conciencia”. Cumplir órdenes, hoy más que nunca, deja a expensas de la simplicidad de las máquinas (o de la mente-máquina) la capacidad de discernimiento e interpretación tan necesaria en un mundo que pueda llamarse humano.
3. La expropiación de la salud
“La medicina institucionalizada ha llegado a ser una grave amenaza para la salud. El impacto del control profesional sobre la medicina, que inhabilita a la gente, ha alcanzado las proporciones de una epidemia.
La discusión de la enfermedad del progreso médico ha cobrado importancia en las conferencias médicas, los investigadores se concentran en los poderes enfermantes de la diagnosis y la terapia, y los informes sobre el paradójico daño causado por curas contra enfermedad ocupan cada vez mayor espacio en los prontuarios médicos.
Los límites a la asistencia profesional a la salud son un tema político que crece con rapidez. A qué intereses servirán dichos límites dependerá en gran parte de quién tome la iniciativa de formular que son necesarios: gente organizada para una acción política que desafíe el poder profesional cimentado en el status quo, o las profesiones de la salud decididas a expandir más aún su monopolio.”
Con estas contundentes palabras se expresa el humanista Ivan Illich, en un libro, “Némesis médica. La expropiación de la salud”, surgido en el ámbito de los seminarios sobre “La necesidad de un techo común; el control social de la tecnología” que se llevó a cabo en el Centro Intercultural de Documentación de Cuernavaca, México, de 1970 a 1976. Describe Illich en esos seminarios “el impacto del sistema industrial sobre el medio ambiente, sobre las relaciones sociales y el carácter social sucesivamente, en el espejo de las grandes instituciones que este sistema excretó: la escuela, la empresa internacional, el transporte, la medicina.”, dando lugar a cuatro libros imprescindibles para pensar con profundidad la sociedad actual.
Que la medicina actual «expropia el poder del individuo para curarse a sí mismo y para modelar su ambiente», negando las capacidades y recursos que históricamente los pueblos del mundo han tenido para tratar la enfermedad de sus individuos es una premisa que al parecer comparte Lewis Baltz al abordar en “Cuerpos dóciles” su investigación fotográfica sobre la tecnología médica.
Si bien Ivan Illich presenta el concepto de Iatrogenia “como el “error fundamental” de la profesión médica” ya en los años 70, este no ha dejado de investigarse y actualizarse, aunque los ciudadanos de a pie no tengamos fácil acceso a esa información, por ejemplo a través del Cuaderno 42 “Iatrogenia y medicina defensiva” del Congreso de Bioética convocado por la Fundación Víctor Grifols i Lucas cuyas actas se publicaron en 2017 con el aval de la Sociedad Española de Salud Pública y Administración Sanitaria. Un documento que recomiendo leer en estos momentos de desinformación en los que los gabinetes de comunicación y las agencias de noticias de supuesto “periodismo de investigación sobre bulos” nos quieren hacer creer que la medicina es infalible y los periodistas honestos. Para darse cuenta de que los profesionales que sostienen diferentes teorías sobre la deriva de esta crisis sanitaria no son curanderos enajenados como los presentan de manera denostada nuestros políticos y nuestros medios.
Baltz se basa, no obstante, en la “Historia de la medicalización”, una de las conferencias dictadas por Michel Foucault en el curso de medicina social que tuvo lugar en 1974 en el Centro Biomédico de la Universidad Estatal de Río de Janeiro, Brasil. Habla Foucault de la Biohistoria como efecto, “a nivel biológico, de la intervención médica; la huella que puede dejar en la historia de la especie humana la fuerte intervención médica que comenzó en el siglo XVIII”.
Según Foucault, hay que buscar el origen de la medicina social (y del control social del cuerpo) en la sucesión y confluencia de tres fenómenos, que se dan alrededor del origen del capitalismo: el desarrollo del estado, de la urbanización y finalmente, la necesidad de controlar a las nuevas masas de pobres y obreros urbanos (a la vez que se aseguraba una fuerza laboral sana):
“El control de la sociedad sobre los individuos no se opera simplemente por la conciencia o por la ideología sino que se ejerce en el cuerpo, con el cuerpo”.
«Es algo que suscita ciertas preguntas muy interesantes»
Baltz se centra con su proyecto fotográfico en la relación entre el paciente “y el que dispensa la salud”, en la “condición de dependencia de vulnerabilidad total, de la docilidad total del paciente ante el poder absoluto de la ciencia y de la tecnología médica”.
“Todo esto es benigno porque se salvan vidas y se cura a la gente” -reflexiona Baltz- “pero al mismo tiempo y hasta que no encontremos un medio directo de leer en el cerebro humano, es uno de los procedimientos más intrusivos que puedan imaginarse”.
“Está al servicio de un bien, pero ¿podemos imaginar que esté al servicio de un fin menos benigno?”
4. Conclusiones
Baltz cierra este capítulo hablándonos de la manera de afrontar un documento a través de la fotografía. Cómo contar la historia “Les Morts de Newport Beach” con un núcleo narrativo multidisciplinar, como un objeto artístico, como un reportaje periodístico, como un libro: “Y es muy interesante ver las diferentes maneras en las que puede tratarse la narración”.
Lewis Baltz es consciente del riesgo del artista, como el del escritor, al regalar su obra al mundo: “No creo que haya una sola manera de leer mi trabajo. Es el encuentro con el espectador lo que crea la obra”. Yo también soy consciente de ese riesgo al exponerme a vuestra interpretación de mis palabras, de mi lectura.
Lewis Baltz cita las palabras de Jean Nouvell: “No se da una misma respuesta a preguntas diferentes”. Yo también soy consiente de que esto que expongo no va a responder a todas las preguntas.
Pero una cosa es que un texto narrativo o una obra artística pueda ser interpretada o dar más o menos respuestas y otra muy distinta es la manipulación mediática y la desinformación. Hay que ser conscientes de la estructura narrativa de las noticias fabricadas, y no estoy hablando de fakes ni de bulos, sino de las que nos inoculan los medios oficiales, a sabiendas.
En 2013 di una conferencia por el día de la Libertad de Expresión con la Asociación de la Prensa de Almería (FAPE-APAL), «Apuntalar el conocimiento, el verdadero reto del periodismo digital» en la que hablaba de la responsabilidad del periodista en la web 2.0. En ella reflexionaba acerca de la pretendida democratización de saberes a través de la información en internet en los años 80 que auguraban algunos autores y profesores míos, tras el concepto de lecto-autor, pretendiéndose una libertad de expresión que hoy día no podríamos ni soñar.
No son herramientas coercitivas ni coactivas las que no nos permiten hoy en día el acceso a la información. Es la cortina de humo de la desinformación, del “y tú más” y del “lo que tú dices es mentira”. Es el propio sistema binario propagandístico en el que se ha convertido la misma en mano de los intereses de los poderosos.
En esa misma conferencia animaba a compañeros periodistas a ayudar a las colectividades a producir sus propias noticias para que éstas no cayeran bajo el sesgo de la información predominante. “Personalmente -decía en la conferencia- pienso que el verdadero reto de cualquier profesión al servicio de la sociedad es promover el criterio propio y la autenticidad”.
Cuando estudié y ejercí el periodismo me enseñaron a dar a conocer al ciudadano la información (que no la verdad) mostrando los diferentes puntos de vista de la noticia para que fuera él, en ejercicio de su raciocinio y libertad, quien construyera su propio criterio y realidad.
En estos momentos de dogma cientificista e histeria contra todo aquel que pretenda poner en duda el paradigma en el que se sustenta esta realidad que hemos tenido que asumir, yo sólo quiero invitar a pensar, a través de la fotografía, con Lewis Baltz como base, con sus lecturas de fondo y con las mías como apoyo, estos argumentos. Argumentos reales que se dan en la vida real y en una sociedad real.
Soy periodista, y, de la misma manera que cualquier periodista de “maldita.es» sólo que sin financiación pública ni privada que moldee mi intención a su favor, puedo comprobar la veracidad de las informaciones que leo, analizo y difundo. Es muy sencillo calificar como fakes o bulos toda la información disidente y reacia a creer la verdad única que nos vende el storytelling de los telediarios. Es muy sencillo crear corrientes mayoritarias de opinión. Pero la realidad es que hay científicos y pensadores que llevan décadas avisándonos de este mundo tan poco agradable que se nos venía encima y que son silenciados o ninguneados.
“La verdad, si es que la hay, es inaccesible y no puede conocerse”
Leo con bastante tristeza los artículos beligerantes de compañeros en diatribas de colores políticos en defensa de posiciones totalmente binarias. Asisto con gran tristeza al linchamiento en redes de quienes osamos contradecir el dogma oficial (incluso por parte de aquellos autoproclamados «antisistemas» y «revolucionarios»).
En esta sociedad, como en una sociedad libre, pienso que la gran responsabilidad de cualquier comunicador es reconocer que la objetividad no existe y explicar muy bien de dónde parte su subjetividad.
La gran responsabilidad de cualquier ser humano al servicio de una profesión es reconocer que no somos dioses ni héroes, que lo intentamos con todas nuestras fuerzas, que nos equivocamos, que no todo se reduce a una verdad absoluta y que hay que poner en común todos los saberes para dar respuesta a todas las preguntas y construir un mundo más agradable en el que quepamos todos.