UNA DE LAS CARAS OCULTAS DE LA EXPOSICIÓN TITULADA “LA CARA OCULTA DE LA LUNA. Arte alternativo en el Madrid de los 90s”
Joaquín Ivars, 2018
(A propósito de la exposición que tuvo lugar hace unos meses en el espacio Centro-Centro, Ayuntamiento de Madrid, bajo el mandato de Ahora Madrid y titulada por su organizador “La cara oculta de la luna. Arte alternativo en el Madrid de los 90”).
Este texto no es un artículo académico por voluntad expresa e incapacidad historiográfica manifiesta de su autor para acometer semejante tarea, pero creo que debería tomar ese formato algún día si se aprecia que merece la pena y si se dan por aludidos en estas cuestiones aquellos investigadores que entienden que su trabajo no consiste simplemente en dar visibilidad a aquello que se hace fácilmente observable institucional o mediáticamente por cualquier vía, sino que consideran que además de buscar fuentes fidedignas y hacer trabajo de campo real han de atreverse a indagar, buscar y valorar la calidad de las obras y de las propuestas artísticas y discursivas cumpliendo esa condena de la que al principio del capítulo V del Desprecio de las masas nos avisaba Peter Sloterdijk: “Es una venganza de la historia en nosotros, los igualitaristas, que también tengamos que vérnoslas con la obligación de distinguir”. Por su parte, Marina Garcés en su libro Nueva Ilustración Radical nos advierte de la necesidad de ejercer la crítica para apartarnos de la “credulidad”.
El objetivo, según esta autora, consistiría en conseguir la emancipación de las personas como proyecto para superar lo que ella denomina la condición póstuma (una especie de muerte o estado zombificado después de la postmodernidad, Véase); y bastantes años antes, el denostado pragmatista Richard Rorty nos llamaba la atención en Contingencia, Ironía y Solidaridad sobre los perjuicios y prejuicios de los léxicos últimos que naturalizan las creencias como si fuesen algo de carácter axiomático e insoslayable sobre lo que tenemos que fundamentar nuestros discursos y acciones. Y yo mismo, humildemente en mi propia tesis, hacia 2009, decía (disculpad la auto-cita, Relaciones transversales entre los conceptos artísticos de juego (Gadamer), Ironía (Rorty) y ritornelo (Deleuze y Guattari) que “[El artista] sabe también que todo territorio desde el que ejerce su contingente punto de vista, todo andamio intelectual sobre el que se ha subido para atisbar el mundo, es un mero lugar de paso. Transitar el territorio no es lo mismo que creérselo. Una cosa es caminar sobre alguna superficie de seguridad más o menos comprobada o subirse a algún lado para poder otear el horizonte y evitar caer en trampas ya conocidas y otra muy distinta ser tragado por una patria cultural o creerse alzado al saber Único de unos dioses que desde el Olimpo controlan el Uni-verso, la versión unitaria de la realidad.”
Una vez adelantado que tenemos ciertas tareas que acometer si queremos liberarnos, emanciparnos, de cualquier dogma por pequeño que sea, paso a descreer de las grandes o pequeñas supercherías que se proponen en determinados circuitos como si de una axiomática se tratase (circuitos que más que artísticos son especies de espectaculares circos en los que se libran despiadadas luchas de poder). Desde aquí reclamo, como decía al principio, que historiadores y gentes que no ejerzan al mismo tiempo de juez y parte tomen cartas en el asunto y ayuden a esclarecer ciertos aspectos que me parecen sustanciales para entender qué pasó durante algunos años en Madrid aunque solo sea como ejemplo y posible explicación comparativa de aquello que suele pasar en general en diversos puntos del Estado o en otras localizaciones del planeta. Es cierto también que soy bastante incrédulo respecto la capacidad de este país de escapar del papanatismo, de la envidia, del sectarismo, la falta de autocrítica y el exceso de autoestima y otros males que nos suelen aquejar a todos y todas (no dejaré de incluirme en todos esos achaques), pero no por eso voy a cerrar los ojos (paradójicamente otra de esas “buenas” costumbres nacionales especialmente en el campo de las artes visuales) y dejar de intentarlo.
Hace años escribí en una especie de aforismo: A menudo nos impide aplastar una mosca, no su velocidad ni sus cambios de trayectoria, ni nuestra mayor o menor habilidad para hacerlo; y tampoco es la posible “inmoralidad” del acto lo que nos reprime. Lo que suele disuadirnos de acabar con la dichosa mosca es la superficie en la que se posa (el pastel, la cabeza del niño, la herida, el vestidito limpio…). Permanezcamos tranquilos, en este caso no se trata de aplastar nada ni a nadie, hay muchas superficies sensibles; pero tampoco dejaremos sin reproche que las molestas y picajosas moscas vuelen a su antojo y transmitan parásitos y dolencias varias. Se trata de un textito escrito a ritmo pausado y que requiere cierta paciencia en su lectura. Un escrito del enésimo perro andaluz, visitante de cortes y reinos menores que con desigual fortuna intentará espantar los veloces dípteros que se pegan a las heces que jamás cesan de producirse en el mundo del arte. Y nadie crea después de leer estas líneas que mi bando, ( no entiendo de bandos ni de bandas) es el llamado “institucional”, sería algo bastante simple e insensato por mi parte y mucho más aún por la de los que así quieran pensarlo; jamás estaré a favor de los poderosos por grandes o pequeños y “marginales” que se autoproclamen; es por eso que me veo obligado a decir aquí algo al respecto de aquellos “alternativos” que están o han estado más o menos emboscados bajo el disfraz de víctimas cuando su comportamiento real ha sido el de cazadores al acecho de su presa (cosa muy distinta es que sus mandíbulas tuvieran la capacidad de dentellada que otros han sabido exhibir). De lo otro, de los males de lo “institucional”, ya corren ríos de tinta ocupando tantos lugares comunes que a estas alturas y en este momento da pereza lanzar alguna invectiva; igual en otro momento llega la ocasión.
Hablar, u opinar, o intentar argumentar, resulta a menudo injusto, pero a veces silenciar tu punto de vista –para evitar entrar en polémicas o por miedo a la lapidación general-, puede resultar más inicuo; aunque es bien cierto que la cobardía reconvertida en “arte de la prudencia” mal entendida es mayoritaria en los tiempos que corren, miremos alrededor: Se ha perdido la tradición de decir las cosas a la cara y de discutir frente a frente en un terreno de juego en el que todos podían aprender algo, al menos a ser derrotados y a reconocer como estimables los argumentos del contrincante; las redes ejercen de escudos y el anonimato se deleita con dardos lanzados sin que nadie pueda saber de dónde vienen los lanzamientos. Este texto está firmado. Creo que es mucho más sano hablar de lo que uno considera razonable, aunque resulte inevitablemente poco “diplomático”, que aceptar y dar por buenas peroratas mendaces que algunos utilizan solo en su propio beneficio; es decir, me parece nefasto que cobre carta de naturaleza o que se naturalice un solo punto de vista (por muy “iluminado” y “generoso” que pretenda parecer). Entonces, esos relatos únicos, ni contrastados ni contestados, pueden quedar, paradójicamente y en este caso, como “discursos oficiales de lo alternativo”. Narraciones nada inocentes que la credulidad, negligencia, ingenuidad, pereza o torpeza de algunos de los observadores o estudiosos del momento o posteriores pueden considerar plausibles si no se indican contra-argumentaciones o visiones “otras”. Es verdad también, que cuando uno combate o contesta tratando de argumentar, la mano se puede ir ligeramente a lo que algunos llamarían “ajuste de cuentas”; siempre hay algo de eso, es inevitable (casi tradicional, diría yo). Sin embargo, es bueno no olvidar que en las exposiciones pretendidamente documentales, históricas y reivindicativas también se ajustan cuentas por acción u omisión incluso de modo más descarado y naturalizado (como si las cosas necesariamente “hubiesen sido, naturalmente, así”) porque la actitud del exhibidor es más, diríamos, cursimente, como se suele ahora, pro-activa; y es bueno recordar también que hay gestores, críticos, directores de museos, artistas, comisarios, historiadores, ministros, pensadores, etc. que haciendo gala de una pretendida objetividad no hacen otra cosa que dedicarse por entero al ajuste de cuentas (económicas, sociales, intelectuales, políticas, académicas, personales, sexuales, etc.). Así que a pesar de mi resistencia a la polémica durante muchos años y del riesgo de que se me vaya un tanto la mano, creo que esta vez me siento obligado a no callar y a tratar de contrarrestar de algún modo el autobombo y la repetición de consignas que se han generado sin que haya surgido el menor escollo auténticamente crítico o producido la menor respuesta de carácter autocrítico. Con mis escasos y subjetivos medios creo que debo tratar de ajustar algunas cuentas para intentar equilibrar la balanza; algo en el fondo muy confuciano, incluso taoísta, podría decirse.
Y para poder acometer esta tarea que me propongo y suscitar alguna reflexión, he de situar al lector con el fin de que pueda dilucidar si cuento o no con algún conocimiento de causa de suficiente calado como para entrar a chapotear en estos fangos (aunque desde luego carezco del panóptico; mi visión no puede ser absoluta, ya lo anticipo, y mi información no da para llegar a tantos y recónditos lugares y momentos; yo no me dedico a la investigación historiográfica, ya lo adelantaba al inicio de estas páginas). Si el lector de estas líneas quiere atestiguar, o le interesa saber, o siente el morbo de conocer cuál ha sido mi participación y la posible observación directa de los hechos le remito a: http://www.joaquinivars.com/?post_type=ensayos&p=1325&preview=true
Allí puede hallar referencias que espero satisfagan estas curiosidades en las que puede encontrarse como voyeur o como actor sin ser directamente citado, o sorprenderse, o puede recordar, divertirse, sonreír o enfadarse, según estime oportuno, faltaría más. Pero si como lector ocupado y con prisas quiere evitarse esa ristra de detalles que malintencionadamente podría calificarse como un cierto ejercicio de vanidad en lugar de como una forma de mirar o como una manera de acotar un marco espacio-temporal, solo diré aquí que he participado, mucho más de lo que algunos recuerdan o quieren recordar, tanto de lo “institucional” como de lo “alternativo” en los años que la mencionada exposición trata de visibilizar. Y de todos modos, humildemente expongo que no es tan importante mi visión, necesariamente parcial, cuanto el reclamo que trato de hacer desde estas páginas para que se investiguen con cierto rigor los enfoques y selecciones que se presentan en la citada muestra. Por cierto, he de confesar que la distancia física y mi estado de salud me impidió visitarla y apreciarla en todo su esplendor, así que para poder comentarla he recurrido a todo tipo de informaciones indirectas (programas de TV, comentarios informales, entrevistas en canales de internet, vídeos, fotos, escritos, etc.). Sin embargo, para poder hablar en los términos que aquí lo hago, de lo que esta exposición trata, me remito a mi propia experiencia que fue de primera mano en múltiples casos cuando las cosas estaban sucediendo.
Entro, ahora, por fin, y sin más preámbulos en la materia que me ocupa principalmente. La cara oculta de la luna, es una cara, efectivamente, de eso no hay duda ni mayor reflexión que hacer, simplemente es un aspecto del satélite, no el satélite, y está tan lleno de cráteres como el resto. Oculta, también lo es, desde luego, pero lo fue por hacer de la necesidad virtud más que por elección o convicción (creo que todos y todas podemos coincidir al menos en esto); las escenas de la época en instituciones y mercados no hacían caso ni de algunas buenas iniciativas ni de algunas bobadas ni de algunos narcisismos; simplemente, y como de costumbre, “lo otro” no podía existir sin el visto bueno de los políticos y mercaderes del arte y la cultura. Y entonces, como en otros momentos de la historia, la parte silenciada y oscurecida del satélite alzó la voz desde otros escenarios más o menos improvisados, más o menos reactivos. Así, muchos colectivos, artistas, agentes, etc. se fueron colocando frente al poder establecido en busca de espacios de acción/opinión intentando abrir las fronteras que cercaban los intentos de hacer cosas de un modo distinto. Algo bastante normal, estandarizado; y poco a poco se fue generando una especie de multi-salón de los rechazados (un tipo de personas que además solían abominar de los banales desahogos que la movida madrileña puso en marcha una década antes y cuyos rescoldos aún muy vivos dejaban aún más en la oscuridad cualquier panorama que no se identificase con ella). En este desplazamiento, muchos artistas y gestores sobrevenidos más por necesidad que por vocación, por el simple hecho de sentirse fuera del sistema, se concibieron legitimados para dotarse de razones con las que fabricar una inusitada auto-estima que solo el tiempo, el estudio riguroso, los azares venideros o la fuerza de los hechos dirán si llevaban o no. Desde mi modesta opinión había bastante razón en algunas de estas reacciones y actitudes, pero esta misma razón se perdía fácilmente por otras actitudes y reacciones que iré comentando. El aciago Ciorán mencionaba que las víctimas creen tener un plus de razón que otros jamás podrán entender (“ese aire de superioridad”, decía), pero podemos colegir que por ser material sensible es el dolor, la humillación y el resentimiento lo que no se puede compartir, y en eso las víctimas son imbatibles e incontestables; pero la razón hay que ganársela a pulso y mantenerla, sin victimismos, para poder simplemente exponer sus argumentos y hacerlos valer; se trata de una cosa bien distinta.
A partir de esas constataciones absolutamente verificables podremos preguntarnos algunas cosas… ¿Consistía el asunto solo en actuar “al margen”, ejercer el malditismo fuera de las lindes de la historia “cultural” oficial? ¿O se trataba de ponerse enfrente de lo instituido para menear el rabo a ver si te lo veían desde el otro lado de la barricada y le hacían un poco más de caso a tus iluminaciones y pendejadas? Fui testigo de estos exhibicionismos y codazos en bastantes ocasiones y quizás participé como bisoño aprendiz en más de uno. ¿Quería abrirse solo el hueco para establecer ex novo un poder constituyente frente al ya constituido, o se pretendía generar verdadera autoridad moral y artística que diese lugar a nuevos comportamientos genuinos no dirigidos ni aleccionados por ningún agente interesado exclusivamente en “lo suyo”? ¿O se trataba solamente del tamaño de trozo de pastel que le tocaba a cada uno? Cada cual puede hacer la lectura que le plazca o más le convenga, pero es difícil elucidar los propósitos; los juicios de intenciones son nefastos, pero sí se puede (y se debe) observar y hacer crítica de las actitudes, de los hechos y de las palabras emitidas; eso pretendo hacer con este textito que exhibe mis propias minusvalías, claro está. La corrupción es fractal como las costas de una isla; la integridad, desgraciadamente, suele ser una isla sin costas. La corrupción no es solo institucional, está escalada por toda la sociedad de distintas maneras, y lo no institucional, lo autoproclamado como “alternativo” no cuenta con ningún certificado de pureza, ninguna legitimidad incorruptible; es, simplemente, que su suciedad está más arrinconada, adquiere transitoriamente menor visibilidad y es objeto de menos denuncias porque adquiere las simpatías de lo común, del pro-común dirían algunos nuevos despistados; y, efectivamente, queda oculta. Pero ciertos advenedizos de los que anduvimos por allí nos pertrechábamos con linternas, con “luces”, cuando transitábamos esos rincones ocultos, y puedo garantizar que hemos visto de todo, amigos y amigas. Después de esas visiones, ni el optimismo ni el buenismo nos valían ya de nada. Toda narración, por bonita y bien presentada que nos la muestren, tiene intrahistorias de las que deberían rendirse cuentas, si no en los tribunales de justicia -nunca consideraremos las cuestiones del arte tan importantes como para llegar a eso, salvo en el caso del gasto público (Mmmmm, bueno, dejémoslo de momento)-, sí al menos en las magistraturas (¿?) de la historia que sentencie las herencias que dejemos a nuestras progenies.
Si he adelantado “mi caso” (en ese excurso que cito al principio y que desarrollo en un link aparte para no aburrir) es porque quiero hacer notar que a mí esos postureos me producían, y ahora mucho más, entre miedo, risa y un cierto efecto de patetismo, y eso a pesar de que no concedo ni un ápice de benevolencia respecto a mis propias actuaciones y complicidades (yo mismo en ocasiones me encontraba ridículo e inconsecuente, unas veces por ignorancia flagrante y otras por propia conveniencia). Es difícil imaginar mayores humillaciones que las que yo mismo me inflijo, sin embargo ¿por qué han de doler más las ajenas? Seguramente es una cuestión de propiedad privada. Nos enseñaron a comprar el lote del YO y en este mundo de compra y venta hay que protegerlo de otros comerciantes.
Es verdad también que este perro andaluz en general era ligeramente mayor que los demás (sí, soy de esa clase de advenedizos que empezó tarde y ni siquiera directamente por las bellas artes), y es igualmente verdad que al principio el carácter provinciano un poco desconectado, desconcertado y enlentecido de defensas por la suave brisa del Mediterráneo no me dejaban percibir con claridad el mecanismo automático y súbito de los resortes de las metafóricas navajas que las bandas juveniles de entonces desplegaban en los suburbios de la culturilla artística de la Villa y Corte. Sin embargo, una vez pasados los primeros momentos de aturdimiento y bien aspirado el aire contaminado de la gran urbe le comenté a un colega de fatigas: “Aquí hay que aprender a escuchar, hay que aprender el lenguaje de la Corte”; está lleno de eufemismos y grandilocuencias (la visibilidad, la operatividad, la excelencia, lo interesante,… y mil términos y expresiones semejantes… todo un diccionario de la pedantería y la memez que ha terminado imponiéndose en todos lados). “Y si no lo aprendes –continué- ni te entienden ni te escuchan”. Y así fue. Me escucharon (logré articular ese risible lenguaje engolado del que ya difícilmente sé zafarme), pero a mis interlocutores solía interesarles o agradarles muy poco aquello que yo trataba de explicar con sus propias petulantes palabras y grotescas “metodologías”. Los discursos de una cierta complejidad (emitidos aunque fuese solo por evitar simplones reduccionismos o sectarismos -artísticos, políticos, morales, científicos, filosóficos, sociales, etc.- y tratar de desentrañar el enredado mundo que nos tocaba vivir) que no se sostuvieran en obviedades, simplificaciones, astracanadas, histrionismos varios, posturitas bizarras, artes de impacto o publicidades, lecturas apresuradas y mal digeridas, pedanterías, exhibicionismos de toda índole, chistes fáciles y mostrencos, machadas y mamarrachadas, etc., no solían ser bien recibidos. El franquismo con sus políticas de cerebros quemados había conseguido que tanto los de un lado como los del otro simplificaran sus discursos hasta lo inimaginable, y como en la Guerra y Postguerra Civil (por una mera cuestión de recursos) las consignas y doctrinillas que se solían emplear en esos ambientes de los 80s y 90s eran mucho más limitadas que los eslóganes que desarrollaba el propio mercado institucional que decían “pretender” combatir o adecentar. Pero eso sí, luego se henchían los pechos con discursos que trataban de argumentarse con los intentos más burdamente sofisticados de sofismas al uso. (Para comprender el estado de la cuestión no hay como indagar en las obras realizadas y dar luz a los relatos escritos a propósito de ellas durante aquellos oscurecidos lustros).
La autocrítica es escasa. La autoestima desmesurada, pese a los lloriqueos victimistas. Es su alianza, la escasez de autocrítica y el exceso de autoestima, lo que termina diezmando cualquier capacidad de juicio más o menos ecuánime y cualquier capacidad de aportación real que no tuviese que ver con los mainstreams “alternativos” dictados desde cualquier discurso de esos que circulan como manuales de estilo por los mentideros artísticos, nacionales e internacionales. Excepto algunos casos de auténtica aportación y autocrítica que trataba de comprender de “otras maneras” en qué mundo estábamos y por qué era así, se producían multitud de plagios absolutos sin revisión crítica alguna. Se fusilaban obras de setenteros y sesenteros y noventeros y ochenteros cuyos originales solían provenir de allende los mares o del continente; se generaban perfomances y acciones que olían muy mal, a basura, a no tener nada que aportar, a proyectos de cabeza totalmente hueca o a cuerpos que no paraban de moverse como pollos sin cabeza (sin cerebro) solo para decir: “Estamos vivos y hacemos cosas”. Por cierto, qué pesados los miembros de estas disciplinadas huestes de “especialistas” de las performances y las acciones que aparecen en todos lados en forma de comitiva trashumante; dedicados accionistas autovisibilizados por su pertinaz presencia cuando no se les ha visto un mínimo de lucidez más que en excepcionalísimos casos. Por otro lado, se montaban y denominaban instalaciones o pseudo-instalaciones que no había por dónde cogerlas (ni siquiera sabremos por qué querían pertenecer a ese género). En fin, abundaban los palos de ciego, y las conversaciones escuchadas y las actitudes observadas enunciaban poses pseudo-radicales y bajadas de pantalones todo al mismo tiempo… Solo algunos pocos, generalmente con humor del bueno o ironía fina, eran capaces de desatar los nudos que se nos hacían en las gargantas al ver y escuchar tanta patochada pretenciosa. Muchos otros, la mayoría, derramaban sus babas por ese mismo ínfimo nivel que alcanzaron sus predecesores patrios… no sé cómo llamarles… toda esa generación de refritos que pretendieron ser “accionistas” y “artistas conceptuales” y “experimentales” (¡Ya quisiéramos!)… Todos esos portadores de antorchas olímpicas hispanas que llegaron mil años después de sus antecesores descubriendo América con propuestas pegajosas de costras y caspas que se habían ido depositando capa tras capa de aburrimiento y miseria franquista y postfranquista. ¿Para qué decir los nombres de aquellos emancipados emancipadores ahora encumbrados y reconocidos con premios nacionales u homenajes tardíos? No quiero nombres ni señalamientos. Solo serviría para que estos aludidos y falaces precursores se revolviesen en masa desde tumbas, tronos y premios póstumos contra este miserable y pulgoso perro andaluz que bastante condena tiene ya con la de no saber escapar de cometer el mayor pecado del siglo presente y de todos los anteriores (y lo digo muy sinceramente): “opinar públicamente”, algo de lo que aquellos de los que hablo jamás se han cortado aunque no siempre diesen la cara.
Y a partir de aquellos inmediatos héroes y sus secuaces, a partir de su fusilería, sobrevinieron sectarismos “alternativos” más o menos explícitos, en busca de El Dorado pero emboscando siempre las intenciones y pretensiones de los pandilleros (“conmigo o contra mí”) y las malas artes de los trepópteros (clase de insectos mucho menos recomendables que las moscas de las que hablaba antes). Estos ojos y oídos han visto y escuchado más de lo que hubieran querido, y mi lengua, lo reconozco, debió entrar en acción más y menos veces de lo deseable. “Éramos tan jóvenes…” podríamos justificarnos. Pero pasados los años y habiendo aprendido algunas lecciones, uno ve por ejemplo con esta exposición de la que hablo que nada ha cambiado, casi nada se ha aprendido, ni siquiera con la edad; solo ha pasado algo de tiempo. La juventud pretende disculpar muchos errores cometidos: el ímpetu un tanto salvaje, la indignación que adolece de visión amplia, la sensación de asfixia, la falta de sitio; ¿Cuándo llegará nuestro/mi turno?” oí decir en muchas ocasiones, etc. Pero en realidad no éramos tan jóvenes y el paso de casi 30 años desde entonces debería haber servido para algo más que para contar batallitas o para quedar enquistados como momias en tiempos pretéritos cantando viejunas hazañas bélicas que se van haciendo más plúmbeas con el paso del tiempo y sus reiteraciones. En una entrevista que he visto en Vimeo, el organizador de la expo que sirve de pretexto a este comentario, haciendo crítica del arte institucional, mencionaba un artículo publicado en Brumaria en el que se decía que “el arte español [institucional y desde la transición] no había crecido sino que había engordado”, algo con lo que probablemente coincido; pues bien, con lo “alternativo” ha pasado tres cuartos de lo mismo, se acumulan sebos y lorzas por tantos lados que se necesitarían colosales liposucciones.
Pero existe además una cierta alevosía en este movimiento reivindicativo de aquellos años noventa y siguientes. Había jóvenes que jamás querrían entrar en el Museo, eran los autoproclamados anti-museísticos, así enunciaban enfáticamente su distancia de lo institucional cada vez que hablabas con ellos o se manifestaban públicamente en diversos foros. Bien, cada uno es muy dueño de sus actitudes, pero me entero ahora, porque me dicen, me comentan y constato, que esos mismos anti-museísticos han tratado de negociar para que el Museo Reina Sofía, el museo par excellence, les “comprase” sus narratologías y quedasen ahí conservados (no sé si sumergidos en formol, encerrados en vitrinas o elevados sobre peanas) sus artilugios, documentos y discursos. Por cierto, y sin tener que llevarnos las manos a la cabeza, han actuado reclamando la misma “visibilidad” que cualquiera que no se exprese como un cínico siempre hubiese deseado conseguir sin tener que esconderse detrás de patéticas poses antisistema del arte, o aquello por lo que cualquiera siempre luchó sin adanismos y sin tener que emboscar sus aspiraciones: por un cierto reconocimiento más o menos digno a una tarea más o menos plausible que hubiese aportado de veras algo de cierto valor al resto de congéneres utilizando la herramienta del arte como instrumento de emancipación y no como escalerilla de subida a los sagrados altares de las apariencias y las vanidades. Y todo esto, esta actualizada visibilidad en el museo, no se consigue sin connivencias varias, claro. Ojalá me equivoque, pero estos cuentos entrarán en el museo antes o después (de momento parece que tardará), si nadie lo remedia. Ahora mismo parece que los interlocutores no llegan a acuerdos por cuestiones de diverso calado, económicas, políticas o de autogestión o lo que sea. Pero en algún momento más adelante, se pretenderá de nuevo que entren en el museo los cacharros buenos o malos, las homilías malas o peores -si es pseudoradical todo vale- fabricados por algunos o algunas en los 90s y cubriéndose con los discursillos y doctrinillas elaborados por los jefecillos de clan, los minicapos de banda cuyo relato vocinglero y de pátina liberadora conviene principalmente a ellos mismos; y me temo, si nadie lo impide, que las rodillas de los gerifaltes de museos e instituciones flojearán de nuevo algún día al sentir el desafío y verse rodeados de amenazantes y poéticas armas blancas forjadas en el “yunque incorruptible de lo alternativo verdaderamente artístico”. Según las últimas noticias que me llegan, parece que tanto desde el Reina como desde el Ayuntamiento pretenden ampliar lo alternativo a los autogestionados movimientos sociales (no artísticos) de todo tipo, y como consecuencia de esta decisión los organizadores de La cara oculta de la luna se sienten desplazados…. Vaya por Dios y vaya lío. Ya veremos qué sucede y cómo se las gasta cada quién, pero frente a semejante intimidación los directores de museo es probable que inicien la genuflexión hacia un lado u otro, artístico o movimientos sociales (“Todo por la audiencia” manda el último mantra museístico, y algunos de sus jefes lo aplican a rajatabla).
Pero antes de esa diatriba y de esas nuevas disputas entre el Anti-museo, el Ayuntamiento de Ahora Madrid y el MNCARS… Las actitudes de La cara oculta… y sus organizadores parece que estaban ya previstas porque ¿existían ya esas intenciones de venta al museo? ¿Es por eso por lo que el formato de La cara oculta ha sido tan …. Cool? ¿Tan à la page? ¿Tan… diseñadito? ¿Tan vinílico? ¿Tan museístico? ¿En un entorno… tan, tan, tan palaciego? ¿Pero no hablábamos del Anti-museo…? Pero ¿no se trataba, textualmente, de “la crítica institucional y el análisis de los conflictos del sistema artístico español”? ¿Se estaba buscando desde el principio la reinstitucionalización de lo alternativo de los 90s entrando por la puerta trasera de las denostadas instituciones? ¿No veíamos venir esto desde hace treinta años y por eso nos daba la risita nerviosa cuando escuchábamos las lecciones magistrales de las esclarecidas mentes de los predicadores de la autogestión subencionada? ¿No se trataba de la contestación siempre reconquistada, reabsorbida por la institucionalidad? La misma musiquilla de siempre… Algunos estábamos al loro de las maniobras y las contemplábamos con el estupor del déjà vu.
En fin… lleguen o no a acuerdos ahora mismo… en el museo de brazos y piernas abiertas, el de verdad, el gran legitimador, mientras manden los que ahora mandan, entrarán los eslóganes y las simplificaciones al uso de artistas o de movimientos sociales (estos últimos, la verdad, no sé por qué quieren penetrar el museo o por qué algunos se empeñan en introducirlos). Tal como vamos entrará de todo menos pensamiento juicioso y valiente, entrará de todo menos aquello que se atreva a asumir la complejidad de los momentos que nos tocaron y nos tocan vivir, entrará de todo menos la autocrítica y el reconocimiento de que los años de atraso y caspa de la dictadura no se resuelven en dos días o varios lustros y siendo más chelis y más chulos que un ocho. Al principio de este texto el filósofo nos decía que era una venganza de la historia que los igualitaristas nos veamos obligados a hacer distinciones. Pues bien, estos aguerridos contestatarios “antisistema”… los sectarios de este lado quieren además, y sin vergüenza alguna, que se reconozca y se redescubra (por supuesto también que se subvencione y se pague merecidamente) como por ensalmo y sin filtros que ese “arte alternativo”, así en general y sin anestesia, fue el mejor de esos años, y de camino negar todo lo demás (incluido lo que ellos no estimen digno de destacar en sus propias producciones artísticas y en sus exposiciones sufragadas por ayuntamientos del cambio), como si dependiese del bando en el que te sitúen o del capricho del capo de turno el modo en el que cifrar tus aportaciones en forma de aciertos o desaciertos, artísticos, discursivos, políticos y éticos. Mamarrachadas es el justo nombre de muchas de estas actitudes sectarias y revanchistas a menudo acompañadas de mamandurrias, acrisolada palabra de la primera expresidenta de la comunidad madrileña que tan bien se comprende en los círculos de orgullosos y exigentes mendicantes de subvenciones y en los de sus opositores, los mercaderes clásicos e institucionalizados, corruptos mayores de la Capital del Estado y la principal Comunidad del Reino. Tiempo al tiempo. El caso es que los de La cara oculta… quieren o querían entrar sus cosas en el museo de ARTE y ahora o no les pagan lo que piden o los quieren confundir, a ellos, los artísticos, con los “sociales” y diluirlos en la lucha general antisistema. Estas consecuencias tiene aliarse con tan magníficas compañías que al final son las que tienen la sartén por el mango y que piensan que el arte es cosa de amateurs y de élites y que o todos van al museo o aquí no entra ni Dios (salvo los estafadores profesionales, esos que todos conocemos y abundan), y queda el utilizador utilizado.
Mucho más me hubiese gustado poder hacer al respecto aquello que recomendaba el ya citado Ciorán, “ejercicios de admiración”. Pero La cara oculta… ha perdido una gran oportunidad; además de un cierto lavado de imagen tratando de exponer camaradería y compañerismo oculta demasiadas miserias y soberbias, multitud de rencillas e intereses espurios, un sinfín de celos, envidias y alianzas de conveniencia, como siempre y en cualquier lado. Y existen cómplices más bien candorosos que han seguido, y siguen, el juego y pagan con sus “dependencias” a las que los “iluminados”, marginados de postín, los han sometido. Pero jamás negaré, (siempre estuve más cerca de “este lado” y por eso me duele más y pude apreciar muchas de ellas de primera mano), que hubo propuestas de mérito y actitudes distantes, de alto valor crítico y autocrítico desde mi humilde punto de vista; pero esas, de las que ni sé lo suficiente ni tengo tiempo ni ganas para ponerme a ello, probablemente serán silenciadas a no ser que alguien se ocupe de sacarlas de su segunda y redundante ocultación, de cierta cara oculta de la cara oculta de la luna que ahora quiere exponerse a la luz de un radiante sol institucional sin que sus rayos les ruborice siquiera el semblante. Parece que no sienten vergüenza. La aparatosidad, y el histrionismo, de los sectarios al poder ha encontrado receptividad en gentes bienintencionadas y en ciertos estratos o lagunas del actual Ayuntamiento, o sea, ha contado con la complicidad posiblemente ingenua o cínica de otro tipo de sectarios que les acompañan en su revancha. Y tan oculta, caprichosa y falta de transparencia es esta cara oculta como la institucional, ni más ni menos, ni mejor ni peor. ¿Que había derecho a alzar la voz en su tiempo y reclamar espacios y opciones? Entonces y ahora, desde luego que sí, por supuesto. ¿Que eso se hizo en aquellos años en Madrid con legitimidad, criterio y transparencia? Desde luego que es dudoso en muchos casos. En todos lados cuecen habas, y con estos discursos autocomplacientes no vamos a ninguna parte ni vamos a dar esas famosas lecciones morales y éticas tan predicadas desde la izquierda al elenco de franquistas y postfranquistas, de transicionistas y postransicionistas.
Por otro lado, ya adelanté que no es este el tema que me propongo aquí, pero valga un ejemplo de los que algunos definen como “el otro bando”: Un destacado miembro del Ministerio de Cultura me preguntó en una ocasión: “Pero, ¿quiénes son tus amigos [en esto del arte]?”, con lo que me estaba preguntando: ¿Cuál es tu manada? ¿Qué hierro candente te grabaron en el lomo? ¿Qué tipo de cencerro haces sonar? ¿A qué tribu perteneces?… ¿No me irás de independiente? Así no hacemos nada. (Desde luego ese tipo nunca pensó hacer nada que no fuese por él mismo y su tribu; yo no era gallego ni tenía carné del PSOE, y el ministerio, por aquel entonces, estaba dotado de ambas características). Luego, desde ministerios y márgenes de cualquier signo político, (da igual derechas o izquierdas, arribas y abajos, castas y precariados, todas son distintas caras de la misma luna), nos preguntamos cómo es que los artistas tan “importantes” de este Estado Español tienen, salvo algunas espeluznantes o merecidas excepciones, tan escasa representación en los foros internacionales del arte. ¿Será porque aquí ni siquiera las metafóricas navajas tienen el tamaño adecuado? ¿No será que la fuerza se va por la boca y la pérdida de tiempo y energías en el cotilleo de antros autoproclamados excelentes y no se apuesta por la construcción de propuestas de un cierto nivel que consigan abrirse paso sin tener que esgrimir ningún arma blanca? ¿No son sospechosos el silencio y la boba connivencia de “prestigiosos” y caprichosos profesores, arbitrarios curadores e investigadores? ¿Existe alguna capacidad para construir y defender un discurso propio más allá de los papanatismos de siempre y las palmaditas de amiguetes en la espalda? Cuando todo el Estado, nacional, autonómico y local; cuando todo el espacio público (y gran parte del privado) es sospechoso de corrupción… ¿queda el campo del arte y sus agentes a salvo? Curioso.
El tiempo no pone nada en su sitio, así es que al menos confiemos en el azar, aunque este solo pueda consistir en la lotería de la que surja espontáneamente una generación de artistas e investigadores independientes y con capacidad verdaderamente crítica y medianamente ética para emanciparse y emanciparnos de tutelas moral e intelectualmente mediocres y política y económicamente interesadas. Resulta más que sospechoso que en un campo tan supuestamente emancipador como debería ser el del arte se produzcan tantos sometimientos y esclavitudes, muchos más que en muchísimos otros ámbitos sociales que dan ejemplo cotidianamente con sus denuncias de abusos y corrupciones. Si lo “alternativo” no se pertrecha más que de engañifas, ¿cómo se va a tener la fortaleza suficiente para denunciar y hacer frente a los corruptos mayores y universales que masacran por doquier a todo bicho viviente desde su neocapitalismo flexible y tecnocrático?
Con La cara oculta… se ha querido formalizar un pretendido rizoma/red paralela de espacios alternativos un tanto inconexos y florecidos en los 90s. Pero la verdad es que no era una red sino una multiplicidad de Aparatos de Captura que al sentirse fuera del Sistema y sin recibir atención ni apenas subvenciones hicieron frente a las capturas impropias y antidemocráticas del Aparato de Estado y sus secuaces financieros (una actitud de enfrentamiento bastante plausible). Pero no podemos obviar que fue una respuesta mediada en muchos casos por la sobreidentificación con el Sistema dominante (otro de esos eslóganes que aún se siguen utilizando para intentar justificar las contradicciones más palmarias). Es decir, más de lo mismo, pero en lugar de misiles balísticos, big datas y solucionismos tecnológicos, en algunos de estos espacios físicos o virtuales se enarbolaron navajitas plateadas como armas de desprecio en manos de reyezuelos de taifas o minifundios (cuchillos entre dientes o erguidos contra aquellos que no tenían suficiente poder como para ser considerados interlocutores válidos para que aquellos alcanzaran sus objetivos). Estos espacios, al menos algunos de ellos, cuesta señalar y además sería irresponsable e imprudente porque no tengo todos los datos, pretendían ser precoces hubs de alta densidad en las redes de comunicación intentando polarizar a través de sus cabezas visibles el “todo” del estado de cosas que se cobijaba en sus guaridas. Había que capturar espacio, subvenciones, visibilidad, tribunas mediáticas, etc., exactamente lo mismo pero con tácticas distintas a las que se planteaban estratégicamente algunos “institucionales” que por temporadas ocupaban los puestos de poder mediante tráficos de influencias y amiguismos varios. Y algunos de aquellos alternativos, muy pocos, lo han conseguido, miremos bienales y mercados (esos triunfitos bien reivindicados ahora por tirios y troyanos por su origen “marginal”). En el capítulo décimo de mi librito de reciente publicación en 2018 por la editorial Melusina titulado El rizoma y la esponja, escrito en 2014, (disculpad de nuevo la auto-cita), digo:
Después de encarnizadas batallas contra el Orden, el Aparato de Estado, el Sentido Común, el Imperium o la República, el Padre, el Capital, etc. la guerra ha vuelto a perderse. Pero ¿era realmente una guerra lo que necesitábamos?, o incluso ¿no habrá tomado forma superficial de guerra o guerrillas aquello que no ha sido nunca más que una boba adhesión subterránea de agentes que masiva e inconscientemente se han pasado al otro bando? De tanto estudiar al enemigo ¿no habremos adquirido inadvertidamente sus maneras, sus objetivos, sus targets? En lugar de conflicto bélico con víctimas mortales ¿una gigantesca maniobra de captación de felices prisioneros? ¿Un holocausto mental?
Todos los deseos, también los más infames, los más corruptos, se han hecho con las posibilidades que nos ha traído una nueva forma de producir. Ya todos tenemos, además de árboles plantados en nuestras cabezas, redes que sujetan nuestras posibilidades suspendidas en el hiperespacio. Probablemente porque a pesar de nuestras ancestrales sabidurías nunca hemos conseguido ir más allá de la fabricación de utensilios y provisiones que pueden caer en manos de todos los instintos, y ¡ay!, estos son tan difíciles de satisfacer, de calmar.
Lo siento, al final me quedó largo (más corto hubiese sido más injusto, más largo quizás ilegible). Con estas líneas me dejo parte de la paz reconquistada a buen resguardo durante años, e intento, ya lo hacía entonces, convocar otro tipo de instrumentos: Mecanismos más lentos y esponjosos, lejos de las capturas que suelen acompañar a estos histrionismos y maximalismos que continúan vigentes, tan afanosamente modernizadores como des-ilustrados, tan afectadamente belicosos como inocuos. Y por eso, desde luego y ya entonces, tratando de pensar más lejos del alcance de mi nariz, hice y dije lo que me pareció necesario, aunque no siempre con quien quise; lo hice como pude y donde tuve ocasión; y en estas maneras seguiré insistiendo hasta que la palme. En esto no consiste ser mejor, ni siquiera peor; es simplemente una manera de consistir/se sin tener que mirar con demasiada vergüenza alrededor. Lamento de veras si he podido herir a aquellos que han sentido nostalgia por “aquellos maravillosos años”, sinceramente no creo tener poder alguno para perpetrar semejante maldad. Podéis pasar de mí. Yo esos años ni los veo maravillosos ni tampoco absolutamente vergonzantes, pero, sin hacerme muchas ilusiones, propongo que situemos las cosas en su sitio para otorgarles legítimamente su valor estableciendo filtros, distinguiendo actitudes y aportaciones y soltando amarras de intereses inconfesables. Y ahora, finalizado el acto lunático de escribir y lanzar al aire este escrito, si ha de ser así que se silencie este texto en el ninguneo o que le caigan chuzos de punta, pero a buen seguro que, si le caen, estos serán como los de los péplum, tan de mentirijillas como las lancitas de las peliculitas de romanos o los discursitos grandilocuentes de los delirantes emperadores de letrinas a los que no pienso contestar, que quemen sus barrios pijos mientras tocan su lira y cantan sus patrañas si eso les mola. Así que me despido, ahora sí guardando silencio por otros pocos lustros al respecto de los temas aquí tratados, como el enésimo perro andaluz; recordad amigos y amigas que “señoritos” los hay también mesetarios y en otros territorios y márgenes –esta caracterización es, además de una genealogía, una actitud en un ambiente dado, genotipo + fenotipo-, y que no pertenezco a esas distinguidas clases, caspas o castas, que tan bien han sabido hacerse con el hueco mediático que tantísimo necesitan los verdaderos desesperados y marginados de la Tierra.
Patético dicho por ti.
Artistazo!
Joaquín Ivars, con estudios de medicina y filosofía, profesor de Bellas artes en Málaga, de donde es además vicedecano, dice no saber nada sobre el arte “alternativo” pese a llevar dos décadas largas en él, y espera que algún teórico especialista nos ilumine. Mientras tanto, con el sólo poder de su autoridad moral, descalifica una exposición sobre la que no voy a opinar y con la que, según se deduce por el enlace que adjunta, su mayor conflicto es que no se halla suficientemente representado. El señor Ivars dedica el 40% de un texto superfarragoso al autobombo y a alimentar su ego con una retórica terrible, pero su opinión se puede resumir en este tópico de cuñao: “Al final todos son iguales”, és decir, izquierdas y derechas, institucionales y alternativos, apocalípticos e integrados, tirios y troyanos. ¡Vaya novedad! Señor Ivars, ¿de verdad cree que las actitudes que comenta (el “alternativo ingenuo”) son una novedad en la historia del arte? Pero sobre todo, ¿cómo se atreve a exhibir “inocencia”? ¿No se da cuenta que entre las contradicciones de las que habla se halla usted mismo? ¿Y cómo se atreve a hace alarde de ignorancia? ¿Qué hace usted en una universidad pública? ¿Quién le metió ahí? Sí hay textos teóricos que explican eso que a usted le produce tanto sobresalto, es vergonzoso que no lo sepa. Cuando aparecen movimientos sociales o artísticos hay que estudiarlos, no por las actitudes individuales, sino por las razones de su creación, sus raíces, su capacidad para plantear antagonismo, para crear realidad, para ampliar el espacio de los posibles… Los movimientos artísticos sólo son marcos para la creación situada. Le sugiero simplemente un clásico de la sociología del arte: “Las reglas del arte”, de Pierre Bourdieu, donde queda muy claro que el tipo de actitudes y de conflictos que muestra son habituales en la historia del arte en los últimos 200 años. Las preguntas están en otro lugar. No me hubiera propuesto responderle si no fuera porque su sueldo lo pagamos entre todos, y su incapacidad manifiesta y confiesa nos ofende.
Señor Pepe García,
He buscado un poco su posible origen en internet relacionado con el arte y me salen cosas bastante chuscas, no sé si le pertenecen o si su nombre es un pseudónimo desde el que dispara basura escasamente documentada que resulta tan poco original como su escrito.
Aunque sus ¿argumentos? son ad hominem, tengo que responderle a otros y otras posibles lectores/as porque parece que usted ni lee ni entiende bien. Pero usándole como vía de transmisión le comento:
1. No soy historiador del arte sino profesor de bellas artes. ¿Conoce la diferencia? (Tengo 20 años de experiencia como profesor universitario y más de treinta como artista, pero jamás impartí clases de historia porque no es mi cualificación académica). Y aunque tenga formación y criterios para poder opinar y conozco, y así lo atestiguo, el arte alternativo del Madrid de los 90s, no pretendo ser juez y parte, por eso no hago un estudio académico historiográfico en ese sentido. Eso es lo que digo y no otra cosa, no sea tan “creativo” y no cuele entre mis argumentos aquello que no expreso. Solo estimo necesario y solicito que alguien “cualificado en historia del arte, documentos, archivos, etc.”, y lo más “neutral” posible, trabaje sobre estos hechos. Yo solo hablo, modestamente, de mi visión como artista desde “Una de las caras ocultas…” y no pretendo hacer de esa visión («Una») ningún tipo de doctrina sagrada.
2. El enlace del que habla lo diseñé así para ahorrarle al lector mi trayectoria (por eso está fuera del texto principal, no para exhibirla). Un enlace que solo sirve para demostrar que anduve por allí, está más que claro, y sobra lo del autobombo, etc. porque soy el primero en hacer autocrítica, no “exhibo inocencia” ni “ignorancia”, ¿logrará entenderlo algún día?
3. Explico claramente en el enlace, que, dadas las circunstancias, estar o no estar suficientemente representado en esa expo, que tan dudosa ha parecido a muchos aunque pocos se manifiesten en ese sentido, es algo que, por mi estado de salud en aquel momento y por mis sospechas respecto a los contenidos, no me interesaba demasiado.
4. Usted puede opinar cuanto quiera sobre mi texto (su forma, su estilo, su contenido), eso faltaría, pero considero totalmente prescindible que pretenda decirme de qué, cómo, cuándo o por qué debo o no hablar; mejor no califico ese tipo de actitudes, quedaría grueso. “Usted” (por seguir usando ese protocolo rancio que tanto parece gustarle) estima que mi texto es poco legible, pero luego se atreve a hacer hermenéutica del mismo, igual debe buscar un intérprete y luego juzgar. Yo escribo desde el punto de vista de un artista que vivió una parte importante de aquellos episodios, y no lo hago desde la visión de un historiador, algo en lo que usted parece insistir tozudamente.
5. Desconozco, porque usted lo oculta (como todo lo que a usted respecta), cuál es su cualificación profesional o académica o lo que sea, y no le concedo más importancia (cada uno/a en la vida hace lo que puede y/o quiere, etc.), pero hace acusaciones que revelan un gran desconocimiento de lo que es la universidad en estos momentos y de las brutales exigencias (diversidad y abundancia de méritos) a las que hay que responder para conseguir acreditarse como profesor titular. Pregunte por ahí en lugar de preguntarme cosas como ¿quién lo metió ahí?, cuestiones que solo muestran muy mala fe (igual usted sí entiende de “padrinos” y quiere extender eso a todo el mundo), e indican su absoluta ignorancia al respecto (si usted, o alguien con más cabeza que usted, supiera de mis dificultades u obstáculos en el mundo académico se quedaría pasmado y bastante callado, mudo). O igual se trata de que su escasa información apenas le llega por “espectaculares” casos de telediario que además usted, dadas sus grotescas competencias lectoras, lee superficialmente.
6. Agradezco su esfuerzo por ilustrarme sobre cuáles son las preguntas que debo hacerme pero le digo que ya me valgo yo solito o en compañía de quien considero estimable intelectualmente; la historia no es la única fuente de conocimiento y, de todos modos, sin ser especialista en la materia, algo sé, claro; y la sociología –por lo que dice de Bourdieu- también tiene sus limitaciones, y la he estudiado con bastante curiosidad y atención. Si venimos cometiendo como usted dice los mismos errores desde hace 200 años será porque hacemos algo mal ¿no le parece? Preguntarse otras cosas es magnífico, llevo toda la vida haciéndolo y recomendándolo, salvo en este momento puntual en el que estimé oportuna la ocasión para reconsiderarlo, y desde luego introduciendo en esta revisión cuestiones que a usted evidentemente se le escapan. La realidad la crean tanto los intereses de grupos sociales como los de individuos particulares.
7. No encuentro el movimiento artístico de los 90s en Madrid por ningún lado, no sé a qué se refiere, ni siquiera sus protagonistas defienden este concepto; de las que yo hablo, fueron actividades policéfalas y multiformes, y si acaso se estableció algo, meramente consistió en una lábil red de intereses (un pseudorizoma o un rizoma fake y no un verdadero rizoma en el sentido deleuziano del término que es como aquí se utiliza).
8. Los autores de la exposición en un artículo que por fin explica lo que adelantaba en mi texto de sus relaciones con Ayuntamiento y Reina Sofía y otros colectivos, dicen sin sonrojarse: “Desde la perspectiva actual podemos comprender —éste era otro objetivo de La Cara Oculta— que las diversas iniciativas que fueron apareciendo en Madrid a partir de 1990 condujeron a la formación de un tejido creativo sin precedentes, y con él a la detonación, literal, de un ejercicio de inteligencia colectiva que tiene pocos parangones en nuestra historia.” (Puede usted buscarlo en el blog que les corresponde y donde suelen manifestarse). Y luego hablan de rizoma y otras cosas… algo que visto ahora resulta… dejémoslo estar. En aquellos años éramos pocos los que estudiábamos y luego montábamos cursos y debates sobre rizomas, sistemas complejos, sistemas emergentes, inteligencias colectivas y sus influencias en el arte, etc. y no lo hacíamos para autoproclamar nuestras maravillas sino para intentar comprender fenómenos muy difíciles de desentrañar con lo que nos parecía un plausible instrumento conceptual. Hay pruebas de esto Sr. García, incluso puede atreverse a buscarlas. Pero lo que en este momento parece, y divierte, es que se exprese en el citado artículo con tanta soltura, descaro, que haya tan pocos ejemplos de “ejercicio de inteligencia colectiva que tiene pocos parangones en nuestra historia” como en este caso, y tal es la vehemencia de la afirmación que casi podemos llegar a pensar que ni siquiera cuando los nómadas comenzaron a plantearse sus asentamientos y proyectar sus vidas se acercaron, ni de lejos, a la inteligencia colectiva del ejercicio del arte en el Madrid de los 90s.
En fin… y por último…
9. Mi salario lo pagan los conciudadanos a cambio de mi trabajo (¿o lo hace usted por mí?), efectivamente (profesor de bellas artes, le recuerdo, no insista en la historiografía, no es el caso), y todos contribuimos a todo con nuestros impuestos y nuestras cargas fiscales de todo tipo, así que si quiere emplear esa petulante demagogia yo podría ir por el mismo camino necio y decirle que yo pago sus servicios de asistencia, financio su salud, el posible colegio de sus retoños, las pensiones de sus familiares, etc. ¡¡¡Menudas simplezas!!! Todo lo que usted escribe se descalifica cuando se observa claramente que lo único que ha pretendido es utilizar de excusa un texto para desacreditarme burdamente y, sin embargo, y casualmente, de la exposición de la que en el escrito se habla, “no va opinar”. Huele muy feo.
Salud, cuídese y déjeme en paz, amigo invisible, que el curso empieza ya y me debo a lo que es mi trabajo.
Tomás Ruíz, comisario de la muestra que aquí se debate e incansable adalid de todos los agentes culturales madrileños llamados Tomás Ruíz, nos cuenta cómo ha sido ninguneada su propuesta para la obtención de fondos públicos con los que mantener a Tomás Ruíz.
«Por un momento pareció que el impulso de La Cara Oculta nos serviría para iniciar un apasionante proceso de archivo colectivo. Que diez o doce de los proyectos que tuvieron lugar en los años noventa estaban interesados en compartir este viaje y que el Reina Sofía nos acompañaría a lo largo de todo el trayecto. Pero por desgracia las instituciones tenían otros planes. Voy a intentar explicarlo brevemente: se había solicitado un apoyo económico del Ayuntamiento, porque el inventariado de los acervos más grandes requiere la contratación de personal, o al menos una compensación por las horas de trabajo empleadas. (…) En principio hubo buena disposición, pero en la tercera o cuarta reunión apareció Azucena Klett, asesora del Área de Gobierno de Cultura del Ayuntamiento, y nos comunicó —porque no hubo lugar a debate, no nos preguntó nuestra opinión— que el Ayuntamiento había decidido que el presupuesto prometido para los inventarios se iba a dedicar a la investigación. Investigación cuya dirección asumiría el mismo Consistorio, desplazándonos a todos nosotros, y en el curso de la cual se incorporarían al archivo colectivo los acervos de “movimientos sociales”. No nos dijo cuáles, seguramente porque ella misma no lo sabía. ¿Patio Maravillas? ¿Asociaciones de vecinos? ¿La lucha antifranquista en los 70? ¿11M? ¿El archivo de Intermediae? Está claro que eso es algo que tampoco van a decidir los interesados, sino este Ayuntamiento tan abierto a la participación.»
Debido a problemas con el spam, se han borrado los dos primeros comentarios a este post. Los volvemos a publicar aquí juntos para preservar la discusión que se dió:
PEPE GARCÍA:
Joaquín Ivars, con estudios de medicina y filosofía, profesor de Bellas
artes en Málaga, de donde es además vicedecano, dice no saber nada sobre
el arte “alternativo” pese a llevar dos décadas largas en él, y espera
que algún teórico especialista nos ilumine. Mientras tanto, con el sólo
poder de su autoridad moral, descalifica una exposición sobre la que no
voy a opinar y con la que, según se deduce por el enlace que adjunta, su
mayor conflicto es que no se halla suficientemente representado. El
señor Ivars dedica el 40% de un texto superfarragoso al autobombo y a
alimentar su ego con una retórica terrible, pero su opinión se puede
resumir en este tópico de cuñao: “Al final todos son iguales”, és decir,
izquierdas y derechas, institucionales y alternativos, apocalípticos e
integrados, tirios y troyanos. ¡Vaya novedad! Señor Ivars, ¿de verdad
cree que las actitudes que comenta (el “alternativo ingenuo”) son una
novedad en la historia del arte? Pero sobre todo, ¿cómo se atreve a
exhibir “inocencia”? ¿No se da cuenta que entre las contradicciones de
las que habla se halla usted mismo? ¿Y cómo se atreve a hace alarde de
ignorancia? ¿Qué hace usted en una universidad pública? ¿Quién le metió
ahí? Sí hay textos teóricos que explican eso que a usted le produce
tanto sobresalto, es vergonzoso que no lo sepa. Cuando aparecen
movimientos sociales o artísticos hay que estudiarlos, no por las
actitudes individuales, sino por las razones de su creación, sus raíces,
su capacidad para plantear antagonismo, para crear realidad, para
ampliar el espacio de los posibles… Los movimientos artísticos sólo son
marcos para la creación situada. Le sugiero simplemente un clásico de la
sociología del arte: “Las reglas del arte”, de Pierre Bourdieu, donde
queda muy claro que el tipo de actitudes y de conflictos que muestra son
habituales en la historia del arte en los últimos 200 años. Las
preguntas están en otro lugar. No me hubiera propuesto responderle si no
fuera porque su sueldo lo pagamos entre todos, y su incapacidad
manifiesta y confiesa nos ofende.
JOAQUÍN IVARS:
Señor Pepe García,
He buscado un poco su posible origen en internet relacionado con el arte
y me salen cosas bastante chuscas, no sé si le pertenecen o si su nombre
es un pseudónimo desde el que dispara basura escasamente documentada que
resulta tan poco original como su escrito.
Aunque sus ¿argumentos? son ad hominem, tengo que responderle a otros y
otras posibles lectores/as porque parece que usted ni lee ni entiende
bien. Pero usándolo como vía de transmisión le comento:
1. No soy historiador del arte sino profesor de bellas artes. ¿Conoce la
diferencia? (Tengo 20 años de experiencia como profesor universitario y
más de treinta como artista, pero jamás impartí clases de historia
porque no es mi cualificación académica). Y aunque tenga formación y
criterios para poder opinar y conozco, y así lo atestiguo, el arte
alternativo del Madrid de los 90s, no pretendo ser juez y parte, por eso
no hago un estudio académico historiográfico en ese sentido. Eso es lo
que digo y no otra cosa, no sea tan “creativo” y no ponga en mi boca lo
que no digo. Solo estimo necesario y solicito que alguien “cualificado
en historia del arte, documentos, archivos, etc.”, y lo más “neutral”
posible, trabaje sobre estos hechos. Yo solo hablo, modestamente de mi
visión como artista desde “Una de las caras ocultas”.
2. El enlace del que habla lo diseñe así para ahorrarle al lector mi
trayectoria (por eso está fuera del texto principal, no para exhibirla).
Un enlace que solo sirve para demostrar que estuve allí, está más que
claro, y sobra lo del autobombo etc. porque soy el primero en hacer
autocrítica, no “exhibo inocencia” ni “ignorancia”, ¿logrará entenderlo
algún día?
3. Explico claramente en el enlace, que, dadas las circunstancias, estar
o no estar en esa expo, que tan dudosa ha parecido a muchos aunque pocos
se manifiesten en ese sentido, es algo que por mi grave estado de salud
y por mis sospechas no me interesaba demasiado.
4. Usted puede opinar cuanto quiera sobre mi texto (su forma, su estilo,
su contenido), eso faltaría, pero considero totalmente prescindible que
pretenda decirme de qué, cómo, cuándo o por qué debo o no hablar; mejor
no califico ese tipo de actitudes, quedaría grueso. “Usted” (por seguir
usando ese protocolo rancio que tanto parece gustarle) estima que mi
texto es poco legible, pero luego se atreve a hacer hermenéutica del
mismo, igual debe buscar un intérprete y luego juzgar. Yo escribo desde
el punto de vista de un artista que vivió una parte importante de
aquellos episodios, y no lo hago desde la visión de un historiador, algo
en lo que usted parece insistir tozudamente.
5. Desconozco, porque usted lo oculta (como todo lo que a usted
respecta), cuál es su cualificación profesional o académica o lo que sea
y no le concedo más importancia (cada uno/a en la vida hace lo que puede
y/o quiere, etc.), pero usted hace acusaciones que revelan un gran
desconocimiento de lo que es la universidad en estos momentos y de las
brutales exigencias para estar acreditado como profesor titular.
Pregunte por ahí en lugar de preguntarme cosas como ¿quién lo metió
ahí?, cuestiones que solo muestran muy mala fe (igual usted sí entiende
de “padrinos” y quiere extender eso a todo el mundo) e indican su
absoluta ignorancia al respecto (si usted o alguien con más cabeza que
usted supiera de mis vericuetos académicos se quedaría pasmado y
bastante callado, mudo). O igual se trata de que su escasa información
apenas le llega por “espectaculares” casos de telediario que además
usted, dadas sus grotescas competencias lectoras, lee superficialmente.
6. Agradezco su esfuerzo por ilustrarme sobre cuáles son las preguntas
que debo hacerme pero le digo que ya me valgo yo solito o en compañía de
quien considero estimable intelectualmente; la historia no es la única
fuente de conocimiento y, de todos modos, sin ser especialista en la
materia, algo sé, claro; y la sociología también tiene sus limitaciones,
y la he estudiado bastante. Si venimos cometiendo como usted dice los
mismos errores desde hace 200 años será porque hacemos algo raro ¿no?
Preguntarse otras cosas es magnífico, llevo toda la vida haciéndolo y
recomendándolo, salvo en este momento puntual en el que estimé oportuna
la ocasión para reconsiderarlo, y desde luego introduciendo cuestiones
que a usted evidentemente se le escapan. La realidad la crean tanto los
intereses de grupos sociales como los de individuos particulares (¿viene
usted al menos de Marte o de fuera de la galaxia?).
7. No encuentro el movimiento artístico de los 90s en Madrid por ningún
lado, no sé a qué se refiere, ni siquiera sus protagonistas defienden
este concepto, debe ser usted un marciano iluminado; de las que yo hablo
fueron actividades policéfalas y multiformes, y si acaso se estableció
algo eso meramente consistió en una lábil red de intereses (un
pseudorizoma o un rizoma fake; que venga el listo de turno a explicarme
lo que es un verdadero rizoma en el sentido deleuziano del término que
es como aquí se utiliza), así que no haga recomendaciones sin saber
siquiera en qué consiste un movimiento artístico.
8. Los autores de la exposición en un texto que por fin explica lo que
adelantaba en mi texto de sus relaciones con Ayuntamiento y Reina Sofía
y otros colectivos, dicen sin sonrojarse: “Desde la perspectiva actual
podemos comprender —éste era otro objetivo de La Cara Oculta— que las
diversas iniciativas que fueron apareciendo en Madrid a partir de 1990
condujeron a la formación de un tejido creativo sin precedentes, y con
él a la detonación, literal, de un ejercicio de inteligencia colectiva
que tiene pocos parangones en nuestra historia.” (Puede usted buscarlo
en el blog que les corresponde y donde suelen manifestarse). Y luego
hablan de rizoma y otras cosas… algo que visto ahora resulta… dejémoslo
estar. En aquellos años éramos pocos los que estudiábamos y luego
montábamos cursos y debates sobre rizomas, sistemas complejos, sistemas
emergentes, inteligencias colectivas y sus influencias en el arte, etc.
y no lo hacíamos para autoproclamar nuestras maravillas sino para
intentar comprender fenómenos muy difíciles de desentrañar con lo que
nos parecía un plausible armamento conceptual. Hay pruebas de esto Sr.
García, incluso puede atreverse a buscarlas. Pero lo que en este momento
parece, y divierte, es que se exprese con tanta soltura, descaro, que
hay pocos ejemplos de “ejercicio de inteligencia colectiva” en la
historia como en este caso, y tal es la vehemencia de la afirmación que
casi podemos llegar a pensar que ni siquiera cuando los nómadas
comenzaron a plantearse sus asentamientos y proyectar sus vidas se
acercaron, ni de lejos, a la inteligencia colectiva del ejercicio del
arte en el Madrid de los 90s.
En fin… y por último…
9. Mi salario lo pagan los conciudadanos a cambio de mi trabajo (¿o lo
hace usted por mí?), efectivamente (profesor de bellas artes, le
recuerdo, no insista en la historiografía, no es el caso), y todos
contribuimos a todo con nuestros impuestos y nuestras cargas fiscales de
todo tipo, así que si quiere emplear esa petulante demagogia yo podría
ir por el mismo estúpido camino y decirle que yo pago sus servicios de
asistencia, financio su salud, el posible colegio de sus retoños, las
pensiones de sus familiares, etc. ¡¡¡Menudas simplezas!!! Todo lo que
escribe se descalifica cuando se observa claramente que lo único que ha
pretendido es utilizar de escusa un texto para desacreditarme burdamente
y, sin embargo, y casualmente de la exposición de la que en el escrito
se habla “no va opinar”. Huele muy feo.
Salud, cuídese y déjeme en paz, amigo invisible, que el curso empieza ya
y me debo a lo que es mi trabajo y no a sus miserias y torpezas.