Arte, cultura e impostura (también en el museo)

PONENCIA DE JOAQUÍN IVARS EN EL MUSEO REINA SOFÍA PARA MESA REDONDA «ARTE, CULTURA E IMPOSTURA» PROPUESTA POR DOMINGO MESTRE el 25 de octubre de 2010.
Para contextualizar el siguiente texto, escrito para ser leído en público y por lo tanto con el estilo necesario para estas ocasiones, propongo una brevísima introducción: la invitación de Mestre suponía la presentación de la ponencia en una mesa redonda fabricada para la ocasión que habría de recibir varias ponencias, la mía y las de Leo Ramos, Carolina Golder y Liliana Beatriz Di Negro (artistas y «activistas» argentinos). Domingo Mestre, como organizador de la misma decidió no interferir en las ponencias y actuó sólo como moderador. El tema es el mismo que el del título de la mesa redonda. Después de la lectura de este texto, y ante mi propia sorpresa y la de algunos asistentes, prácticamente no hubo nadie que expresara desacuerdos o polemizara con mi texto, un texto, por cierto, de trazos gruesos dada la limitación de tiempo. Pablo España, uno de los presentes, me ha pedido que lo colgásemos en Contraindicaciones y que iniciemos algún debate que esperamos tenga cierto interés. Según me dicen, el vídeo de la mesa redonda está colgado en algún lugar de la web del museo.


TEXTO:
Buenas tardes. Sólo cabe, en 15 minutos proponer un cierto marco de lo que uno piensa, no de lo que uno opina, que no es lo mismo. Nos decía Deleuze que los artistas, sean estos lo que sean, convocan al caos para luchar contra la opinión. Pensar es producir y conectar, no comunicar, ni consensuar, ni criticar.
Para pensar la impostura debemos parecer sinceros, esa es la consigna. Así que empecemos por lo que muchos suelen usar de coda, de muletilla final con la que suelen justificar actitudes de muy diverso cuño. Empecemos por comer. Todos comemos, aunque es algo que aún también habría que definir, quizás alimentarse, quizás tener casa de varias plantas y coche, hacer viajes, quizás… bueno, parece que hay un gradiente. Y todos comemos en el campo del arte produciendo cosas, convocando opiniones, participando en eventos, intermediando, gestionando, comunicando, escribiendo artículos o libros, etc. Es decir, capitalizando lo simbólico más allá del capital simbólico y transformándolo, tarde o temprano, en capital crematístico. Bueno, quizás empezar por ahí sea sano. Todos comemos, todos tenemos necesidades y no debemos avergonzarnos de ello. Quizás la diferencia esté en cuánto necesitamos comer y hasta dónde queremos explotar nuestro capital simbólico y bajo qué condiciones mostramos o no esas necesidades. Como decía, es una cuestión de gradiente.
Comemos, sí, pero también podemos. Es decir, para comer, pero no sólo para comer, necesitamos un cierto poder. Un poder que adquirimos de diversas maneras como poder simbólico que también capitalizamos de diversas maneras sobre el no-poder de otros.
Es decir, comemos y podemos. Intentar disimular esto es, creo, una de las formas de la impostura. La impostura tiene muchas formas y quizás las más graves son aquellas que se disfrazan de un no comer y un no poder o que en todo caso los presentan como un mal necesario. Comer y poder están tan incrustados en nuestro código genético que difícilmente podemos soslayarlos. Otra cosa es cómo los manejemos, a qué fenotipo demos lugar desde el genotipo que nos ha tocado en suerte. Y, en definitiva es casi todo, insisto, una cuestión de gradiente. Una palabra que, como veis, me gusta usar.
Comemos y podemos. Y ¿qué más? pues, por ejemplo, miramos, escuchamos e interpretamos. Percibimos el mundo, las cosas que nos rodean, gracias a unos órganos sensoriales o a los artefactos técnicos que usamos, y con estos y aquellos y los sistemas simbólicos de que disponemos interpretamos; pero también percibimos a la luz de nuestras tradiciones interpretativas. El huevo y la gallina. Decía George Perec en su libro Un hombre que duerme que, a menudo, cuanto más percibimos, o por esto mismo, menos capaces somos de interpretar, perdemos capacidades interpretativas. Es bastante probable… El caso es que esas percepción e interpretación que han venido acumulándose a través de los siglos se han convertido en algo que de manera genérica llamamos cultura humana, una de las muchas formas de habitar el mundo y que incluso ahora distinguimos de una cierta cultura animal, por ejemplo. El hombre es un animal que se predice, a diferencia de los otros, nos dice Sloterdijk. Y la cultura humana, este proceso de sedimentaciones simbólicas tiene su tempo, ha tenido su ritmo, en ciertos aspectos «natural» y en otros «forzado» en diversas direcciones por los propios seres humanos. Y entre algunas de las cosas, de esas sedimentaciones simbólicas, que han llegado a nuestros días se encuentra el arte, eso que llamamos arte. Un arte que ha pasado por muy diversas etapas y diversos modos de interpretación en función de las capacidades perceptivas que hemos venido desarrollando y que hemos venido situando a su vez en diferentes marcos hermenéuticos según su ubicación geográfica y temporal.
Bien, el arte también tiene su tempo. Alguien decía (seguramente Ortega y Gasset), que el arte puede ser muy rápido a condición de que sea muy lento. No sé si es cierto, pero creo que el arte, al menos hasta hace poco, como la ciencia o la filosofía, tenía su propio tempo, también a menudo forzado por los seres humanos. Y ese tempo no suele coincidir con el tempo de la ciudadanía, son cosas distintas.
Entre las manifestaciones de lo artístico, en algunos lugares y durante un tiempo que llega a nuestros días, existieron inquietudes humanistas; el humanismo, por cierto, como una de esas sedimentaciones de la cultura de las que hablaba antes. Entre esas inquietudes humanistas estaban aquéllas respecto a cuáles son las condiciones de vida de los seres humanos sobre la tierra. Y entre esas inquietudes, algunas se desarrollaron en el plano trascendente, apelando a un más allá de cualquier tipo y otras fueron aproximándose a lo inmanente, es decir a responsabilizarse aquí y ahora sobre lo que nos ocurre o nos ocurrirá. Y entre los «inmanentistas», diríamos, se producen interpretaciones diversas. Una interpretación es la de aquellos que postulan sobre qué debemos sacrificar hoy para que el mañana sea redentor, una teleología teñida de un cierto trascendentalismo y otra interpretación es la de aquellos que sugieren que el hoy, el hic et nunc, es el camino adecuado.
En este recorrido, desde aquello que percibimos hasta qué hacemos para dotar de sentido a nuestras vidas y cómo hacemos para mejorarlas, el ancho del camino a lo largo de los siglos ha ido angostándose. En un sentido o en otros. Es decir, hemos ido afinando el camino. Y como en una carrera urgente y en aceleración continua por desbrozar de obstáculos nuestro trayecto hemos ido soltando lastre por todos lados. El imprescindible progreso material, y un cierto utilitarismo de lo urgente, ha aligerado nuestros pies. Como el antiguo Hermes, nos hemos convertido en mensajeros ultrarrápidos de cosas y saberes de los que quizás ya hemos perdido la memoria. La especialización en la carrera ha caído más del lado de la carrera de velocidad que de la de fondo. En esas estamos. Y hemos ganado multitud de cosas, o eso parece. Pero también hemos perdido otras. Es lo que tiene angostar el camino, estrecharlo. Es lo que tienen la especialización y el progreso lineal aunque esté disfrazado de múltiples variaciones. La urgencia ha ganado finalmente la batalla a la importancia. Es una opción.
La cultura occidental de la que en líneas generales tan orgullosos nos sentimos ha consistido en una aceleración progresiva y en una pérdida constante en una retroalimentación mutua de ambos aspectos. De nuevo el huevo y la gallina. Más rápidos porque cargamos con menos, cargamos con menos porque tenemos que ir más rápido. Quizás alcancemos la velocidad de la luz cuando nuestra carga, nuestra memoria y nuestro futuro, constituyan un cero absoluto.
Hablando de impostura… Hablando de ese gradiente perverso o de esa alianza innombrable entre la ingenuidad y el cinismo de la peor clase… Ocuparnos del presente, de la actualidad, del quehacer cotidiano es imprescindible y más que razonable; ocuparnos sólo de eso es bastante suicida y un poco aburrido. Atender al tiempo de lo perentorio e insoslayable es necesario; ocuparnos sólo de eso es, como dice uno de esos refranes siempre vigentes, «pan para hoy y hambre para mañana». Especializarnos para dominar una parcela de saber o de quehacer es razonable; ocuparnos sólo de nuestra parcela es someternos a aquello que, de un modo u otro, domina el conjunto. Modos de dominar el conjunto son, por ejemplo, la política, la economía, las ideologías y creencias, la violencia física o simbólica y la comunicación. Y no digamos cuando se alían unas con otras.
Y en esas maneras que tenemos de contarnos las cosas que nos pasan, hemos dejado muchos cadáveres y nos hemos enredado en muchos falsos problemas; las prisas tienen estas cosas. Lo que damos en llamar Arte Contemporáneo, está enredado en falsos problemas y cargado de falacias y opiniones establecidas sólo por el hecho de que bastante pasivamente las recibimos y las practicamos. Y esta dedicación a determinados problemas quizás no nos deja tiempo ni aire para dedicarnos a otras cosas más sustanciosas que necesitamos aunque sólo sea para abrir un poco de espacio a nuestro alrededor y evitar la asfixia. Nos hemos especializado en nuestros problemas y acaso no seamos capaces de ver otros. Uno o una enciende una cerilla y todos vamos detrás de su exigua luz como zombis, uno o una ve al rey desnudo y todos nos ponemos las gafas obsesivas de ver reyes desnudos en cada recodo del camino.
No hace tanto tiempo abundaban los debates encendidos entre la abstracción y la figuración, un debate que ahora se nos antoja hasta pueril. ¿Y sobre la desmaterialización del arte? ¿Nos acordamos aún? Si hoy día vendemos el aire de nuestras acciones y el documento de nuestras cagadas ¿Qué queda de aquel debate? Y del apropiacionismo que iba a redimirnos de la capitalización de los originales y de la autoría ¿qué queda? ¿Qué queda de la hasta hace muy poco consigna del artista como etnógrafo?
Y, ahora, ¿en qué consisten nuestros debates actuales o de los restos de debates interpuestos hace tiempo? Pongo a continuación algunos ejemplos de debates o de afirmaciones asumidas con naturalidad pero quizás poco sustantivas o no suficientemente conectadas. En todo caso son especies de campos semánticos en los que invertimos no pocas energías:
lo metafísico/lo físico/ la producción de lo inmanente/el acontecimiento/la obsolescencia/la permanencia, etc.
lo participativo/ lo colaborativo/ lo relacional/lo representativo/las poéticas de la individualidad, etc.
autor/productor/no autor/genio/héroe/autoría múltiple, etc.
institución/ no institución/lo alternativo/lo marginal/sistema/antisistema/desde dentro/ desde fuera, etc.
producción/postproducción/no producción/metaarte/artesanía, etc.
lo biopolítico/lo político/lo metapolítico/el compromiso/ las micropolíticas/activismo, etc.
lo local/lo global/la identidad/lo popular/ la cultura de masas/el norte/el sur/el este/el oeste, etc.
el silencio/la comunicación/el espectáculo/la emboscada/ el camuflaje, etc.
lo arbóreo/lo rizomático/lo vertical/lo horizontal/las jerarquías/las redes, etc.
lo determinado/lo indeterminado/la verdad/las versiones/la ironía/la ficción, etc.
lo canónico/lo anómico/lo expandido/lo restringido/las tácticas/las estrategias, etc.
el proyecto/el proceso/la metodología/el programa/el espontaneísmo, etc.
lo tecnológico/lo virtual/lo real/lo biotécnico/lo científico/lo artificial, etc.
la ideología/la antideología/el pragmatismo/el utilitarismo/la responsabilidad/la irresponsabilidad, etc.
lo auténtico/lo inauténtico/la copia/el original/lo único/lo múltiple/el simulacro/lo reproductible, etc.
lo sedentario/lo nomádico/el viaje/la contemplación/las fronteras/las fugas/lo histórico/lo geográfico, etc.
Y… aún: el contenido/la forma/el concepto/el percepto/el significante/el código/ lo narrativo/el discurso/la obra, etc.
y etc., etc., etc.
Y… bromeando un poco : la mesa redonda/ la mesa cuadrada/el paseo/el auditorio/el circo/la pista/el sótano/el ático/la tabla redonda/el círculo hermético/la santa cena….
Y dentro de cada uno de esta especie de campos semánticos que a menudo terminan en campos de concentración sintácticos cabe la misma atomización o pulverización en pequeñas parcelas de oposición de unos contra otros encastillados en posiciones definidas aún meramente cartesianas. Sin embargo, en muchos casos, de manera a veces interesadamente desapercibida, esta aparente atomización que muestra ante los micrófonos toma de posiciones radicales, hace que se comuniquen bajo la mesa posiciones, en principio irreconciliables, sustentando una impostura que se las da de bien intencionada y que finalmente tiene que ver con un comer que es un poder y viceversa.
Es una hermandad de los que comen y pueden. De los que comemos y podemos.
El arte, y acaso la cultura también, en ocasiones es disruptivo y en ocasiones acumulativo: Mozart y Bach y miles de ejemplos más. Pero nos hemos acostumbrado demasiado a nuestros últimos tiempos, y entonces el arte, y acaso la cultura también, es disruptivo, sucesivamente disruptivo, o no lo es, incluso cuando incorpora cierta complejidad también progresiva de modos y técnicas, de interpretaciones y casuísticas.
Pero acaso quepa la posibilidad de que aquellas cuestiones que, simplificando un poco, son ocupaciones casi obsesivas de muchos de nuestros contemporáneos, puedan significar cuando son interconectadas modos de hacer amplios que sean usados ampliamente y correspondientemente según las necesidades del caso. La humanidad es una gran productora de herramientas que a menudo nos empeñamos en que más allá de su posibilidades reales de meras herramientas sean ellas las que dotan de sentido nuestras vidas. ¿Herramientas que dotan de sentido nuestras vidas? Realmente no. Nuestra vida no tiene sentido, y acaso esas herramientas sirvan, como los útiles y materias primas y elaboradas de un cocinero para producir una gran variedad de platos y sabores que le dejan a él y a sus comensales momentáneamente satisfechos y con la esperanza de ampliar sus posibilidades. No necesitamos una revolución sino, como nos dice Edgar Morin, una metamorfosis. Sin engañarse y sin engañar a nadie.
Muchas gracias
Nota (sin referir en la ponencia pero que, ahora, me parece que viene al caso): Recientemente he leído en algún sitio la presentación de un artista como «nanoartista».

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