Destruir a Rato

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Noaz. Todos sois el enemigo
Comentario a «Los tres grados de Rodrigo Rato» en donde se sostiene la necesidad del castigo con dolor pero sin daño, no destructivo y que aplica esta doctrina al señor Rato esperando que actúen la presión social y el sentido de culpa y le rediman de sus actos, cual Rodion Raskolnikov, transformándole en un hombre nuevo y activo en la producción de bienestar colectivo. Una vez castigado y restituido en su cargo él mismo debería cambiar su conducta antisocial por otra social. El texto enfrenta la cuestión de cómo se debería entender el castigo desde el ámbito del 15-M. Es un intento de construir una moral a la medida del 15-M y, en cierto modo, encaja a la perfección con su espíritu. Veamos por qué.


El símil entre el sistema nervioso y las relaciones sociales –aplicar la distinción entre dolor y daño a las relaciones sociales– no es posible, por lo menos en la forma que lo expresa su autor. El dolor como advertencia a un posible daño, pero sin daño alguno, es perfectamente conocido en el ámbito de la biología. Esta separación se hace evidente con el fenómeno del sabor picante, cuyo mecanismo consiste en la activación de los procesos nociceptores en ausencia de daño real para los tejidos–nocicepción es el proceso neuronal mediante el que se codifican y procesan los estímulos potencialmente dañinos para los tejidos–En otras palabras, el picante es dolor sin daño. El hecho de que nos guste el picante habla de la cercanía entre dolor y placer que, en este caso, coinciden literalmente.
Aquí surgen dos preguntas. ¿Podemos castigar a Rato por su conducta antisocial sin producir daño? y ¿es esa acepción de castigo adecuada al movimiento 15-M?
Pensar que existe una separación entre percepción del daño y el propio daño, tal como ocurre en la biología humana, es un error. Para eliminar la conducta antisocial del señor Rato no sólo es necesario infligir daño, sino infligir un daño destructor. Destructor de un sistema de ideas que, en última instancia, es el causante de su conducta antisocial. La ideología de la derecha, tal como se aprecia en los escritos de juventud del señor Rajoy se fundamenta en una creencia: hay personas mejores que otras y, por tanto, merecen unas condiciones de existencia mejores. Naturalmente, la clase dominante es mejor y merece mejor trato. De hecho, ha llegado a ser dominante porque se compone de mejores personas. Según esta lógica, la pérdida de derechos, el desmantelamiento de los servicios sociales y los desahucios de Rato serían una consecuencia merecida para un sector social mediocre, vago y sin iniciativa. Un modelo de pensamiento muy conveniente si uno forma parte de la élite dominante porque autoriza moralmente el fomento de la desigualdad.
Castigar a Rato y transformarlo en un benefactor del interés general significa destruir el sistema de ideas con el que se justifica, lo que implica destruirle a él, puesto que Rato y su sistema de ideas son la misma cosa. Su construcción como sujeto se produce desde sus ideas, su cosmovisión, y es esa forma particular de subjetivación la que le transforma en una herramienta efectiva para la perpetuación del sistema. Por esta razón, la propuesta de redención por la que Rato pondría sus conocimientos al servicio de la sociedad es también errónea. Los conocimientos de rato sirven para fomentar la desigualdad, perpetuar el poder, subyugar al que menos tiene, integrarse en los mecanismos de mando y enriquecerse. Si a Rato le extirpamos su sistema de ideas y reemplazamos sus objetivos por otros de corte social, sus conocimientos serán completamente inútiles porque son herramientas construidas con fines antisociales. Rato es, por tanto, algo que hay que destruir. O, para expresarlo de otra manera, la reeducación que se recomienda como forma de castigo no dañina desde la entrevista a Juan Gutiérrez es una acción destructiva. ¿Alguien piensa que Rato no va a resistir para preservar su identidad?
La alternativa de infligir un dolor sin daño al señor Rato –según la concepción de Gutiérrez, infligir un castigo que le mantendría en el poder– supondría un intento para aprovechar sus recursos, sus conocimientos, para el interés general pero sus conocimientos sólo pueden ser aprovechados para el interés particular. Si queremos expresar una analogía entre política y biología más valdría considerar a Rato como un tumor que hay que extirpar. Desde ese punto de vista no se le puede castigar sin destruirle. No existe la posibilidad de infligir un dolor sin daño.
Tratar de reeducar a Rato y devolverle el poder, siguiendo el símil biológico del daño y el dolor, sería tanto como darle una guindilla picante que despertara una sensación agradable.
El espíritu buenrrollista del 15-M, cuyo afán por desterrar cualquier forma de violencia, incluso estableciendo para ello sus propios dispositivos de coerción, encaja a la perfección con esta moralidad engañosa que niega a su manera también la violencia inherente al cambio político y social –y a la diversidad misma– escondiéndola tras el velo de la reeducación, la presión social o la humillación pública. No, señor Gutiérrez, extirpar a Rato implica infligir un daño irreversible, a él y a sus ideas. El eufemismo buenrrollista nos conduce al escenario que tanto conviene al poder: hagamos una revolución que no implique amenaza alguna para el estado de las cosas y castiguemos a los culpables con una guindilla y unas cañas de aperitivo.
Más allá, Gutiérrez se pregunta qué acepción de castigo es la adecuada para el 15-M. El mero planteamiento en estos términos encierra una violencia significativa, lo que parece ir en contra de su aversión a la violencia. Señor Gutiérrez, ningún castigo es bueno. No queremos castigar a Rato por sus desahucios, simplemente queremos detener los desahucios. Para ello es necesario destruir a Rato, pero esta, a diferencia de su idea del castigo, es una forma de violencia legítima.
Sería bueno recordar que la violencia ejercida por la sociedad civil contra el sistema de desahucios está siendo la única herramienta efectiva para mitigar, aunque sea mínimamente, sus efectos.

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