El artista ante el dolor de los demás

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Noche y Niebla (Francia, 1955) de Alain Resnais
Nos envía el colectivo Daños Colaterales el siguiente texto:
«La libertad es desordenada.
La gente es libre de cometer errores,
de cometer crímenes y de hacer cosas malas.
No se podía saber qué iba a pasar.
»
Donald Rumsfeld. 18 de Mayo de 2003.
SEULE UNE HISTOIRE
Representación; Del lat. representatïo, ōnis. 4. Figura, imagen o idea que substituye a la realidad.
Representante; p.a. 2.com. Persona que representa a un ausente, cuerpo o comunidad.
Lo democrático habla por nosotros queramos o no, nuestras imágenes, nuestros líderes también lo hacen estemos o no de acuerdo. En septiembre de 2001 Jacques Derrida recibió el premio Theodor Adorno, en su discurso aparece esta idea de manera clara: » mi incondicional compasión, dirigida a las víctimas del 11 de Septiembre, no me impide decir en voz alta: en relación a este crimen, no creo que nadie este libre de culpa» . Y no lo estamos, porque permitimos que nos represente una democracia que excluye a medio planeta en beneficio propio. Dejamos que se construyan guerras contra el terror y nos mostramos crédulos, practicamos la fe en la imagen y la comunicación y nos vemos incapaces de responder.
La representación de los conflictos bélicos es una asignatura pendiente en el arte actual, nuestra es la responsabilidad de hacer frente a las imágenes mediáticas de la guerra y sólo desde el arte se da el espacio autónomo de visibilidad necesaria para reescribir, describir y representar los excesos de lo democrático.


El espectador occidental, por su parte esta dispuesto a ver, a consumir el acontecimiento, pero el monopolio de la imagen bélica pertenece hasta el momento a los media. La guerra genera beneficios, por un lado como espectáculo lúdico y por otro a través de intereses que se nos ocultan. Los mass media muestran al otro y su guerra únicamente en superficie mientras que el arte ha demostrado poder ir más allá.
Slavoj Žižek plantea la distinción entre tres categorías de violencia. La violencia subjetiva es aquella que obtiene mayor visibilidad en los medios, dada su capacidad para señalar al sujeto otro, aquel que no se atiene al dogma democrático. La violencia simbólica (contenida en el lenguaje y sus formas) y la violencia sistémica (fruto del funcionamiento económico y político), alcanzan siempre menor visibilidad a pesar de ser las causas primeras de la violencia subjetiva.
Esta coartada de lo democrático, que a través de la violencia subjetiva distrae la atención de otras formas de violencia, construye el posicionamiento victimista del propio estado.
Una paradoja que deja al descubierto la perversión de un credo que genera otros, bajo explicaciones esencialistas, culturales o religiosas, pero nunca políticas o económicas. Por otra parte cabría preguntarse si esta dicotomía entre el sistema y el otro se da realmente, fuera de la representación mediática, si ese otro es verdaderamente tan fundamentalista, si posee legitima convicción o si efectivamente está fuera del sistema. Esta lógica perversa que se esconde bajo la teoría de un choque de civilizaciones consigue obsesionar a la opinión pública con lo árabe y lo musulmán.
Un señuelo simplista que oculta, por ejemplo, la historia de un territorio, Palestina, que tras el Mandato Británico (1917 a 1948) se divide para forjar el estado de Israel, bajo resolución de la ONU. Es así como comienzan las hostilidades y las sucesivas guerras árabe-israelíes, la Franja de Gaza pasa a ser primero propiedad de Egipto y luego es invadida por Israel que habrá de retirarse tras los acuerdos de Oslo (1994) y ceder el territorio a la Autoridad Nacional Palestina. Sin embargo Israel continua realizando incursiones militares en Gaza lo que provoca innumerables conflictos armados, hasta que tiene lugar el Plan de desconexión (2005). Con él Israel ejerce un control sobre las fronteras, el espacio aéreo y marítimo, el registro civil, el suministro de energía y la construcción de infraestructuras. Con la llegada al poder, en 2006, del Movimiento de Resistencia Islámica (HAMAS), Estados Unidos, La Unión Europea, Rusia y la ONU congelan las ayudas a Gaza, entendiendo que HAMAS es una organización terrorista. En este momento Israel decide bloquear la Franja, y en 2007 tras el definitivo triunfo de HAMAS sobre Al Fatah, declara a Gaza territorio hostil. Desde entonces hasta ahora las cosas han cambiado más bien poco, los brotes de violencia continúan entre ambas partes y occidente mientras mira hacia otro lado.
Desde los media, la imagen de Israel se nos presenta como excesos puntuales, imágenes efímeras de los errores de un país democrático, mientras que los otros, los ciudadanos de Gaza son musulmanes fanáticos, imágenes sólidamente construidas y estigmatizadas de forma permanente.
Esto es así, debido a que lo democrático posee la hegemonía del sufrimiento. Si seguimos con atención los informativos podemos descubrir incluso la escala de valor de las víctimas; la situación de la mujer musulmana, los familiares de una víctima de atentado terrorista, la muerte de un niño en Gaza, o más la de un niño en Israel, o mucho más la de un niño en EEUU, acaparan los titulares de prensa y televisión, mientras que las catástrofes humanitarias del Congo o Darfur apenas aparecen.
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La tarea del arte es por tanto o dar la réplica a estas imágenes o visibilizar su ausencia. El arte ha de ser la imagen que se obstina en aparecer en un intento desesperado por tocar lo real. La producción de esas imágenes pese a todo , imágenes arrebatas al infierno de la barbarie democrática, – valga de ejemplo la famosa retransmisión de la muerte de Mohamed Al-Durra , o las imágenes de niños tirando piedras a los tanques Merkava Israelíes – cortocircuita el discurso oficial y despierta, al menos durante un segundo, la conciencia del espectador. Dejando al margen que toda imagen es una construcción y sin entrar a valorar el nivel de autenticidad de esta secuencia, la escena del niño Al-Durra plantea algo singular. Mientras padre e hijo tratan de protegerse de los disparos, supuestamente del ejército israelí, podemos ver en el cuarto frame, como el padre dirige su mirada hacia la cámara, -nosotros- con un gesto de autentica desesperación. Esta imagen nos remite a dos míticas escenas de dos maestros del cine, por un lado recuerda a Alex, el protagonista de La naranja mecánica (Reino Unido, 1971) de Stanley Kubrick, por otro recuerda al personaje de Funny Games (Austria, 1997), film de Michael Haneke. No es casualidad que ambas cintas estén dedicadas a analizar el fenómeno de la violencia, el sentido de mirar a cámara no es otro que el hacer cómplice al espectador de esta violencia y tratar de hacer visible que, de la violencia él es también responsable. Así el padre del niño Al-Durra parece estar preguntándonos, como hace el protagonista de Funny Games, ¿Queréis que sigamos?
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El sistema respalda a los media en la producción de imágenes, fundamentales, abundantes, efímeras, espectaculares, construidas, cargadas de discurso oficial, porque sabe que es ahí donde se produce la verdad que recibe el espectador. El arte tiene la capacidad de destruir esa imagen espectáculo y desvelar el discurso fabricado que se esconde en ella, puede reflexionar y analizar el fenómeno violento para llegar más allá de la superficie y puede generar otras verdades que cuestionen la verdad única de los media.
Žižek plantea la necesidad de obviar el status de victima para poder analizar la cuestión en profundidad, esto se debe a la incapacidad de reflexionar ante la empatía que nos genera la víctima del acto violento, que llega incluso a autocensurarnos y a hacernos creer en su relato, que siempre adolece una incoherencia factual . Por otra parte la victima generalmente quiere convertirse en verdugo, lo cual descarta sus planteamientos como algo objetivo. Otra idea de la que debemos huir es la estética de la urgencia, la necesidad de una respuesta inminente nos impide analizar el acontecimiento con rigor. Por último no debemos confundir la comunicación con la información, la comunicación participa del programa ideológico y suele plantear una simplificación excesiva de los hechos, cuando no la dicotomía o directamente la invisibilización por exceso de exposición.
Otro de los peligros que entraña el análisis del conflicto bélico es la actitud políticamente correcta, esta impide el análisis de cualquier violencia que no sea subjetiva y por tanto hace de parapeto a la coartada de lo democrático. Esta coartada de lo democrático consiste en una supuesta objetividad absoluta. Gracias a ella el sistema se declara totalmente inocente y rechaza toda responsabilidad, alegando la falta de planeamiento y ejecución de la violencia. No en vano el capitalismo como cimiento de lo democrático, no posee un manifiesto. Este sistema dónde nadie es responsable es analizado en El jefe de todo esto (Dinamarca, 2006), de Lars Von Trier.
La soberanía absoluta de la democracia, transfigura la representación de lo democrático en dogma de fe incuestionable. La coartada del sistema consiste en reafirmarse como una pospolítica, es decir, un sistema que deja atrás la ideología en favor de la biopolítica o lo que es lo mismo, la administración de la vida de los individuos que componen el cuerpo social.
Dentro de este marco, las esferas que constituyen nuestro modo de vida han perdido su componente ideológico y se han normalizado. Todo parece neutro, natural, de sentido común o irremediable. La ideología sólo se percibe, por tanto, en aquello que resulta ajeno al sistema, Lo otro. Esta normalización y aceptación popular, supone el reconocimiento de lo democrático como la ideología en su grado más puro. Como la religión absoluta. Esta religión lava su imagen a través de la caridad y la ayuda humanitaria, evitando así su complicidad y corresponsabilidad en esta situación. Lo más cínico de todo este asunto, sale a la luz cuando actúan frente a la violencia de esos países, a la par que generan la estructura que le da cobijo.
Frente a esto el arte no ha de ser un panfleto sino una herramienta que implique al cuerpo social en el análisis de la representación, que dote de herramientas y enseñe a leer las imágenes.
Mientras no plantamos cara, la pospolítica actual aborda el terreno de lo estético. Como señala Gómez de Liaño , el discurso político se dirige a dos niveles, por un lado a la razón, a través de los argumentos, los datos etc. Por otro a la emoción, los sentimientos, la empatía etc. Si afinamos aún más nos encontramos con la dicotomía Eros y Tánatos, es decir el discurso del placer y el discurso del miedo. Esta irrupción de lo político en la estética no es nueva pero si peligrosa, no hemos de olvidar famosos nombres a caballo entre artistas y políticos como Napoleón, Hitler o Mussolini.
Sin entrar en demagogias baratas, lo que si es cierto es que existe un culto a la imagen para ocultar la perversión de lo democrático. A saber, el tirano que alcanza un status de poder necesita del miedo al otro terrorista para mantener ese status. Y a la inversa, el terrorista necesita el miedo para alcanzar un status de poder, convertirse en un tirano y mantener ese status.
Si antes señalamos el carácter estético de lo político, no podemos obviar ahora el carácter estético del terrorismo. ¿O no existe cierta relación con el mínimal o el romanticismo alemán en la elección de esos lugares inhóspitos?
Exista esta relación o no, lo que si esta claro, es que el terrorismo necesita a los medios como herramienta para darse visibilidad, y a la inversa, los medios necesitan el terrorismo como herramienta para ganar audiencia. En esta guerra de imágenes e intereses el arte debe ocupar su lugar y reflexionar sobre la imagen, que es y ha sido siempre su especialidad.
MANIPULACIÓN O INEPTITUD EN LOS MEDIOS DE COMUNICACIÓN.
La imagen del terrorismo que hasta ahora habían difundido los medios de masas, ha tenido en los atentados del 11 de Septiembre su punto de inflexión. Tras las imágenes emitidas en directo, el terror ya no se encarna en esos lugares o conocidos efectos que conformaban su escenario (su huella). Ahora lo real acontece en todas las televisiones del mundo, generando un cambio de paradigma que ha convertido el 11- S en el icono contemporáneo del terror. El victimismo se ha generalizado, pues se nos ha hecho conscientes del peligro de la constante amenaza.
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Este continuo estado de alarma viene determinado por la experiencia del terrorismo en directo. Hemos dejado atrás aquellas imágenes que se nos presentaban como algo ajeno e intangible, el sufrimiento del otro lejano. Ahora nos hacen participes y sentimos una empatía poco tranquilizadora frente a esta nueva manera de mostrar el terror. Si por tanto, ya todos somos las victimas, ese estado de alerta nos otorga la suficiente entidad moral como para apoyar a nuestros gobiernos que originan guerras de tipo preventivo. Sin embargo, ese estado de excepción, puesto que el alarmismo es una consecuencia directa del victimismo, es la excusa perfecta que mantienen nuestras democracias para transformar la excepción en el estado normal del sistema. Es decir, atentados como los ocurridos en Nueva York, Washington, Londres o Madrid, se han convertido en la coartada perfecta de los gobiernos para cometer abusos contra los derechos de estado como los de Abu Ghraib, Guantánamo, Irak, Gaza o Afganistán, siempre parapetados tras el nombre de la paz y la libertad.
El uso de la imagen por parte de ambos bandos, genera una suerte de guerra en la iconosfera. Mientras el arte parece solo tener respuesta en la celebración del memorial de las victimas, el sistema utiliza las biopolíticas para conseguir el control mediante el miedo infundado. Este uso del miedo tiene una doble motivación, por una parte se trata de movilizar al cuerpo social, y por otra convertir al ciudadano en victima que es perseguida incluso por su propia fe en el sistema. Esta situación se produce a través de la ilusión del Otro, una personificación de aquello que amenaza lo democrático, y cuya construcción viene determinada por los mass media.
La estrategia del sistema para conseguir la inmunidad, consiste por tanto en el consumo de sus propias críticas. Los levantamientos a partir de este momento carecen de un programa estructurado, y la única elección que se presenta posible es la reacción. El acto ciego y desesperado, una explosión de violencia sin sentido alguno. No hay vía de escape posible, sin la aceptación incondicional del sistema, la única alternativa es la violencia autodestructiva del sujeto, quien se sabe perdedor radical y no tiene reparo en arrastrar hacia su aniquilación todo aquello que se le cruce en el camino. La célebre frase pronunciada por Chomsky «Sois libres de hacer lo que queráis siempre y cuando eso sea lo que queramos que hagáis», ejemplifica esta situación. Los gobiernos democráticos han restringido el uso del término enemigo político, pues en un corto espacio de tiempo han construido el concepto de terrorista . El enemigo político ya no puede acceder al terreno de lo político, pues la democracia que se ha consolidado como gobierno absoluto a través de su rol de victima, elimina a todo aquello que considera una amenaza. Esta amenaza que se personifica en el terrorista, tiene unas características inconfundibles que los medios de comunicación divulgan.
La conspiración a favor del sistema para elevar el terror a la categoría universal, que nos obliga a exigirles una responsabilidad a los media, no es tan solo una cuestión de sumisión por parte de estos. Su propia naturaleza los ha llevado a la ineptitud para conseguir una verdadera objetividad. Así, representan conflictos bélicos sin la posibilidad de conocimiento directo sobre los mismos, lo cual provoca opiniones sesgadas, que eliminan la reflexión y el análisis en profundidad del tratamiento de las cuestiones. Las empresas buscan sus propios intereses y beneficios, que por otra parte vienen generados por el aumento de audiencia que les exige espectáculo y entretenimiento, así como la publicidad, que constituye una importante fuente de ingresos, tiene intereses indudablemente connotados. Sus recursos son limitados, pues han de superar numerosas dificultades técnicas y restricciones de tiempo, y guiados por la lógica de lo inmediato que les impide contextualizar correctamente sus informaciones, carecen de especialización profesional en cada ámbito que tratan.
Es indiscutible que todas estas circunstancias además se encuentran ligadas a una cuestión de intereses tanto políticos como económicos, que facilita al sistema el aprovechamiento de los media para su uso como herramienta de control social. Ejemplo de ello son las falsas excusas como la tenencia de armas de destrucción masiva o los vínculos con el terrorismo internacional, que dieron lugar a la guerra contra Irak. Una vez destapadas estas falsas inculpaciones, los medios de comunicación secundaron al gobierno para extender una cortina de humo sobre todo aquello, para obviar que el verdadero interés residía en la extracción de los recursos energéticos del lugar, y en la consecución de una posición militar estratégica en Oriente Medio. Este tipo de pretextos apelan a la memoria, pues no son estrategias innovadoras, tan solo recordar sucesos de esta índole como la voladura del Maine, que ya entonces contaban con la aplicación de los canales mediáticos de información para sus evasivas.
Carlos Taibo describe la figura del todólogo como aquella persona que en su empeño por mantener un pluriempleo en los medios de comunicación, adolece de una incoherencia simplista en sus conocimientos. La trivialidad, sumisión y sencillez de la que hace alarde, fundamenta una obscuridad informativa que viene acompañada de una autoadulación constante. El todólogo por tanto, abre la incógnita de si se trata de un manipulador o de un chapucero que no es consciente de su responsabilidad. Se deja arrastrar además por las rutinas de la proximidad, a saber, por las corrientes de actualidad que explotan la información sobre determinados sucesos en un corto plazo de tiempo, y que los desechan con la misma inmediatez con la que los adoptan. Tal es el caso de la ex Yugoslavia, Bosnia, Darfur, Macedonia, Chechenia o Kosovo, que si bien fueron sucesos que acapararon todos los recursos informativos, fueron sustituidos con la misma rapidez por otra impronta mediática.
Dentro de este clima contaminado, el espectador se ve abocado a una censura que no parte del sistema sino de él mismo. Es decir, la censura más potente de nuestro sistema, es la invitación a la autocensura constante. Esta dictadura de las masas políticamente correctas, que arden en furia cuando alguien expresa una opinión fuera del consenso. Recordemos el caso de Karl-heinz Stockhaussen, analizado por Žižek en referencia a su pasión por lo Real.
Éste es el elemento de verdad en la provocadora afirmación de Karl-heinz Stockhaussen de que el ataque de los aviones al World Trade Center ha sido la obra de arte definitiva: podemos concebir el hundimiento de las torres del World Trade Center como la conclusión culminante de la pasión por lo Real del arte del siglo XX; de acuerdo con esta idea, los mismos terroristas no actuaron por encima de todo para provocar un daño material, sino por el efecto espectacular de su acción.
La respuesta no se hizo esperar, a pesar del desmentido del compositor que invitaba a entender su afirmación en el contexto artístico, el festival sobre su obra que se celebraba en Hamburgo fue cancelado. Estemos o no de acuerdo con las declaraciones de Stockhaussen, hemos de defender su libertad para expresar sus ideas a través de la argumentación y la confrontación dialógica. En caso de querer discutir su afirmación habremos de hacerlo desde el terreno del arte y en ningún caso dejándonos contaminar por la empatía hacia la víctima del atentado terrorista. Esta víctima, proporciona al sistema la capacidad de una censura consensuada en lo políticamente correcto, a través de la dotación de (falsa) moral a la palabra. Resulta paradójico que en un momento en el que la democracia elude toda responsabilidad sobre sus actos, exija ética a una reflexión que le es ajena, pues se inscribe en el terreno artístico. Esta extrapolación se muestra perversa, pues la afirmación de Stockhaussen no está referida al espacio de lo Real, sino a la retransmisión en directo de una coreografía del espectáculo del terrorismo y los medios.
En cualquier caso, hemos de exigir al arte la responsabilidad que le es propia en el análisis de la violencia, pero en ningún caso ha de caer en el silencio o la autocensura .
IMÁGENES TODAVÍA, MIDIENDO LA DISTANCIA.
Pascal Bruckner nos plantea cómo el consumo masivo de imágenes al que nos vemos sometidos a diario, nos ha llevado a una pérdida de facultades para conseguir desvelar lo que hay detrás de ellas, lo que nos cuentan. Estamos anestesiados ante la posibilidad de que una imagen pueda penetrar en nuestra retina. Después de superar la candidez del desconocimiento, ya no somos inocentes, pero sí inmunes. Sin embargo, aún no está todo perdido, existe una alternativa a las imágenes del espectáculo que nos ofrece nuestro sistema, una manera de desentrañar aquello que todavía consiga influenciar nuestra mirada, y hacernos entender que el poder de la imagen permanece aún latente. No se trata de una motivación esencialista, si no de ser conscientes de que la efectividad de la imagen todavía es posible. Para ello la representación ha de contrarrestar toda la banalidad del sistema del espectáculo, mostrando el alterne de la democracia, es decir, como este sistema se prostituye a sí misma atrincherándose tras sus propias coartadas. Pretextos en ocasiones grotescos y en otros casos mucho más elaborados.
¿En qué condiciones es eficaz una imagen? Cuando cristaliza un sentimiento difuso en la opinión pública, cuando confirma un prejuicio: durante la guerra de Vietnam, una única foto, la de una chiquilla vietnamita corriendo desnuda bajo las bombas, aterrada ( Huyng Cong Ut, 1972), ocasionó más estragos que los reportajes anteriores y reafirmó a los americanos en su desgana para proseguir el conflicto. Una imagen funciona cuando anticipa y justifica una decisión política, cuando acompaña una acción concreta, cuado está reducida al estado de medio (eventualmente falsificable con fines propagandísticos). De lo contrario carece de todo valor de adoctrinamiento y su función se reduce a la mera contemplación.
Estas imágenes que resisten al adormecimiento general, poseen la capacidad de hacer reflexionar al cuerpo social. Cuando las imágenes tocan lo real surgen acontecimientos como el que tuvo lugar en 2002, y en el que cientos de soldados israelíes rechazaron prestar servicio militar en los territorios ocupados. Estos refuseniks sacaron a la luz los constantes abusos que comete el estado de Israel bajo la coartada de una defensa preventiva. En su alegato planteaban que no estaban dispuestos a dominar, expulsar, condenar al hambre y humillar a todo un pueblo en defensa de un Estado -Israel- que mata niños y destruye toda construcción en la zona. Otro caso particularmente interesante es narrado por Slavoj Žižek: en Marzo de 2002, Arafat estaba recluido en Ramalla, mientras el estado de Israel le instaba a terminar de manera inmediata con el terror, sin tener en cuenta que su poder no es determinante sobre el absoluto de los palestinos. Todo ello acontecía al mismo tiempo que se sucedían los ataques militares sobre territorio palestino, situación insostenible sobre la cual Žižek se pregunta «No será, por el contrario, que el verdadero mensaje es, implícitamente, lo opuesto: ¿salimos ganando con vuestra resistencia, puesto que así os podemos machacar?»
En paralelo a esta situación, se encuentra el apoyo de lo Estados Unidos que pretenden llevar la democracia a Palestina. Sin embargo en 2006, tras las elecciones democráticas en las que HAMAS salió elegido, se demostró que la opción mayoritaria entre los palestinos no es tener un gobierno democrático, por lo que EEUU congeló las ayudas a Gaza. ¿Quizá tras estas incongruencias se esconda el verdadero interés, que no es otro que el negocio de la guerra? ¿No es posible que la guerra sea el verdadero fin, y no un medio? ¿Y si el estado de Israel no busca sino la destrucción excusándose para realizar todo tipo de barbaries bajo el signo de la paz?
Este es el juego que desde el arte hemos de mostrar «Nuestra tarea es hoy la de seguir la pista de dichos actos, de dichos momentos éticos. »
La peor de las maldiciones es la de disolver estos actos en la falsa universalidad de «nadie es puro». Siempre podemos jugar a este juego, que ofrece una doble ventaja a los jugadores: La de poder retener la superioridad moral sobre aquellos implicados en el combate («al final, todos somos iguales»), y la de ser capaces de evitar la difícil tarea de comprometerse, de analizar la constelación y tomar partido.
El arte en su deuda contra el olvido ha de enfrentarse a este palimpsesto de imágenes mediáticas que inmunizan contra la barbarie, ha de poner el acento en todos los excesos y combatir a la imagen en su propio terreno. Excesos como el que tuvo lugar en 2002, cuando Dick Arney, líder minoritario del senado de EEUU, defendió una limpieza étnica total de Cisjordania.
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No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras nuestras democracias asesinan sin asumir la responsabilidad de ser verdugos. Mientras ambos bandos se enfrentan en una lucha por la victimología comparada . El razonamiento de la conciencia moderna según Baudrillard, plantea un posicionamiento absoluto en el Bien, por tanto quien les golpea no puede ser sino el Mal absoluto. «llamada al orden por haber ido demasiado lejos en el Bien y en la encarnación del Bien. Cosa que no les desagrada, y les impedirá continuar haciendo el Bien sin escrúpulos.» Obvian que la verdadera razón por la cual el perdedor radical se convierte en terrorista suicida, es el hecho de tomar conciencia de su condición de perdedor antes de comenzar el juego. La falta de alternativas es lo que le impulsa a su autodestrucción, buscando hacer el mayor daño posible.
Nuestra preocupación como creadores de imágenes ha de ser la de cómo enfrentarnos a la imagen mediática y desvelar las coartadas que utiliza. Žižek nos explica que la única manera posible para un acercamiento válido a las imágenes que muestran la violencia, será manteniendo una distancia que nada tiene que ver con las poco esclarecedoras definiciones de los testigos de la violencia . Así pues, cuando se refiere a la famosa frase de Adorno «Escribir poesía después de Auschwitz es aberrante» , expone cómo en realidad esta cita necesita de una corrección, pues es la prosa la que no puede ser escrita después de Auschwitz. Mientras que la prosa resulta un fracaso en su descripción realista, pues las descripciones de los testigos del Holocausto como sujetos que han sufrido un trauma, no son capaces de la objetividad , es la poesía la encargada de evocar y aludir algo que no es directamente nombrado.
La imagen mediática contemporánea se encuentra desactivada, la saturación de elementos violentos y la información ha llevado al consumo de esta hasta su invisibilización, un adormecimiento ante la imagen. Sin embargo, esta problemática no es unilateral, y por tanto también cabe preguntarse por el papel que cumple el espectador, si es cierto que la responsabilidad de esta inmunización es tan solo reprochable a los medios, y sobre todo si hay alguna solución posible. Hemos perdido la capacidad de emoción y la empatía por el sufrimiento del otro, y a pesar de que esta ceguera venga ocasionada por el abuso de los media, en ocasiones sí podemos llegar a empatizar con lo que miramos. Es el momento en el que encontramos el punctum en la imagen. El punctum se sitúa entre la demasía y la nada de la imagen contemporánea y es el encargado de romper la distancia, de generar empatía y conseguir que la representación nos toque. No existe por tanto una sola mirada del espectador hacia la imagen, Miguel Á. Hernández Navarro a propósito de la pintora judía Brachta Lichtenberg Ettinger , propone diversos tipos de recepción de la imagen. Según esta clasificación, la mirada que plantean los medios de comunicación es la mirada notarial, heredera de la distancia que supone el desinterés Kantiano y por tanto una mirada noli me tangere, es decir, sin tacto. Puede ser también una mirada Órfica, constatativa y tranquilizadora en la distancia que nos ofrece. Frente a las anteriores el autor señala la importancia de generar imágenes participativas -del dolor del otro- , que generen empatía y afecto. A este respecto esboza la noción de Wit(h)ness traducida como (con)testigo, o, testigo-contigo:
El con-testigo no mira en la distancia, sino que en la cercanía del otro. Se implica y se hace dolor con el otro. Es alguien capaz de testimoniar la catástrofe. Y, para dar testimonio, no sólo es necesario ver, sino sentir el dolor del otro. La visión nunca es suficiente. Para dar testimonio es necesario introducir el propio cuerpo, inscribirse en el otro, «tocar» su dolor, que este nos «afecte». Dar testimonio es, de algún modo, sufrir-en-el-otro.
En cualquier caso, todavía imágenes, aunque, como señala Didi-Huberman, seamos incapaces de mirarlas tal y como se merecen . Quizás sea él, quien más se ha adentrado en este pantanoso terreno, por tanto hemos de rescatar alguna de sus ideas sobre la imagen. Didi-Huberman localiza el nacimiento de la fotografía en la pronta desaparición del testigo y la imposibilidad de representar el testimonio. Testimonio que ha de ser dirigido a lo inimaginable, en este caso a la incapacidad de ver lo real de Oriente Medio. En su defensa de esas imágenes de lo inimaginable, distingue también dos categorías, las imágenes pese a todo son aquellas realizadas por las victimas, la pornografía de la matanza será obra de los asesinos. Según su tesis queda claro qué papel ocupan los medios de comunicación hoy día, en cualquier caso propone que el arte se acerca más a la voz de las víctimas, los artistas, en particular, se niegan a someterse a lo irrepresentable cuya experiencia vaciadora conocen bien -como cualquiera que haya afrontado la destrucción del hombre por el hombre.
En conclusión, para enfrentarnos como productores, a la imagen de la violencia, es necesario repensar la imagen per se y la relación -que como espectadores- mantenemos con ella. Esta solución es quizás la más honesta y ha sido utilizada en joyas del cine como Saló, o los 120 días de Sodoma (Italia, 1975) de Pier Paolo Pasolini o Noche y Niebla (Francia, 1955) de Alain Resnais -ambos Films serán reivindicados como los más necesarios del cine por Michael Haneke-. Mientras Pasolini desvela el goce estético de la mirada hasta la nausea, Resnais plantea que cualquier lugar nos puede llevar a un campo de concentración. En cualquier caso ambos hacen partícipe al espectador de la imagen -imagen que hiere- a través de un antiespectáculo que nos impide huir. Es necesario también destacar Histoire(s) du cinema (Francia, 1980-98) de Jean-Luc Godard, ejercicio de sinceridad con la imagen, con el propio medio, con el espectador, y con su propia responsabilidad como artista en la representación de los conflictos bélicos.
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