Grafiti y procomún

Recientemente he leído este artículo sobre la asimilación del grafiti por el entorno comercial. Su constatación es cotidiana y evidente. No necesita más explicación. Son en este caso los diseñadores que dándose cuenta de la relevancia que el medio tiene en el ámbito social se lanzan a su explotación.
Llama la atención que en el texto no haya ningún juicio crítico sobre este fenómeno, llegando a adoptar un tono complaciente y acabando en una exaltación del la manipulación. Veámoslo.


El grafiti surge como el único medio posible para visibilizar la incontenible producción simbólica de ciertos sectores sociales sin recursos. Jóvenes cuyo ocio se desarrolla en las calles, que aprovechan el espacio visual de uso cotidiano para comunicar su mera presencia (léase la tradicional tendencia al tag) o, en posteriores desarrollos, para expresar reivindicaciones vetadas en otros medios de comunicación dirigidos por los poderes dominantes.
En otras palabras. La producción simbólica en este sector de la población es inevitable (sí, la producción cultural es un fenómeno universal, no exclusivo de la industria) y su única salida posible es la calle.
No olvidemos que la calle es un espacio procomún. No es un espacio libre, sin dueño, en el que cualquiera puede intervenir. Es un espacio regulado para que pueda ser utilizado por todos bajo ciertas normas. La invasión del procomún por los chavales para dar rienda suelta a sus incontinencias tribales me parece saludable pero el uso de las calles con fines comerciales me parece un quebrantamiento de la norma inaceptable.
El artículo acaba con esta perla de la exaltación neoliberal, en el que el potencial comercial justifica todo.
«Quizás los diseñadores estén tomando conciencia de la real importancia que cobra su oficio y su vocación por comunicar en forma bella; por lo que han decidido resignificar su rol en la cadena de la producción de consumos y dar un paso al frente, demostrando el dominio que tienen de los códigos urbanos y su capacidad de marcar».
La publicidad y el ámbito de la comunicación en el entorno comercial está poseído de uno de los más altos índices de charlatanería. Esta situación se agrava al añadir la impúdica intención que anida en los diseñadores gráficos de abusar indiscriminadamente de su control del medio. Ahora el procomún, el espacio de todos, ya no es utilizado para la transmisión cultural popular, sino para «producir consumo» y «marcar».
El texto viene a ser una justificación más de la práctica publicitaria desde la publicidad.

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