La política como actividad parasitaria

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La aparición y articulación de la metáfora del parásito, en el interior de la cultura moderna occidental, se ha vinculado tanto a la figura del explotador [la cuarta acepción de parásito propuesta por la RAE dice: “Persona que vive a costa ajena”] como a la del explotado o subalterno. Así resulta de una peligrosa ambivalencia, por lo que debe de tratarse siempre con extremo cuidado, habiendo servido tanto para la crítica del capital, en el análisis marxiano, como para la estigmatización de carácter racista en la Alemania nacionalsocialista, donde se establecieron los mecanismos necesarios para persuadir a la población de la necesidad de exterminar a grupos concretos, en virtud de sus pretendidos atributos parasitarios. Asimismo, recientemente, el eje liberal-conservador ha utilizado, especialmente en el contexto anglosajón británico, la figura de la plaga —concretamente la imagen del conejo, o más bien de la coneja— para referirse a la clase obrera, en general, y a las madres solteras, en particular, en lo que ha constituido toda una maquinaria de demonización de la clase obrera, conceptuada como parásita de las ayudas sociales públicas, tal como sostiene Owen Jones en su libro Chavs. La demonización de la clase obrera. En cierto modo, podemos entender la proliferación, en el contexto de la cultura masiva contemporánea, de las figuras parasitarias, sean éstas biológicas [como es el caso de los infectados] o fantásticas [especialmente zombis] como un mecanismo de propaganda vinculado a la inferiorización de una mayoría de la población mundial, la que vive en la pobreza y sus alrededores incluyendo a los asalariados depauperados, que será estigmatizada como masa indistinta, inhumana y, en consecuencia, como exterminable en el momento oportuno.

Hay que señalar, en cualquier caso, la existencia de una clara genealogía cultural y política que ha asignado habitualmente el rol de parásito al capital. Una de las encarnaciones predilectas de lo parasitario, en los referidos términos, fue la de la figura del vampiro. El carácter aristocrático que adoptaría en sus primeras, o por lo menos más célebres, concreciones puede remitirse a un ataque contra esa clase social, la nobleza como grupo improductivo, que comenzaba, en el plano formal, a descomponerse gracias a las revoluciones burguesas del siglo XVIII y XIX. Según se desarrollaba el capitalismo decimonónico, sin embargo, la figura del chupasangre fue adoptando —a pesar de que la más conocida de las novelas vampíricas insistiera en el atributo nobiliario del vampiro y de que ésta se publicara en 1897— un carácter vinculado al capital ostentado por una pujante alta burguesía. Marx en El capital deja claro tal extremo cuando en su libro I sostiene: El capital es trabajo muerto que no sabe alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo, y vive más cuanto más trabajo chupa. O más claramente, si cabe, y refiriéndose al pacto mefistofélico consignado en forma de contrato de venta de la fuerza de trabajo por parte del obrero: Cerrado el trato se descubre que el obrero no es “ningún agente libre”, y que el tiempo del que disponía libremente para “vender” su fuerza de trabajo es el tiempo por el cual está “obligado” a venderla; que en realidad su vampiro no se desprende de él, “mientras quede por explotar un músculo, un tendón, una gota de sangre.”

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La consideración del capital, y de los capitalistas claro está, como parásitos, de estirpe vampírica o de cualquier otra, se extendió, hacía el último tramo del siglo XIX, conformando una imagen clásica de la cultura obrera europea. Esta idea quedó claramente expresada en la imagen realizada por Walter Crane, en 1885, The Capitalism Vampire. En su The Pervert’s Guide to Ideology, Slavoj Žižek insiste en esta línea interpretativa cuando analiza la fugaz, e instrumental, historia de amor que vertebra la película de James Cameron Titanic, como la reaparición de un viejo tópico imperialista que sostiene que la decadencia de la vitalidad de las clases altas sólo puede conjurarse mediante el contacto con aquellos que componen las clases populares, fundamentalmente para explotarlos sin piedad como hacen los vampiros… Por así decirlo, para chuparles la energía vital. Revitalizados, pueden regresar a su vida recluida de clase superior.

Esa imagen de las clases dirigentes, como grupo extractivo de la energía de la población administrada, se fue asentando a lo largo del siglo pasado, adoptando modos diversos desde la idea de sacrificio por la patria, en los conflictos bélicos con su derroche de sangre en su sentido literal, a la instrumentalización del malestar y la ira, especialmente de las clases populares, con la finalidad de producir un cambio de régimen u orientación ideológica que, a la postre, mantendría habitualmente intactas las relaciones de poder existentes entre dominadores y dominados. En la actualidad, y a pesar de la propaganda que quiere estigmatizar a los condenados de la tierra, cada vez parece más claro el carácter parasitario, o vampírico si se prefiere, de las clases altas financiero-corporativas y de los cuadros de mando político de los mesogobiernos, con los que los primeros comparten intereses y/o se sirven.

En los últimos años, en los que se ha producido una revitalización de la energía política de una buena parte de la población, han sido numerosos los intentos, por parte de los diversos agentes vinculados a los grupos dominantes, por absorber y explotar dicha potencia, en principio dirigida contra sus intereses, subvirtiéndola y, como los vampiros, empleándola para su propio rejuvenecimiento. Un síntoma temprano lo encontramos en el terreno de la propaganda corporativa cuando, todavía al calor de las movilizaciones del 15 M y habiendo realizado otro ERE de una larga cadena de ajustes laborales, Telefónica no se le ocurrió otra cosa que utilizar la imagen de la asamblea para promocionar sus tarifas. Esta maniobra de recuperación debido a su carácter evidente y chapucero produjo tal reacción que esta corporación tuvo que retirar el anuncio y el máximo responsable de la compañía en España se disculpó públicamente por este hecho. Es cierto que, en el contexto de hartazgo generalizado en lo relativo a la instrumentalización de la energía colectiva para su transformación en beneficios empresariales, resulta algo más difícil obtener una plusvalía de aquella. Esto, sin embargo, no impide que tal cuestión siga sucediendo mediante mecanismos de recuperación un poco más sofisticados, como los inscritos en la mistificación de la responsabilidad social corporativa, que los descritos en relación con el caso que se apuntaba.

En lo concerniente a los partidos políticos la actividad parasitaria se hace más evidente. Es claro que estas organizaciones dependen de la energía social, principalmente a través de su activación-participación en las convocatorias electorales, para su subsistencia. Así cada cuatro años sus dirigentes salen a la calle a la búsqueda de ese alimento que les engorde lo suficiente para pasar unos años sin preocuparse demasiado del estado en el que se encuentra su huésped. Existen variaciones en la forma en la que se produce el fenómeno que incluye desde los baños de masas, ya convencidas previamente de la bondad de su vampiro, con besos a niños incluidos, hasta la cooptación-asimilación-desarticulación de formas de lucha social de carácter más o menos autónomas. Recordemos, en este punto, como el Partido Socialista, a partir de su victoria electoral de 1982, hizo todo lo posible para controlar y/o deshabilitar, una vez que se había nutrido de su energía de cambio, a todo tipo de movimientos sociales.

En el ámbito político del Estado español el referido mecanismo parasitario de los partidos políticos llamados tradicionales, PSOE y PP, ha caracterizado la forma de la práctica política desde el 78. Parece, sin embargo, que su capacidad para obtener los frutos necesarios para mantener esta relación de explotación, de la que ha dependido en gran medida su hegemonía, muestra claros síntomas de agotamiento. Tal extremo puede verse en las patéticas maniobras que han llevado a cabo en los últimos meses, a fin de mostrar una actitud más cercana a las preocupaciones sociales que ciertos movimientos populares han sabido canalizar desde una manera más o menos autónoma de hacer política. El caso más estrambótico ha sido sin duda el del PP, que trató de falsificar el sistema asambleario, en su pasada convención Nacional, mediante la organización de simulacros en las autodenominadas Plazas; indoor y privadas por supuesto. ¿Dónde queda aquella sentencia desacomplejada del fundador: ¡La calle es mía!? Asimismo, en la reciente campaña electoral para las elecciones municipales, Aguirre salió al encuentro de la ciudadanía, instalándose en la calle en una especie de chill out con su sofá y sus mesas bajas, que por otra parte estaba en perfecta sintonía con la privatización, o mejor dicho del saqueo, de lo público [del espacio en este caso], que caracteriza la postura vital del personaje en cuestión

Que los partidos que representan a lo que se ha denominado vieja política, articulen una práctica parasitaria, extrayendo la energía colectiva y los recursos materiales públicos, no resulta, desde luego, una sorpresa. A pesar de poder sentir un grado razonable de preocupación y enfado, o ira por qué no, quizás, en lo que respecta a la continuidad de este tipo de estrategia resulta ineludible analizar su incidencia en organizaciones políticas que se presentan como la nueva política, con lo que esto quiera significar. En el caso de Podemos, que en un principio se proponía como una fuerza transformadora y que ahora se muestra como reformista, el vínculo originario con la emergencia del fenómeno social del 15 M siempre se ha manifestado con claridad. Es evidente, en cualquier caso, que esa es una relación problemática. Pasar del no nos representan a la representación política, elecciones mediante, es transitar un camino donde mucho hay que dejar atrás. De la multitud, más o menos mediada, al liderazgo, concentrado o difuso, de la horizontalidad y el poder distribuido al de arriba a abajo y la representatividad, innumerables decisiones han sido tomadas y, en virtud de las mismas, se ha articulado un proyecto del que es oportuno preguntarse sobre cuál es su relación, en este momento, con aquellas y aquellos que se movilizaron y/o conmovieron en su encuentro/reencuentro con lo político en tanto que praxis vital.

Quizás el error más grave en el que podrían incurrir aquellas organizaciones que nacieron del descontento ciudadano, como Podemos o las listas de electores, es la de adoptar las viejas inercias parasitarias de los partidos tradicionales. En la situación actual de crisis sistémica de la representación, los plazos en los que puede aparecer la decepción se han recortado enormemente. Pero ¿existe, verdaderamente, ese peligro en lo concerniente a la actividad reciente y futura de estas fuerzas? En realidad han existido algunos síntomas preocupantes que, en este sentido, deben ser mencionados.

La aparente importancia de la movilización social, especialmente a través de los Círculos, en los inicios constituyentes de Podemos parece haberse diluido a medida que el partido ha ido dotándose de una estructura política más o menos clásica. En este proceso el protagonismo de los Círculos, al menos en su mayoría, se ha ido desplazando hacía aquel organismo que denominaron Consejo Ciudadano, donde se pretende queden representados los anhelos populares. El problema es que con la adopción de la representación aparece el riesgo de parasitación. Por otro lado, el sistema de votación para la elección de aquel consejo no resultó ser demasiado adecuado si lo que se buscaba era una representación ampliamente incluyente, esto es democrática. La inclusión en el sistema de elección de las listas patrocinadas [planchas] por éste o aquél promotor, más o menos mediático, del partido desde luego no ofrecen las mínimas garantías de equidad. La cuestión aquí es que el Consejo Ciudadano se acabó conformando por un grupo cuya diversidad resulta bastante cuestionable. Un ejemplo de esta cuestión, a parte de la cercanía personal con el secretario general, es que en un país cuya población con estudios universitarios es de aproximadamente un 30%, el Consejo ciudadano haya una mayoría aplastante de titulados superiores y que, también de manera generalizada, tengan una media de edad que apenas llega a los cuarenta. A la vista del resultado hubiese sido más representativo aplicando la metodología azarosa del sorteo, que planteó Pablo Echenique en su momento.

¿Dónde quedan trabajadores de cualquier origen, en activo o parados, cuyo nivel educativo es otro, personas de mayor edad, jubilados y cualquiera cuya experiencia vital se aleje de los estándares de este grupo de universitarios? ¿En estos movimientos no se trata de reconocer la igualdad, incluida la de las inteligencias? ¿Quizás seguimos en el mismo punto de siempre desde que Marx escribió en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte: No pueden representarse a sí mismos. Deben ser representados? Éstas son preguntas que aparecen cuando se observa la metodología que, esta organización, ha seguido para conformarse en una fuerza política representativa. Desde la dirección del partido se ha insistido reiteradamente en la noción gramsciana, pasada por la revisión de Mouffe y Laclau, de Hegemonía. Sin embargo, poco se han referido al concepto de intelectual colectivo de la clase obrera propuesto por el marxista italiano. Existe desde luego, en este sentido, la duda de si desde los órganos de dirección de Podemos impera una voluntad clara de constituirse en un movimiento de participación radical o, por el contario, de permanecer, con algunas reformas, en el territorio clásico de la representación, que suele apropiarse parasitariamente de la energía colectiva de cambio para transformarla en fuente de legitimación política.

No han faltado guiños desde Podemos a la cultura popular, o de masas, como medio de identificación, ya que en lo ideológico ha existido una mayor resistencia, con grupos amplios de la población. Desde la insistencia de Pablo Iglesias, como herramienta de análisis político, en sus comentarios de la serie Juego de Tronos —cuya lectura bien merecerían otro texto por el carácter revelador de sus preferencias [¿Se identifica con un aristócrata?]— hasta la utilización del cancionero izquierdista de la transición. Aunque pueda resultar algo anecdótico se puede recordar aquí como el secretario general de Podemos se subió, hace menos de un año, al escenario con Javier Krahe para versionar la conocida crítica a Felipe González, Cuervo ingenuo, donde hacía las veces de Joaquín Sabina [le desplazaba más bien], una vez que éste último había mostrado en público su distancia con el proyecto de Podemos. Quizás podría leerse este acontecimiento, de manera sintomática, como una forma de absorber una energía asociada al recuerdo de los movimientos críticos que reaccionaron ante el cinismo de la Realpolitik del gobierno socialista de la década de los ochenta. Por otro lado, desplaza a quién disiente y reconfigura la memoria, sustituyendo a un Sabina empeñado en su apoyo a la vieja política encarnada en IU, parasitando así su figura. Esta operación puede asociarse con el acercamiento de Pablo Iglesias a ciertas figuras del rap político como El Nega de Los Chikos del Maíz o Pablo Hasél, aunque en lo relativo a éste último su estrategia no le funcionó como esperaba.

Otro fenómeno, de extraño planteamiento, en el que se pueden percibir ciertas trazas de una absorción de la ilusión colectiva por parte de Podemos es la Marcha por el cambio, convocada por la organización el pasado 31 de enero. A pesar de estar plenamente dirigida se insistió desde la dirección del partido que era un acontecimiento cuasi espontáneo, donde el protagonismo residía en la ciudadanía. Para reforzar esta idea, los dirigentes del partido se colocaron en segunda fila de la manifestación, lo que no impidió, como ya sabían, que la atención mediática, que tanto han ponderado desde sus comienzos, se dirigiera hacía ellos mismos. En el escenario de una medialdemocracia es difícil no ver lo que esta marcha tuvo de escenificación, de simulacro. Por otra parte, parece sintomático del mecanismo de apropiación simbólica el propio eslogan de la convocatoria, que tanto recuerda al utilizado por el PSOE en las elecciones de 1982 [Por el cambio], cuando tanta energía colectiva fue recuperada para la construcción de la hegemonía social-felipista, que tanto prometió y tanto traicionó. No debe de extrañar, entonces, las frecuentes alusiones al paralelismo existente entre las figuras de Felipe González y Pablo Iglesias. Resulta también significativo, en esta línea interpretativa, el diseño del cartel de la marcha que fue una clara apropiación de la imagen de multitud que utilizó IU para presentarse a las elecciones europeas de 2014. El mensaje, con todo esto, parece claro: Podemos es el legítimo depositario de las aspiraciones del pueblo, PSOE e IU deben echarse a un lado.

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Que Podemos sea o no una fuerza de parasitación de las energías colectivas movilizadas para la transformación es, quizás, un poco pronto para afirmarlo. Existen señales preocupantes, de las que aquí se han señalado algunas, de un viraje hacia esas posiciones. Entre tanto, mientras se observa si se confirma, en la más absoluta obscuridad se gesta una nueva estirpe de vampiros, que obedecen a viejos intereses de poder, y que adoptan la forma de tratados internacionales de libre comercio. Éstos, TTIP, CETA y TISA, están diseñados para parasitar la fuerza de trabajo de las poblaciones afectadas y acaparar los recursos públicos. Ya han sido calificados como vampiros por la opacidad de la que se rodean las negociaciones de los mismos, lo que ha llevado a afirmar a Susan George que si sacamos el vampiro a la luz del día, retrocede y se muere. Por poco que se confíe en la política institucional, se debe exigir a aquellos, como Podemos, que se presentan como fuerzas transformadoras que combatan estos mecanismos parasitarios ayudando a canalizar la fuerza colectiva para este fin y no para su consolidación como agente político de representación, es decir como parásito.

10 responses to “La política como actividad parasitaria

  1. ¡Oh, humanidad!, ¡humanidad! ¿Y es posible que durante sesenta siglos
    hayas vivido en tanta abyección? Te llamas santa y sagrada y no eres más
    que la constante y gratuita prostituta de tus lacayos, de tus curas y de tus
    soldados. ¡Tú lo conoces, y sin embargo, lo sufres! Estar gobernado equivale
    a estar con guardias de vista, a vivir inspeccionada, espiada, dirigida,
    legislada, reglamentada, hollada, adoctrinada, sermoneada, violentada,
    estimada, apreciada, censurada y mandada por hombres que para ello
    carecen de títulos, de ciencia y de virtudes… Estar gobernado equivale a
    estar registrada, tarifada, timbrada, medida, cotizada, licenciada, privilegiada,
    enmendada, amonestada, violada, impedida, reformada, dirigida y corregida
    en cada operación, en cada transacción, en cada movimiento que emprendas.
    Bajo el pretexto de utilidad pública y en nombre del interés general se
    imponen contribuciones, se hace la ejecución de los bienes del individuo, se
    le exige rescate y se le explota, monopoliza, concusiona, precipita, mistifica y
    roba; después, a la menor resistencia, a la primera queja, se le reprime, se le
    multa, se le vilipendia, se le veja, se le pega, se le sacude, se le intima, se le
    desarma, se le agarrota, se le encarcela, se le fusila, se le ametralla, se le
    juzga, se le condena, se le deporta, se le sacrifica, se le vende, se le hace
    traición, y, para colmo de esto, no falta quien luego se le burle en sus barbas,
    le ultraje y le deshonre. He ahí el gobierno, he ahí la justicia, he ahí la moral.
    Y sin embargo, entre nosotros existen demócratas que pretenden que el
    gobierno tiene algo bueno; existen socialistas que en nombre de la libertad,
    la igualdad y la fraternidad, sostienen esta ignominia; existen, en fin,
    proletarios que aceptan candidaturas a la presidencia de la República.
    ¡Hipócritas!

    Pierre Joseph Proudhon

  2. Se echa de menos, en esta genealogía de la instrumentalización de la fuerza colectiva, un comentario, aunque sea de pasada, de este último episodio protagonizado por los incipientes gestores culturales matarileños.

    1. Ácrata, el texto de Carolina Leon resulta tan esclarecedor como sectario y oportunista.
      Segun mi lectura, expresa una naive decepción al reconocerse quien lo firma como herramienta temporalmente útil y coyunturalmente desechable.
      Vamos, la decepción de reconocerse política, candidata y subordinada en lugar de compañera… pero mira que le llega tarde la iluminación a la muchacha…
      No se si es mejor considerarlo un artículo cínico o ingénuo, pues ambas opciones (las únicas que lo escrito plantea) resultarían demoledoras respecto a la capacidad de comprensión de la política institucional de alguien que, como Carolina, se ha presentado voluntariamente a unas elecciones dentro de la disciplina de una candidatura.

      Contrasta con ese otro texto que la propia autora linkea, un artículo anterior donde podemos ver lo contenta que estaba con Ahora Madrid hace un par de meses (ay la campaña)… un texto que yo no conocía a traves de la plataforma sevillana desde la que acrata comparte, si no por el boletín oficial de Ahora Madrid, aka Prisa reloaded, aka eldiario.es

      No podemos olvidar que Carolina León (becaria en bookcamping de la cronista pija Silvia Nanclares) opera en ese texto como vocera proxie de la cúpula de Ganemos, formación «promovida» por Guillermo Zapata.
      Es obvio que tras el twittergate, están muy descontentos con la imposición de renuncia a Zapata como responsable de Cultura, que era uno de los puntos del acuerdo de participación de ganemos en Ahora Madrid… aunque el descontento es por el factor personalista del escándalo, centrándose en el desamparo que según ellos Zapata ha padecido, pues en realidad mantienen control sobre la titularidad de Cultura a traves de Celia Mayer, politóloga de la complu, becaria del CSIC y tambien «impulsora» de Ganemos.

      El artículo alimenta torpemente luchas intestinas más propias de Al Salir de Clase u Hospital Central que de un equipo de gobierno que se autodenomina capaz de operar desde la sensibilidad de una «nueva política»

      1. Pues me voy a permitir defender la posición de Carolina León, y no tanto a ella misma porque no la conozco. Así, que ni entro ni salgo en cuestiones de pedigrí. Por lo que me parece entender, está reclamando una cosa bastante sensata: que la flamante alcaldesa reconozca esa corriente que la ha aupado hasta su cargo en lugar de proclamarse independiente de todo el trabajo colectivo que lleva a sus espaldas. Y que lo reconozca, no meramente «escuchando» sino «obedeciendo» el mandato que emana del trabajo colectivo realizado desde los distintos movimientos sociales autoorganizados

        Una reclamación, no sólo justificada por las declaraciones de Carmena, sino también por la experiencia reciente de aquellos que querían dar voz a «la gente» para luego presidir una ceremonia de la manipulación mediática. O sea, menos carisma personal, menos liderazgo, menos instrumentalización de lo colectivo y más participación, más estructura social autoorganizada.

        Carolina, como dices, podrá pecar de ingenua, si no sabía que el esfuerzo colectivo sería eclipsado por la personalidad mediática, o de cínica, si por el contrarío lo sabía de antemano, pero es irrelevante para la legitimidad de su reclamación.

  3. Si resultaría interesante analizar la campaña electoral de Ahora Madrid desde la tesis parasitaria presentada en el artículo, dada la serie de jarras frías que algunos votantes de esta iniciativa dicen haber recibido desde la reciente investidura hasta hoy.
    El uso y planteamiento elegido para los soportes gráficos podría ser un buen punto de partida. Es un asunto que solo he seguido tangencialmente, pero hace unos minutos me he cruzado con una pegatina con la efigie de Manuela, replicando el celebérrimo cartel de la primera campaña Obama. El eslogan empleado en esta ocasión era el «Yes we FAN» y me ha parecido ver una relación directa ahí

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