La economía del Arte según AAVC

Recientemente ha sido publicado por la AAVC «La dimensión económica de las Artes Visuales en España«. En la introducción Francesc Torres hace un alegato encendido reclamando una mayor atención institucional hacia la disciplina.
Partiendo de la realidad de su instrumentalización política, torres se lamenta de que el principal interlocutor de los artistas sea la clase política y seguidamente redacta un libro sobre la economía del arte dirigido explicitamente a dicha clase.
Para reclamar más atención Torres esgrime argumentos de orden económico frente a los tradicionales de orden moral (¿ciertamente el arte ha sido identificado como un ámbito de libertades?) con el consiguiente peligro de reclamar tácitamente más atención hacia el arte que implica negocio.


Suscribo la mayor parte del texto aunque me inspira cierta desconfianza el gremio que reclama para sí más atención institucional (Los diseñadores, por ejemplo, no dejan de repetir lo bueno que es el diseño para la sociedad y, fráncamente, dejen que me ría). En mi opinión, este tipo de reivindicaciones son legítimas sólo si las consecuencias no derivan en políticas proteccionistas. Quiero recordar el flagrante caso de la industria musical que amparándose en las leyes de propiedad intelectual defiende a capa y espada un modelo de negocio obsoleto que criminaliza a la mayoría de la población.
Cuentos y cuentas. Trabajo artístico y plusvalía.
FRANCESC TORRES
Artista visual
Presidente de l‚ÄôAssociació d‚ÄôArtistes Visuals de Catalunya entre 2002 – 2005

En el manual socialdemócrata de uso y mantenimiento de la democracia hay un capitulo dedicado a la cultura en general y al arte en particular que todo el mundo parece haber leído en diagonal. La cultura es muy importante, se dice, pero nadie parece saber exactamente por qué. Circunscribiéndonos a las artes, desde el ámbito político ha habido tradicionalmente la tendencia a su instrumentalización, bien ideológica, o meramente caligráfica y propagandística. De ahí que siempre se haya dado una desconfianza congénita entre las llamadas vanguardias artísticas en su tiempo, experimentales ahora, y la izquierda clásica en su tiempo, amablemente progresista ahora. La novedad en el patio es que, al menos en España, la derecha política empieza a hacer con la cultura puntera lo que hasta hace muy poco hacían los herederos de la izquierda. Sin dejar de desconfiar la utilizan para quedar bien. En cualquier caso, es una característica europea en el maltrecho Estado del Bienestar que el principal interlocutor de aquellos que se dedican a la generación cultural y artística sea el poder político por encima de cualquier otro, iniciativas privadas aparte. En Europa el peso del Estado es considerable y difícilmente pasa nada más allá de la iniciativa de base, que no es poca, sin que el propio Estado lo haga posible.
A la luz de la hecatombe que representó la Segunda Guerra Mundial, bajo la referencia que han representado las propias bases ideológicas del Estado benévolo, humanista y protector que nació de ella y de la necesidad actual de articulación y construcción de la unidad europea, ha existido y existe un factor político insoslayable a la hora de determinar lo que es o no posible dentro del mapa de la cultura. En España se llegó tarde por los motivos que todos conocemos, nuestra hecatombe fue el franquismo, pero aún con los déficits propios del retraso histórico que representó y las particularidades que ello ha creado, estamos ahora en un marco ideológico homologable con el resto de Europa.
Hasta ahora los argumentos que han utilizado los individuos y organizaciones activos en la generación de la cultura en nuestro país frente a sus interlocutores políticos han sido de orden moral. Se han identificado las expresiones culturales, las artes en concreto, como un ámbito de libertad, de ejercicio democrático, de experimentación y prueba de los límites de lo posible de una forma integrada y socialmente constructiva, incluso cuando este ejercicio ha llevado a algunos creadores a posiciones críticas en frontal colisión con el poder político. Se supone que esto es un buen baremo del nivel de salud democrática de sistema, lo que no es óbice para que cuando algo molesta de verdad se intente hacer lo posible para que deje de hacerlo. De ahí que haya ido emergiendo una percepción de la cultura y de las artes como un servicio a la ciudadanía al que toda ella tiene derecho, como tiene derecho a la educación o a la sanidad. Todo esto está muy bien pero tiene un problema, no todo el mundo en posición de tomar decisiones políticas al respecto lo entiende de la misma manera y se echa en falta, para situar de una vez a la cultura en el terreno de las prioridades inaplazables, la tangibilidad de lo económico. Dicho de otra forma, no se asocia en el argumentario prevalente el concepto económico de riqueza inherente a toda actividad creativa. No es de extrañar entonces que se tienda a considerar el patrimonio artístico, por poner un ejemplo claro, como algo más de orden biológico que antropológico, que está ahí como un regalo caído del cielo sin necesidad de preocuparse por crear las condiciones para que siga aumentando de una forma potente y deliberarda.
El primer obstáculo para algo que requiere de la voluntad política para florecer pero que no es económicamente cuantificable es su percepción como una inversión a fondo perdido, una inversión no productiva que garantiza simbólicamente el activo humanista del capitalismo con rostro humano. La debilidad de este planteo en el campo de batalla diario de la política es obvio, y por ello no es sorprendente que en la agenda de cualquier gobierno las supuestas virtudes de la cultura y de las artes estén siempre en la boca de todos pero en la cola de las prioridades reales, y solo tomen periódicamente protagonismo cuando hace falta engrasar los resortes simbólicos del imaginario democrático. Definir, además, un perfil profesional de las múltiples expresiones de la cultura más allá de un mercado de características todavía preindustriales como es, de facto, el del arte visual, es sin duda problemático, algo que queda claramente plasmado en las monumentales contradicciones y carencias que uno encuentra en la enseñanza artística de nivel universitario.
El estudio que contiene este libro es el resultado de una de mis propuestas de programa al aceptar la candidatura a la presidencia de la AAVC (Associació d‚ÄôArtitstes Visuals de Catalunya) en el año 2002, y pretende, circunscribiéndose a la práctica de las artes visuales, establecer las bases económicas reales y actuales que la sustentan en España. Mostrar su capacidad directa o potencial, es decir implementable, de generación de riqueza, de creación de capital creativo y de ampliación de recursos humanos que, a su vez, garantizan que el ciclo no se detenga y los resultados aumenten exponencialmente. La riqueza económica realmente significativa que generan las artes visuales no está en el limitado mercado tradicional, incluso en países con un mercado de arte potente. Está justamente fuera de él. Pensemos en Nueva York, para citar un caso que todos conocemos bien. Sin su actividad y oferta cultural quedaría Wall Street, por supuesto, pero dudo que los millones de turistas que visitan tan extraordinaria ciudad lo hagan para visitar la Bolsa de Valores. Es decir, no se trata del monto de las transacciones comerciales propiamente dichas, sino el efecto generativo y regenerativo que la existencia del arte y la cultura tiene en una ciudad y en un país determinado. De la misma manera que una potente inversión en el área de la investigación pura es la garantía de una base científica y tecnológica fuerte, y que lo mismo en enseñanza garantiza una ciudadanía no sólo culta sino sobre todo emprendedora, (el caso de Finlandia es ejemplar en ambos aspectos), el desarrollo de las artes y el apoyo a la cultura acaba generando más riqueza a medida que satisface las necesidades creadas por su propia dinámica. Casos de manual son los barrios neoyorquinos de Soho, Tribeca, Chelsea y Williamsburgh. El efecto multiplicador del valor inmobiliario y de la calidad y cantidad de la oferta comercial en todos ellos como consecuencia de su transformación de areas urbanas desahuciadas en barrios con una fortísima concentración artística productiva (arte visual en Soho, Chelsea y Williamsburgh, cinematografía en Tribeca) ha sido estratosférico. Lo que acabo de decir puede interpretarse como una alegre aceptación del papel de los artistas como fuerzas de choque de los especuladores inmobiliarios. Todo lo contrario. Se trata simplemente de dejar muy claro que si alguien está haciendo dinero a caballo del arte, lógico es que aquellos que hacen arte sean tenidos en cuenta. Pretender que eso no va con nosotros, los artista, es de una ingenuidad temeraria en el mejor de los casos o de deshonestidad intelectual en el peor, ya que por activa o por pasiva todos nosotros, incluidos los más radicales, existimos profesionalmente en el mismo contexto, y sabemos perfectamente cual es. A partir de ahí que cada cual bregue con sus ideas políticas.
Pero no estamos hablando sólo de riqueza contable, sino del activo creativo necesario para generarla. Valga un ejemplo. En una conversación reciente con una profesora de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de Barcelona, y en contestación a una queja mía sobre la triste función de las escuelas de arte como fábricas de parados, me dijo que un seguimiento que habían hecho de sus alumnos después de dejar la Facultad había descubierto que el índice de su éxito laboral era superior al de la Escuela de Ingenieros. Lo poco halag√ºeño es que eso sucediese de manera anómala, ya que el éxito se materializaba en otros campos, a veces nuevos, no directamente relacionados con lo que habían estudiado. Lo significativo es lo que indica: que toda actividad intelectual conectada a la experimentación libre desarrolla capacidades creativas que conducen a una alta posibilidad de éxito personal y profesional.
España es un país que se ha rehecho a sí mismo en los últimos treinta años, un país con un enorme potencial creativo en el más amplio sentido de la palabra. Pero no nos engañemos, es también un país que corre todavía detrás de los fondos de cohesión de la CE y que mira al cielo cada mañana para asegurarse que el sol que vendemos al norte de Europa ‚Äìy del que depende la industria más importante que tenemos‚Äì sigue brillando en el mismo sitio de siempre. No se investiga, no se innova y no se emprende de forma contundente y sostenida. Y no se hace porque haya falta de talento propio, sino por falta de medios, es decir, por falta de iniciativa política. Un ejemplo palmario de esta dejadez es el estado de las artes visuales en España. La práctica totalidad de los esfuerzos políticos del último cuarto de siglo en este terreno se han vertido en la creación de un entramado institucional que, ciertamente, no existía y era necesario. Pero, paradójicamente, ha sido descorazonadora al mismo tiempo la falta de visión a la hora de ayudar al enclenque mercado del arte español mediante inteligentes y generosas medidas fiscales al sector privado (cosa incomprensible durante el segundo gobierno de un PP con mayoría absoluta; al fin y al cabo estamos hablando de medidas fiscales que favorecen fundamentalmente, aunque solo de entrada, a los ricos). Peor aún y más nociva ha sido la miopía espectacular exhibida por todos los sucesivos gobiernos democráticos de no entender que por encima de instituciones y mercados está la piedra angular que lo sostiene todo: el arte. Y el arte no crece en las ramas de los árboles y cae al suelo como las peras maduras; el arte lo hacen los artistas. Se ha cometido el error que cometen todas las sociedades con una tendencia histórica a crear antes estructuras de poder que a inyectar este poder de decisión, ejecución y gestión directamente a la base de los colectivos concernidos. A esto se le podría llamar con justicia déficit democrático. Es incomprensible, desde cualquier punto de vista, que todavía estemos librando una batalla cuesta arriba para hacer comprender la urgencia perentoria de una gran red de recursos, sobre todo tecnológicos, de producción artística para que el arte pueda eclosionar desde donde debe, desde la base. Y que no se me malinterprete, no estoy hablando de pescado gratis, estoy hablando de cañas de pescar gratis que se pagarán a sí mismas con creces utilizándolas. La fenomenal plusvalía del arte queda clara con solo echar una ojeada a los últimos ciento cincuenta años de historia europea, el periodo durante el que se ha producido el arte más indigesto y poco acomodaticio desde que nos bajamos de los árboles. No es inteligente decir que el talento siempre destaca, eso ya lo sabemos, pero destacaría más y destacarían más individuos con talento si se les proporcionaran las posibilidades de desarrollarlo sin tener que perder tiempo en lo más básico. La principal beneficiaria de algo así será siempre la ciudadanía, lo único que realmente cuenta cuando hablamos de país.
Lo que se ha querido evidenciar en este estudio es la base económica real de nuestra profesión. Acabar de una vez con las inercias, lugares comunes y falsas percepciones que se tienen de ella. Los artistas ya sabemos por qué hacemos lo que hacemos. Nadie tiene que venir a explicárnoslo. La cultura en general y el arte en particular no son un lujo, son una necesidad, pero para aquellos que teniendo poder ejecutivo tienen la dificultad de percibir esta necesidad, quedan los números. Esta iniciativa, por lo tanto, se ha llevado a cabo para dotarnos de unos argumentos lo más contundentes posible formulados a medida de nuestros interlocutores naturales en el ámbito europeo, que mientras no se demuestre lo contrario, son los miembros y representantes del poder público. Esperemos que sean lo suficientemente sagaces para darse cuenta de lo que este libro desvela.

5 responses to “La economía del Arte según AAVC

  1. «La cultura es muy importante, se dice, pero nadie parece saber exactamente por qué.»
    Yo creo que esa es la cuestión que hay que resolver (o explicar). Si la sociedad entendiera -en términos mayoritarios- que la cultura y el arte son importantes para el bienestar social y personal, el resto sobraría. Sin embargo, a veces tengo la impresión de que algunas organizaciones están más preocupadas por convencer de su «valía» a los políticos que a la gente, y lo que unos valoran no suele coincidir (salvo casualidad) con lo que valoramos los otros.
    Un saludo,
    p.

  2. Es raro que nadie me haya rebatido. Y yo que pensaba que meterse con la financiación del arte contemporáneo iba a resultar polémico… Uno nunca sabe.

  3. pues será por estar en el gremio, pero algo polémico si me parece lo del diseño… El diseño y la accesibilidad, o su uso en comunicación institucional por ejemplo… Y seguro que a gente que sabe mucho más que yo se le ocurren más cosas.
    Y ojo, no lo hago como una defensa de todo el gremio, como una defensa de todo lo que se hace. Pero la distancia entre el buen diseño y el mal arte…¿es tan grande?

  4. El diseño (remitámonos al gráfico por cerrar posiblidades) es una herramienta que se puede utilizar para hacer cosas buenas o malas (predominan las malas). Como un tenedor o un bolígrafo (también predominan las malas) que carecen de bondad o maldad por sí mismos y son las personas quienes pueden hacer buen o mal uso de ellos.
    Ahora bien, el diseñador, por su carácter comercial, está al servicio de su fuente de financiación y pocas posibilidades tiene en cuanto a decidir la carga social que su trabajo llevará.
    En relación con la última frase… por favor, no mezclemos churras con merinas. Una cosa es el arte y otra el diseño. Además, parece, tal como lo planteas, que el diseño es peor que el arte (hay que hacer buen diseño para llegar al mal arte). Mal. Mal. Mal.

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