Marxtercard // por Iván de la Nuez

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Los grandes hechos aparecen, «como si dijéramos», dos veces en la historia; «una vez como tragedia y la otra como farsa». Esta es la rotunda afirmación con la que Marx -enmendando la plana a Hegel desde ese amor-odio que siempre le profirió- abre fuego en El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte. Después de «la tragedia» y «la farsa», acaso podríamos añadir una tercera posibilidad: el momento en que los grandes acontecimientos suceden como «estética». Bajo esa circunstancia que Lyotard describió como una «moralidad postmoderna» y en la que podemos contemplar nuestras peores catástrofes en un museo.


Esto último es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con Guantánamo o con la Guerra Civil, temas convertidos en géneros artísticos o novelescos de obligada «revisión» por parte de autores de todo linaje. Y es también el caso del Comunismo -abordado desde distintas esquinas en este propio blog-, con un revival certificado, en los últimos años, por más de una decena de exposiciones, el enquistamiento de la Ostalgia (la nostalgia por el Este), o la fascinación de ese mundo sobre fotógrafos, novelistas y cineastas occidentales (con Hollywood a la cabeza).
La tragedia, la farsa, la estética…
Quizá haya campo, todavía, para una cuarta opción. Aquella en que esos grandes hechos retornan como negocio.
Esta es la que parece probar el banco Sparkasse, de Chemnitz -llamada Karl-Marx-Stadt lo que duró la RDA-, entidad que ha lanzado una tarjeta de crédito MasterCard con el rostro del fundador del socialismo. No está de más agregar que lo hace gracias a una votación online donde Marx ha resultado el «claro vencedor».
Una leyenda española habla de un editor que, en tiempos de Franco, sugería que a los comunistas no había que matarlos, sino comprarlos. Marx ya está muerto y no puede ser comprado, pero sí puede ser convertido en fetiche. ¡Un «valor de cambio»!, diría de sí mismo. Con su cara barbada concediendo legitimidad al capital financiero.
Como un fantasma que, igual que el Comunismo anunciado en el Manifiesto, recorre de nuevo el mundo… Esta vez, eso sí, en un bolsillo cualquiera, un trozo de plástico dentro de la billetera.
Iván de la Nuez
Publicado en su blog

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