Más allá de la desolación. Un texto de Pyotr Pavlensky

            Pyotr Pavlensky. Foto: Flavien Moras.

En una celda solitaria en la cárcel francesa Fleury-Mérogis, la más grande de Europa, Pyotr Pavlensky reflexiona sobre la risa. El tema surgió en la dificultosa correspondencia que manteníamos en relación al texto del interrogatorio al que fue sometido en 2014 por otra acción. La censura del sistema penitenciario y, por lo tanto, la necesidad de traducciones, la ralentizaba a una velocidad de siglos pasados. Por otra parte, Pyotr no tenía acceso a un ordenador, escribe todo a mano, cita de memoria. En prisión, continuaba pensando en el papel del arte y en la relación entre el poder y las personas.

En los apuntes que me envió, reflexiona sobre el lugar del humor en diferentes instituciones de privación de libertad y en el arte político. Escribe sobre el humor pero titula su texto Más allá de la desolación. Como el artista y como el hombre, sus palabras contienen dosis de dureza y de amor. Aquí las comparto con los lectores íntegramente, junto con algunas intervenciones que hago teniendo en cuenta que no todos están familiarizados con la actividad del artista o con su realidad.

Acostumbrado a que cada acción suya suponga la apertura de una causa judicial, Pavlensky ha pasado casi un año en prisión preventiva por la última de ellas, Éclairage (octubre del 2017), en la que incendió las ventanas del Banco de Francia de la Place de la Bastille. Con las excepciónes de un mes en el régimen ordinario y otro en una celda disciplinaria, y encontra de su voluntad, ese año trancurrió en el bloque de aislamiento. En la vista del pasado 13 de septiembre, fue puesto en libertad hasta la celebración del juicio que comenzará en enero del 2019.

 

“Un preso se corta la mano para no volver a trabajar nunca más. Visto desde un lado, parece bastante cruel; pero desde el otro, es reírse sin disimulo alguno en la cara del sistema de trabajos forzados. Hoy, las colonias correccionales de trabajo se han convertido en solo correccionales, y por ese motivo, los presos han dejado de cortarse las manos. Pero la risa no ha disminuido.

‘No necesito suerte’ afirma un tatuaje popular en los campos.[1] Esto es reírse de la muerte. Reírse del cuerpo y de su salud. Reírse del bienestar, del buen juicio y de otros valores culturales. Reírse de todo aquello que el poder presenta tan solícito como ‘lo bueno, lo sensato, lo eterno’[2].

El IRA y su ‘protesta sucia’. Las paredes de las celdas están cubiertas de excrementos, la orina se cuela por debajo de las puertas de las celdas bajo los pies de los celadores. La completa negativa a lavarse, a cortarse el pelo y a afeitarse, a todo aquello que prescriben las mínimas normas de higiene. Finalmente, al negarse al agua y la comida, Bobby Sands se condena a sí mismo a la muerte. ¿Es un chantaje? Posiblemente, pero solo en apariencia; estas personas son terroristas, el poder se alegra de deshacerse de ellas. Entonces, ¿no será sino burlarse del sistema punitivo y su ostentación de humanidad? Reírse del trend del humanismo global. Humanismo que devora a las personas por miles.”

 

No es de extrañar que Pavlensky piense en Bobby Sands quien, para muchos, es agua pasada. Durante los once meses en Fleury-Mérogis, estuvo dos veces en huelga de hambre. Eligió este método como la única forma posible de expresar su protesta contra el hecho de que sus vistas judiciales se llevaban a cabo a puerta cerrada; algo que a los rusos les recuerda a las troikas de los NKVD de la Unión Soviética. En ambas ocasiones, la huelga fue rota por las autoridades carcelarias cuando, al desmayarse el artista, y en contra de su voluntad, se le administró suero.

En la causa iniciada en Rusia en 2015 por su acción Amenaza, en la que incendió las puertas del FSB (antiguamente, el KGB) en la Lubianka, Pavlensky fue acusado de vandalismo. Sin embargo, el artista solicitó que se le enjuiciara por terrorismo, en virtud del mismo artículo que se le aplicó al cineasta Oleg Sentsov, un ruso nacido en Crimea y, por lo tanto, ciudadano ucraniano. Sentsov fue sentenciado a 20 años por cargos que muchos consideran fabricados, incluida su supuesta participación en el incendio de las puertas de la delegación extra-oficial en Crimea del partido Rusia Unida. Mientras escribo esto, Sentsov está en el día 134 de su huelga de hambre para exigir la liberación de todos los presos políticos ucranianos, setenta personas según la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa. Hay una cierta ironía en el hecho de que ayer, a propuesta de la alcaldesa de la ciudad, Anne Hidalgo, el Ayuntamiento de París otorgara a Sentsov el título de Ciudadano de Honor.

Como artista, Pavlensky se interesa por el proceso, no por las circunstancias del momento. En las entrevistas que le hacen por escrito, algunos medios rusos y ucranianos preguntan por las condiciones de la prisión francesa. Comprendiendo el interés de la gente de esos lugares por los detalles cotidianos, Pyotr contesta, pero con brevedad. Sin embargo, reflexiona más detenidamente sobre los usos y costumbres para con los detenidos en los países europeos, cuestionando lo que nos hemos acostumbrado a aceptar como algo realizado ‘por nuestro bien’.

 

“Es difícil decir quién está en el origen de esta cultura de relaciones, si el poder o el pueblo. Porque lo que hacen los aparatos del poder en relación con la sociedad se asemeja más a una mal disimulada mofa que a una necesidad basada en la razón. Una mofa sofisticada, con todas las maravillas de un sorprendente ingenio. Como, por ejemplo, que las autoridades confisquen el cerebro de Ulrike Meinhof durante más de 30 años para investigar la naturaleza de su desviación de la norma política establecida. O los campos rojos en la Rusia actual, en los que los presos, en lugar de poder lavarse y lavar la ropa, son obligados a frotar suelos y paredes de los baños con trozos de ladrillos ‘para que estén tan rojos como un camión de bomberos’ -ése es el requisito estético de la administración de los campos. O la más modesta pero no menos sofisticada preocupación de las autoridades francesas por sus propios infractores de la ley: la cabeza del imputado debe estar dentro de un saco -ése es el método de traslado en lugares públicos. El motivo aducido es preservar la reputación del imputado. Es una mentira, pues los medios conocen y publican el nombre y apellido del imputado, y la reputación de una persona es inseparable de su nombre.”

 

Heredero de alguna manera de los que le precedieron en el accionismo ruso –la generación de Oleg Kulik, en los 90, y Voina y Pussy Riot, ya en este siglo– y con una nueva generación de artistas como Katrin Nenasheva, ya “en acción” y también frecuentemente detenidos, Pyotr Pavlensky se disgusta cuando se le compara con figuras religiosas, incluso con Cristo. Le disgusta que algunos se empeñen en considerarlo una suerte de héroe ya que, para él, ser artista es mejor que ser héroe. Considera que la palabra “héroe” es parte de un sistema de recompensa e incentivación como la militar, que separa al individuo de la gente. Da importancia a ser un artista que es parte de la gente, que no tiene una posición privilegiada. Afirma que su deseo es esclarecer la naturaleza de la relación entre el poder y las personas, despertar a la gente. No es un iluso: prevé las consecuencias de sus actos (acciones) y está dispuesto a aceptarlas; acepta los resultados de esta relación sobre su cuerpo, en su vida. Pero su mente continúa pensando con toda la libertad que le es posible conservar.

En una ocasión, la historiadora del arte rusa Irina Kulik se refirió a Santiago Sierra como “pararrayos”. Se refería al mecanismo con el que funcionan muchos trabajos de Sierra, atrayendo deliberadamente sobre el artista mismo la indignación de las buenas gentes que se empeñan en condenar el mal, según los criterios de lo políticamente correcto, considerándose al margen de éste. Pavlensky admira el trabajo de Sierra, pero en el suyo propio va aún más lejos: lo que atrae sobre sí para provocar la reflexión no es sólo la indignación, es también el castigo.

 

¿Qué relación tiene todo esto con el arte político? La más directa. ‘En el campo, no hay lugar para la risa,’ insistía el escritor Varlam Shalamov, quién vivió en los campos de Stalin en Kolimá durante 23 años. Pero sus palabras fueron más bien una maniobra, ya que muchos de sus cuentos son claramente humorísticos. El primero en notarlo fue Solzhenitsyn en un cuento propio, en el que intentó reprochárselo a Shalamov. Pero Solzhenitzsyn era tonto. Su legado literario muestra que no entendía casi nada de arte.

Según Platón, ya Sócrates decía en El Pireo que ‘cuando se sabe tratar la tragedia segun las reglas del arte, se debe saber igualmente tratar la comedia’. El mismo Platón sugería que todos los artistas y escritores inconvenientes deberían ser exiliados de su Estado ideal. Así es, y también llamaba locura a la fuga de la esclavitud. Por ello, no hay necesidad de escudarse en su autoridad protegida por los siglos, es suficiente referirse a él sólo como a uno de los precedentes históricos de la idea. Mucho más cercano a nosotros está Gustave Courbet, un artista que defendió la idea del realismo en el arte hasta su misma muerte en el exilio. Un artista que superó la dictadura del estado sobre los criterios artísticos. No estaba para bromas. Sin embargo, su cuadro Entierro en Ornans suscitó un torrente de mal disimulado odio por parte de los representantes de la alta cultura, y fue descrito por uno de los críticos más influyente de la época de esta manera: ‘Increíblemente fea, sea una caricatura que imita a la pintura o una pintura que imita a la caricatura’. Pero Gustave Courbet no era un jovial caricaturista, comprendía la pintura de esta manera: ‘un arte extremadamente concreto no puede consistir más que en la representación de las cosas reales y existentes. Es un lenguaje absolutamente físico […]’ ¿Quizás, precisamente al acudir a esta realidad absolutamente física, el artista se encuentra forzosamente con toda la monstruosidad del entrelazamiento de la pesadilla con la risa? Y si el artista elude la idealización, ¿se revela de alguna forma este entrelazamiento?

Courbet insistía en lo suyo, no temía que se le considerase falto de seriedad. Pero ¿qué hay detrás de quienes, con caras descompuestas por sufrir la desgracia ajena y cuya seriedad no admite réplica, nos explican qué es el bien y qué es el mal? Ideología. La ideología no se apoya en la realidad, tan cuidadosamente tapado con múltiples decorados de libertad, igualdad y fraternidad internacional. Al contrario, la ideología es precisamente ese decorado con el que se recubre la peligrosa realidad contra la que uno se puede herir. La recubre por seguridad.

No muy lejos de los malhumorados ideólogos se sitúan los intrépidos documentalistas del World Press Photo. Los gritos, lágrimas y otros estímulos del luto mundial sobre las violaciones de los derechos humanos obligan a olvidar cualquier otro entramado para exigir el justo envío de tropas que establezca un estricto control policial sobre cualquier territorio que se haya desviado del firme curso de la civilización y el progreso.

 

Mientras los amigos y los detractores, los medios y los críticos, los jueces y los psiquiatras forenses se afanan en “explicar” las acciones de Pavlensky como una consecuencia sea de un desequilibrio mental, de tendencias criminales o de simples errores de planteamiento que le hacen insistir en negarse a participar en el mundo del arte según las reglas del mercado, Pavlensky busca la salida en la risa:

 

“Pero en este caso, ¿quizás la salida aún está en un buen chiste? ¿Quizás el humor y la sátira nos permitirían elevarnos sagazmente sobre el mundo con la ironía y, desde la altura de la bufonada, escupir en toda la conmoción y el revuelo? El inofensivo bufón siempre fue el predilecto de los cortesanos y los reyes. Más aun, frecuentemente se convertía en su fiel amigo y colaborador. Pero también el pueblo amaba a los bufones y se complacía en reírse con sus clarividentes paparruchas. Estar aquí y allí. Jugar a favor de los vuestros y de los nuestros, eludiendo eternamente cualquier posición de la que hubiera que responder. El único criterio, provocar la risa. ¿Qué es sino un conformismo extremo? Además, escapismo y póliza de seguro, o sea, cálculo.

¿Puede ser cierto que la situación no tenga remedio y que no podamos salir de este cúmulo de contradicciones? Creo que existe una salida, pero para encontrarla hace falta un gran arte. El arte de mantenerse en el filo de la realidad, entre el pathos nauseabundo y las risitas calculadas de las bufonadas conformistas. El arte de reírse mantenido la más absoluta seriedad. Es la risa de Sade. La risa de Calígula en el drama de Albert Camus. La risa más allá de la desolación. La risa negra que no hace compromisos.”

 

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1 También puede traducirse como ‘no necesito felicidad’, ya que en ruso ambos conceptos se encuentran en la misma palabra.

2 Una frase muy citada del poema de N. A. Nekrasov Sembradores, eternamente parte del currículo escolar ruso.

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