Más botellón (y mejor) es más revolución.

Aprovechando la jornada de desmantelamiento de Acampada Sol, la Sección Madrid ha hecho circular un comunicado en el que se cuestiona la postura anti-botellón de la organización de la acampada durante los pasados días de ocupación del espacio público por parte de los «indignados».
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Más botellón (y mejor) es más revolución.

«Menos botellón, más revolución» ha sido uno de los eslóganes con una presencia más clara en la Acampada Sol. Lo ha sido no tanto por su difusión escrita sino, más bien, por las consecuencias prácticas que ha ejercido sobre la conducta del movimiento, generando una especie de [auto]censura blanda o persuasión insistente, llámese como se prefiera, sobre sí mismo o sobre cualquiera que se acercase a la escena del descontento. No se nos escapa a nadie que tal circunstancia ha estado condicionada a querer ofrecer una cierta imagen de civismo no violento y responsable, en gran medida dictada por los ataques recibidos desde los medios y la política de orientación más reaccionaria. La cuestión es si esa concesión, o ¿es acaso un convencimiento interno?, no supone un secuestro del pensamiento, y de la acción, que pretende realizar una crítica práctica de un sistema dominante que, entre muchas cosas, condena la práctica del botellón, debido a su potencialidad socio-política como generador de redes e intercambio social, así como de recuperación del espacio público para un uso comunitario autónomo.


Claro está, que esto no quiere decir que todas las formas de botellón puedan ser definidas de tal modo y son, precisamente, las variantes asociadas, exclusivamente, a la lógica del consumo las que han servido como coartada para las campañas contra este fenómeno que, desde hace años, ha puesto en marcha el poder municipal. En cualquier caso, y a pesar de estas circunstancias, hasta en esta tipología pueden rastrearse, al menos, los indicios del malestar que nos han llevado al actual estado de la cuestión.
In vino veritas, in aqua sanitas dice el proverbio latino y parece que podría definir la situación actual, en términos de elección. Es decir, optar entre la verdad _sean cuales sean sus diversas versiones_ que favorece lo etílico, en sentido literal y figurado, y lo saludable, como expresión de una imagen de pureza vinculada al imperio de la hipocondría sistémica, procurado por el agua. Lo que parece claro es que no han sido pocas las veces, en nuestra historia, que revoluciones u otros hechos políticos relevantes para el desarrollo de la autonomía ciudadana se han gestado en bares, tabernas u otros lugares donde se expende alcohol y no en las fuentes públicas que, actualmente, se reservan para la celebraciones del aparato de distracción/desviación futbolístico.
La leyenda negra asociada al alcohol, y por extensión al botellón, ha sido tejida durante siglos por todos aquellos puritanos que no soportaban los excesos y el desorden en la conducta social que producían los efectos del mismo, cuando se ingería en comunidad. Estas anomalías, como las producidas por otras drogas, interrumpían la textura
uniforme, más o menos, de la realidad organizada al servicio de los intereses de los dominadores. Desde luego en Madrid, hay una larga tradición, a este respecto, que entronca con un cierto tradicionalismo ignorante e hipócrita, que no dudaba en acusar de borracho a todo aquel que no compartiese su credo. De este modo, le cayó dicho epíteto a José Bonaparte que, independientemente de representar la voluntad imperialista, intentó introducir en la propia ciudad, y en el Estado en general, criterios reformistas que arraigaban en los principios ilustrados. La historia es conocida, se le adjudicó el apodo de Pepe Botella. Del mismo modo, al haber abierto numerosas plazas en el centro de Madrid _liberando el espacio público para su uso colectivo, del uso privativo de las órdenes religiosas, derribando iglesias y conventos_ se le motejo como Pepe Plazuelas. No deja de ser singular la coincidencia del alcohol y el espacio público en los apelativos de un mismo personaje, y todo esto en relación con la práctica del botellón, que nacería como fenómeno de masas en el siglo venidero.
En estos momentos la descalificación del botellón proviene del mismo puritanismo, que desea que todo siga igual. El problema principal es que aquellos que están demandando una transformación social, aunque sea tan sólo epidérmica, se sometan a los dictados de los primeros que, simplemente, persiguen la disolución del movimiento, sin que quede rastro de sus aspiraciones. Desde luego, cabe preguntarse qué hubiese pasado si no hubiese existido, en los años precedentes, un fenómeno coadyuvante como el botellón, donde se han reunido miles de personas y han intercambiado, entre otras cosas, los argumentos políticos que han sustanciado la presente reacción de malestar.
En la Sección Madrid, conforme a lo expuesto, hacemos un firme llamamiento a la defensa del botellón, con el convencimiento de que sólo con más botellón [y mejor] haremos más revolución.
Originalmente publicado en Sección Madrid
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Comiendo terreno
Botellón de leche

6 responses to “Más botellón (y mejor) es más revolución.

  1. Basta ya de que nuestra cultura y nosotros incentivemos el
    Consumo de alcohol. Es de las mayors enfermedades del mundo por que
    Si, acabas enfermo…
    Indignante que la gente se cabree porque por una vez el alcohol
    No estrana en esos parámetros. Hay que estar lucidos
    Para beber de tienen muchos momentos y en sol no lo era
    Soy partidaria de 0 alcohol

  2. Estoy de acuerdo con todos los carteles y manifiestos de Sección Madrid menos con este.
    Y me explico, en mi opinión con mas botellón NUNCA ha habido mas revolución. La prueba
    de ello ha sido la última decada donde los jovenes llenaban parques y plazas del Estado
    con reuniones en torno al alcohol y nadie movia un dedo para nada. Es verdad que en ellos
    hay una recuperación del espacio público y de diversión que comparto y respeto pero no
    seamos tan ciegos ni tan ilusos de pensar que allí se construyen los cimientos de una
    transformación social, politica y economica porque sabemos que no es asi.
    Botellón si pero no en los momentos o en los nucleos de la lucha. En las acampadas,
    en las barricadas, en las huelgas, el alcohol no aporta nada, da mala imagen (entre nosotr@s) genera conflicto (aparecer babosos y borrachos)
    y divide a much@s compañeros.
    Ya Bakunin sabia que era algo que podia volverse contra el obrero y cual era
    la alternativa: » Para escapar de su situación (refiriendose al pueblo) hay tres metodos:
    dos quiméricos y uno real. Los primeros dos son la taberna y la iglesia, l
    ibertinaje del cuerpo o libertinaje de la mente; el tercero es la Revolución Social.
    Sabiendo que ahora no son los años 20 o 30 y que tampoco estamos en Guerra pienso que cuando llega la lucha ( y ahora mismo ha llegado) tenemos que dejar de lado la
    litrona o la lata o por lo menos usarla con moderación en el lugar y momento adecuado.
    http://pares.mcu.es/cartelesGC/servlets/visorServlet?cartel=95&page=2&from=catalogo
    http://www.nodo50.org/tortuga/Anarquismo-y-lucha-antialcoholica

  3. El botellón es reaccionario. Niños de papá bebiendo que van con los coches que ha comprado papá a beber el alcohol con el dinero que les ha dado papá para pasar el fin de semana. A los que están a favor del botellón les ponía yo uno debajo del balcón, con pijos vomitando y música de reguetón. Hay que reivindicar a Zizek, como bien dijo, ahora que el sistema llama a gozar es el momento de inclinarse a no gozar.

  4. Entendiendo algunas de las consideraciones de los comentarios anteriores, creo que hay que hacer algunas precisiones. La reivindicación del botellón en el texto no sugiere, en absoluto, una llamada al alcoholismo. Más bien se trata de entender el potencial de construcción de tejido social y de reapropiación del espacio público por parte de ciertas formas de reunión, en el que la presencia del alcohol no tiene necesariamente que llevar consigo el exceso en su consumo. De hecho lo que dice el texto es que no todas las formas que adopta este fenómeno han de considerarse en los términos que defiende la Sección Madrid: “Claro está, que esto no quiere decir que todas las formas de botellón puedan ser definidas de tal modo y son, precisamente, las variantes asociadas, exclusivamente, a la lógica del consumo las que han servido como coartada para las campañas contra este fenómeno que, desde hace años, ha puesto en marcha el poder municipal.”
    En cuanto a la vinculación del consumo de alcohol y la enfermedad, la verdad parece el tipo de argumento puritano que utilizaban ciertos movimientos como el ejército de salvación, cuya hipocresía ya fuera denunciada en 1916 por D.W. Griffith, que no era precisamente un revolucionario, en Intolerancia. En cuanto a la lucidez, sinceramente, no parece que la sobriedad sea ninguna garantía de la misma en el actual estado cosas, donde vivimos, al menos, parcialmente anestesiados.
    Finalmente, me parece que la intención del manifiesto es la de llamar la atención sobre determinados aspectos que tienen que ver con el intento de desactivación, por parte de los defensores del statu quo, de los cimientos del movimiento, que ha canalizado el malestar social actual, y el miedo por parte de quienes se han manifestado de dar una mala imagen. Cabría preguntarse entonces: ¿Quién impone los parámetros de la buena o mala conducta? Y, lo que es a mi entender más importante ¿La preocupación por la esta imagen no aboca a cualquier iniciativa crítica a plegarse al marco de realidad impuesto y, por tanto, hace irrelevante cualquier forma de disidencia, no pudiéndose alcanzar más que objetivos irrelevantes?

  5. Panegírico- tomo primero (extractos)
    Guy Debord
    «Después de las circunstancias que acabo de evocar, lo que sin duda alguna marcó mi vida entera fue el hábito de beber, que adquirí rápidamente. Los vinos, los licores y las cervezas, los momentos en que unos se imponían a otros o los momentos en que se repetían, fueron trazando el curso principal y los meandros de los días, de las semanas, de los años. Otras dos o tres pasiones, de las que hablaré, han ocupado casi continuamente un amplio espacio de esta vida. Pero beber ha sido la más constante y la más presente. Del escaso número de cosas que me han gustado y he sabido hacer bien, lo que seguramente he sabido hacer mejor es beber. Aunque he leído mucho, he bebido más. He escrito mucho menos que la mayoría de la gente que escribe; pero he bebido mucho más que la mayoría de la gente que bebe. Me puedo contar entre aquellos de los que Baltasar Gracián, pensando en un grupo de escogidos que identificaba sólo con los alemanes -siendo aquí muy injusto en detrimento de los franceses, como creo haber demostrado- podía decir: «Hay algunos que no se han emborrachado más que una sola vez, pero les ha durado toda la vida»

  6. Esto de cortar y pegar citas del club de los poetas muertos es aburridísimo, y el aburrimiento es siempre, pero siempre, contrarevolucionario.

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