Peristas y Libertarios, ya tenemos Ministro de Cultura. Retrato en 4 puntos de José Ignacio Wert.

José Ignacio Wert es ya ministro. Sus palabras, vertidas en un artículo de opinión, «Peristas y libertarios» a principio de 2011 revelan su escasa comprensión del entorno social que, a partir de ahora, debe tutelar –mal currículo para un sociólogo– ya que reproduce paso a paso cada uno de los tópicos que ha esgrimido la industria cultural para mantener el statu quo en un entorno de profundos cambios politico-culturales. Las comparaciones que propone, las afirmaciones que mantiene y las especulaciones que proyecta son, en el mejor de los casos, fantasías e incorrecciones, aunque de ninguna manera son inocentes.


1. Se declara como antagonista a la sociedad digital y, por extensión, a la sociedad.
Empieza definiendo el ámbito de las relaciones sociales mediadas por internet como un lugar poblado de «libertarios digitales» que se oponen a la regulación de la red[1], intentando dotar de un sentido peyorativo tal afirmación. Hay que recordar que la sociedad en red está poblada por personas que viven, también, en el entorno natural, no digital. El verdadero valor de la afirmación, sin embargo, no se encuentra en esta división ficticia, sino en el carácter de su afán regulatorio. Tal como se ve en el texto, la regulación que defiende no se hará en favor de los derechos de las personas, que son para Wert «ladrones y libertarios», sino de la industria cultural y los poderes económicos que la poseen. Vemos aquí, claramente, un ministro que no va a gobernar para las personas.
2. Se declara abiertamente contra derecho.
La ley Sinde, básicamente, es un intento por apartar del camino el criterio jurídico en los casos de descargas, debido a su habitual sobreseimiento. Wert reconoce cierta irregularidad[2] en el hecho de imponer un criterio administrativo al criterio de un juez pero concluye que, aún así, esta imposición sería una medida «efectiva» [contra la vulneración de derechos de propiedad intelectual]. Vemos aquí un ministro que no cree en el estado de derecho y la separación de poderes.
3. Antepone el derecho a la propiedad intelectual a los derechos humanos.
Una de las principales críticas a los intentos de regular el ámbito digital consiste en tomar en consideración los derechos fundamentales, como la libertad de expresión o de información, frente al derecho de propiedad intelectual. El debate se desarrolla como reflejo de dos tendencias antagónicas, por un lado los poderes fácticos, como la industria cultural, que trata de imponer sus restricciones en favor de sus intereses y, por el otro, los individuos que desean relacionarse libremente en la sociedad digital. La defensa coercitiva de los derechos de propiedad intelectual vulneraría derechos fundamentales y, desde una perspectiva de la cultura libre, es más importante el derecho a aprender, a construirse uno mismo en libertad, a intercambiar ideas enriqueciendo su entorno y enriqueciéndose con él que el derecho al negocio. Lo que se pone en juego en este debate no es otra cosa que la confrontación entre intereses privados y colectivos. Wert, ante la calidad humana de estos argumentos prefiere «no discutir»[3] la prevalencia de un derecho sobre otro, presumiblemente porque prefiere «imponerla».
4. Sigue viviendo en un mundo dominado por la economía fordista.
Es notable el esfuerzo que se ha hecho desde distintos ámbitos del conocimiento para delimitar las diferencias cualitativas entre una economía de bienes materiales y una economía de ideas. La consabida idiosincrasia de este nuevo capitalismo, cognitivo o líquido, incluye un comportamiento radicalmente distinto de las relaciones de producción y consumo. Por ejemplo, la inversión entre valor de uso y valor de cambio que se da en las dos economías, de ideas y de mercancías, y el hecho de que una mayor difusión aumenta el valor de un producto inmaterial, al contrario de lo que sucede con un bien tangible. Este fenómeno y la peculiar relación entre producción de ideas y producción de sujetos sitúa al ámbito de la cultura en un territorio codiciado por todo tipo de intereses y en un primer orden de prioridad política.
Con este error recurrente y demagógico se omite deliberadamente la inversión del valor de lo escaso (lo escaso vale más en una economía de bienes materiales, pero, al contrario, una idea puede ser conocida por todos sin desgaste). El intento de trasladar modelos de negocio desde un paradigma actual a otro anterior necesita de la generación artificial de escasez, con regulaciones de todo tipo y aparato coercitivo para asegurar su cumplimiento. Las tesis producidas en el entorno de la cultura libre proponen, por el contrario, modelos de negocio que asumen el desplazamiento de la escasez hacia otros ámbitos como la atención, el acceso o la producción en tiempo real.
Sin embargo, Wert devuelve de un plumazo toda esta dinámica a una economía secundaria o de mercancías predominante en el siglo XIX.[4] Esta actitud desemboca, finalmente, en la típica comparación de la sustracción y surge el apelativo de ladrón aplicado a toda persona que se desenvuelve de una forma perfectamente natural y saludable, criminalizando así el sentido común y la sensatez[5].

1. «Y digo en ese entorno porque empiezo por reconocer que en él dominan abrumadoramente los libertarios digitales, quienes se oponen a cualquier restricción en la Red, incluidos los límites al despojo puro y duro de la propiedad intelectual de los creadores culturales».
2. «Igualmente es discutible la preeminencia administrativa, aun con control jurisdiccional previo, en la interrupción de servicios de quienes vulneren la propiedad intelectual. Pero es evidente que las ganancias en garantías podrían traducirse en pérdidas de efectividad».
3. «Sin embargo, no creo que sea razonable discutir ni la prevalencia del derecho a la propiedad intelectual del autor frente a otros supuestos derechos o expectativas de tales».
4. «Si vamos a lo básico, el andamiaje argumental de los libertarios se cae por sí solo. Y lo básico es determinar si la propiedad intelectual es menos digna de protección que la propiedad, por ejemplo, de la vivienda, del automóvil o las colecciones de sellos.»
5. «Llamemos a las cosas por su nombre. Las webs de descargas son la traducción digital del perista o receptador de mercancía robada. Su condición inmaterial no priva al robo ni de su naturaleza, ni de su gravedad.»

11 responses to “Peristas y Libertarios, ya tenemos Ministro de Cultura. Retrato en 4 puntos de José Ignacio Wert.

  1. Que manía tiene la derecha (bueno y la izquierda también, a que negarlo) en presentar al espíritu libertario como algo malo.
    Bueno para ellos si que lo es, evidentemente, pero ?no piden respeto para sus ideologías?
    Últimamente cuando escucho «ladrones» lo asocio mas con gomina, trajes regalados y «amiguitos del alma» que con el anarquismo.
    Lo de este señor no pinta nada bien, me temo que acabara por acuñar el termino «Ley Sinde-Corcuera»

  2. Wert asume acríticamente el discurso de la industria, pero quiero pensar que se debe a un acercamiento superficial al asunto, que desconoce los argumentos ajenos, quizá porque fuera de internet son difíciles de encontrar, y que puede cambiar, pues le tengo por una persona razonable. No es el caso de Lasalle, un hombre cercano a la industria que probablemente se va a encastillar en su postura.
    Una vez que tenemos el discurso, y como bien se dice es ingente la cantidad de literatura que a estas alturas ha generado, y ante la perspectiva de un gobierno que parece legislará en contra del interés general, es necesario preguntarnos qué hemos de hacer ahora. Las muestras de rechazo, dentro y fuera de la red, son imprescindibles, y deberían pasar de la mera afirmación al boicot activo. Pero a mi juicio el nudo gordiano se rompe si el discurso de la industria empieza a ser rechazado por un número creciente de autores (profesionales, no como nosostros) y trabajadores culturales.
    Hasta ahora los medios han transmitido una imagen de unidad monolítica del colectivo de autores y trabajadores culturales en torno a las tesis e iniciativas de la industria. Algunas grandes estrellas saltan a los titulares de vez en cuando, o incluso a las tribunas de los periódicos, y el coro de editores, productores, distribuidores, etcétera ha sido unánime en sus alabanzas a la ley Sinde y en sus críticas al gobierno en funciones por no aprobar el reglamento de la misma. Cuando los medios buscan contrastar posturas llaman a gente del mundo de la tecnología, pero nunca a un escritor, un músico o un cineasta. Es importante destacar el impacto del discurso de Álex de la Iglesia en la última gala de los Goya. No es lo mismo estar expuesto sólo a la unanimidad que constatar la divergencia de opiniones en el colectivo. La unanimidad puede llevar a pensar que, si todos están de acuerdo, es obvio que existe un perjuicio (y parece lógico que lo hay, y muchos ciudadanos lo creen así), pero alguien del sector diciendo que se pueden hacer las cosas de otra manera lo cambia todo. Quizá no estemos solo frente a algo equiparable al robo de manzanas, quizá haya algo más si un frutero rompe la unanimidad.
    Lo sorprendente es que existe un conflicto de intereses entre industrias y trabajadores culturales. Las primeras quieren defender un modelo ligado al pago por copia quimérico en nuestra realidad tecnológica y que en última instancia pone en riesgo los puestos de trabajo del sector. Yo no estaría seguro en una industria que apuesta contra el tiempo porque al cabo del día puede venir el Steve Jobs de turno y hacerse con mi sector; y quizá genere los mismos puestos de trabajo que destruya, pero esos ya no los ocuparé yo. Además, el trato que propone la industria a los autores supone sostener una inmensa estructura de distribución obsoleta, además de los costes de exclusión en el medio digital, ¿quién querría detraer recursos de sus emolumentos para dedicarlos a algo así? Por no hablar de lo draconiano de algunos aspectos de las relaciones contractuales entre industrias de contenidos y autores, fruto de una desigualdad negociadora también obsoleta hoy.
    Los autores y trabajadores culturales tienen incentivos para romper la unimidad aparente de sus colectivos. Sin embargo, estos incentivos no son a menudo percibidos por ellos, muchas veces por una aproximación incompleta al asunto. Y sobretodo no tienen visibilidad los modelos de negocio alternativos (y nadie se lanza en brazos de la incertidumbre).
    Si de verdad queremos impulsar una política alternativa para el Copyright en la era digital debemos trabajar estos asuntos.
    Deberíamos, imho, impulsar una plataforma de autores y trabajadores culturales por un cambio de modelo que diera visibilidad a los miembros de estos colectivos opuestos a las tesis de la industria.
    Para que cada vez más autores sean conscientes de los incentivos de dar la espalda al modelo de pago por copia que les ofrece la industria, deberíamos ejercer una labor de pedagogía empleando con todo su potencial las herramientas que la tecnología pone en nuestras manos. Una pieza central debería ser un único punto de encuentro de la comunidad (¿un foro?) que centralice el debate y las ahora dispersas, pero muy valiosas, aportaciones de David Bravo, Javier de la Cueva, Enrique Dans, Pepe Cervera, Ricardo Galli, Antonio Delgado, David de Ugarte, la gente de APEMIT, los administradores de epubgratis, los miembros de El Cosmonauta, del Partido Pirata y del resto de cientos sino miles de ciudadanos capaces de aportar calidad a la discusión. Centralizar el debate, sin perjuicio de todo lo demás, supone un salto cualitativo en visibilidad, y la capacidad de explicar una alternativa a los autores más allá de reuniones «en la cumbre» como la de Álex de la Iglesia.
    Respecto a la visibilidad de los modelos de negocio alternativos creo que la introducción en España de Amazon y de Netflix van a empujar en ese sentido. Incluso a precios impuestos por la industria, una plataforma como Netflix deja patente lo absurdo de firmar un contrato donde te descuentan los gastos de transporte de copias físicas, y da una idea del potencial de generación de ingresos que, a otro precio y sin intermediarios, tiene el modelo. De todas formas sería necesario asesorar a los autores y proporcionar ayuda en la práctica, como ya se está haciendo. De nuevo hay que decir que cosas como las guías de autoedición que ya existen tendrían un impacto mucho mayor si estuvieran en un mismo sitio todas juntas, al lado del resto de líneas de este gran debate, formando parte de un todo coherente y comprensible.
    Si lo hacemos no sólo descabalamos el discurso de la industria, también nos decantamos para bien en la dicotomía entre las posibilidades de emancipación de las nuevas tecnologías y su potencial para el control, y probablemente encontremos que hay grandes ventajas para los primeros en dejar atrás el pasado. Ojalá la primera gran serie o película de éxito planetario sea española, escrita con conciencia de que el público es global, distribuida libremente, con subtítulos listos para maximizar su difusión.
    En fin, es muy probable que las cosas no vayan por estos derroteros (si nadie más está de acuerdo esto es sólo un comentario en un blog), pero en todo caso se abre un tiempo apasionante, y me temo que con el gobierno a la contra, para los que estamos interesados en esta batalla de nuestros días.

  3. Se agradece el comentario, Homelandz, porque aborda la cuestión de qué hacer y cómo organizarse, habitualmente intratable por su dificultad. Van un par de apreciaciones, sin ánimo de refutar el trasfondo de tu propuesta, que reclama una forma de organización para aglutinar fuerzas.
    De las argumentaciones alrededor de la economía, el mercado de trabajo y los modelos de negocio la cuestión sobre cómo regular la producción cultural esconde otra, en mi opinión, no menos importante, de la que no se habla tanto: la producción de subjetividad. Los mecanismos por los que nos construimos como sujetos están mediados por distintas fuentes, entre ellas la industria cultural. Si esta industria se organiza jerárquicamente alrededor de las multinacionales de la cultura, como ocurre, por ejemplo, con el cine americano, la subjetividad producida será favorable a las macroestructuras de poder, que producirán más películas mainstream, realimentándose en el proceso. Un ejemplo gráfico de esta dinámica lo encontramos en la escala de valores, muy extendida, que incluye las superproducciones cinematográficas como un logro de la humanidad del que sentirse orgulloso. Éste es un valor útil para las corporaciones del «entretenimiento», ya que predispone a la sociedad a tolerar el tipo de estructura mercantil que hace posible tal producción. Y tal estructura aglutina un enorme poder para controlar la difusión de los valores morales. Vemos cada día casos de este tipo de abuso en compañías como Google o Facebook que han suplantado a la institución pública en la regulación de la moral, censurando o reconduciendo con distintas estrategias el tipo de producción que no les resulta favorable.
    ¿Cómo afecta esto a tu planteamiento? En este sentido: cuando reclamas la participación activa de los trabajadores culturales en aras de una mayor repercusión de las posiciones a favor de la libre circulación del conocimiento o la «cultura libre», en realidad, tu reclamación no afecta a todos los trabajadores sino sólo a aquellos que ya poseen una notoriedad social. Yo mismo soy diseñador, por tanto, trabajador cultural, y hay otros cientos de miles de profesionales de la cultura en las redes sociales que nos apoyan. Por tanto, la pieza que te falta para tus expectativas de difusión es la capitalización de la notoriedad, en otras palabras, la fama. A tus palabras me remito cuando dices, para referirte a este grupo, «Algunas grandes estrellas saltan a los titulares de vez en cuando…»
    Sin embargo, aunque haya excepciones como la de Alex de la Iglesia (su trabajo le costó) la asociación de famosos con el tipo de ideas que defendemos no es coherente y será siempre excepcional. Lo coherente con un modo de capitalización simbólica como la fama y la notoriedad es que tenga su paralelismo en los modos de capitalización económica reproduciendo los mismos esquemas. Un famoso que ha asumido su fama sin entender que se debe a la resonancia entre él y la industria jamás podrá entender nuestros planteamientos y, en la práctica, se demuestra cotidianamente cómo la industria sí es capaz de capitalizar de manera fulminante la fama y notoriedad de los sujetos que ella misma produce.
    En conclusión, lo que estoy diciendo es que instrumentalizando la fama y la notoriedad podemos conseguir objetivos estratégicos a corto plazo, pero estaremos tirando piedras sobre nuestro propio tejado al legitimar una forma de subjetivación que va a ir siempre en favor de los intereses corporativos.

  4. No sé si conocéis esta iniciativa para un documental sobre el 15M
    http://www.15m.cc/p/quienes-somos.html
    Enlazo directamente a sus autores iniciales con toda la intención del mundo. ¿Cómo véis que tratándose de un proyecto colectivo (llaman a la participación) sean tres personas quienes den la cara? Estuve en la primera cita con posibles participantes y me llamó la atención el hecho de que eligieran un formato tipo rueda de prensa para presentar el proyecto, obviando el modelo asambleario, lo que llevó (creo que inconscientemente) a unas primeras intervenciones del «público» un tanto tímidas.
    El proyecto está empezando a caminar y cada vez hay más participación, por lo menos eso parece en los grupos de google que han creado a tal efecto, pero por mi parte no siento el proyecto como propio sino que estoy trabajando para alguien, aunque se me diga constantemente que no es así. Aunque por otra parte creo que un proyecto así es complicado ponerlo en marcha si no hay cierta coordinación visible, que al final, como suele ocurrir, son quienes más se lo curran.
    Dejo aquí este comentario como forma de espiación interna, no sé si es buena idea ponerlo en el blog del proyecto o en sus foros, porque no quiero generar ningún tipo de corriente negativa contra él, pues no es mi sentimiento para nada, pero también tengo curiosidad sobre qué podéis pensar de este tema.
    Saludos.

  5. Aitor, para nada pensaba en las grandes estrellas, más bien en los trabajadores «de a pie» del sector. Son ellos los que más tienen que perder y de hecho muchos no comparten la postura oficial de los lobbies del sector. En el mundo del cine, por ejemplo, hay muchos y muy buenos técnicos y profesionales formados en las escuelas profesionales (ESCAC, ECAM…) que se enfrentan a un verdadero cuello de botella en forma de productores anquilosados, dinosaurios que copan las subvenciones, etc. Mi idea era iniciar una aproximación a estas personas, y al resto de profesionales y creadores de cualquier edad y condición que no comulgan con el discurso oficial de criminalización del público.

  6. Homelandz, te agradezo la aclaración ya que en tu planteamiento hay claves suficientes para pensar lo contrario.
    «Cada producto se quiere individual; la individualidad misma sirve para reforzar la ideología en la medida que provoca la ilusión de que lo que está cosificado y mediatizado es un refugio de inmediatez y de vida. Esta ideología apela sobre todo al sistema de vedettes tomado del arte individualista. Más se deshumaniza esta esfera, más publicita las grandes personalidades, y más habla a los hombres con la voz cascada del lobo disfrazado de abuelita» (La industria cultural. T. W. Adorno).
    Mejillón, ando pensando en esto que has comentado. No me parece tarea fácil. A ver si me aclaro y te doy una opinión.

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