El NO de Santiago Sierra a recibir el Premio Nacional de Artes Plásticas ha hecho correr rios de tinta. A favor y en contra.
Lo curioso es que mientras desde ámbitos ajenos al arte contemporáneo se ha leido este NO como una declaración política en la que mucha gente se ha querido ver representada, y no hay más que acudir a sitios de contrainformación para corroborarlo (Rebelión, Diagonal, Kaos en la Red, etc, etc. ), desde el mundo del arte ha habido reacciones bien abiertamente neoliberales (José Pérez Guerra de la revista El Punto de la Artes), o bien que se han lanzado a un abismo interpretacional donde cada palabra de la carta de renuncia ha sido escrutada y exprimida intentando buscar incoherencias, contradicciones, dobles intenciones, y demás.
El artista Iñaki Larrimbe, por ejemplo, en su empeño de desmontar el NO ha llegado a afirmar que: «que si un artista quiere entera libertad, lo que tiene que hacer es no vivir del arte«, cayendo en un cliché bohemio-romántico de la peor estirpe.
Mientras que desde el ámbito más político se ha leido este gesto como lo que es, un rechazo a un Premio Nacional, parece que desde una parte del ámbito del arte se ha entendido solo como acción artística (como Daniel Cerrejon planteaba en Salon Kritik), dando lugar a que la discusión se planteara en torno a la trayectoria de Sierra, sustrayendo la posibilidad de un debate crítico sobre los mecanismos de visibilización y reconocimiento propios del arte contemporáneo.
En un reciente articulo en A-desk, Martí Manen propone «no olvidar la situación: No aceptar un premio», intentando reconducir la discusión:
El estado son ustedes y sus amigos
a partir de la negación de Santiago Sierra al Premio Nacional de las Artes
MARTÍ MANEN
La obra de Santiago Sierra podría ser definida como un espejo de la realidad, como un boomerang que golpea con nada más que aquello que nos rodea habitualmente. Las respuestas airadas a su trabajo -y a su persona- podrían extrapolarse al funcionamiento del sistema, pero en pocas ocasiones se genera este cambio de óptica. Lo simple y lo complejo en el trabajo de Sierra se encuentra en la realidad, y aparece cierta dificultad de apreciación cuando es desde el arte que se realiza una la lectura de contexto en bruto. Si fuera cine no pasaría nada, no habría problema, se pagaría igual, costaría mucho más de producir y no se exigiría lo mismo.
La coherencia y la incoherencia es el pan de cada día, con un sistema político y económico global que quiso eliminar al final de la segunda guerra mundial la posibilidad de evolución. El control económico y político, sea a nivel personal o de estados, es de algún modo absoluto y la máquina es capaz de eliminar cualquier brote que se aleje de lo preestablecido. También «las malas hierbas» tienen una fantástica capacidad para eliminarse las unas a las otras. A Santiago Sierra se le exige una coherencia absoluta cuando, al mismo tiempo, la incoherencia reina. Santiago Sierra escandaliza al contratar miserablemente a personas para su trabajo, pero nuestras prendas de ropa, nuestros muebles y nuestra tecnología se fabrican básicamente desde la misma miseria. Santiago Sierra escandaliza cuando cierra el pabellón español de la Bienal de Venecia a todo aquél que no tenga un DNI. Pero las leyes de inmigración siguen, Sarkozy puede expulsar a los rumanos saltándose los derechos humanos sin ruborizarse y los partidos políticos juegan descaradamente a crear miedo y a buscar un enemigo en la inmigración. Santiago Sierra señala, enfoca, ilumina momentos y situaciones que están constantemente frente a nuestros ojos y lo que duele es que todo pinta más que mal y que, además, el gesto es simple; minimal. Algo así como varios Donald Judd cargados de mala leche por todo lo que nos rodea. Y además lo vende y es arte contemporáneo. Sierra es también un producto en un mercado de élite, el mercado del arte, pero se trata de un producto que no ofrece felicidad, que juega desde dentro y busca las fisuras y se regodea con ellas. Con Santiago Sierra no hay negociación, con lo que es lógico que en su carta de renuncia al premio aparezca una palabra como libertad. Leemos «libertad» y casi duele, como si fuera una palabra de mal escribir.
Pero estamos hablando de arte y desde el arte. Estamos hablando de un gesto frente a un premio. Estamos hablando de una carrera artística. Estamos hablando de un mercado y de una red institucional pública y privada. Estamos hablando de algo que tiene muchísima visibilidad y que es una carta; en el tiempo de la imagen saltan las chispas frente a unas pocas palabras. Unas palabras que vienen de un sistema que se autodomestica y que lleva tiempo pensando que saca rendimiento al comportarse bien. No es así, el arte contemporáneo es muy barato como lugar en el que tener visibilidad. En España se abrieron centros de arte sin ningún tipo de planificación lógica y no dijimos que no. En muchos casos el objetivo no era artístico sino transparentemente político o turístico y pasamos página.
Llegó la crisis y el contexto del arte se convirtió en un lugar a ocupar. Políticamente, para buscar páginas fáciles en los periódicos y para colocar a todo ese personal amigo que tienen en los ministerios antes de que sea demasiado tarde, que las elecciones están cada día más cerca. La situación política es básicamente demencial, el trabajo en arte y cultura es áun más difícil por el motivo de que los ritmos los marcan las citas electorales, los cambios en los gobiernos, las batallas internas en los partidos, las carreras políticas personales, los regalos varios y otros elementos que no tienen nada que ver con el arte. El sistema «arte» ha dejado que el ritmo venga marcado, ha permitido la ignorancia de aquellos que deciden y ha dejado que los grupúsculos de pensamiento rancio que existen en determinados círculos de poder mediático-político siguieran con sus ataques pueriles sin que nadie dijera que ya está bien. Al mismo tiempo, la clase política (podemos hablar de «clase política» al generarse la distancia actual entre política y realidad. «El estado son ustedes y sus amigos» que dice Santiago Sierra.) ha demostrado el poco interés en trabajar realmente para el arte. En general su desconocimiento sobre el tema es amplio y ya les va bien que sea algo eliminable.
Seguramente decir «no» es poco. Es una respuesta inmediata, es algo básico, bruto, visceral. Seguramente sería más interesante tener la capacidad de reformularlo todo, de tomar ese estado que «son ustedes y sus amigos» y que debería ser de todos. Decir «no» también puede llevar a no entrar, a no repensar, a no tener la capacidad de buscar otras vías. Pero, de nuevo, la situación es un «no» a un premio. Y de momento no hay respuesta a ese «no», demostrándose otra vez esa incapacidad y la falta de voluntad por la parte política de mantener un diálogo duro aunque se lo pongan muy fácil.
-Ah! Por cierto lo de las grietas del sistema, ya las hemos visto todos gracias al trabajo de algunos.
-Persona seria=artista serio?
Personalmente no se como se puede poner a opinar
Iñaki Larrimbe sobre el trabajo de Sierra.
ya me gustaría saber a mí la opinión de SS sobre Iñaki..
Sierra tiene un trabajazo,
y lo de larrimbe es flojo hasta decir basta.
Ya le gustaría a Larrimbe tener obra del calado de Santiago.
Al final todo el mundo ha acabado discutiendo,
sobre lo que «realmente» pretendia SS con todo esto…
como si fueran magos y adivinos.
Olé por SS!!!
Todo mi respeto.