Un Nuevo y Bravo Mundo/ Textos (1)

En sucesivas entregas iremos presentando los textos del catálogo de la exposición Un Nuevo y Bravo Mundo
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Last Riot 2, 2005
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UN NUEVO Y BRAVO MUNDO
El Perro
Las dos distopías más populares del pasado siglo fueron las que novelaron Aldous Huxley y George Orwell en Un mundo feliz y 1984 respectivamente. En 1984, un dictador ejercía su dominación a través de la vigilancia absoluta incluida la privacidad del hogar, y la represión generalizada. Aldous Huxley por su parte escribió sobre una sociedad constituida sobre el control exacto de la procreación y el condicionamento absoluto de los ciudadanos mediante técnicas que abarcan desde el electroshock a los mensajes hinopédicos desde la más temprana edad para moldear sus mentes de acuerdo con el pensamiento dominante, una sociedad compartimentada en castas , en la que los elementos inferiores de su jerarquía se dedicaban a los trabajos más desagradables y rutinarios, dónde los avances de la medicina han hecho posible la eliminación de las distintas edades de la vida, donde la libertad sexual es total y los ciudadanos de las castas más favorecidas se entregan a una cultura del ocio, la depresión y la tristeza se podían tratar con fármacos («un gramo de soma cura diez pensamientos tristes») y cuando la vida se hace insostenible una eutanasia rápida y discreta pone fin a todo.


Neil Postman en su libro Amusing Ourselves to Death (1985) propone una revisión de los conceptos que se manejaban en ambas obras (1) llegando a la conclusión de que si el mundo se acercaba a alguna de estas, era sin duda a Un mundo feliz. Orwell temía que nos destruyese lo que odiamos, Huxley temía que nos destruyese aquello que adoramos, así un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el que los todopoderosos jefes políticos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuera necesario ejercer coerción alguna pues amarían su servidumbre.
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Last Riot, 2005
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Retomando ahora estas novelas podemos constatar que El Gran Hermano orwelliano ha sido redefinido por la telerrealidad, ya no se trata de incluir a todos, de procurar la vuelta al rebaño de la oveja descarriada, sino de «excluir» al que no encaja. A veces, las recurrentes trompetas de la guerra al terror que hace sonar el nuevo imperialismo nos recuerden las noticias del interminable enfrentamiento bélico que se desarrollaba en 1984, pero leyendo Un mundo feliz da la sensación de que la sociedad occidental no ha hecho otra cosa que intentar parecerse lo máximo a esa utopía, cumpliendo de manera más o menos aproximada las predicciones que en el texto se planteaban. En este mismo sentido el escritor francés Houllebecq, del que se acaba de revelar su interés por la secta de los raelianos (conocidos por el íncreible anuncio de haber conseguido realizar la primera clonación humana y publicitados televisivamente a través de programas de cámara oculta por la accesibilidad sexual de los adeptos en sus reuniones), hace comentar a un personaje de su libro Las partículas elementales, Bruno, que si bien el universo de Huxley se suele describir como una pesadilla totalitaria, es una hipocresía hacerlo pasar como denuncia virulenta, ya que si pensamos que todos los aspectos que definen esa sociedad (control genético, libertad sexual, lucha contra el envejecimiento, cultura del ocio) es para nosotros exactamente el mundo que estamos intentando alcanzar. Aunque Bruno afirma que la separación de la sociedad por castas , desde los alfas a los epsilon, descrita en la novela, choca con los ideales igualitarios o más bien meritocráticos de la sociedad actual (por lo que Huxley resultaría un mal profeta), hoy no nos quedaría más que mirar a las vallas de Ceuta para refutar esa opinión. Son los excluidos del nuevo Gran Hermano.
El deseo, lo que adoramos, es una fuente de dominación. El confort y la comodidad son nuestros objetivos vitales inmediatos, continuamente ofrecidos a través de la seducción de la mercancía, el continuo murmullo publicitario, la aceleración de las modas, las persuasiones urbanas y las del ocio, el calendario diseñado para hacer florecer nuevas ocasiones de consumo. La propia esencia propagandística de la publicidad cuyo objeto de venta, más allá del producto puntual que promociona, es el sistema en el que se inserta, objetiva una determinada visión del mundo. Lo que Guy Debord definió como sociedad del espectáculo no era sino eso: «una Welstanchauung que se ha materializado». «Cientos, miles, millones de ciudadanos van a comprar los mismos objetos, vestirse del mismo modo, suspirar por el mismo automóvil, soñar con iguales vacaciones, exhibir un mismo estilo, pero siempre recibiendo la impresión de que cada uno de ellos está eligiendo libremente en el mercado (…) Esta seducción de la opulencia no es casual . Si lo fuese, sería ocasional e inconstante. Pero lo cierto es que es una fuerza mayor. Cimienta las relaciones sociales en una enorme porción del mundo y actúa como anzuelo para la otra».(2)
Hablamos de una seducción sistemática, cuidadosamente pensada, meditada, organizada y dirigida, nuestra percepción como seducidos cree verlo como algo espontáneo y objetivo. Mientras, los seductores saben que es una inmensa obra de ingeniería retórica construida con ingentes cantidades de dinero, esfuerzo y programación. «La publicidad ha cobrado la importancia de una ideología, la ideología de la mercancía sustituye a lo que fue moral, religión, estética o filosofía».(3)
En las denominadas sociedades avanzadas, arrullados por las sirenas publicitarias, el sentimiento de facilidad material, de accesibilidad a los objetos de consumo básicos es tan fuerte, tan incontestable y cotidiano, que ya nadie se ocupa de ello. Lo que importa es el uso del valor simbólico de los objetos. La Europa comunitaria ve como en sus fronteras se agolpan y pugnan por acceder miles y miles de depauperados que provienen de los países del Este o Africa, sencillamente porque quieren ver atendidas sus necesidades básicas de alimentación y cobijo. El fenómeno apenas puede ser entendido por una mayoría de ciudadanos que han olvidado la lógica de la subsistencia, que han arrinconado en su memoria los tiempos de escasez y se mueven mediante otra lógica: la de la moda y la distinción. Y en la sociedad de los consumidores no tienen cabida los consumidores fallidos, incompletos o frustrados. » «Ellos» siempre son demasiados. «Ellos» son los tipos de los que debería haber menos o, mejor aún, absolutamente ninguno. Y «nosotros» nunca somos suficientes. «Nosotros2 somos la gente que tendría que abundar más».(4)
Refiriéndonos a esa falta de memoria, Baudrillard habla del automóvil como el ¬´espejo de una sociedad sin historia¬ª, y su caso es ejemplar: cuando la industria decide poner en marcha un nuevo modelo de automóvil, tiene que realizar inversiones importantísimas para preparar una cadena automatizada de producción, incorporar a ella miles de obreros dispersos por distintos países, concitar el esfuerzo de empresas subsidiarias y finalmente poner en marcha la maquinaria de la comercialización. Y de esta decisión va a depender el porvenir de tantas familias, tantos capitales y tantas industrias que la venta del producto final, su asimilación por los consumidores va a convertirse en una necesidad social básica que han de proteger Estados, ejércitos y policías además de batallones de publicitarios, y técnicos en marketing e ingeniería social. Finalmente el espectáculo tendrá que integrar la mercancía al imaginario, activar el deseo y procurar su generalización. Así no es de extrañar, volviendo de nuevo a Baudrillard, que ¬´la mundialización liberal está a punto de convertirse en realidad bajo una forma exactamente inversa: la de una mundialización policial, de un control total, de un terror ¬´seguritario¬ª, para asegurar la buena marcha y continua retroalimentación de la maquinaria económica¬ª.(5)
El porqué de la política que acompaña la economía en nuestros días es el de un nuevo imperialismo que ha de asegurar los recursos, reactivar la economía y la industria por cualquier medio, guerra incluida, una consecuencia directa de la lógica del consumo. La regulación global del mercado pasa por un nuevo imperialismo.
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Last Riot 2, 2005
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Hace algunos años Bertram Gross escribió que el fascismo llegaría a los EEUU con una cara amigable: no con juicios de Nuremberg, o con doctrinas de superioridad racial, sin prohibir formalmente partidos políticos, abolir la Constitución o eliminar las tres ramas del gobierno, pero con el mismo fervor nacionalista, leyes arbitrarias y dictatoriales y con violentas conquistas militares. Un fascismo sofisticado que silenciosamente y guardando ¬´las formas¬ª se iría instalando en el poder legitimado democráticamente. Si bien la historia nunca se repite por completo, parece que nuestra sociedad se empieza a articular tal como lo planteaba Gross: «Mirando el presente, veo un futuro más probable: un nuevo despotismo (…). Oligarcas sin rostro sentados en los puestos de mando de un complejo gubernamental-corporativo que ha estado desarrollándose durante muchas décadas. En sus esfuerzos para agrandar sus propios poderes y privilegios, tienden a hacer que otros sufran las consecuencias intencionales o no intencionales de su codicia individual o institucional. (…) las consecuencias incluyen una intervención expansiva en la política internacional mediante la manipulación económica, la acción encubierta, o la invasión militar. (…) Veo en la actualidad a miembros del Establishment estadounidense o gente en sus extremos que, en nombre del americanismo traicionan los intereses de muchos norteamericanos fomentando el belicismo, aplaudiendo la carrera individualista de ratas, protegiendo privilegios indeseables, o agitando odios nacionalistas o étnicos. (…) La fuente principal de este despotismo nueva-ola, no está entre los frenéticos de la extrema derecha: los sabenadas, las milicias privadas, el Ku Klux Klan, o los partidos abiertamente fascistas. [aunque] cualquiera de ellos pueden asumir roles facilitantes, tácticos o detonantes. Pero ese nuevo orden es más probable que emerja como un brote de poderosas tendencias dentro del mismo Establishment. No va a darse por accidente ni como producto de una conspiración central. Emergerá, más bien, mediante la lógica oculta del crecimiento transnacional capitalista de la sociedad y las tambaleantes respuestas a las incrementadas crisis mundiales». Crisis mundiales, que actualmente, podrían estar perfectamente ligadas a las previsiones de Rosa Luxemburgo, cuando hablaba de un capitalismo que moriría por falta de comida, que al necesitar para su desarrollo un medio ambiente de formaciones sociales no capitalistas, se hundiría al devorar la última pradera de «alteridad» en la que pastaba.
James Petras a partir de las predicciones de Gross y pensado en la guerra de Afganistán e Irak comenta que ¬´en un futuro los investigadores que se ocupen de nuestro presente se maravillarán o impresionaran por la corrupción del lenguaje político: bombardeos masivos de grandes ciudades en nombre del ¬´anti-terrorismo¬ª, eufemismos para justificar masacres, asesinatos masivos de prisioneros de guerra descritos como «muertos durante revueltas de prisioneros¬ª. Los historiadores también descubrirán la ausencia de voces críticas, la ausencia de informes de víctimas civiles. Cuando los futuros investigadores vean en videos las jocosas declaraciones del Secretario de Defensa Rumsfeld de ¬´matar a todos los terroristas¬ª, no compartirán las risas de las audiencias de periodistas, cuando recuerden las montañas de cadáveres ejecutados a sangre fría por los mercenarios sustitutos de Rumsfeld. Los historiadores debatirán si el consentimiento masivo del público de los EEUU y demás aliados al bombardeo y las ejecuciones fue el reflejo de la incesante y extensa propaganda o si fueron voluntariamente cómplices de la masacre. Los filósofos y psicólogos debatirán si el ondear las banderas celebrando el Nuevo Orden Mundial fueron motivadas por las sonrientes caras y la retórica belicosa de sus líderes o si fueron ellos mismos los que abrazaron aquel amable fascismo debido a su paranoia, miedo y a la ansiedad inducida por las voces de la autoridad y amplificada por los medios informativos¬ª (6).
La corrupción del lenguaje, a la que se refiere Petras, fue imaginada por Orwell a través de la instauración de la neolengua, cuya intención no era solamente proveer de un medio de expresión a la cosmovisión y hábitos mentales propios de los devotos del Partido, sino también imposibilitar otras formas de pensamiento, una vez abandonada la vieja lengua cualquier pensamiento herético sería literalmente impensable. Para conseguir este objetivo se inventarían nuevas palabras, desvistiendo a las restantes de cualquier significado heterodoxo y a ser posible de cualquier significado secundario. La finalidad de la neolengua no era aumentar, sino disminuir el área de pensamiento. Los tres eslóganes sobre la blanca fachada del Ministerio de la Verdad , nos recuerdan que: «La guerra es la paz», «La libertad es la esclavitud» y «La ignorancia es la fuerza».
En la corrupción en curso del lenguaje político las palabras no son eliminadas, pero son vaciadas de su verdadero significado, nombran una cosa distinta . Así se habla del levantamiento de la prohibición de practicar «presiones físicas» para legalizar la tortura, de «la guerra mundial contra el terrorismo» para justificar la deriva policial de los estados democráticos, de los «simpatizantes de los terroristas» para ahogar cualquier tipo de contestación. Se proclama «la liberación de Irak», el concepto de «guerra preventiva» o de «disuasión avanzada» encuentra incluso su apología cinematográfica en la película Minority Report dónde una policía del tiempo detiene a los criminales antes de que cometan sus crímenes. Se califica de «enemigos combatientes» a los prisioneros de Guantánamo para justificar su encierro fuera de cualquier amparo legal, las imágenes también pueden ser «poco patrióticas», no aptas para la emisión, como las de las bajas propias o como las fotos de Abu Ghraib. El presentador de la cadena Fox News, Bill O¬¥Reilly, declaró que: «Al difundir estas fotos de torturas. La CBS ha proporcionado a los enemigos de Estados Unidos un arma terrible. Y esto resulta chocante» (7).
Hay que pensar en los medios de comunicación masivos y su capacidad de generar ¬´realidad¬ª como la principal fuente de alimentación de las obsesiones del ciudadano de las sociedades avanzadas. La venta del deseo y la venta del miedo son las dos especialidades mediáticas. La sociedad publicitaria en la que vivimos organiza el deseo y estructura los miedos. Y ésta es una estrategia que va más allá de la seducción comercial que busca construir un «consumidor modelo» para también entrar de lleno en la formación de «ciudadanos modelos».
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Donald Rumsfeld y Paul Wolwofitz para embarcar a su país y a sus aliados en la nueva empresa imperialista, sin duda siguieron las instrucciones del propagandista nazi Joseph Goebbels, quién afirmó que vender una guerra de estas características era sencillo: ¬´Todo lo que hay que hacer es hacer creer a la gente que estamos siendo atacados y denunciar a la vez a los pacifistas por su falta de patriotismo y por exponer al país al peligro¬ª. Una campaña de este cariz, perfectamente organizada, es muy difícil de combatir, aunque lo que se diga sea falso. Aldous Huxley imaginaba un condicionamento hipnopédico: ¬´sesenta y cuatro mil cuatrocientas repeticiones hacen la verdad¬ª durante el sueño, la hipnopedia real no se limita ya a las horas de sueño, el abecé de la propaganda consiste en repetir incansablemente una mentira para transformarla en verdad. Michael Dever, antiguo asistente de Nixon, amigo de Rumsfeld y especialista en la psy-war, la guerra psicológica, resumía así el objetivo de la administración Bush en vísperas de las operaciones militares contra Afganistán y contra Irak: «La estrategia militar debe ser pensada en adelante en función de la cobertura televisiva, [pues] si la opinión pública está contigo, nada se te puede resistir; sin ella, el poder es impotente». Desde el inicio de la guerra contra Afganistán, se crearon «centros de información sobre la coalición» en Islamabad, Londres y Washington. Autenticas oficinas de propaganda, ideadas por Karen Hughes, consejera de medios de comunicación de Bush hasta julio de 2002, y sobre todo por Alistair Campbell, el muy poderoso ex-gurú de Blair para todo lo relacionado con la imagen política. Un portavoz de la Casa Blanca explicaba así su función: «las cadenas de información continua difunden informaciones las veinticuatro horas del día; pues bien, estos centros les proporcionan información veinticuatro horas al día todos los días» (8)
El sistema propagandístico-publicitario hace de nosotros ciudadanos programados para el consenso. En la Oceanía dominada por el INGSOC y en la Europa Occidental administrada por Mustafá Mond, el arte ha sido completamente asimilado a las necesidades de legitimación de sus respectivos sistemas, las novelas y las canciones o el sensorama que estetizan los mensajes estatales, son los complementos ideales de Los Dos Minutos de Odio y del Día de Ford, los happenings catárticos de comunión y disolución con la estructura social. ¿Es este el papel del arte en las sociedades del capitalismo triunfante? ¿La propaganda de las virtudes democráticas? ¿ Un medio entre la hueca estetización y el sucedáneo de reales cambios sociales? ¿Una «vaselina social»?
«Hemos sacrificado el arte. En su lugar tenemos el Sensorama y el órgano de perfumes… Ellos representan para el espectador un montón de sensaciones agradables. (…) Esto exige la habilidad más grande. Fabricamos coches con el mínimo de acero, y obras de arte con casi nada, solo con puras sensaciones.» (9)
Cuando estamos abocados al colaboracionismo, es cuando más difícil resulta abandonar la idea de la estética como espacio subversivo y crítico.
Debord decía que nada se escapa al espectáculo, tampoco su propia crítica. La sección americana de la Internacional Situacionista publicó en 1969 el artículo La práctica de la teoría en la revista Situationist International , en el cual se podía leer: ¬´Este mundo en que vivimos intenta cobijar bajo sus alas cualquier gesto radical por extremo que éste sea. El carácter vanguardista de su subcultura sirve para hacer parecer como si la IS se opusiera y, por lo tanto fuera lo mismo que Regis Debray, y este lo mismo que los Panteras que, a su vez, serían lo mismo que el Partido de la Paz y la Libertad, y éste lo mismo que los Yippies, que serían lo mismo que la Liga para la Libertad Sexual, y así sucesivamente. Entre los Barb, Rat, Good Times, etc., no hay diferencia alguna. El mismo viejo espectáculo en un nuevo mercado¬ª. (10)
Si bien la postura situacionista más radical, siempre termina siendo profundamente paralizante, suicida incluso, al menos traza un diagnóstico: ¬´La oposición¬ª como faceta del espectáculo que fomenta una percepción de un sistema dual que se complementa con y da carta de naturaleza a lo establecido, que necesita de su contrario para mantener (y extender) su hegemonía. Fuerzas contestatarias que en el fondo pretenden ser los beneficiarios de privilegios propios del orden que pretender negar. Ante ésta situación, recordemos las palabras de Foucault: ¬´el poder está siempre ahí, (…) no se está nunca fuera, no hay márgenes para la pirueta de los que se sitúan en ruptura con él. Pero esto no significa que sea necesario admitir una forma inabarcable de dominación o un privilegio absoluto de la ley. (…) no existen relaciones de poder sin resistencias; qué éstas son más reales y eficaces cuando se forman allí mismo donde se ejercen las relaciones de poder¬ª»Que no se pueda estar fuera del poder no quiere decir que de todas formas se está atrapado. La resistencia al poder no tiene que venir de fuera para ser real, pero tampoco está atrapada por ser compatriota del poder». (11)
Volvamos de nuevo a las comparaciones entre 1984 y Un Mundo Feliz: Orwell preveía una férrea censura sobre cualquier noticia y acontecimiento, Huxley que toda información sería banalizada.
Para Foucault cada sociedad tiene su régimen de verdad, su «política general de la verdad» (entendiendo que está ligada circularmente a los sistemas de poder que la producen y la mantienen) y existe un combate «en torno a la verdad». Aquí el problema no sería tanto «cambiar la conciencia» de las gentes o lo que tienen en la cabeza (en opinión de Janet Wolff (12) el arte sólo puede articular, consolidar y formular ideas que ya estaban creadas o latentes, pero no pueden, a ningún nivel, cambiar la mente de las personas ) sino el régimen político, económico, institucional de «producción de verdad». Hostigar al poder donde éste se ejerce. Diseñar herramientas en función de enfrentamientos concretos para poner de relieve la mutación continua de los poderes, su ubicuidad, su carácter difuso. Sugerir posiciones desde donde golpear o evidenciar las contradicciones, aunque sean análisis circunstanciales, oportunistas, destinados a su propia consunción y anulación en el transcurso de esos combates.
No hay duda de que los medios visuales proporcionan poderosos instrumentos para la actividad política, como el empleo de representaciones radicalmente distintas de las que objetiva la cosmovisión dominante, también nos dota de estrategias que permiten la exploración de sus códigos para facilitar su cuestionamiento. Pero no solo podemos ajustarnos a un medio simplemente centrado en la exposición, análisis y reflexión sobre lo político o lo social, también intentar en la medida de lo posible trasladar esas especulaciones a la intervención en la realidad aunque suponga una disolución de la propia práctica artística, una contaminación que la aleje de sus territorios de certeza. Y como aconsejaba Orwell decir aquello que los demás no quieren oír.
«El viejo George Orwell lo entendió todo al revés. El Gran Hermano no está mirando. Está cantando y bailando. Está sacando conejos de una chistera. El Gran Hermano está ocupado en reclamar tu atención a cada momento que pasas despierto. En asegurarse de que siempre estés distraído. En asegurarse de que permanezcas abstraído. En asegurarse de que se te marchite la imaginación. Hasta que sea tan útil como tu apéndice. En asegurarse de que tu atención está siempre ocupada.»
Nana, Chuck Palahniuk
1.- Divertirse Hasta Morir. El discurso público en la era del show-bussines. Neil Postman Ed. Tempestad, 2001. Esta misma premisa es presentada en el libro Pop Control de Mike Ibañez, Ed. Glénat, 2000.
2.- La seducción de la opulencia. Publicidad, moda y consumo. J.M. Pérez Tornero, F. Tropea, P. Sanagustín, P.O. Costa
3.-Ibid.
4.- Vidas desperdicias. La modernidad y sus parias. Zygmunt Bauman, Ed. Paidós. 2004
5.-Citado en La seducción de la opulencia. Publicidad, moda y consumo. J.M. Pérez Tornero, F. Tropea, P. Sanagustín, P.O. Costa
6.- El Nuevo Orden Criminal. James Petras. Ed. Libros del Zorzal.
7.- Recogido de Irak. Historia de un desastre. Ignacio Ramonet Debate. 2005.
8.-Ibid.
9.-Un Mundo Feliz. Aldous Huxley Unidad Editorial 1999.
10.- Citado en El Asalto a la Cultura. Stewart Home. Virus editorial.2002
11.- Microfísicas del Poder. Michael Foucault. Ediciones de la Piqueta.1992
12.- La producción social del arte. Janet Wolff. Istmo 1997.

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