☉J☉ SPOILER
Dividamos la serie en dos partes.
Primera, el planteamiento, en el que el joven Papa llega al poder con ideas propias y se enfrenta a la iglesia en su totalidad. Es la parte más interesante. Se abren muy buenas expectativas que luego no se cumplen.
Segunda. El Papa se redime y acepta las premisas de la iglesia, el sentido crítico desaparece totalmente y todos son felices.
Las premisas sobre las que se sustenta el relato son, en realidad, las que determinan el discurso ideológico, y no es, como suele percibirse, el desarrollo de la historia.
Me explico. En este caso existe una premisa de enorme importancia (que no se revela en una primera instancia, pero que opera en la trama desde el principio): Dios existe y los milagros se producen mediante la acción del protagonista, el joven Papa. Es decir, la serie da por sentado que Dios existe y que el protagonista es capaz de hacer milagros. No establece la hipótesis o inicia una discusión sobre este supuesto: lo da como un hecho consumado.
Hay una película que vi hace años que sirve muy bien como ejemplo de cómo las premisas determinan el componente ideológico, “The Man from Earth”. Trata de un tipo inmortal. Tiene 14.000 años y ha recorrido todas las etapas de la historia (y parte de la prehistoria). La película confronta dos aproximaciones a la experiencia: una, la aproximación científica y, otra, aquella basada en la creencia, la fe. El protagonista trata de exponer su caso ante un grupo de intelectuales, entre los que se encuentra un teólogo. Estos son incapaces de desmentir con argumentos lo que este hombre les cuenta y, a la vez, son incapaces de asimilar la verdad subyacente —que el señor es inmortal—, negándola de forma irracional.
La cuestión aquí es enormemente interesante porque, en un principio, la película niega, aparentemente, el valor de las creencias con la siguiente premisa: El hombre inmortal en cuestión generó el mito de Jesucristo mediante una resurrección. Es decir, la película plantea la premisa de que la religión es una farsa, un constructo sociológico montado a partir de un hecho histórico, consiguiendo así la adhesión del espectador que se considera a sí mismo racional, escéptico y ajeno al universo de las creencias.
Una vez que el escéptico está atrapado ahí, se encuentra listo para el remate: el raciocinio es incapaz de llegar a la verdad (que encierra ahora un hecho sobrenatural: la inmortalidad) y lo que se les está pidiendo a los intelectuales, para llegar a ella, es una única cosa: un acto de fe. La asunción ciega de que lo que dice el hombre es cierto. Por tanto, bajo una apariencia de defensa del escepticismo, se está haciendo, en realidad, una defensa del sistema de creencias.
Pero, naturalmente, este trasfondo ideológico concreto sólo es posible bajo la premisa que plantea la película, que el hombre tiene 14.000 años realmente y es inmortal. Y, más importante aún, con esta premisa es imposible elaborar una historia que no tenga este trasfondo ideológico porque los intelectuales son confrontados con una realidad (no existe Dios pero sí la inmortalidad) que contradice toda su experiencia. La única salida honorable en este escenario, la única forma de estár en consonancia con lo real, de ser un intelectual de verdad, es ejecutar un acto de fe. Un asco, tengo que decirlo pero, también, un ejercicio de condicionamiento de la subjetividad bastante sofisticado.
La premisa del hombre que tiene 14.000 años, al igual que la premisa del hombre que puede hacer milagros, se enmarca en el tipo de literatura de super héroes, en donde podemos encontrar también a Harry Potter, James Bond o Spiderman. Es decir, gente que, sin saber muy bien por qué, son tocados por un super poder. Hacen algo mejor que los demás porque así han nacido, lo que esconde una concepción del relato de corte aristocrático. Nunca te fíes de un relato cuyo protagonista es “mejor” que los demás.
De la misma forma, The Young Pope no puede desarrollar un trasfondo ideológico contrario a la fe partiendo de la premisa de que dios existe y los milagros también y, por tanto, es de esperar que durante la evolución del relato se despliegue el trasfondo ideológico contrario, que es lo que finalmente sucede.
La primera parte, en la que no se plantea dicha premisa, es muy interesante. Abre distintas expectativas:
Dado el carácter jerárquico y absolutista de la iglesia católica ¿Qué pasa si llega al poder absoluto una persona que no cree en Dios? ¿Qué pasa si llega al poder un tipo con los trastornos de personalidad habituales en los seres humanos? En este caso, las secuelas del abandono despiadado e incomprensible que el joven Papa sufrió de niño por parte de sus progenitores.
Y, más interesante aún: ¿Qué pasa si llega al poder una persona que aplica a rajatabla los preceptos de la iglesia? Quiero decir, ¿qué pasa si se sigue la lógica de la religión hasta sus últimas consecuencias, sin titubeos y sin fisuras? El joven Papa, en un principio, hace exactamente eso. Condena la práctica del aborto con estricta radicalidad. Si un feto tiene alma a partir del tercer mes de gestación, no hay excusa posible para hacer la vista gorda. Se prohibe terminantemente en todos los supuestos. Si el amor verdadero es el amor de Dios, se da la espalda a las personas, incluyendo a los propios fieles, que deberán, a su vez, relacionarse con Dios en la intimidad. El exhibicionismo, las estrategias mediáticas, así como las intrigas palaciegas del Vaticano son ignoradas. No se hace política en absoluto. Lo único que importa es Dios y, como consecuencia de toda esa lógica, se prevé la inminente decadencia de la iglesia y su pérdida de poder. Un cataclismo generalizado.
Se abrían, en esta introducción de varios capítulos, suculentas expectativas que podían llevar la historia a lugares no alcanzados por la narrativa audiovisual. Pero, por alguna razón incomprensible, a mitad de camino, la historia gira hacia un terreno amigable, contemporizador y trillado. El joven Papa se muestra como milagroso y divino, busca la justicia social y la felicidad del prójimo. La iglesia, que antes aparecía como despiadada en sus intrigas, alejada de las directrices que impone su propia religión, es ahora piadosa, comprensiva, reflexiva.
Este proceso, el cambio sufrido en la percepción de la iglesia, es impulsado a su vez por el cambio de personalidad sufrido por el Papa. Impulsado mediante un acto catártico: la concepción a tres bandas de un recién nacido. Un miembro de la guardia suiza junto a su mujer, son los encargados del acto sexual mientras el joven Papa, con la eventual intervención de Dios, consigue vencer al episodio de infertilidad que les atormenta.
El Joven Papa, víctima del abandono por sus padres en la infancia arrastra serios trastornos de la personalidad que han estado condicionando su visión de la iglesia. Pero, enfrentado al nacimiento, es iluminado y ya nunca será el mismo. Aprenderá los caminos de la empatía. Los fieles, los infieles y la iglesia serán felices. Este giro, aunque tiene su interés, sitúa la historia en un lugar reaccionario desde el punto de vista ideológico, puesto que desaparece toda crítica a la iglesia, toda crítica a la lógica de la religión y toda crítica al cinismo, la hipocresía y la manipulación ejercida desde el poder absoluto. Parece decir: si antes la iglesia y la religión misma se presentaban con todas esas carencias y contradicciones era únicamente por la perspectiva perversa que su jefe supremo proyectaba. No eran elementos esenciales y constitutivos de su estructura sino meros accesorios cosméticos proyectados por la personalidad trastocada del joven Papa. Toda vez que el Papa recupera la sensatez, la iglesia recupera su dignidad.