XIXXOXIA.

XIXXOXIA. Un proyecto de Ramón González Echeverría y Daniel Villegas. ABM Confecciones (C/ Encarnación Gonzalez 8, Vallecas, Madrid). Clausura: Sábado 19 de marzo a las 19:00

 Que la historia es una narración atravesada por las relaciones de poder y que aquellos que ostentan un lugar de privilegio en este entramado son los que han definido los relatos que legitiman las desigualdades del presente, es un asunto cuya conciencia viene de lejos. La desigualdad, precisamente, ha definido el carácter clásico de las narraciones históricas en las que se han representado los valores excluyentes propios de la sociedad occidental y que, en consecuencia, se han venido reproduciendo hasta el momento actual. El carácter performativo de la institución historiográfica se encargó de ello, no en vano “a partir de ahora [siglo XVIII] va a ser posible decir que escribir historia y hacerla no son dos actos diferentes.”(1)

Ante dicha situación son pertinentes las preguntas que se formulaba Joan Scott: 

“¿Quién es dueño de las pautas y definiciones de «profesionalidad» imperantes? ¿Entre quienes se ha dado el acuerdo que éstas representan? ¿Cómo se llegó a tal acuerdo? ¿Qué otros puntos de vista quedaron excluidos o eliminados? ¿A quién pertenece la perspectiva que determina qué se considera una buena historia o, llegado el caso, simplemente historia?”(2)

Existe, en cualquier caso, una profusa y antigua genealogía disidente en relación con los planteamientos hegemónicos de la historia que, hace ya tiempo, viene emergiendo desde posiciones críticas y productivas, en términos de transformación de la realidad a partir de un cambio en la configuración de los relatos históricos, cuya presencia en los debates intelectuales y sociales, a día de hoy, ya no puede ser ignorada. La primera tentativa de cuestionamiento del canon histórico dominante, en el contexto occidental, fue la que realizó, en 1405, Christine de Pizan en La ciudad de las damas,(3) en la que desde una perspectiva historiográfica, hagiográfica y mitológica refutaría los principios de la narración histórica que legitimaban la situación de inferioridad a la que las mujeres estaban relegadas. Nos encontraríamos aquí con un precedente de lo que, en tiempos recientes, se ha denominado her-story

La temprana necesidad expresada por de Pizan de construir un relato igualitario devendrá en urgencia con el transcurrir del tiempo y muy especialmente en el período, iniciado a mediados del siglo XVIII, denominado Sattelzeit(4) por Reinhart Koselleck, una vez la historia se convierta en el fundamento central de la constitución del marco de experiencia posible del presente y del horizonte de expectativa futura en el contexto de la sociedad moderna.(5) 

La transformación de la historia en concepto guía de la sociedad estará presidida por la exclusión en la narración legitimada de la historicidad de aquellas personas y grupos humanos cuyos proyectos vitales no pudieron ser realizados por verse aplastados y/o sometidos, en virtud de una consideración inferior y subalterna. Desde una perspectiva cientificista, con vocación de aplicación universal, el papel que adquirió la historia legitimaría la superioridad del hombre blanco burgués en un mundo en el que consolidaba, día a día, su dominio. El relato cínico(6) que justificaba el sometimiento de millones y millones de personas alrededor del globo, sería denunciado por Friedrich Nietzsche en 1874 en su Segunda consideración intempestiva, que constituiría un alegato contra el historicismo hegeliano. Según sus propias palabras, se trataría de: 

“Un cinismo que justifica la marcha entera de la Historia e incluso del desarrollo total del mundo para el propio uso del hombre moderno, es decir, como en el canon cínico: todo tuvo exactamente que ocurrir como justo es ahora y de ningún modo podría haber sido el hombre diferente a como ya es; frente a este imperativo, nadie puede rebelarse.”(7)

Toda ciencia, y esto es especialmente cierto en lo que concierne al discurso pretendidamente científico de las humanidades, está atravesada por la ideología que la estructura y define sus contornos de posibilidad. En lo relativo a la historia parece claro que la perspectiva aparentemente neutral que adoptó a partir del siglo XIX, cuando se instaura definitivamente como saber doctrinal, configuró un cuerpo de verdad inevitable donde a cada cual se le asignaba un nombre propio y un lugar concreto en los que debía, por mandato histórico, habitar por el bien del progreso humano universal. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, en su desmedida e insensible pasión por lo abstracto, será uno de los principales artífices de la máquina histórica que justificará todo sufrimiento y sacrificio en beneficio de una humanidad en su devenir, guiado por el Geist, hacía su perfeccionamiento que desembocará en el reino de la libertad (8). La idea de que todo aquello que sucede es necesario o conviene para el desarrollo de una situación mejor para el conjunto de la humanidad, ―superstición actualizada, en su orientación individualista, por la ideología neoliberal (9) en su conjunción con determinados lugares comunes definidos por la psicología positiva y las lecturas interesadas de la filosofía oriental en su versión new age―, de que puede realizarse la libertad sin igualdad y justicia, oculta, necesariamente, una agenda de intereses y privilegios que en el pasado y en el presente han afectado a la conformación de las narraciones hegemónicas atravesadas por las relaciones de poder. 

Ante las coordenadas descritas, Antonio Gramsci orientará, en la década de los treinta, sus argumentos en la dirección de una definición de un relato proletario fuerte, bajo el signo de la noción política de hegemonía, capaz de romper con la naturalización del discurso imperante del poder burgués. En lo relativo al papel del discurso histórico en la lucha por la hegemonía, Gramsci delineará un proyecto en 1934, durante su largo encarcelamiento decretado por el criminal régimen fascista, de elaboración de una historia de los grupos humanos que no habiendo producido una unidad histórica, es decir que cuentan con una historia disgregada y episódica, han estado sometidos por las clases dirigentes. Los aspectos fundamentales de dicha propuesta se recogen en sus Cuadernos de la cárcel, bajo la denominación de Al margen de la historia (Historia de los grupos sociales subalternos)(10). A lo largo de los años que pasará en prisión, desde 1926, y hasta la redacción del mencionado texto, cambiará la noción de clases subalternas por el de grupos subalternos, cuestión donde, en ocasiones, ha querido verse un desplazamiento del sujeto histórico de emancipación desde la figura del proletario, propia del discurso marxista clásico, hacia una visión más plural que implicaría el reconocimiento de los colectivos racializados y las mujeres como grupos sometidos y agentes de transformación. Si bien es cierto que en el primer caso hay una clara afirmación de dicha condición, respecto del segundo no parece tan claro(11). Sea como fuere, la propuesta gramsciana tendrá una clara influencia en el desarrollo, años más tarde, de una historiografía que cuestionará la neutralidad científica del discurso que sobre la historia ha impuesto la clase dominante y construirá un relato alternativo, en la búsqueda de la autonomía, de los grupos subalternos en los que, desde luego, se incluyen las mujeres. 

Otro episodio en esa genealogía crítica podemos encontrarlo hacia 1940. En esa fecha Walter Benjamin, acabó de redactar sus tesis sobre el concepto de historia. En este texto, finalizado el mismo año de su muerte, planteará una crítica sobre el relato histórico de estirpe hegeliana. Definirá, en esas páginas, este historicismo como la forma de narrar, bajo la apariencia neutral de ciencia de la historia, una determinada versión del desarrollo humano desde una perspectiva de aquellos que ostentaron el poder y de sus herederos con la finalidad de garantizar sus privilegios en el futuro (12) La historia en sentido benjaminiano, tendrá la doble vocación de hacer justicia a l+s muert+s, victimas a las que no se les permitió llevar a término sus proyectos vitales y de trazar sus relatos conectándolos, a modo de constelaciones, para que sean útiles en la configuración de un presente de emancipación de l+s dominad+s que, en el caso de Benjamin, alejándose del estereotipo marxiano, estarán encarnad+s en su momento histórico en el Lumpenproletariat. Si bien es cierto que Benjamin no tendrá en cuenta, de modo explícito, al colectivo de sujetos racializados o cuya asignación de género era mujer en dicha categoría, la noción será recuperada por quienes como Frantz Fanon, en la década de los sesenta, defendieron una descolonización efectiva en el terreno político y, como condición irrenunciable para la realización de la ésta, en el campo de la epistemología (13). Para realizar dicha tarea resulta imprescindible deconstruir su estructura, la de la colonialidad del saber que, según Inmanuel Wallerstein, está vertebrada por ciertos conceptos e instituciones entre los que destaca la historiografía. Éste Sostiene que la hegemonía occidental se fundamenta en un discurso de superioridad en el desarrollo histórico y en el progreso como agente central de movilización de la historia y la ciencia.(14) 

Será, precisamente, a partir de la mencionada década cuando las grietas de la historiografía, en su sentido clásico moderno, comiencen a comprometer el gran relato histórico que comenzó a desplegarse dos siglos antes. Desde el interior de la disciplina, que desembocará en la conformación de la corriente narrativista,(15) en el campo de los estudios sociales y la filosofía, especialmente desde la vertiente postestructuralista, (16) se impulsará una reflexión sobre la conformación del discurso histórico y se recogerá la necesidad, expresada tiempo atrás, de registrar las narraciones que, alejadas de la centralidad de las relaciones de poder, constituirán el cuerpo de unas historias de los grupos subalternos. Siguiendo la estela gramsciana, atendiendo especialmente a las nociones de hegemonía y subalternidad (17), en dicha época aparecerán los estudios culturales que tendrán una clara influencia en el modo de construcción del relato histórico, atendiendo a cuestiones relativas a colectivos tradicionalmente excluidos de las narraciones hegemónicas por razones de género, clase o por mecanismos de racialización, desde una metodología interdisciplinar. Tanto en paralelo como el interior de los estudios culturales (aunque se ha señalado, en no pocas ocasiones, su marginalidad dentro de éstos) y coincidiendo con la segunda ola del feminismo se desarrollarán, asimismo, los estudios de las mujeres (Women’s studies) que, en el contexto de la historiografía, han tenido un peso específico y creciente en los debates académicos y sociales desde hace ya décadas. En este contexto aparecerán diversas conceptualizaciones historiográficas que pretenderán, en su gran mayoría, poner en crisis los principios conceptuales y epistemológicos de la disciplina, ya que no sólo se trata de insertar en el cuerpo clásico del relato histórico dominante las narraciones de los colectivos excluidos, sino de poner en cuestión, con una dimensión que tiene efectos políticos innegables, la pretendida neutralidad cientificista de la institución que ha operado como instrumento para la definición de unas coordenadas de realidad convenientes para la reproducción de ciertas relaciones de poder y sus privilegios asociados. 

De este modo, a partir de la década de los setenta aparecerían nociones tales como her-story (18), historia de género (19) o historia de las mujeres, que mantienen unos vínculos estrechos entre sí, aunque con ciertas diferencias. Scott, a quién se debe la propuesta de esta última categoría de análisis, trata de modo indistinto la her-story y la historia de mujeres en sus argumentos en torno al despliegue de estas prácticas como fenómeno de transformación de la historiografía y, al mismo tiempo, acción política: 

“La historia de las mujeres, que implica realmente una modificación de la historia, indaga la forma en que se ha establecido el significado de este término general. Critica la prioridad relativa concedida a la historia masculina («his-story») frente a la historia femenina («her-story»), exponiendo la jerarquía explicita en muchos relatos históricos. Y, lo que es aún más fundamental, pone en duda tanto la suficiencia de cualquier pretensión de la historia de contar la totalidad de lo sucedido, como la integridad y obviedad del sujeto de la historia: El hombre universal”. (20) 

En el citado texto, Scott relata el desarrollo de la historiografía de las mujeres señalando las resistencias de la disciplina tradicional a sus posicionamientos y los diversos enfoques, a menudo contrapuestos (21), planteados desde esta perspectiva con la inclusión, a partir de la década de los ochenta, de la categoría de género. Esto supondrá una ampliación, cuando no una atomización, de la categoría “mujeres” que abrirá el campo hacía la interseccionalidad tanto en la teoría como en la acción política. Desde entonces, será difícil no tener en cuenta en los análisis históricos sobre los mecanismos de dominación/privilegio, además del sexo, otras categorías que conforman las identidades sociales,como son, entre otras, la orientación sexual, el género, la racialización, la clase o el capacitismo. Incluso desde posiciones universalistas, en el ámbito del feminismo académico, como las de Michelle Perrot, quien junto a George Duby dirigiera a principios de la década de los noventa una de las iniciativas más profusas en el territorio de la historia de las mujeres en el contexto occidental (22) se reconocería la importancia de la diferencia en los citados términos (23). 

La relevancia de la emergencia de las historias de las mujeres radica no sólo en la función redentora y de reconocimiento, sino que va más allá. Se orienta hacia la apertura del relato histórico como revolución epistemológica que tiene, desde luego, consecuencias en el tejido de la realidad presente, en términos de instauración de mecanismos de igualdad atravesados por un impulso de descentramiento de las relaciones clásicas de poder instauradas por la modernidad. Es en este sentido en el que se ha manifestado, recientemente, Franco “Bifo” Berardi (24). Vivimos, afortunadamente, en un tiempo histórico de desfondamiento del relato occidentalista-heteropatriarcal-colonial/racista-clasista-capacitista-especista aunque aún se resista a declinar y, sin duda, siga teniendo una enorme importancia en la configuración de las sociedades del Occidente global. En este momento de crisis (25), asimismo, estamos observando una radicalización de estos valores como puede inferirse del aumento del peso político que la ultraderecha (Alt-right) ha adquirido en los últimos tiempos y cuyo apoyo social proviene en buena parte, y esto no deja de ser paradójico aunque no del todo impredecible, de colectivos que, en principio, estarían ubicados en el territorio de la subalternidad. (26)

Papel de calco de más de treinta metros de largo, utilizado por trabajadoras para la confección de prendas de vestir.

En este tiempo parece necesario más que nunca, el impulso del que nos ha provisto la her-story. Sin embargo, no se puede obviar, como sostiene Berardi, que probablemente “ya no habitamos en un marco histórico.”(27) Tal idea no es, desde luego, nueva. En los propios orígenes de la noción moderna de historia podemos encontrar este planteamiento. Es de sobra conocida la idea de Hegel en torno al fin de la historia como culminación de su proceso de perfectibilidad, reivindicada por ciertos sectores del neoliberalismo académico. Karl Marx señalará cómo la burguesía, después de haber instituido la historia como concepto guía de la sociedad en su acceso al poder, bloquearía su uso para la preservación de sus propios intereses con su célebre sentencia: “Ha habido historia pero ya no la hay”(28). En este sentido Guy Debord recuperará, en 1967, dicho planteamiento para describir el declinar del conocimiento histórico en un contexto social de expansión del espectáculo (29). Hacia mediados de la década de los ochenta, junto con el desarrollo de la noción de postmodernidad, se extendería la sensación de pérdida del marco histórico que, desde determinadas posiciones, se urgiría a recuperarlo como en caso de Fredric Jameson.(30) 

Si no podemos hablar ya de la dimensión histórica de nuestro tiempo presente, surgen algunos interrogantes teniendo en cuenta, por otro lado, que en las últimas décadas hemos asistido a la emergencia y expansión de historias otras que han contribuido al decaimiento del canon historiográfico moderno y cuyos sujetos habían permanecido en los márgenes. Nos preguntamos, en este sentido, si este último fenómeno no habrá sucedido, ciertamente, debido a que la historia ya no es una noción central en la estructuración y desarrollo de las sociedades actuales y, por tanto, su utilidad resulta menor, en relación a su potencial de transformación de las relaciones de poder. Aunque esto fuera cierto, es pertinente, asimismo, cuestionarse en torno a la posibilidad de reactivación de los relatos históricos en un sentido plenamente político. Es decir, atendiendo a su capacidad para proponer-realizar modos de vida alternativos. ¿Podemos de consuno con Niezstche, a pesar de su inclinación hacia ciertas formas de desigualdad(31) y a que haya transcurrido casi siglo y medio desde que se enunciara al respecto, seguir planteando la necesidad de una producción de una historia “para la vida y para la acción” que no “contemple con desprecio nuestras necesidades y las considere rudas y carentes de gracia”(32)? 

Teniendo en cuenta la aparición de la her-story o de las perspectivas descoloniales, entre otras, y de los efectos políticos y sociales que han producido, en un sentido de construcción de referentes y realidades distintas a las propuestas por el heteropatriarcado, la colonialidad y el extractivismo capitalista, aunque éstos no hayan tenido aun el alcance deseado, ¿podemos pensar que, a día de hoy, la(s) historia(s) pueden ser útiles? Podría ser pero, quizás, la historia necesite de un complemento en estos tiempos de incertidumbre. Es posible que se tenga que recurrir a ciertas complicidades con campos, insospechados hasta hace algún tiempo, como el de la ciencia-ficción. Para Michel de Certeau la historia misma sería la combinación de los dos conceptos que nombran dicha noción, “un regreso de un pasado dentro del discurso presente (…) ese enunciado mixto (ciencia y ficción) convulsiona el corte instaurado por la historiografía moderna entre el «pasado» y el «presente» como cosas distintas, uno «objeto» y otro «sujeto» de un conocimiento, un presente productor del discurso y un pasado representado”.(33)

Este modo de comprender el estatuto epistemológico de la historia, como ciencia-ficción, según de Certeau tendría, entre otros objetivos, la capacidad de repolitizar el discurso científico de la historia, historizando la propia historiografía y revelando, así, la posición desde la que se enuncia el relato. Además, conllevaría la problematización en torno al sujeto de saber y a los mecanismos aparentemente neutrales de la institución historiográfica. 

Desde una perspectiva distinta, Donna J. Haraway ha insistido en la potencialidad política de la ciencia-ficción, (34) o mejor dicho de la SF,(35) en un contexto de emergencia global (“tierra dañada”) en tiempos de lo que denomina como Chtuluceno. Este término tiene una de sus raíces griegas en Kainos que constituye un espacio donde, según Haraway, nada “debe significar pasados, presentes o futuros convencionales”(36). El tipo de relato que se construye desde aquí se sitúa en el ámbito de la fabulación especulativa (SF), de carácter colectivo, que establece unos modos alternativos al de la historiografía moderna de registrar, en un contexto de crisis profunda, no sólo la memoria sino de plantear un presente y un futuro viables. Haraway está involucrada, siguiendo estos principios, en la construcción de un relato denominado Historias de Camille. Niñas y Niños del Compost (37). Aquí y “gestada en prácticas de escritura SF, Camille mantiene viva la memoria en la carne de mundos que pueden volver a ser habitables”(38). Así, “Las historias de Camille son invitaciones a participar en un tipo de género de ficción comprometido con el fortalecimiento de formas de proponer futuros cercanos, futuros posibles y presentes inverosímiles pero reales”(39). 

El mencionado reconocimiento de la ficción, en su encuentro con la ciencia, como elemento constitutivo de la historia y su relación con el relato de la fabulación especulativa, contribuye a la expansión de un imaginario que sienta las bases de un futuro tan necesario como urgente. Cuando proponemos, en este sentido, el término xixxoxia en lugar del de historia estamos aludiendo, justamente, a esa posibilidad de cambio estructural, que ya está en proceso desde hace décadas, de la disciplina que construye el relato histórico que, aunque con un poder disminuido, sigue teniendo un papel activo en la configuración de la realidad presente y futura. Las equis de la noción indican un lugar, el espacio que puede ser modificado sustituyendo los caracteres que originalmente ocuparon las consonantes. Se podría decir, quizás, que lo conveniente hubiera sido la sustitución de las vocales, puesto que entre otras cuestiones indican el género, pero entendimos que las consonantes de la palabra constituían su estructura básica sin las cuales el término resultaría difícilmente descifrable (y, por supuesto, pronunciable) y, por tanto, su eliminación atentaría simbólicamente, como era nuestro deseo, a la conformación epistemológica básica de la historia. 

Por otro lado, tal como indica Giorgio Agamben, en las lenguas semíticas la supresión de las vocales del nombre de Dios, reduciéndolo a tetragrama IHVH (iod, , waw, ) estaba relacionado con la estricta prohibición de pronunciar dicho nombre. Lo inefable asociado a lo divino, de algún modo, constituye el fundamento de la operación diametralmente opuesta a la que se propone con xixxoxia. Mientras que el tetragrama compuesto únicamente de consonantes ―como signos exclusivos de la representación de la divinidad o, por extensión, de los valores más abstractos― excluye la voz, (40) la negación de las mismas en la palabra historia (mediante su tachado) señala la posibilidad de abrirla a otras voces que, tradicionalmente, han permanecido en los márgenes del relato histórico hegemónico. 

H

Xixxoxia, en definitiva, es solamente un nombre donde caben múltiples y diversas combinatorias que se alejan de la configuración clásica de la disciplina historiográfica, articulada mediante el juego de intereses y privilegios de las relaciones de poder, en el que los relatos tienen una utilidad para la vida, de tod+s, sin caer en la trampa de la inclusión en los marcos establecidos desde una pretendida neutralidad científica. En definitiva, como dijo Audre Lorde, “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo” (41). 

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CITAS

 1 Reinhart Koselleck, historia/Historia, Trotta, Madrid, 2004, p.22. 

2 Joan Scott, “Historia de las mujeres”, en: Peter Burke (ed.), Formas de hacer historia, Alianza Universidad, Madrid, 1996, p. .69 

3 Christine de Pizan, La ciudad de las damas, Siruela, Madrid, 2013. 

4 Reinhart Koselleck, op. cit. 

5 En este sentido Koselleck afirma: “La historia narrativa, el relato, es uno de los modos más antiguos de las relaciones humanas, y lo sigue siendo todavía hoy. En este sentido, podría considerarse la «historia» como un concepto fundamental de la sociedad, particularmente de la sociabilidad. Si, en el siglo XVIII, «la historia», su fundación terminológica y teórica tal como la hemos descrito hasta aquí, se acuño como un concepto fundamental del lenguaje social y político, ello fue porque el concepto ascendía hasta convertirse en un principio regulativo de toda experiencia y de toda expectativa posible. De este modo, se modifica el rango de la «historia» como ciencia propedéutica, tal y como vamos a esbozar a continuación: «la historia» fue comprendiendo, en cada vez mayor medida, todos los ámbitos de la vida mientras ascendía —al mismo tiempo— hasta convertirse en una ciencia central”. Ibíd., p.82. 

6 En definitiva, de consuno con Peter Sloterdijk, el “cinismo es la falsa conciencia ilustrada”, es decir su ideología, en términos marxianos (P. Sloterdijk, Crítica de la razón cínica, Siruela, Madrid, 2003, p. 40). 

7 Friedrich Nietzsche, Sobre la utilidad y el perjuicio de la historia para la vida (II intempestiva), Biblioteca Nueva, Madrid, 1999, p. 115. 

8 La legitimación de todo cuanto acontece, en los argumentos de Hegel, podemos inferirla de sus propias palabras: “El interés particular de la pasión, es por tanto, inseparable de la realización de lo universal, pues lo universal resulta de lo particular y determinado, y de su negación. Lo particular tiene su interés propio en la historia universal; es algo finito y como tal debe sucumbir. Los fines particulares se combaten uno a otro y una parte de ellos sucumbe. Pero precisamente con la lucha, con la ruina de lo particular, se produce lo universal. Éste no perece. La idea universal no se entrega a la oposición y la lucha, no se expone al peligro; permanece intangible e ilesa, en el fondo, y envía lo particular de la pasión a que en la lucha reciba los golpes. Se puede llamar a esto el ardid de la razón [List der Vernunft]; la razón hace que las pasiones obren por ella y que aquello mediante lo cual la razón llega a la existencia, se pierda y sufra daño. Lo particular es la mayoría de las veces harto mezquino, frente a lo universal. Los individuos son sacrificados y abandonados. La Idea no paga por sí el tributo de la existencia y la caducidad; págalo con las pasiones de los individuos” (Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1974, p.97). 

De este modo “La historia universal con su fin general: que el concepto del espíritu sea satisfecho solo en sí, esto es, como naturaleza. Tal es el impulso interno, más íntimo, inconsciente. Y todo el asunto de la historia universal consiste, como ya se advirtió, en la labor de traerlo a la conciencia. Presentándose así en la forma de ser natural, de voluntad natural, eso que se ha llamado lado subjetivo, o sea, las necesidades, el impulso, la pasión, el interés particular, como también la opinión y la representación subjetiva, existen por sí mismos. Esta inmensa masa de voluntades, intereses y actividades son los instrumentos y medios del espíritu universal, para cumplir su fin, elevarlo a la conciencia y realizarlo. Y este fin consiste solo en hallarse, en realizarse a sí mismo y contemplarse como realidad.” Ibíd., p. 84.  

9 Aunque el discurso oficial del neoliberalismo nos espolee a luchar contra las determinaciones y los avatares que nos ubican en un espacio desfavorecido, al mismo tiempo, a través de sus aparatos científico-culturales como es el caso de la psicología positiva, concede una importancia residual a los factores socio-económicos en términos que acceder a una vida digna, plena y satisfactoria (Edgar Cabanas y Eva Illouz, Happycracia. Cómo la ciencia y la industria de la felicidad controlan nuestras vidas, Paidós, Barcelona, 2019, p. 67). De hecho, no en pocas ocasiones, desde dicha posición se entiende que las circunstancias adversas son convenientes para la realización de una existencia exitosa mediante el tránsito por un camino de superación. 

10 “Al margen de la historia (Historia de los grupos sociales subalternos)” puede encontrase en el cuaderno 25 [XXIII] de 1934 perteneciente a sus Cuadernos de la cárcel: Antonio GramscI, Cuadernos de la cárcel, Tomo 6, Instituto Gramsci, Ediciones Era, México DF, 2000, pp. 173-187. 

11 En este sentido, Gramsci afirma en relación con la historia romana y medieval: “A menudo los grupos subalternos son originariamente de otra raza (otra cultura y otra religión) que los dominantes y a menudo son una mezcla de razas distintas, como en el caso de los esclavos. La cuestión de la importancia de las mujeres en la historia romana es similar a la de los grupos subalternos, pero hasta cierto punto; «el machismo» sólo en cierto sentido puede compararse con un dominio de clase, por consiguiente tiene más importancia para la historia de las costumbres que para la historia política y social”. Ibíd, p.181.  

12 Benjamin, plantea su crítica al historicismo como relato de los dominadores realizado con la connivencia de la “ciencia” histórica, donde los documentos culturales, que informan y justifican la historia de los vencedores, llevan consigo las trazas de la barbarie. El botín, los bienes de cultura, producido y adquirido con violencia y barbarie será transmitido, por la instancia histórica, mediante los mismos medios. Este mecanismo de Producción-adquisición-transmisión será el agente de legitimación histórica de la clase dominante que son los protagonistas de las narraciones. En resumen y en palabras de Benjamin: “(…) con quién entra en empatía el historiador historicista. La respuesta es innegable que reza así: con el vencedor. Los respectivos dominadores son los herederos de todos los que han vencido una vez. La empatía con el vencedor resulta siempre ventajosa para los dominadores de cada momento. (…) Quien hasta el día actual se haya llevado la victoria, marcha en el cortejo triunfal en el que los dominadores de hoy pasan sobre los que también hoy yacen en tierra. Como suele ser costumbre, en el cortejo triunfal llevan consigo el botín. Se le designa como bienes de cultura. (…) tienen todos y cada uno un origen que no podrá considerar sin horror. Deben su existencia no sólo al esfuerzo de los grandes genios que los han creado, sino también a la servidumbre anónima de sus contemporáneos. Jamás se da un documento de cultura sin que sea a la vez barbarie. E igual que él mismo no está libre de barbarie, tampoco lo está el proceso de transmisión en el que pasa de uno a otro” (Walter Benjamin, “Tesis de la filosofía de la historia”, en: Walter Benjamin, Discursos interrumpidos I. Filosofía del arte y de la historia, Taurus, Madrid, 1989, pp. 181-182). 

13 Fanon comentaría en relación con dicha categoría: “El lumpen-proletariat, cohorte de hambrientos destribalizados, desclanizados, constituye una de las fuerzas más espontánea y radicalmente revolucionarias de un pueblo colonizado” (Frantz Fanon, Los condenados de la tierra, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2013, p. 119). 

14 Inmanuel Wallerstein, “El eurocentrismo y sus avatares: los dilemas de las ciencias sociales”, Revista de sociología, 15, 2001, págs. 27-39. 

15 En el narrativismo existe una demanda para que el/la autor/a exprese con claridad desde donde habla en contraste con la ocultación de la perspectiva ideológica propia de las posiciones de la historiografía positiva, que tiende a ocultar este tipo de determinaciones acusando de ideológicos, como si éstos estuvieran libres en el desarrollo de su profesión de todo compromiso político, a los argumentos de los defensores de posturas que visibilizan su perspectiva. En este sentido manifiesta Keith Moxey: “Una crítica frecuente a los enfoques que intentan hacer que las cuestiones de raza, clase y género sean relevantes para la historia del arte, es decir que estas cuestiones son «ideológicas». Al definirlas como ideológicas, los críticos conservadores las contrastan implícitamente con el discurso de la historia del arte considerado libre de ideologías. Sugieren que estas nuevas iniciativas les dan al conocimiento un sesgo político que subvierte la verdad. (…) se les acusa de imponer un programa predeterminado al pasado, de modo que nuestro entendimiento es mediatizado y, por tanto, distorsionado. Lo que molesta de estas formas de interpretación es que exponen, en lugar de ocultar, las perspectivas políticas desde las que son escritas. Estos puntos de vista, que se definen explícitamente, son más visibles que los puntos de vista de aquellos que prefieren ocultarse tras una madeja de datos empíricos” (Keith Moxey, Teoría, práctica y persuasión. Estudios sobre historia del arte, Ediciones del Serbal, Barcelona, 2004, p.13). De este modo, como sugiere Janet Abu-Lughod: “(…) para los historiadores tradicionales, la sugerencia de que la escritura histórica es una construcción, quizá tan imaginativa como cualquier creación literaria, es una herejía. (…) Pero lo que podría ser una herejía para los historiadores es un supuesto corriente para un sociólogo. La interpretación académica de los hechos históricos está sometida a muchas de las bases y distorsiones sociológicas (…)” (Janet Abu-Lughod, “On the remaking of history: How to reinvent the past”, en: Barbara Kruger & Phil Mariani, Discussion in Contemporany Culture, nº 4, DIA Art Foundation, Bay Press, Seattle, 1989, pp. 111-112). 

16 Aquí nos referimos, muy especialmente, al giro foucaultiano que puede apreciarse en la utilización de las nociones de arqueología, primero, y de genealogía, después. 

17 En relación con la herencia gramsciana en los estudios culturales véase: Álvaro Alonso Trigueros, “Antonio Gramsci en los estudios culturales de Raymond Williams”, Methaodos. Revista de ciencias sociales, 2, 1 (mayo de 2014). 

18 Al parecer la primera vez que apareció el término her-story fue en el libro colectivo publicado en 1970: Robin Morgan (ed.), Sisterhood is Powerful: An Anthology of Writings from the Women’s Liberation Movement, Random House, New York, 1970. 

19 Se ha considerado como momento fundacional de esta perspectiva histórica de género el artículo del año 1977: Joan Kelly, “Did Women have a Renaissance?”, en: Joan Kelly, Women, History, and Theory: The Essays of Joan Kelly, University of Chicago Press, Chicago, 1984. Kelly cuestionaba en este texto las implicaciones que el Renacimiento tuvo para las mujeres. Resulta interesante el análisis de ese tiempo histórico, leído desde una perspectiva no andro-céntrica, dado que es el momento en el que se sientan las bases del desarrollo de la modernidad en Europa. En esta línea argumental se encontrarán estudios posteriores como los de Silvia Federici en relación con los feminicidios, bajo la acusación de brujería, acaecidos en el tránsito de la sociedad feudal a la capitalista en tiempos de la acumulación originaria (Silvia Federici, Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, Traficantes de sueños, Madrid, 2010) o, desde una opción decolonial y no euro-centrada, el libro de Walter Mignolo en el que señalaba las nefastas consecuencias que para los pueblos de Abya-Yala (América) tuvo ese tiempo, brillante para la historiografía oficial occidentalista, en el que se funda la colonialidad (Walter Mignolo,The Darker Side of the Renaissance: Literacy, Territoriality, and Colonization, University of Michigan Press, Ann Arbor, 2003).  

20 Joan Scott, op. cit., p.72. 

21 En este sentido, y como ejemplo de estas diferencias, Amelia Valcárcel afirma desde las posiciones del feminismo académico, cuya agenda política se resiste a que la centralidad del discurso se comparta con otros sujetos: “Si «feminismo» no ha de ser suplantado por «género», tampoco debe serlo por «mujeres». Hablar de mujeres no compromete con mejorar o innovar la situación en que muchas de ellas se encuentran, sin contar con que algunas personas han encontrado un modo de vida practicando discursos variados y también vacíos a propósito de ello. (…) Debemos trazar nítidamente los márgenes entre feminismo y discurso a propósito de las mujeres, pues son dos cosas diferentes. Hablar de mujeres, o hablar de lo que son las mujeres, o de lo que han sido, o de lo que deberían ser, es algo que se puede hacer perfectamente sin tener asumido el punto de vista del feminismo” (Amelia Valcárcel, Feminismo en el mundo global, Ediciones Cátedra, Madrid, 2019, p. 224). 

22 George Duby y Michelle Perrot (dir.), Historia de las mujeres en Occidente, Taurus/Alfaguara, Madrid, 2001. 

23 Declaraciones en una entrevista televisiva en el Matinale de France Inter del 6 de marzo de 2020. 

24 Berardi afirma: “La impotencia de la razón y la voluntad anuncia el ocaso de la historia-de-él [his-story] y el paso a la historia-de-ella [her-story]. 

La historia-de-ella no debe entenderse como una compensación por la violencia pasada, o un reconocimiento al papel desempeñado por las mujeres en la historia-de-él (la historia patriarcal basada en la obsesión por el poder que las mujeres han sostenido con su explotación y su sometimiento), sino como una concepción diferente de nuestra relación con el despliegue del tiempo: disipación en vez de acumulación, circularidad en vez de linealidad, volverse-otro en vez de identidad y, por último pero no menos importante, frugalidad en vez de crecimiento ilimitado. 

La historia-de-ella implica un redimensionamiento (a saber, una disminución) de la voluntad humana en comparación con las fuerzas indomables de la naturaleza y el inconsciente. La historia-de-ella significa relativización de la presunta omnipotencia de la acción humana, relajación del sentimiento de culpa vinculado a la ilusión del libre albedrío. Por último, la historia-de-ella plantea una reconsideración de la importancia de la acción humana en la evolución” (Franco “Bifo” Berardi, La segunda venida. Neorreaccionarios, guerra civil global y el día después del apocalipsis, Caja Negra Editora, Buenos Aires, 2021, pp. 15-16). 

25 Resulta pertinente aquí recordar las palabras de Gramsci de 1930: “La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados”. Crisis de autoridad donde la “clase dirigente” solo puede ser “clase dominante” mediante medios coercitivos no puede mantener el consenso (hegemonía) (Antonio Gramsci, Cuadernos de la cárcel, vol.2, Ediciones ERA/ Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México D.F. / Puebla, 1999, p. 37). 

26 No podemos aquí extendernos en la reflexión sobre esta aparente contradicción pero sí queremos dejar claro nuestra oposición a las argumentaciones que, a menudo, se han sostenido por parte de cierto sector político e intelectual progresista para explicar este fenómeno. En resumen, estas perspectivas, desde una posición de superioridad intelectual e incluso ética, simplifican dicha situación ubicando en el territorio de la mera brutalidad y soberbia ignorancia a las personas que, a pesar de su situación económica y social desfavorecida, apoyan estos movimientos neorreaccionarios. Años de desatención política, propia del régimen demoliberal (en la que estarían, sin duda, implicados amplios sectores de la izquierda), inferiorización, burla y ausencia en las representaciones simbólicas (más allá de los relatos conservadores más brutales) que establecen el marco de realidad, probablemente sean causas más certeras de la desafección de esta parte de la población que se ha escorado hacía estas posturas tan execrables como peligrosas. Estos fenómenos han sido descritos, en el contexto británico, por Owen Jones en Chavs. La demonización de la clase obrera (Capitan Swing, Madrid, 2012) y desde una posición más que discutible en términos ideológicos, aunque no por ello carente de interés, por Jim Goad en su Manifiesto Redneck (Dirty Works, Barcelona, 2017), relativo al ámbito estadounidense. 

27 Franco “Bifo” Berardi, op. cit., p. 16. 

28 Karl Marx, Escritos de juventud, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1965, p. 355. 

29 Según sus propias palabras: (…) la burguesía ha dado a conocer —y ha impuesto— a la sociedad un tiempo histórico irreversible, pero rechazando su uso. «Ha habido historia, pero ya no la hay», porque la clase de los poseedores de la economía, que no puede romper con la historia económica, debe también reprimir como una amenaza cualquier otro empleo del tiempo irreversible. La clase dominante, formada por especialistas en la posesión de las cosas que, por serlo, son ellos mismos posesión de las cosas, debe vincular su suerte a la continuidad de esta historia deificada y a la permanencia de una nueva inmovilidad en la historia” (Guy Debord, La sociedad del espectáculo, Pre-textos, Valencia, 1999, p. 131). 

30 En este sentido afirma, Jameson: “El modo más seguro de comprender el concepto de lo postmoderno es considerarlo como un intento de pensar históricamente el presente en una época que ha olvidado cómo se piensa históricamente” (Fredric Jameson, Teoría de la postmodernidad, Trotta, Madrid, 1998, p. 9).  

31 Amelia Valcárcel afirma al respecto: “Fueron las principales cabezas del siglo XIX las que teorizaron por qué las mujeres debían estar excluidas. Hegel, Schopenhauer, Kierkegaard, Nietzsche, son figuras cuyo nombre inmediatamente reconoce cualquiera que no sea ducho en la materia” (Amelia Valcárcel, op. cit., p. 79). “Cuando Nietzsche afirma que «tienen que caer todos los valores de la feminidad», «todos los valores de la debilidad», para que el mundo nuevo surja, no quiere que se le traduzca al feminismo, ni mucho menos. Él maneja el viejo aparato conceptual patriarcal que opone valores femeninos a masculinos. Los femeninos son los dis-valores de la hipocresía, la falta de fuerza y nobleza, la ocultación… en fin, la tabla conocida. Los viriles son sus contrarios. Y Nietzsche deplora que, a finales de su siglo, existan varones no masculinos, sino encargados de poner en práctica la astucia femenil: son el clero”. Ibíd., p.231. 

32 Friedrich Nietzsche, op. cit., pp. 37-38. 

33 Michel de Certeau, Historia y psicoanálisis. Entre ciencia y ficción, Universidad Iberoamericana, México DF, 2007, p. 16.  

34 Podíamos aquí mencionar la aparición de fenómenos asociados a este planteamiento, en el ámbito descolonial, como la ciencia ficción del sur o el afrofuturismo. 

35 Para Haraway las siglas SF tienen un sentido polisémico: science fiction, speculative fabulation, string figures, speculative feminism, scientific facts y so far (ciencia ficción, fabulación especulativa, figuras de cuerdas, feminismo especulativo, hechos científicos y hasta ahora). Donna J. Harraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chthuluceno, Consoni, Bilbao, 2020, p. 21. 

36 Ibíd., p. 20. 

37 Este relato se inició, en 2013, en un taller de escritura en Cerisy partiendo del coloquio sobre gestes spéculatifs, de Isabelle Stengers. 

38 Ibíd., p. 207. 

39 Ibíd., p. 209. 

40 Agamben señala, en este sentido: “Lo que es pensado como suprema experiencia mística del ser y como nombre perfecto de Dios (la «gramática» del verbo ser que está en cuestión en la teología mística) es la experiencia de significado del grama mismo, de la letra como negación y exclusión de la voz (nomen innominabile), «que se escribe pero no se lee»,). Como nombre innombrable de Dios, el grama es la última y negativa dimensión de la significación, experiencia no ya de lenguaje, sino del lenguaje mismo, es decir, de su tener-lugar en el quitarse de la voz. También de lo inefable hay pues una «gramática»: lo inefable es más bien simplemente la dimensión de significado del grama, de la letra como último fundamento negativo del discurso humano”. Giorgio Agamben, El lenguaje y la muerte. Un seminario sobre el lugar de la negatividad, Pre-textos, Valencia, 2003, pp. 57-58. 

41 Audre LORDE, “Las herramientas del amo nunca desmontarán la casa del amo” (1979/1984/2003), en: Audre Lorde, La hermana, la extranjera. Artículos y conferencias, Ed. Horas y horas, Madrid, 2003, pp. 115-120.  

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