Zonas Temporalmente Sin Diseñar (III)

Zonas Temporalmente Sin Diseñar es una serie de comentarios sobre diseño gráfico que a partir de ahora aparecerán publicados en forma de columna de opinión en la revista Visual y en contraindicaciones para que puedan ser contestados.


En la nebulosa
Vivimos en tiempos turbulentos. Nuevas tecnologías, nuevas formas de relacionarse, nuevas micro y macro-políticas, nuevas formas de consumo, nuevas economías, nuevas disciplinas, nuevos modelos de negocio, nuevos medios de comunicación y un largo etcétera de novedades queriendo abrirse camino, todas ellas en conflicto con lo viejo, que quiere perdurar.
Pero ¿cómo se desenvuelve el diseñador (permítanme un genérico poco preciso) en el nuevo paradigma? o mejor ¿Por qué se mantiene con esa tenacidad fuera del mismo? Si bien es cierto que la alfabetización visual prospera incansable y donde antes había ruido podemos ahora detectar un sinfín de estructuras significativas, el diseñador, fiel a su nebulosa, parece no querer darse por enterado de ciertos cambios en su entorno y sigue operando en la mitad del territorio como si el resto del universo fuera meramente una tele-realidad al uso, evitando en lo posible la confrontación con lo real.
Así podemos encontrar, por ejemplo, que los diseñadores están aún preocupados por situar la disciplina como un referente de incalculable valor social ¿Es el diseño bueno o malo? se preguntan desde hace décadas. Como es habitual, aquí la pregunta es mucho más reveladora que la respuesta y puede explicarse con facilidad recurriendo a las implicaciones económicas y psicológicas que acarrea una adecuada construcción de la identidad: si el diseño es bueno yo soy bueno y además merezco más apoyo institucional, más respeto y mejores remuneraciones.
En otras disciplinas no existe tal preocupación. ¿Se imaginan un panadero planteándose la responsabilidad social de su trabajo?
En el terreno del arte contemporáneo el debate está superado con creces y ningún artista que se precie admite abiertamente su independencia porque se presupone un condicionamiento implícito en las fuentes de financiación, vengan de instituciones privadas o públicas. Los diseñadores, por el contrario, a pesar de trabajar en estrecha connivencia con la industria, aún insisten, a menudo con enrevesados argumentos, en la posibilidad de una función social del diseño. La tendrá, sí, pero no más allá de la que tiene una barra de pan bien hecha.
Incluso, los diseñadores que allá por los años setenta proponían una actuación social se limitaban a seleccionar sus clientes entre aquellos cuyas políticas se orientaban hacia ese terreno pero, en definitiva, el modus operandi no dejaba de regirse por una norma elemental: haz lo que te piden. La función social del diseño es irrelevante en tanto que son las empresas que contratan diseño, y no los diseñadores, las que pueden tener comportamientos sociales o no.
La insistencia con la que se retoma esta cuestión revela una inseguridad latente, además de una ingenuidad apabullante. El condicionamiento mercantil que obliga al diseñador a perseguir los objetivos de sus clientes le impulsa también a justificar su actividad porque se contempla a sí mismo al servicio de intereses corporativos a veces discrepantes con los intereses del individuo social. Pero cegado por ese mismo condicionamiento es incapaz de acceder a una respuesta obvia y recae en la pregunta introduciéndose en un aparatoso bucle de justificaciones injustificables. Su bagaje profesional le impulsa a justificarse a la vez que le impide acceder a una respuesta.
Es un ejemplo de cómo los diseñadores permanecen anclados en un agujero en el tiempo condicionados por las estrategias empresariales heredadas de sus clientes. Estrategias que luego no dudarán en aplicar al resto de su actividad, incluyendo la producción simbólica.
Es así como el diseñador se muestra poco receptivo a las nuevas estrategias y opera en un marco a veces perverso que le señala como protagonista de no pocas contradicciones.
Los diseñadores se mantienen fuera del nuevo paradigma, pero ¿Qué debemos hacer (permítanme ahora una primera persona) para mantenernos en él? De eso precisamente tratará esta columna.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *