Democracia. Contra el público

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El próximo sábado 24 de abril se inaugura «Contra el público», una exposición de Democracia comisariada por Piedad Solans, en la Fundación Pilar y Joan Miró de Palma de Mallorca.
PÚBLICO Y VIOLENCIA EN LA ERA DEL ESPECTÁCULO GLOBAL
Piedad Solans
¿Constituye la violencia una estructura imaginaria, simbólica y performativa de la sociedad del espectáculo, y hasta dónde participa en ella el espectador? ¿Cuáles son las manifestaciones de la violencia en las sociedades democráticas, cómo se ejerce y articula en el campo social y en los juegos de representación del poder, cómo se simboliza y qué figuras -la víctima, el terrorista, el periodista, el político, el espectador-, relatos y espacios públicos adopta y la mantienen? ¿Es la violencia inherente a poderes económicos, estatales y mediáticos tanto como al público, que la administran y distribuyen visual y semióticamente por medio de construcciones «blandas» de persuasión, propaganda y control? ¿Existe en las sociedades actuales, como ya señalaba Walter Benjamin, una alienación que lleva al espectador a vivir la violencia del espectáculo como un goce estético de primer orden?


Estas son algunas de las preguntas que plantea la obra de Democracia, un colectivo formado por Pablo España e Iván López, que, desde sus inicios en el grupo El Perro, explora las estructuras imaginarias, simbólicas, semánticas e iconográficas del poder, de la violencia y del status del espectador a través de obras, intervenciones públicas, sistemas y procesos de trabajo que se insertan en el espacio cultural, urbano y sociopolítico de las sociedades democráticas. Al contrario que numerosos artistas que continúan produciendo formatos y objetos para ser insertos en la infinita rueda del mercado y de la producción y circulación de mercancías culturales, Democracia pone en acción mensajes, simulacros, artefactos y dispositivos críticos que rehúyen la concepción de «obra de arte» como objeto de contemplación estética, documentación y participación del público. Opera en el ámbito urbano y semiótico, en los agujeros negros y las zonas invisibles de la ciudad, del «espacio basura» y del trash global, así como en los espacios olvidados de la memoria, siendo su finalidad el cuestionamiento de la ideología dominante, y propugnando un arte de la disensión, un arte que «Apele directamente a nuestra responsabilidad compartida como sociedad civil».
Democracia actúa en equipo y en procesos abiertos y múltiples de trabajo: «La opción del trabajo en grupo», declara, «responde a la intención de abordar una práctica artística centrada en la discusión y el enfrentamiento de ideas y formas de acción. El mismo hecho de trabajar en grupo fija un interés de intervención en el ámbito de lo social, a través de planteamientos comprometidos con lo real. Los proyectos responden a una preocupación sobre la progresiva escenificación de los ámbitos de convivencia; visible, no sólo en la importancia, cada vez mayor, de la imagen, sino también en la paulatina incorporación del simulacro a diversos campos de la vida cotidiana, tales como la política, la tecnología o la cultura». Los dispositivos que utiliza abarcan diversos medios, bien artísticos, como el video, la fotografía o la escultura, bien procedentes de la cultura de masas y de la propaganda e iconografía popular (graffiti, pegatinas, banderas, tatuajes y todo tipo de slogans o emblemas callejeros, música, videojuegos), provocando la aparición de situaciones subversivas y críticas que tienen lugar en el contexto de la ciudad entendida, en el sentido marxista lefebvriano, como un espacio de conflictos (y no de una utópica reconciliación), donde se pone en juego la complejidad social, planteando «El papel de la sociedad civil integrada frente a la marginal». Produce escenarios en los que el espectador es actor y donde los objetos, las imágenes y los signos se convierten en iconos y símbolos de la explosión nihilista de una violencia vinculada a la industria del entretenimiento, del espectáculo y de la cultura de masas.

Contra el público
, realizada en diversos espacios de la Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca y en tres intervenciones urbanas en Ciutat de Palma, con la colaboración de medios de información y comunicación como [M] Radio i Televisió de Mallorca y el periódico dBalears, no es una «exposición» concebida para satisfacer las expectativas de goce del espectador, sino para que este confronte su propio status. En oposición a la imagen indiferente, indignada o victimizada que asume de sí mismo como coartada de su ausencia de acción crítica y civil, Contra el público lo involucra en el nihilismo del espectáculo, mostrándole partícipe de una violencia y de unos hechos sociohistóricos que, si bien no produce en acto, mantiene con su pasividad, colabora por el hecho de ser receptor activo, paga como usuario y disfruta consumiendo como un espectáculo y juego lúdico. Pues el consumidor, como dice Nicolás Bourriaud, desvelando esa figura opaca y aparentemente inocente, «Lejos de la pasividad a la que se le reduce, se libra a un conjunto de operaciones asimilables a una verdadera «producción silenciosa» y clandestina». El espectador es un consumidor que se sitúa en el espacio de la recepción y con su intervención contribuye a la distribución de la mercancía (y por «mercancía» se entiende el ámbito de las imágenes y las narraciones, de los slogans, los mensajes publicitarios y los dictados del consumo, de los «productos» culturales tanto como las ideologías). Participa y conoce turbia y fragmentariamente las construcciones imaginarias del poder. Pero su implicación y reconocimiento no tiene lugar en las esferas de lo simbólico ni en las del lenguaje, ya que solamente opera en el ámbito de las ficciones, de los fragmentos y de las figuraciones comunicacionales transmitidas por los medios. El espectador absorbe las imágenes y los signos de acuerdo a consignas visual y culturalmente determinadas (según lo que Theodor W. Adorno llamó psicotécnica, o técnica de manipulación de los hombres). Ello le incapacita para elaborar un espacio público, social y político, un lugar común -la democracia- donde el discurso tenga sentido y significación. El espectador resulta así la coartada ideológica de un poder no democrático (¿de un totalitarismo tecnoeconómico?) que lo involucra en sus relatos, lo alecciona normativamente y lo explota como consumidor de servicios, productos y mercancías. Pero su pasividad es activa; su indiferencia, colaboradora; su indolencia oculta su abandono a un secreto goce. De ahí que la primera apelación que hace
Democracia en la arquitectura exterior de la Fundación a la implicación del espectador en los juegos del poder sea la frase NO HAY ESPECTADORES. Las palabras blancas sobre fondo negro le asaltan como un golpe que rompe el refugio de su pasividad, iniciándole en un recorrido cuyas imágenes y figuras, insertas en el territorio del terror y del nihilismo, de la violencia y de la marginalidad social, de la memoria silenciada y del espectáculo, reconoce ya no sólo a través de las representaciones, diseños y simulacros de los sistemas de comunicación, entretenimiento e información, sino de obras y procesos que le proporcionan un espacio mental y colectivo de elaboración simbólica y de producción de significados. Un espacio experimental: para Democracia, «El trabajo audiovisual desde la esfera del arte habilita un espacio experimental donde esos formatos temporales, estilísticos y perceptivos pueden ser obviados, reinventados o subvertidos».
La relación violenta del espectador con intereses especulativos del poder empresarial y político se pone de manifiesto en obras como Welfare State Series (2008), en la que El Salobral, un poblado de chabolas situado en uno de los descampados marginales de Madrid, es desmantelado con vistas a la explotación y urbanización de los terrenos en los que se asienta. En este paisaje infraurbano e infrahumano, antigua sede de población gitana y cruce de traficantes de droga, se asientan y conviven comunidades de emigrantes que, incapaces de acceder a los precios de los inmuebles, construyen sus «viviendas» de madera, bloque, chapa y plástico. En Welfare State Series (irónicamente, el «Estado de bienestar» propugnado por el neoliberalismo), Democracia escenifica una videoinstalación en el Espai Cúbic de la Fundación con la filmación de la destrucción del poblado por las máquinas excavadoras y una tribuna en la que el público, provisto como hooligans de emblemas y camisetas y bajo el slogan SMASH THE GHETTO, jalea y vitorea a las excavadoras (símbolos triunfantes de la destrucción del territorio), como si la demolición se tratase de un apasionante espectáculo, un ritual al que asisten y del que forman parte. Aplastar el ghetto: más allá de la noticia filmada o emitida por los medios -«Un poblado de chabolas en un suburbio de Madrid demolido por las excavadoras, etc. etc.», Democracia sitúa al espectador ya no como receptor del mensaje sino como colaborador de su emisión, proporcionando no un texto ni un fragmento efímero y visual de la violencia, sino la celebración total, por parte de la población civil «integrada», de una catástrofe social como espectáculo colectivo en una explosión de nihilismo. El público conforma una comunidad perversa, agresiva y asocial que participa gozosamente en la destrucción y aniquilamiento del «otro»: el excluido. El desahuciado. El perdedor. Su único vínculo grupal es la ideología de aplastar el ghetto y eliminar los residuos de la Welfare State, el mundo de la riqueza. Democracia se dirige a un público que «No son las clases marginadas, sino las acomodadas, el beneficiario del sistema capitalista». La inclusión de las gradas en el espacio de la videoinstalación, de manera que los visitantes se sienten y participen del «espectáculo» de la demolición, actúa como lugar de identificación con el público del video. Ya que, según los artistas, lo que buscan es poner en juego «Cómo se relaciona el espectador con las imágenes, qué tipo de relación se establece entre ambos y cómo se sitúa este», posibilitando al mismo tiempo la distancia necesaria de elaboración simbólica, perceptiva y semántica. La merchandasing o mercancía expuesta (escudos, camisetas, bufandas, banderines, así como estandartes, logos y banderas), confirma la inscripción del espectáculo en la industria del consumo y de los productos de marca como iconos vacíos del ritual mercantil e ideológico de la cultura de masas. Para Democracia, «El nihilismo que se refleja en Welfare State es el nihilismo del capitalismo. (…) El nihilismo del capitalismo es el nihilismo necesario para perpetuar su funcionamiento».
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El ritual violento bajo el slogan SMASH THE GHETTO es el ritual del fútbol. El espectador se apropia de la iconografía de la cultura de masas y de la estética del hooligan, con sus slogans, pegatinas, tatuajes, ultradeportivos, estandartes y etiquetas. Es el ritual vacío que queda de la democracia neoliberal, la chute ¿irreversible? del socialismo y de las consignas de mayo del 68, cuando la juventud luchaba por eliminar las marcas impuestas por el poder, la injusticia y el autoritarismo político y religioso. Pero en lugar de calles, fábricas, universidades y Parlamentos, las masas asaltan los estadios, convertidos en lugares de confrontación popular de clubes y partidos deportivos y políticos. Si hasta los setenta el sujeto revolucionario político se sabía y deseaba obrando en el ámbito de la clandestinidad, necesaria para su «conspiración» contra el poder instituido, los espectadores del estadio, aquellos que con su participación hacen funcionar el espectáculo, actúan para ser vistos: se saben filmados, fotografiados, grabados y escuchados por los espectadores de las pantallas televisivas, por las cámaras, los micrófonos y los medios de comunicación. La tecnología, al igual que el «saberse visto» propio del talk show televisivo (donde la persona «insignificante» y anónima es elevada a categoría pública), potencia y multiplica al infinito el despliegue visual y sonoro del espectáculo hasta el punto de que el fin inicial -la asistencia al partido- se convierte en una batalla provocadora de imágenes, cánticos, insultos y signos, de territorios y marcas de identidad rayana en el delirio. El peligro que en las dictaduras empapaba el espacio sociopolítico y era conjurado por el estado a través de la represión y la prisión, es ahora anhelado y buscado por las masas que, con consignas tales como A por ellos, explotan y se enzarzan en batallas campales hasta la muerte. En Ne vous laissez pas consoler (2009), (un video monocanal proyectado en el Auditorio de la Fundación, en cuyos asientos el espectador de la exposición actúa de público), Democracia reinstaura una esfera política en el nihilismo del espectáculo deportivo a través de los propios instrumentos de los hooligans, proveyendo a los Ultramarines, los ultras del equipo de fútbol los Girondins de Burdeos, de una serie de citas, extraídas de la tradición revolucionaria, exhibidas en pancartas y en el merchandising del club -No os dejéis consolar, La verdad es siempre revolucionaria, Los ídolos no existen-, que subvierten los mensajes y rescatan al grupo de la alienación y del nihilismo de una violencia pulsional para confrontarlo a una reflexión y un espacio político, allí donde el lenguaje -y no el imperio de los signos- sienta las bases de las relaciones sociales y de los intercambios simbólicos.
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El funcionamiento del capitalismo requiere un crecimiento ilimitado. Una producción incesante de mercancías para el consumo. Una maquinaria especializada de técnicos y espacios para la distribución, difusión y comercialización. Una demanda inagotable de consumidores que devoran productos incansablemente. Y una masa permanente de consumidores de desechos. De esta forma, se garantiza la sociedad de consumo con la pobreza necesaria, oculta, eso sí, a la mirada del consumidor, del turista, del espectador. En Charity (2007), una videoinstalación realizada con un video grabado en las afueras de un supermercado de la cadena Lidl (en un barrio, Vallecas, de una ciudad, Madrid, que podría ser cualquier no lugar de la aldea global), Democracia muestra un Cuarto Mundo -emigrantes, ancianos, mujeres, parados, exiliados, jubilados-, un submundo silencioso y humillado de «nuevos pobres» que emerge de las sombras y se alimenta de los productos caducados que diariamente los supermercados arrojan a los contenedores de basura. Charity: un logo del capitalismo para depauperados, excluidos y perdedores que con su incapacidad económica colaboran en la desaparición de los residuos. Pero como escribe Gerd Kleiner siguiendo a Werner Rügemer en Arm und Reich, «La individualización de la pobreza, el aislamiento que ello conlleva, significa una derrota para el individuo, no para las estructuras sociales». Separados de las estructuras, los «nuevos pobres» son vistos como «fenómeno público» (¿un espectáculo?) y no como un resultado de la distribución de la riqueza y de los intereses de clase. Su presencia marginal en la ciudad genérica constata, como diría Lefebvre, el fracaso del urbanismo como ideología encubierta por la tecnocracia. Conforman un lumpen residual de supervivientes que evidencia la vaciedad de los valores de democracia, progreso y libertad. En la videoinstalación Charity, Democracia sitúa al espectador en un escenario contaminado donde los contenedores de basura con el logo Charity, el olor a podrido vaporizado por un dispensador, las imágenes del vídeo mostrando la población residual de fracasados y excluidos y la zona posterior del supermercado como un espacio ciego (fuera de los trayectos turísticos, no visto en las postales publicitarias de la ciudad, no integrado en los circuitos cotidianos de la población), acotado a su vez por una valla metálica, potencian en su ficción el espacio real, social y urbano en que diariamente transcurre la acción. Pero el espectador de Charity no solamente mira: la máquina expendedora con el logo Charity emite por 3€ un frasco de «perfume» con hedor a basura en envase High Design, que compra y huele, como un souvenir de marca o un producto de lujo. ¿Caridad del empresario, del espectador, del consumidor hacia el paria del consumo, ignorante de la imagen de su propio espectáculo, inscrito en un comercio cuyo origen y fin ignora? Al contrario que numerosos artistas y teóricos para quienes, ideológicamente integrados en una cultura del éxito, del narcisismo y del confort, las palabras resistencia, nihilismo, explotación, marginalidad, mercado, lucha de clases han desaparecido del lenguaje y del significado, Democracia las pronuncia en toda su negatividad, mostrando una realidad social formada por integrados y excluidos cuyo campo de operaciones va del Semiocapitalismo a la iconografía de masas, de los espacios marginales a las zonas ciegas de la ciudad, allí donde el silencio se impone y el conflicto no aparece como «interés público». Allí donde no se manifiesta la violencia que no corresponda al imaginario colectivo.
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La exclusión no opera solamente en el ámbito del presente, sino también en el de la memoria. Las zonas ciegas donde ha sido enterrada, olvidada o manipulada la historia. Los miles de muertos que con la etiqueta «desaparecido», fueron tragados por la nada, ejecutados en las cunetas de las carreteras, fusilados en los descampados, arrojados por los acantilados o en cal viva a la fosa común. El silencio y la ausencia de memoria se han apoderado del país de tal manera que no sabe donde están sus muertos. Proyecto Ideal (2008), realizado con motivo de la conmemoración del asesinato del poeta Federico García Lorca en Granada, víctima de una ignominiosa conspiración falangista, fusilado sin juicio por orden del Gobernador Civil José Valdés en 1937, y «desaparecido» en una fosa común, retorna a la memoria del ciudadano democrático el fantasma de la guerra civil española y de la adscripción de España al Alzamiento y al Caudillo, al incluir un facsímil del Ideal del 22 de abril de 1937, fecha en la que Valdés anuncia su dimisión y publica un escrito de despedida, en el periódico Ideal de Granada del 22 de abril de 2007. Siguiendo el proyecto de recuperación de la memoria histórica a través de los medios de comunicación de la época, y confrontando el pasado con la lectura del presente, Democracia realiza Proyecto Baleares (2010), una intervención pública expresamente concebida para la isla de Mallorca, con la colaboración del periódico dBalears, cuya amplia cobertura en Ciutat de Palma y en las localidades mallorquinas permite una lectura extendida a gran parte de la población. dBalears se transforma en un soporte y medio artístico al incluir en sus páginas del 21 de abril de 2010 un facsímil del Baleares del 21 de abril de 1942, fecha en la que el periódico era órgano de Falange española. «Entre los objetivos del proyecto», indica Democracia, «está confrontar las distintas realidades de Mallorca uniendo dos momentos separados por 68 años. El diario Baleares se convierte en el puente que une dos momentos en el tiempo, por su presencia en la vida cotidiana de Mallorca». Los lectores del dBalears son convocados por sorpresa a la rememoración de hechos olvidados, archivados, desaparecidos de la memoria colectiva de la isla y de la Mallorca de posguerra, cuya vida transcurre entre deportes, ferias, accidentes de trabajo y adjudicación de pensiones, algunas noticias de política internacional y hechos históricos extraordinarios como la Conmemoración en Palma de la fiesta franquista de la Unificación o la celebración del cumpleaños del Führer (que pasa su aniversario en el Cuartel general, en una jornada «dedicada al trabajo»). Tal desfase cronológico, además de mostrar, desde nuestro conocimiento histórico, los vacíos y la exclusión por silencio de la «otra» España republicana, anarquista e izquierdista, la España de los muertos y vencidos (además de las relaciones del franquismo con el nacionalsocialismo alemán y de la Falange con el fascismo italiano, que tuvo un amplio campo de acción en Mallorca), genera una ruptura de experiencias entre el pasado y el presente, el estupor frente a lo definitivamente perdido tanto como la visión de aquello que de aquel mundo aún pervive en los sustratos de la realidad actual, conformándola. Pues ambos proyectos, Ideal y Baleares, plantean al lector del siglo XXI una pregunta: «¿Qué queda de las condiciones políticas y sociales que desencadenaron aquellos hechos hoy en día? ¿Comprendemos hoy en sus justos términos aquellos hechos? ¿Qué lecturas de las motivaciones de la Guerra Civil son las hegemónicas hoy en día dentro de los discursos políticos y mediáticos de distinto signo?» Para Democracia, Proyecto Baleares pretende «Rescatar la memoria a través de un elemento cotidiano y masivo como pueda ser un diario. El lector habitual de un periódico se encuentra el encarte de un facsímil del mismo día pero de décadas atrás, que trae de nuevo al presente unos hechos históricos, quizás banales, mirados de forma independiente, pero que en su conjunto reflejan un determinado contexto social, cultural y político. La fecha elegida es la de 1942, siendo el objetivo confrontar dos épocas a través de un elemento común (el periódico), abriendo una reflexión sobre el pasado de nuestro país y cuanto de él podemos rastrear en el presente».
¿Qué queda de las condiciones políticas y sociales que desencadenaron aquellos hechos hoy en día? Cementerios, epitafios, fosas comunes, tumbas. Ser y Durar (2010), una serie de fotografías realizadas por Democracia en el cementerio Civil de la Almudena de Madrid, y editadas en los talleres de grabado de la Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca con motivo de la exposición Contra el público, evoca asimismo la Guerra Civil española y de quienes lucharon por la defensa del Gobierno legítimo de la República, así como de quienes, ateos, anarquistas, comunistas, yacen en un espacio ajeno a los ritos y las jerarquías, un lugar «sin Dios ni Amo». Para ellos, la muerte era concebida como solidaridad y continuidad en la utopía y en la lucha, o como ausencia y nada frente a las mitologías de la religión y las ideologías militares. Muertos o asesinados y enterrados bajo el signo de la lucha y del ateísmo, quienes yacen olvidados en las tumbas han dejado sus epitafios para los suyos y los visitantes anónimos de un futuro que nunca imaginaron. Evocaciones del idealismo miliciano, de la solidaridad obrera, de los sindicatos anarquistas, del entusiasmo por una victoria que jamás advino, soñadores de un mundo mejor, aplastado por el fascismo. «No lloréis mi muerte / Proseguid la lucha / Adelante siempre / Por encima de las tumbas», «Dieron su vida por un mundo mejor / en Checoslovaquia», «Aquí yacen los restos de dos comunistas marxistas leninistas», «Es más fácil dar la vida por la revolución que consagrar una vida a la revolución», «Nada hay después de la muerte»: voces que en el silencio del cementerio, fantasmas que más allá de la memoria retornan para recordar el olvido de su muerte y recordar que existió la posibilidad de otra sociedad y de otro mundo.
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Una muerte que nada tiene que ver con el morir en las sociedades democráticas. Los muertos, trágicamente fusilados, caídos en batalla o asesinados que yacen en el cementerio de Madrid no fueron víctimas, sino dueños soberanos de su vida. Exterminados impunemente por el terror, sí, y por un alzamiento militar ilegítimo, pero, eligieron cómo morir, en defensa de un gobierno, de una comunidad civil y de una utopía cuyo sentido dirigía su vida. Sin embargo, para la víctima del terrorismo y del terrorista suicida, no existe elección, epitafio ni utopía. Ni siquiera conoce al enemigo, emboscado en el anonimato, oscuramente identificado con un poder brutal y arcaico. De Bilbao a Iraq, de Moscú a Rabat, de Nueva York a Madrid, de Londres a Palestina, la víctima del terrorismo es abatida, masacrada, abrasada, asfixiada o desintegrada en microscópicos pedazos, sin capacidad de defensa ni reacción, por un tiro en la nuca, una bomba en una mochila, la inoculación de un virus, la inhalación de un gas, la explosión de un avión o un coche bomba. La víctima está indefensa frente a la muerte. De ahí Víctima (2008) como simbolización de una figura sin nombre ni rostro, un cuerpo que podría ser cualquiera, inerme en el suelo frente a la mirada estupefacta del familiar, del político, del reportero, del periodista. Del espectador. Del público. Fotografiada, filmada, registrada por las cámaras: la imagen no cubrirá jamás el vacío simbólico de su muerte. En su inmovilidad de bronce y oro gravita la constatación de que todos los ciudadanos de las sociedades democráticas son víctimas de una contienda silenciosa, una guerra entre terroristas y estados, entre comunidades religiosas o políticas, en la que el ciudadano atónito sólo participa como espectador mediático y en el peor de los casos, como víctima. Una modalidad de lucha que aniquila la soberanía del individuo sobre su propia muerte.
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Las víctimas del terrorismo representan, en su indefensión, el grado máximo de la violencia del terrorismo. Con ellas y tras ellas, la sociedad se victimiza, inmersa en el terror y en lo que Peter Sloterdijk ha llamado el «atmoterrorismo», un estado de contaminación o intoxicación latente de todos los ámbitos de la vida, donde todo se convierte en engañoso o sospechoso, donde las distinciones entre lo civil y lo militar se borran, donde se inaugura para la humanidad el «Aprendizaje de la desconfianza». Como la víctima inerme frente al ataque terrorista, la sociedad pierde inmunidad y vive en un estado de catástrofe, vulnerable a toda violencia: los abusos de las empresas, los bancos y las compañías de servicios, la corrupción burócrata y política, al stress, el mobing y la comida basura, a la violencia de género, la trata de esclavos y la pedofilia, a la publicidad y el consumo, a los tsunamis y los terremotos, a las pantallas y las excavadoras que en El Salobral como en tantos descampados del mundo hurgan la tierra para cubrirla con cemento y ladrillo. Víctimas del accidente en carretera y víctimas del atentado: sujetos pasivos, sin armas, sin resistencia, sin elección sobre la muerte. Víctimas del nihilismo. De ahí la figura del terrorista suicida: Todos sois culpables salvo yo (2007), grado cero de un nihilismo consumado en su estéril y destructivo sacrificio. Su poder, como el del hooligan, está en, aunque enmascarado, saberse visto. El terror que propaga y propugna se basa en su dominio sobre la muerte colectiva. La legitimación del terror que impone está en la culpabilidad del otro: «Todos sois culpables salvo yo», inscribe, con una bomba en la mano, su futuro epitafio en el pedestal de granito. La evocación de la figura del terrorista como un (contra)monumento, elevado a un pedestal de granito a la usanza de generales y políticos (con las connotaciones autoritarias que supone), lo equipara al poder que en otras épocas imponía el terror a través de la prisión, la tortura y la guerra: «¿Qué hay detrás de la inmortalización de muchos personajes? (…), ¿Cuántos cadáveres, literal y simbólicamente, se esconden tras la erección de un monumento?», pregunta Democracia. El terror no ha de ser identificado con un individuo, sino con un poder que distribuye y reproduce una inmensa producción de muerte como dominio.
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¿Quién está detrás de la máscara del terrorista? Simbólicamente, el vacío, la muerte. En la última escala del poder ejecutivo, aunque no la menos letal, el «chico bomba». Días antes del atentado del 11 de marzo de 2004 en Madrid, en el que varias bombas explotaron en los subterráneos del metro de la ciudad causando una masacre, aparecieron unos misteriosos carteles tamaño DIN4, pegados en diversos puntos de un barrio popular de la capital. Dibujados a mano e iluminados con rotulador, se dividían en dos zonas: en una, un avión tirando bombas; en otra, un cuerpo explotando. Como texto: «Bombardero para mí, chico bomba para ti». ¿Alusión al conflicto de Israel y Palestina? La sentencia de la Audiencia Nacional atribuyó la autoría a células terroristas yihadistas. Democracia se «apropió» de una de estas fotocopias, encontrada en sus recorridos por la ciudad, y de ella surge la intervención urbana en Ciutat de Palma titulada Chico Bomba (2010), quinientas fotocopias de la original repartidas en diversos barrios de la ciudad, de Son Gotleu a Sa Calatrava y Santa Catalina. Como una incomprensible propaganda, los carteles remiten a las oscuras interrogantes del terrorismo islamista y confrontan al público de Mallorca con una extraña «invasión» en la quietud de la isla de la Calma, tampoco inmune al terrorismo nacional. A pesar de la sentencia judicial, las respuestas son oscuras, las víctimas yacen bajo tierra y las preguntas olvidadas perviven: ¿Quién pintó y colocó estos carteles? ¿Qué relación tenían con los terroristas suicidas del 11-M? El estado de terror basado en la amenaza y en el dominio de la muerte definido por Sloterdijk como atmoterrorismo es planteado al transeúnte, al ciudadano, al espectador en las calles, en un contexto donde la vida cotidiana transcurre ajena a la emergencia del conflicto.
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Una de las intervenciones urbanas más polémicas e inquietantes de las llevadas a cabo por Democracia fue Subtextos (2009), en la ciudad de Cartagena (Murcia), una de las ciudades españolas con mayor número de emigrantes magrebíes. Subtextos produjo una fuerte polémica y una intensa actividad mediática y social (e incluso policial), tanto por parte de los ciudadanos murcianos como de la comunidad magrebí y de las instituciones públicas y medios de información. En numerosas vallas publicitarias situadas en descampados y autopistas así como en los mupis de la ciudad, Democracia colocó carteles de fondo negro con un texto blanco en caligrafía árabe. Las citas, pertenecientes a la tradición revolucionaria occidental, procedían de políticos, filósofos y escritores del siglo XX como Marx, Mao Tsé Tung, Albert Camus, Ché Guevara, Lenin, Jünger o Garibaldi, e irrumpían como oscuros golpes visuales en las redes de signos e imágenes de la ciudad: La verdad es siempre revolucionaria / El principal campo de batalla es la mente del enemigo / La esclavitud crece sin medida cuando se le da apariencia de libertad / Libertad, ¿para qué? / Arriba los de abajo, a política está en la calle / La libertad debe ser para todos o para nadie, entre otras. Los textos árabes parecían slogans publicitarios o extraños mensajes sin un significado inteligible para los ciudadanos, por lo que se produjo lo que en otro texto he llamado una «psicosis colectiva de la interpretación». Provocaron un desconcierto colectivo que dio lugar a un debate público en los blogs y una amplia participación ciudadana a lo largo de un mes, ya que los espectadores no sabían a qué aludían (creyendo que eran anuncios publicitarios o una «invasión» árabe en la comunidad murciana). Mientras que los marroquíes, que comprendían los significados de los textos, se mostraron a veces temerosos frente a unas consignas revolucionarias que, misteriosa Yihad, no sabían de quiénes ni de donde procedían, a veces entusiasmados por ideas que no pueden manifestar. Las radios y televisiones de Cartagena se colapsaron y la policía pidió a los artistas el significado de las frases. En el intensísimo debate de los blogs emergieron las «dos Españas», la fascista y la liberal, además de las aportaciones de la propia comunidad magrebí, planteando historias que parecían olvidadas en la sociedad de consumo y bienestar, como la expulsión de los árabes de la Península Ibérica o el enfrentamiento de las «dos Españas» frente a la cuestión árabe o el terrorismo. La España de Santiago Matamoros o de «Santiago y cierra España», la España negra inquisitorial, la España del puño y la pistola, luchó en los blogs con la otra España hospitalaria y solidaria. El fantasma de los expulsados, de los perdedores, de los excluidos, retornaba a la sociedad de bienestar y al espacio urbano ocupando el territorio con formato de publicidad, misterioso y anónimo, dotado de una singular belleza, con el lenguaje de las utopías y de la revolución inconclusa.
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Buscando de nuevo, al igual que en Cartagena, la reacción del público, Democracia produce el proyecto Subtextos en Ciutat de Palma, colocando los carteles con citas revolucionarias en caligrafía árabe en diversos opis de la ciudad. Asimismo, en una valla publicitaria situada en Vía de cintura, ha introducido una nueva frase, dedicada quizás a los miles de conductores que cada día sufren el tráfico, los embotellamientos, las obras y el exceso de carreteras que convierten la isla en una vía de circulación y en un barrio de servicios de la Comunidad Europea: NO OS DEJÉIS CONSOLAR. Además, con la colaboración de [M] Radio i Televisió de Mallorca, Democracia incorpora su obra a los medios de comunicación, insertando en la publicidad de la programación televisiva unas «cortinillas» de Subtextos, en las que aparecen sorpresivamente, entre los anuncios y mensajes de productos, marcas e iconos de la sociedad de consumo, las frases revolucionarias en caligrafía árabe sobre fondo negro: la oscuridad del «otro», la abismal extrañeza de lo incomprensible, la atracción o animadversión hacia lo desconocido, la ocupación o defensa del territorio. De esta forma, los medios de comunicación, así como los medios de información, en el caso del dBalears con el Proyecto Baleares, se convierten en el medio y el formato artístico, adquiriendo una dimensión creativa, involucrándose en el ámbito artístico y participando del debate ciudadano.
Pues si Democracia se manifiesta Contra el público es para reintegrarle su status político, social, creativo, crítico y comunitario. Para extraerlo de su pasividad y de la delegación de su vida y de su muerte a otros poderes -la administración, la industria médica y farmacéutica, la empresa, el estado, la industria del entretenimiento, los medios de comunicación, el control, el terrorismo, la guerra- e incorporarlo activamente en la vida pública a través de simulacros, ficciones y escenarios que vuelven a poner en juego los procesos de reflexión, la simbolización de lo real y el espacio social y político entendido como un lugar común, allí donde el sentido puede ser elaborado. Para apelar «directamente a nuestra responsabilidad compartida como sociedad civil». La democracia como un ritual vacío, una jerga engañosa y un espectáculo nihilista de la violencia puede transformarse entonces en una fuerza colectiva y pública, formada por individuos con capacidad de discernimiento crítico, lenguaje y elección.

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