En vista de que la deriva social nos precipita insistentemente hacia los más temidos escenarios distópicos mejor haríamos en desterrar el prefijo «dis» para conservar el más cercano y familiar «tópicos». Por aquí, ya se ha apuntado esta lamentable confusión entre pasado, futuro y presente (en este orden) e, incluso, se ha mencionado concretamente alguna de estas profecías autocumplidas que atraviesan el tiempo desafiando la lógica del calendario. Miedos atávicos que, heredados a la inversa, han permanecido latentes desde un futuro lejano hasta hoy.
Este verano se ha conocido la terrible noticia de que la policía de Los Ángeles está utilizando un algoritmo matemático para predecir delitos, noticia con un marcado carácter distópico procedente de la literatura y el cine con Minority Report de Spielberg e Idoru de William Gibson respectivamente. Más acertada la novela de Gibson que la empalagosa película de Spielberg porque en esta segunda se introduce un elemento de misticismo fantástico para explicar la precognición mientras que en la novela de Gibson la clarividencia viene dada por una extraordinaria capacidad del protagonista para procesar datos, la misma capacidad que, precisamente, pone en juego el departamento de policía de Los Ángeles, aunque en este caso real sea el ordenador y no la mente humana el encargado de procesar los datos y extraer los resultados. El protagonista de Idoru tiene acceso a toda la vida digital de cualquier persona a partir de las transacciones de las tarjetas de crédito, lo que sitúa la distopía en el escenario más rabiosamente actual.
Si bien se han sucedido distintos comentarios de corte tecnológico (1), los más interesantes sin duda son los que enfrentan la cuestión moral, como el de Evgeny Morozov, muy recomendable, que viene a reclamar la aplicación de los mismos principios morales que rigen nuestra conducta en sociedad para los algoritmos matemáticos que señalan a, y sospechan de, los ciudadanos antes de haber cometido un delito.
Evgeny es un analista de la sociedad en red que reclama menos libertad en la red porque se ha percatado rápidamente de que la desregulación actual está siendo aprovechada fundamentalmente por los más poderosos y en beneficio siempre de las grandes estructuras de poder.
Además de la cuestión moral de los algoritmos existe otra más evidente si cabe. Como ya denunciara Haro Tecglen, el castigo o guerra preventiva es una aberración moral fuertemente promocionada desde el poder político, económico o militar y, tanto la predicción estadística, que tiene carácter general, como sus consecuencias concretas en la aplicación de castigos y escarmientos preventivos suponen un paso enorme en la escalada de la pérdida de libertades del individuo y un paso cualitativo enorme en las políticas de coerción con las que los distintos poderes pretenden mantener su status quo porque, sencillamente, se castiga un delito que no se ha perpetrado, se castiga en base a una suposición.
Otra cuestión de la que nadie parece hablar, y no menos importante, es el hecho de que el progreso tecnológico sea aplicado a la sofisticación del castigo en lugar de la mejora de la prevención de las causas que podrían inducir al delito, como la desigualdad social, la pobreza y el sometimiento pleno del individuo, que sólo es tenido en cuenta como un dato estadístico incluso ahora para la acción punitiva. Aquí la tecnología aparece como una cortina de humo que dificulta el pensamiento crítico porque uno queda «maravillado» ante los avances y los nuevos enfoques sin llegar a entender el fondo de la cuestión, a qué se aplica tanta inventiva: más castigo, más control y más coerción.
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(1) En relación con la cuestión tecnológica, la novela de Gibson estaría equivocada en una cuestión. Aún siendo posible la detección de tendencias, la predicción concreta de una acción individual no lo es ni lo será en el futuro, por mucho que evolucione la tecnología. Y es imposible por la misma razón que una imagen desenfocada no puede volver a enfocarse o un millón de monos jamás escribirían Hamlet, por mucho tiempo que tuvieran: tanto la acción de Sakespeare al escribir su relato como el delito cometido por un hampón son acciones antientrópicas que requieren de mucha energía para revertir localmente la segunda ley de la termodinámica y generar un sistema más ordenado (ordenado en el sentido matemático, es decir, con menos estados posibles). Los pixels de una imagen enfocada también poseen un nivel más bajo de entropía que los de una imagen desenfocada.
La única posibilidad de hacer esto (enfocar una imagen o que los monos escriban Hamlet) sería revertir la segunda ley de la termodinámica, lo que equivaldría en la práctica a la invención del viaje en el tiempo. En ese caso, los monos estarían, simplemente, yendo hacia atrás durante un lapso en el que su acción desordena las letras a partir de un relato coherente, cosa que sí es capaz de hacer un mono. Lo que nos acerca, desde un punto de vista más literario que científico, al desconcierto cronológico planteado entre distopías y actualidad: una predicción para el futuro, hecha en el pasado, que se cumple en el presente. Ahí es nada.
Minority report!!!! Me ha recordado a un libro de Zulaika q se llama precisamente «terrorism: the selfulfilling prophecy»? los problemas eran mas o menos los mismos que habéis expuesto aquí, paradojas de la lucha contra las cosas! crean mas de esas cosas!
Pero lo que de verdad hará que te devanes los sesos es si habrías tirado el jarrón si yo no te hubiese dicho nada!! xDD
Exacto, Gorka, esa es la cuestión que se apunta (también en la peli de Spielberg): el primer efecto de la criminalización preventiva es ese, crear criminales. La producción de criminales es una actividad compleja aunque muy útil. Hay cientos de técnicas diferentes 😉