A propósito de la utopía entrópica de PSJM ///// José María Durán

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Hoy en www.laisladehidrogeno.com se publican los textos y audios de la gira de presentaciones del proyecto La Isla de Hidrógeno, cuya próxima escala tendrá lugar el 3 de Noviembre en el Instituto Cervantes de Berlín. Ya se pueden consultar on-line los análisis de Jesús Carrillo, Blanca De la Torre, Miguel Cereceda, José Luis Corazón Ardura, Sonia Mauricio, José María Durán, Ángeles Alemán y Juan Ramírez Guedes. Como muestra y adelanto, recogemos aquí el el lúcido escrito que José María Durán ha preparado para la presentación en Berlín de la novela utópica entrópica de PSJM. En otro post publicamos el magistral recorrido que hace Guedes por la arquitectura utópica del pasado reciente, en la que el arquitecto y teórico entronca la propuesta monumental del colectivo.


A propósito de la utopía entrópica de PSJM
José María Durán
Después del colapso de los mercados financieros y la crisis estructural en la que muchos ven caer sin remedio al capitalismo, no resulta insólito constatar cierta necesidad por reflexionar acerca del futuro que nos depararía un descalabro total y global de esa inmensa acumulación de mercancías (y miseria, basura, ruinas…) que fue como Karl Marx en el mismo comienzo de El Capital caracterizó al capitalismo. Los recientes libros de Badiou, Zizek, Bosteels o Galcerán así como los trabajos de Gibson-Graham son buenos testimonios de esta necesidad. Ya sólo por este hecho «La Isla de Hidrógeno», el libro escrito por el colectivo de artistas PSJM, merece ser considerado como una lectura necesaria. Además porque este tipo de intentos no abundan en el panorama artístico español. En este sentido, la ‘utopía’ ideada por PSJM anuncia muchas de las propuestas que los colectivos sociales han estado articulando desde hace años y que recientemente se han visto expresadas, digamos, a ras de suelo. Con «La Isla de Hidrógeno» PSJM le ha dado una imagen concreta de futuro a muchas de estas reivindicaciones, sin dejar de soslayar un lado perverso que se yergue cual espada de Damocles sobre cualquier futura sociedad que se piense a sí misma perfecta.
Hay dos aspectos que me gustaría resaltar desde un comienzo. Me parecen importantes porque se pueden ver como dos ejes sobre los que gira la novela al tiempo que la sitúan en el contexto de una cierta tradición, lo cual es bastante importante. El primer aspecto es el carácter ‘insular’ de la utopía, que (hemos de reconocer) es una imagen muy adecuada para incidir en la relativa autonomía y sostenibilidad de las comunidades descritas en la novela. La Utopia de Thomas More que visita Raphael Hythlodaeus es también una isla, y la isla de Citera se atribuye el honor de ser el lugar del nacimiento de Venus, a esta isla viajan los personajes de la obra de Dancourt que tan elegantemente plasmó Watteau en su famoso cuadro. No quiero dar a entender que los personajes de las comunidades descritas en «La Isla de Hidrógeno» se la pasan entre romances ociosos a la Watteau; aunque el lector de la novela bien pronto se dará cuenta de que el ‘amor’ y el ‘romance’ la surcan de principio a fin. En este sentido, quiero pensar que los aspectos más sensuales de la novela demuestran una confianza extrema en el ser humano, un elogio a su ser en cuanto que es cuerpo y afectos; y no olvidemos que en este aspecto reside uno de los pilares fundamentales de la estética en cuanto ‘ciencia’ de la sensibilidad, por lo que está intrínsecamente relacionado con la belleza. Las comunidades descritas en «La Isla de Hidrógeno» se erigen alrededor de la construcción de lo bello. Pienso que esto supone un elogio del ser…, hasta que llega el ángel caído, la distopía.
El segundo aspecto al que me gustaría hacer referencia está estrechamente relacionado con este carácter ‘insular’ señalado y tiene que ver con la descripción de una sociedad compuesta por comunidades autónomas que se interrelacionan siempre a nivel horizontal, es decir, a un nivel esencialmente no jerárquico. Lo que aquí se expresa es una idea concreta de igualdad, la siempre soñada igualdad del género humano, que a mi modo de ver entra en conflicto directo con ciertos presupuestos del comunismo tradicional. Entendamos que después del fiasco que supuso la experiencia ‘socialista’ o ‘comunista’ de la Unión Soviética y China no parece que haya ya lugar para ‘utopías’ que se construyan alrededor de una estado centralizado gracias a una supuesta vanguardia obrera -aunque el tema de la ‘vanguardia’ no deja de ser controvertido en la novela; pero a esto haré referencia un poco más adelante-. «1984», la conocida distopía de Orwell, ha contribuido por supuesto a que hayamos desarrollado una cierta aversión a todo control absoluto. Únicamente añadir a este respecto que el estado ‘utópico’ descrito, por ejemplo, por More no es tan ajeno a esta distopía del control absoluto como se podría pensar en un principio, ya que lo que More describe es un estado despótico ilustrado (que seguramente haría las delicias de Platón, el gran inspirador de More); también en la novela de PSJM hay un descorazonador lado distópico de tintes despóticos y mesiánicos.
No hay duda de que vivimos en una época enferma de distopía. Primero fue el temor al invierno nuclear, hoy el miedo toma la forma del colapso ecológico del planeta, los super-volcanes y super-tsunamis arrasadores de cuanto encuentran a su paso, meteoritos y otras formas extraterrestres de dimensiones apocalípticas etc. El capitalismo asume también una imagen propia del Apocalipsis que los Dead Kennedys supieron expresar de forma cruel en la famosa portada de su LP «Plastic Surgery Disasters». Esta es una imagen que se refleja continuamente en las retinas del ángel de la historia benjaminiano que mira hacia esa catástrofe única que amontona incasablemente ruinas mientras un huracán le empuja irremediablemente hacia el futuro. En «La Isla de Hidrógeno» se nos cuenta cómo en un momento histórico concreto la civilización occidental no es capaz ni de sostener sus propias ruinas así que da un salto hacia delante, un abismo. Se intuye así el trágico destino de una utopía que poco a poco va tomando tintes distópicos. Su vanguardia soñada, que nace de un cierto fetichismo tecnológico (al que la acusación de determinismo no sería del todo injusta), pues la «Isla de Hidrógeno» parece haber sido guiada por una suerte de Saint-Simon del futuro con sus huestes de artistas e ingenieros quienes costosamente van abriendo la triunfante marcha del progreso hacia el bienestar y la felicidad universales, se construye en esta dialéctica entre utopía y distopía sin encontrar una solución satisfactoria. Este es el lado perverso que los propios autores reconocen: «La Isla de Hidrógeno» es una utopía por la que se ha de pagar un alto precio, es una utopía entrópica. Más allá de la crítica ecológica al intrínseco comportamiento entrópico del capitalismo, lo que parece claro es que si el aumento exponencial de la entropía conduce a un estado de equilibrio térmico, lo que en términos prácticos quiere decir que la máquina deja de funcionar, «La Isla de Hidrógeno», pese a sus dosis de buena voluntad y amor, tampoco puede permitir que los niveles de entropía aumenten hasta producir el colapso del sistema.
A vueltas con las ‘vanguardias’ y el ‘progreso’ Victor Hugo incluía en Les Misérables un conocido pasaje en el que mostraba su entusiasta apoyo a las ‘vanguardias de la humanidad’, los ‘cuatro puntos cardinales del progreso’. La belleza, la utilidad, la verdad y la justicia conformaban para Hugo el sueño ilustrado reservado al género humano. Si el enciclopedista Diderot nos enseña el camino de la belleza, escribía Hugo, Turgot nos ha de conducir hacia lo útil, mientras Voltaire nos encamina hacia la verdad y Rousseau hacia la justicia. Lo realmente sorprendente del alegato de Hugo es su aparente simplicidad, lógica y sentido común. Belleza, utilidad, verdad y justicia parecen anhelos tan básicos como necesarios. Ahora bien, nos podríamos preguntar si no es su sentido tan común porque somos los directos herederos de esta visión del mundo. Si tratamos de combinar estos cuatro puntos cardinales del progreso humano siguiendo cierta tradición metafísica occidental, es decir, si consideramos que lo útil es bello y lo bello es bueno, no tardaremos en darnos cuenta que, realmente, no hemos hecho otra cosa que parafrasear a Platón y toda la tradición metafísica occidental de la que también se sirve, entre otros, la idea de Dios. Desde mi punto de vista esta tradición también está presente en la novela que la resume en uno de sus lemas centrales: En qué crees? En el amor… y en la razón. Friedrich Schiller es un interesante ejemplo en este sentido porque para Schiller era la unión de lo que la civilización ha separado, esto es, la sensibilidad y la razón, el único camino para la salvación de una humanidad cuyo destino final (utópico) es el ‘alma bella’. El razonamiento de Schiller parece de lo más oportuno hoy (Macuse fue el filósofo contemporáneo que actualizó ciertos aspectos clave del pensamiento schilleriano) y bien puede ser pensado como una de las bases filosóficas que nutren ciertos argumentos clave en la novela; por ejemplo, la idea de la empatía que hace que cada ser humano sea capaz de ponerse en el lugar de sus semejantes, lo que se podría poner en relación con el estado final estético de Schiller e, incluso, con la vieja utopía comunista: de cada cual según su capacidad, a cada cual según sus necesidades. De todos estos aspectos diferentes deberíamos ser capaces de extraer enseñanzas provechosas para el futuro. Pero no únicamente Schiller o Marcuse, Spinoza piensa el sujeto como un continuo despliegue de afectos y fuerzas cuya conservación requiere que las almas de todos formen como una sola alma y sus cuerpos como un solo cuerpo. «La Isla de Hidrógeno» también parece beber de las fuentes de esta radical ontología política del sujeto.
Boris Groys ha sostenido que lo que la vanguardia del siglo XX pretendía no era crear un arte del futuro sino un arte que trascendiese el tiempo, un arte para la eternidad. Así que el artista sería el apóstol secularizado de la «Epístola a los Romanos» de San Pablo que en vez de salvar el alma lo que pretende es salvar el arte. Pero superar el destructivo ruinoso presente, revolucionar las tradiciones, no tiene porque significar necesariamente trascender. Pensemos que el tiempo de la eternidad no puede ser otra cosa que su negación. La muerte es donde no hay tiempo, y el no-tiempo supone también la muerte térmica de un universo que ha llegado al estado de máxima entropía. Por ello quiero pensar que frente a cualquier pretensión de trascender, lo que «La Isla de Hidrógeno» refleja es esa tensión entre lo ‘ideal’ y lo ‘real’ que fue como E.P. Thompson caracterizó «News from Nowhere» de William Morris. Pues a lo largo de «La Isla de Hidrógeno» con lo que nos vemos confrontados es con nuestra propia realidad, incluso en sus páginas más utópicas.

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