Anartistas y espectadores // Crónica de Luis Navarro sobre las jornadas Arte y Propaganda Libertaria

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Anartistas y espectadores // Crónica de Luis Navarro sobre las jornadas Arte y Propaganda Libertaria, publicada en Diagonal

¿Existe un arte libertario? ¿Cuáles serían los rasgos que nos permitirían identificarlo como tal? ¿O no existiría otro criterio para ello que la propia ideología del artista que lo produce, dada la ausencia de cánones y reglas que el anarquismo promueve en todos los ámbitos?

Estas preguntas vienen a caso del evento que se desarrolló entre los días 16 y 18 de octubre en la galería Encarnación González de Madrid, dentro del programa del Otoño Libertario. Se trata de “Arte y propaganda libertaria”, una muestra artística que se llevó a cabo sin contar con financiación alguna, pero que gracias a la contribución desinteresada de artistas, galeristas y del grupo organizador consiguió reunir un plantel enorme, equiparable al de cualquier otoño programado por las instituciones.

Esto resulta posible porque el mundo del arte comparte con la ideología anarquista cierta atmósfera de afinidad que va más allá de la militancia efectiva de los creadores. Ambos se reconocen en su origen moderno, articulado en torno a la revolución burguesa y la formación de los estados nacionales; así como en su proyecto, dirigido a la realización utópica del individuo como creador, elevándose sobre las condiciones que determinan su realidad social. Ambos rechazan la obediencia a principios eternos y cifran en el progreso humano sus esperanzas de emancipación. A diferencia del comunismo, que denunciaba el arte como fenómeno superestructural y quería encerrarlo en poéticas construidas en función de los intereses del partido, los anarquistas siempre confiaron en el poder del arte y la cultura para transformar el mundo, sin imponer un programa estético al que demostrar fidelidad.

No hace falta destacar la importancia que los anarquistas, inspiradores de la escuela moderna, han dado históricamente a la propaganda y la formación. Existen casi tantas ferias del libro anarquista (en Madrid ya está en marcha la XIII edición) como ferias del libro propiamente dichas: cada ciudad importante celebra alguna. Tiendas y distribuidoras especializadas cunden por doquier, alentadas por la vocación y la entrega de sus promotores, pero no ocurre lo mismo con el arte. Hay pequeñas muestras en cada barrio o centro social, pero sin la ambición de reconocerse más allá del romanticismo de una práctica excéntrica y estéril.

¿Qué falta entonces para que el arte se haga reconocer como una dimensión fundamental del movimiento de emancipación humana que expresa el anarquismo? ¿Y por qué no podemos disfrutar, aunque sea al gusto burgués de las ferias, de una panorámica periódica de nuestro imaginario ácrata y de su evolución al hilo de la actualidad?

Hace un par de años presenté en estos mismos otoños una charla sobre “estéticas libertarias” que daba cuenta de esta ambivalencia del movimiento anarquista con respecto al arte en su subtítulo: “entre el arte de la negación y la negación del arte”: entre la continuación del proyecto ilustrado de realización estética a través de la práctica artística y el ataque a la institución autónoma de las artes como reflejo de la ideología burguesa que la ampara. Esta misma tensión se puso de manifiesto durante la jornada previa a la inauguración, en la que se cuestionaba el papel del artista en el mundo libertario. Una curiosidad más precisa se hubiese interrogado, sin complejo de culpa, sobre el papel del artista en la fase final del capitalismo.

Participaron en el debate los editores del libro Contra el arte y los artistas del colectivo chileno Desface (La Neurosis o las Barricadas, 2013) y un componente del colectivo artístico Democracia, tan comprometido con el ideario y la tradición anarquista como con el diseño de la muestra. Los primeros denunciaban en términos maximalistas el papel legitimador del arte en la sociedad capitalista, la mercantilización de sus productos y la noción de artista como individuo excepcional especializado en una práctica que debiera ser común. A los segundos les correspondió el difícil papel de demostrar, con ejemplos de su propia factura, que muchos artistas contemporáneos son de hecho conscientes de estas contradicciones y las aplican en su trabajo, propiciando prácticas colaborativas y criticando el sistema capitalista y la propia institución artística desde dentro.

El colectivo Democracia, que participaba al día siguiente en la exposición, se distingue por haber llevado a cabo un trabajo que cuestiona la naturaleza espectacular del arte generando dispositivos de participación y empoderamiento para diferentes sectores marginados de la sociedad, como los habitantes de la Cañada Real en proceso de desalojo o determinadas tribus urbanas. Su línea de actuación pretende servir a la causa libertaria mediante la propaganda, hasta el punto de definirse como una “agencia de contrapublicidad”. Esta labor, como la de la mayoría de los participantes de la muestra, ha obtenido cierto reconocimiento institucional y ha contribuido a abrir toda una tendencia social en el arte contemporáneo que se define a sí misma como ácrata, y que tiene como denominador común el concepto.

Éste fue otro de los aspectos sorprendentes del evento, concebido según sus organizadores “a medio camino entre una muestra, una distribuidora y un lugar donde debatir sobre la lucha antiautoritaria y la pertinencia de la alternativa ácrata”: la integración de procedimientos formales que han tenido habitualmente poco predicamento en los ambientes libertarios y contraculturales, al considerarse elitistas y poco comprensibles para el espectador medio. Se trataba de romper la tradicional separación entre los movimientos sociales y el mundo del arte, donde las revoluciones se suceden sin ninguna consecuencia real. Hay que celebrar que, si bien esta disociación sigue vigente, quizá porque el ámbito específico de las artes ha perdido el monopolio de la producción de imágenes, hubo una afluencia numerosa y diversa, con bastante presencia juvenil que trataba de conectar con estas corrientes.

La muestra desbordaba la sala y se hacía presente también en las calles. Por supuesto abundaba el cartelismo, si bien con un sentido a veces enigmático, menos centrado en el contenido o mensaje político que en la crítica del propio soporte y su función. En el vestíbulo de la galería se había montado una distribuidora gratuita de material anarquista: fanzines, pósteres, flyers, etc. de los que los visitantes podían hacer acopio. Esta sección pretendía ser un homenaje a los que tradicionalmente han sido los medios de difusión de la cultura libertaria, en los que el autor queda disuelto en una práctica colectiva por una causa común. Abundando en este criterio, la disposición de las piezas eludía cualquier referencia a sus autores, compartiendo el espacio sin resaltar el marco que las aísla a unas de otras. No obstante muchas de ellas planteaban un universo cerrado, sin que se percibiese claramente el diálogo en el que supuestamente estaban inmersas.

Junto a este detalle, que pretendía dar carácter y distinción a una muestra que se define como libertaria con respecto a los usos habituales en este tipo de eventos, la propia organización trataba de ser coherente con los principios asamblearios y autogestionarios, no existiendo la figura policial del comisario, sino la de un grupo de afinidad que trabajó desinteresadamente. Cabe pensar que esa afinidad era incluso bastante estrecha, ya que a pesar de la numerosa participación hubo ausencias notorias que han trabajado el tema de la provocación y la difusión anarquista desde parámetros estéticos distintos. Y es que más que una panorámica del arte libertario y sus múltiples formas de expresión la muestra era reveladora más bien de una de sus tendencias avanzadas. De ahí cierta sensación “monográfica” antes que “panorámica”.

A este respecto, creo interesante destacar una de las propuestas más interesantes a mi juicio que pasaba apenas advertida: Rubén Santiago exhibía a la entrada, enmarcadas en tres cuadros, las diversas fases por las que había atravesado la definición del proyecto, que había pasado de concebirse ambiciosamente como I Muestra de Arte Anarquista, sin calcular las críticas que esta perspectiva exaltada podía suscitar, a hacerlo en términos mucho más temperados como un evento localizado en torno al arte y la propaganda. Introducía así un elemento revelador de autocrítica que puede resultar muy fructífero si finalmente la iniciativa prospera y tiene continuidad en sucesivas ediciones.

Hay que partir de que el arte no es hoy una institución libre, pese a que hay quien lo sigue defendiendo como el único espacio donde el pensamiento puede ejercer su libertad, y que la mayor aportación de una conciencia artística libertaria consistiría precisamente en reflexionar sobre sus condicionamientos y tratar de superarlos mediante prácticas que cuestionen la propia función del arte en el contexto sociopolítico. No sirve de nada obviarlo ni dejar todo tipo de representación en manos de los señores. Lo más interesante de esta muestra es por tanto que se haya producido, y que haya abierto un espacio de debate y de reflexión que permita poco a poco reubicar el papel del artista en la sociedad e identificar el imaginario específico de la ideología antiautoritaria.

2 responses to “Anartistas y espectadores // Crónica de Luis Navarro sobre las jornadas Arte y Propaganda Libertaria

  1. el arte libertario no reacciona a nada, ni cuestiona ningún contexto, porque ahí es donde pierde su libertad, no se puede entrar en el mismo lenguaje que se critica.

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