Texto de Jose Luis Brea sobre la mala imagen del arte contemporáneo.
1. Hacen bien -los periodistas, digo- en descreer del arte. Si lo hicieran de veras mostrarían algo de sensibilidad y sentido crítico. Pero sus actos de increencia son casi siempre los menos (por ejemplo contra los Turner de turno) y siempre son a favor de las domingadas que ellos de veras aman: Botero, Modigliani, Barceló
horteradas.
2. Por el contrario, la tarea del descrédito bien entendida, pertenece al interior mismo de un arte «bien-entendido», que, sabido es -aunque no por ellos-, tiene por obligación el autocuestionamiento. Duchamp, los dadaístas, Broodthaers, todo el mínimal a su manera, el conceptualismo americano de las segundas vanguardias, Smithson o Aconcci
cada uno de ellos sólo producía arte en el trabajo mismo de cuestionarle la credibilidad del arte. En realidad, si todos estos trabajos tienen algo de «arte logrado» lo es únicamente en que han conseguido realizarse justamente bajo esa retórica de la autonegación inmanente.
3. «La suspensión de la increencia». Este es el lema que los cultos post-ilustrados -si prefieren, los románticos- utilizaron para señalizar lo distintivo del discurso artístico frente a la exigencia que el positivismo rampante dirigía a los discursos y teorías de la ciencia. Para que ésta pudiera avanzar, lo primero obligado era la uesta en duda -metódica diría Descartes- de todo aquello que no pudiera demostrarse. O sea, «suspensión de la creencia», de todo lo que sólo pudiera sostenerse «por fe»- laicidad y progreso del conocimiento, de la mano.
4. El momento del arte contemporáneo llega más tarde: es aquél que también quiere reunir producción de conocimiento e increencia: suspensión de la fe. O, como dijera Benjamin, conseguir rescatar el modo de la experiencia estética de su forma parasitaria del culto heredada de su origen vinculado a lo religioso. Una apuesta sin fe por el arte es, entonces, la única forma que puede en la contemporaneidad tomar un hacer del arte que, a la vez, lo quiera «productor de conocimiento».
5. Aunque sólo fuera por eso, habría que agradecer los improperios desacreditadores de los horterillas con tribuna: mejor ese desprecio que la santurronería almuecina de los predicadores del mundo del arte, mercenarios de vocear su fe, e ignaros de que en hacerlo son ellos los que de verdad desacreditan al arte que pregonan, si lo fuera.
Y 6. Ya sólo queda espacio para un arte observado sin fe, analizado rigurosamente, sin préstamo de creencia. Y justamente ése punto de partida es el que distingue a una crítica (intra)sistémica y cómplice del análisis cultural crítico y no servil a las expectativas de propaganda y proselitismo que, parapetado en sus instituciones, el arte se pretende por todas partes. Hasta por los periódicos.
Visto en El Cultural