Texto de Daniel Villegas sobre el proyecto El Barrio es Nuestro de Todo por la Praxis
¿De quién es el barrio?
Inevitablemente surge esta pregunta. La contundente afirmación, «El barrio es nuestro», contenida en el «cartel corpóreo» que el colectivo Todo por la praxis ha instalado en Palomeras bajas, en el barrio de Vallecas, suscita, a pesar de su rotundidad, más interrogantes, en relación con su sentido, que certezas. Esto sucede contrariando las expectativas asociadas a su aparente claridad enunciativa. La postura afirmativa que, desde una perspectiva identitaria, parece desplegar el cartel, mediante el uso de uno de eslóganes más populares de las luchas vecinales, no resulta, finalmente, tan clara. ¿De quién es el barrio?, ¿desde dónde se realiza tal aserto?, ¿cuál es el contexto en el que se inserta?, ¿De qué modo se hace visible? Estas son algunas de las preguntas que aparecen cuando estas palabras toman cuerpo.
1
En primer lugar es necesario examinar el ámbito en el que se ubica este mensaje. Vallecas es una populosa barriada obrera, quizás el vecindario más poblado de Europa, cuya configuración ha estado marcada por el fenómeno de aluvión. Durante los años cincuenta, del siglo pasado, la emigración interior se estableció en este territorio,de un modo que desafiaba la legalidad vigente en aquel tiempo. La única posibilidad existente para asentarse era la de construir nocturnamente precarias viviendas, para evitar así la presencia policial. Esta forma de desobediencia necesaria, sin duda, marcará una atmosfera combativa, resistente y, hasta cierto punto, autónoma en un barrio que ya, antes y durante de la Guerra Civil, se distinguió por el activismo izquierdista de la mayor parte de sus habitantes, siendo uno de los puntos de resistencia más destacados, durante la contienda, en la defensa de Madrid de la agresión fascista.
Esta condición combativa de Vallecas –recuérdense los bombardeos de 1937 que afectaron, fundamentalmente, a este barrio y al de Tetuán y cuya motivación radicó en la decisión de atacar a una población civil especialmente refractaría con la ideología de un régimen que acabaría imponiéndose por medio de las armas– ha llevado a sus vecinos a sufrir desde aquellos tiempos las consecuencias, en forma de opresión y de abandono, de su posición eminentemente beligerante contra aquellas posturas que, históricamente, han intentado someter a la clase obrera. Sí, clase obrera, porque en Vallecas ésta ha sido una noción que, a pesar de las incesantes proclamaciones de las últimas décadas en torno al final de la sociedad de clases, se ha mantenido viva. De hecho no es extraño que aquí exista el únicogrupo de seguidores de un equipo de futbol, en el ámbito de Madrid, [los Bukaneros del Rayo Vallecano] de orientación antifascista. Sí, antifascista, porque el fascismo, ligeramente maquillado eso sí, sigue gozando de buena salud. Quizás por esta razón se esté produciendo en estos momentos, vinculada a las protestas que han canalizado últimamente el malestar popular, una persecución policial de sus miembros en una maniobra de carácter básicamente represivo.
Este barrio obrero, de emigrantes, interiores primero y exteriores después, ha mantenido una postura antagónica frente a un poder que, tradicionalmente, ha mostrado una actitud violenta hacia modos otros de entender la vida o, cuando menos, una posición de activa y consciente desatención de las necesidades de sus habitantes. No faltan ejemplos de la actividad represiva del poder sobre estos vecinos, antes y ahora, de entre los que se han citado ya algunos. Otro caso es la campaña de acoso policial que la población emigrante ha sufrido desde 2008, extensible desde luego a otros distritos de Madrid pero que en Vallecas es posible que se pusiera en marcha más temprano. Resulta inevitable recordar tal circunstancia en un momento, cuando se está redactando este texto, en el que debe de estar saliendo, si no lo ha hecho ya, hacia Senegal el avión de la vergüenza. Asimismo, puede citarse el intento de cierre de la Parroquia de Entrevías, lugar en el que se produjo el primer encierro de emigrantes en el Estado español, por parte del Arzobispado de Madrid, debido a su falta de alineamiento con la política oficial de la Iglesia católica española.
Sin entrar en las reservas que puede despertar la actividad social asociada a lo religioso, lo que es cierto que la estrategia de la Iglesia respecto de este centro se cimentaba en la eliminación de formas distintas de entender lo colectivo que entronca con la beligerancia que, en general, ha despertado en las diversas instituciones de poder las numerosas iniciativas que se han producido en este barrio. Es ya habitual la situación de castigo, con un abandono visible por parte de los responsables políticos municipales, a la que ha sido sometida la población de Vallecas, probablemente por su actitud combativa, que ha llevado a este distrito a ser el único de Madrid que ha resistido a la hegemonía derechista que inunda la ciudad desde hace años. Ejemplo, asimismo, de resistencia es la desobediencia pedagógica y epistemológica que diversas iniciativas han planteado, con una actividad educativa orientada desde una óptica distinta a la habitual basada en el control y la disciplina, siempre desde lo público. Entre éstas pueden citarse los ejemplos de la Escuela Pública de Educación Infantil Zaleo o el Colegio Público Palomeras Bajas, desde donde, a través de la Plataforma por la Escuela Publica de Vallecas, se puso en marcha la bien conocida Marea Verde, siendo objeto de fuertes ataques, precisamente por este motivo, por parte de la Consejería de Educación de la Comunidad de Madrid.
Muestras de la referida resistencia pueden encontrarse, del mismo modo, en las luchas vecinales articuladas, a partir de finales de la década de los sesenta del pasado siglo, por las incipientes Asociaciones de Vecinos siendo, precisamente, la de Palomeras Bajas la primera en constituirse en 1968, aprovechando una formula asociativa que el régimen franquista había dispuesto para otros fines. De este contexto surge el eslogan empleado por Todo por la praxis para la realización del mencionado «cartel corpóreo» de carácter, en principio, efímero.
2
Sería abusivo, desde luego, interpretar la realidad social de Vallecas como un continuo homogéneo. Se podría sostener, sin embargo, que éste es un barrio donde sus habitantes se han visto sometidos, en líneas generales, a un trato de injusticia. Tal circunstancia no trata de reducirlos a la condición de meras victimas, muy al contrario desde su situación han generado, como ya ha sido comentado, formas de construcción vital otras que les han permitido, al menos parcialmente, definir y practicar modelos de vida no integrados completamente. Estos proyectos vitales, a pesar de todo, son los de los vencidos que, aun así, siguen resistiendo. Es fundamental, para la continuidad de esta forma de oposición, conservar y recuperar ciertos aspectos de la genealogía de las luchas que han acontecido en el vecindario que, en definitiva, construyen la narración identitaria de gran parte de esta colectividad. Como indicaba Walter Benjamin, en su texto sobre el concepto de historia, es obligado para quienes aspiran a realizar un proyecto emancipador hacer justicia a los perdedores, aunque en este caso en concreto no hayan acabado de perder del todo. Esto no significa simplemente realizar un acto de homenaje sin consecuencias prácticas. Muy al contrario, supone una forma de apropiarse de aquel pasado ―de las ruinas del mismo― productivo para el presente histórico en términos de transformación. Nos urge, entonces, a realizar un salto dialéctico retrospectivo ―un salto de tigre al pasado― para encontrarnos con la mónada ―aquel pasado oprimido que rompe con el curso homogéneo de la historia― conjurando, de este modo, el olvido interesado de las clases dominantes.
Podríamos preguntarnos, entonces, si el «cartel corpóreo» de Todo por la praxis podría tener esta especie concreta de utilidad. La cuestión sería si la recuperación del eslogan, que ocupó un lugar central en las luchas vecinales, puede ayudar a hacer efectiva esa justicia, por un lado, y estimular una continuidad, en aquéllos que no vivieron esos acontecimientos, de las posturas combativas. Si bien es cierto que, con un efecto limitado, esta intervención en el espacio público podría incitar a una cierta curiosidad que llevará al observador a preguntarse por el origen de la frase, esto no significaría, en ningún caso, que propiciara ningún tipo de movilización posterior. La forma que adquiere es la de homenaje y como tal pertenece al ámbito de las cosas ya fijadas, aceptables y aceptadas por el poder dominante. Hasta cierto punto, y por más que se trate de un elemento efímero, no existe forma de desvincular esta intervención de la lógica monumental, como mecanismo de imposición de sentido, que la sustenta. Tal circunstancia –por mucho que la noción de monumento se haya reformulado a lo largo de las últimas décadas [antimonumento, monumento negativo…] — la sitúa, en principio, en un lugar francamente incomodo, asociado a la historia del problemático uso simbólico del espacio público, si es que a estas alturas podemos seguir adjetivándolo de esta manera, en la que han abundado las prácticas afirmativas, ya sea por un patrocinio directo de las instituciones del podero por el fracaso de tentativas que pretendían abrir el concepto de lo monumental.
3
Esto no significa de forma necesaria, sin embargo, que en el caso que nos ocupa nos encontremos frente a un planteamiento fracasado. Quizás haya que entenderlo, en una dimensión de análisis un poco más complejo, en términos de lo que esconde. Es posible tratarse con el diáfano eslogan, materializado contundentemente mediante fábrica de ladrillo, de manera, paradójicamente más ambigua. El lenguaje de las técnicas y los materiales, asociado a la inscripción de este «cartel corpóreo» a la categoría de lo monumental contradice, en su percepción, aquellas intenciones, que de principio podrían suponérsele. Lejos de constituir un homenaje celebratorio –una especie de botín de guerra en palabras de Benjamin– de algo que fue, pero que ya no es y rinde pleitesía, o de producir un efecto de revitalización de la conciencia vecinal –cosa que no parece tan necesaria a la vista de la actividad socio-política actual del barrio– la corporeización del mencionado eslogan podría operar como contraparte de aquél otro que, tiempo atrás, fue coreado o escrito sobre pancartas en las movilizaciones. Esto supondría considerar el mecanismo por el cual el poder devuelve taxidermizados, libres de su original potencial político, las manifestaciones de diferencia popular.
En el pasado los vecinos mostraban que el barrio era suyo, ahora desde el poder [político, económico, en este punto no aparece como casual el uso del ladrillo, o de otro orden], al que tantas veces ha desafiado, se les devuelve una imagen especular de esa afirmación que aclara, sin lugar a dudas, a quien pertenece realmente. Un amargo viaje que no tiene por qué llevar, ni mucho menos, a una postura desmovilizadora sino a realizar un examen crítico de las condiciones que definen la actualidad del presente, tan necesario para seguir activos en un conflicto que en estos momentos se recrudece. El uso del lenguaje de los dominadores por parte de Todo por la praxis, finalmente, podría interpretarse en clave de provocación, reforzando, en sentido negativo, las posturas combativas que han hecho de este barrio un ejemplo de resistencia.
Aquí la foto del «cartel corpóreo»: http://vimeo.com/61182876#