El antropólogo Manuel Delgado ha declinado participar como invitado en la Bienal de Venecia. En su blog podemos leer las razones:
«Querido amigo:
Me sabe mal haber sido un poco expeditivo a la hora de darte las razones por las que he declinado una invitación tan importante como la de participar representando a Catalunya en la Bienal de Venecia de este año. He visto que el centro de nuestra aportación será una muestra de Mabel Palacín que comisaría David G.Torres, una persona a la que aprecio especialmente y que, creo recordar, antes de ser mi amigo había sido mi alumno. También he de decir que compartir «cartel» con Manuel Castells o Victoria Camps no deja de ser halagador…, o no. Reconozco que me desorienta y preocupa un poco que alguien me pudiera considerar de alguna forma homologable a personalidades intelectuales como estas.
Pero, además de que realmente tengo un problema con las fechas, hay algunas otras razones que me gustaría explicarte, porque sinó me quedaré con mala conciencia.
Una, la menos importante, es que no me ha gustado enterarme por la prensa de que iba a participar en la Bienal. Pero bueno, no pasa nada.
La causa principal es que me convocais para hablar de la immigración. Sinceramente, creo que no me veo con ánimos de decir nada sobre este tema que no haya dicho anteriormente. Y repetirme me da un poco de verguenza, la verdad.
Existe otra cuestión, que es que creo que la manera como «el problema de la inmigración» ha sido colocado en el centro de tantas discusiones públicas es definitivamente perverso, y acaba por ser una contribución para que nos creamos y para hacer que otros se crean que el desplazamiento de trabajadores y trabajadoras de un país a otro, atraídos por las necesidades de un determinado mercado laboral, es una especie de cataclismo que justifica un cierto estado de excepción, que tiene en gente como nosotros -los «expertos»- unos teorizadores, en condiciones de «explicar» un fenómeno que se presupone excepcional y motivo de alarma para la población en general.
Desde que presencié desde dentro, como miembro de la comisión de estudio sobre la inmigración del Parlamento, cómo funcionaba y en qué consistía la «preocupación» institucional sobre este tema, llegué a la conclusión de que hablar del mismo, por lo menos en determinados contextos más o menos oficiales, era convertirme en cómplice. ¿Verdad que me entiendes?
Me viene a la memoria la ocasión en que el Presidente del Parlamento, Joan Rigol -una buena persona, antes de nada- nos convocó a los miembros de la comisión para que elaborásemos un documento pidiendo a la clase política que no utilizasen el «problema de la inmigración» en la campaña electoral en aquellos momentos en marcha -no recuerdo cuál-. Todos estuvimos de acuerdo en la pertinencia de la respuesta que uno de los miembros le dió en aquel momento: «¿Problema? ¿Qué problema?».
Además, ya sabes hasta que punto me revienta que al final un discurso sobre no se qué de la adaptación cultural, de la convivencia cultural y no se cuantas cosas más relacionadas con un obscuro y para mi totalmente distorsionado concepto de cultura, haya acabado por substituír las problematicas reales que afectan a esta nueva clase obrera constituída por personas procedentes de otros países más pobres, cuya palabra clave es sencillamente explotación.
Un fuerte abrazo»
Aquí el original