Parece ser que el género cinematográfico preferido de Stalin era el musical. El cine soviético produjo gran cantidad de estas comedias musicales durante las décadas de los treinta y cuarenta del pasado siglo. Como una imagen especular del cine estadounidense de los años de la depresión y la guerra, el género soviético, así llamado, musical Kolkhoz expresaba el optimismo ideológico en la construcción del sistema socialista bajo la égida estalinista.
La coincidencia en la predilección por las comedias musicales por parte de los dos grandes bloques, enfrentados en la postguerra, no resulta extraña. No son pocas las concomitancias, y no solo en el terreno cultural, entre dos sistemas que por aquella época pugnaban por construir su hegemonía.
¿Será, entonces, el género musical, una herramienta propagandística privilegiada? Slavoj Žižek, alertaba en el documental The pervert’s guide to cinema [2006] sobre la amenazadora potencialidad persuasiva de la música, en tanto que movilizadora de nuestras pasiones internas. Esto es algo que Wagner debía ya conocer, tiempo atrás, cuando propuso el concepto de Gesamtkunstwerk [obra de arte total]. Tal circunstancia podría explicar, entonces, la relación entre el terror estalinista y los musicales.
Žižek intenta aclarar esta situación acudiendo a la noción psicoanalítica de Superyó. Éste no representa sólo el terror excesivo, como instancia de voluntad de control total, sino también la obscenidad y la risa, en tanto en cuanto nos aboca al territorio tragicómico con sus demandas de sacrificios absolutos que no podemos cumplir. Según Žižek, tal circunstancia fue intuida por Sergéi Eisenstein en su Iván el Terrible, segunda parte: la conjura de los Boyardos [1948-1958], donde realizó un retrato codificado de la era de Stalin, por lo que fue inmediatamente prohibida. En este filme se establece un paralelismo entre el Zar Iván y Stalin y entre los Oprichniki [la sanguinaria guardia personal del Zar] y el KGB. Estas relaciones se visibilizan en una escena donde el Zar celebra una fiesta con sus Oprichniki en clave de musical, como no podría ser de otro modo, donde se narra la aniquilación de los enemigos del primero; Los Boyardos.
El terror como comedia musical, como dramatización cómica similar a la que articuló los juicios políticos de Moscú de los años treinta. Tal era la pasión de Stalin por los musicales que no sólo promocionó este género sino que, asimismo, participó escribiendo canciones para, entre otros, su film predilecto Volga Volga [1938].
Una vez más se pueden extraer del contexto totalitario ciertos análisis sobre determinados aspectos que en nuestras sociedades demoliberales se han vuelto opacos, gracias a la insistencia, mediante un proceso de naturalización ideológica, en la autonomía de las producciones culturales.
Pues sí, está claro que los musicales así como otras formas de expresión, en su mayoría relacionadas con la parte cómica o tragicómica, han sido una baza muy socorrida para los políticos y gobernantes. Los dobles sentidos o los parecidos razonables parecen haber sido eficaces, incluso hoy en el que muchos gobernantes intentan decirlo todo sin decir nada.
Nada. Solamente decir que esta entrada sobre cine y propaganda me ha parecido interesante. Menos es nada.
Un saludo,
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