En el escenario actual la macroestructura financiera aboca a naciones enteras a una disyuntiva atroz: elegir entre la desaparición del estado de bienestar –acarreando la consiguiente condena al trabajo perpetuo con contraprestaciones cada vez más exiguas– o la salida fulminante del euro con la consiguiente amenaza de pobreza y escasez instaladas también a perpetuidad.
En este marco, el debate sobre diseño y activismo quedaría constreñido dramáticamente si se limitara a las tradicionales reclamaciones sobre la sostenibilidad medioambiental, a la ética en la elección adecuada de «clientes» (por ejemplo, el trabajo para organizaciones con actividad política o humanitaria) o a la consolidación de relaciones laborales respetuosas. Sin menospreciar este tipo de conductas, en cierta medida necesarias y saludables, es necesario dar un paso más allá y detectar algunas cuestiones profundamente antisociales que la práctica del diseño alimenta de forma natural desde sus inicios.
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