Nos envia PSJM un artículo sobre el libro de Hal Foster «Diseño y delito» (Akal, 2004) en el cual el crítico parece reproducir los comportamientos que él mismo cuestiona en su texto…
Esquizofrénico Hal Foster
Por PSJM
Recientemente ha caído en nuestras manos el libro «Diseño y delito» del siempre interesante Hal Foster. Coeditor junto con Rosalind Kraus, Benjamin H.D. Buchloh y Yves-Alain Bois de la revista October, pertenece a una generación de críticos académicos de izquierdas que han teorizado sobre los últimos comportamientos del arte, a partir del minimalismo preconceptual. Foster basa sus análisis en fuentes que beben de la teoría postestructuralista, el psicoanálisis y un cierto neomarxismo. Él y su generación están escribiendo la historia del arte de este cambio de siglo.
En «Diseño y delito» (1) se compila una serie de ensayos que tratan de aspectos sintomáticos de nuestra contemporaneidad. Tales como la fusión de marketing y cultura, la penetración del diseño en la vida cotidiana, la arquitectura espectacular de Gehry y las teorías de Koolhaas acerca de la ciudad genérica y global, la historia del arte y los estudios visuales o la resaca doble de la modernidad y la postmodernidad. Muy interesante, no cabe duda.
En la primera parte del texto, donde encontramos el ensayo que da nombre al libro, Foster denuncia una sociedad que vive bajo la inflación del diseño («todo imagen, nada de interioridad»), y señala a la disciplina como cómplice y herramienta de control en la sociedad capitalista globalizada y espectacular. De paso, critica la contradicción en el comportamiento de aquellos diseñadores y arquitectos que, como Rem Koolhaas, desarrollan teoría crítica del consumo y a la vez aceptan encargos de PRADA, por ejemplo(2). Anda en lo cierto Foster, a los que vivimos construyendo imágenes para el capital globalizado y además, quizá como una necesidad de conciencia política, moral e intelectual, planteamos interrogantes y analizamos con espíritu crítico la sociedad actual, nos afecta irremediablemente el espíritu esquizoide de esta era sin esperanza, sin revoluciones posibles. Este «coqueteo con la esquizofrenia» del que habla Sloterdijk en su «Crítica de la razón cínica» parece ser un rasgo identificativo no sólo de la generación apropiacionista de los ochenta (Kruger, Koons, Levine, etc.) sino de gran parte del arte contemporáneo(3).
El análisis es correcto pero se le pasa algo por alto. Hal Foster critica desde la cómoda posición de su sillón académico en Princenton como si la cosa no fuera con él, defendiendo una «autonomía estratégica» para la cultura, pero eso sí, editando su libro con un diseño espectacular. Doble delito, maestro. Que duda cabe que cualquier publicación necesita un diseño, por austero que este sea (que no es el caso) siempre habrá un programa de ordenamiento gráfico, pero esta contradicción flagrante con la que nos presenta su «Diseño y delito» debería haber constado como uno más de los ejemplos que el autor critica.
Querido Foster, los cínicos son los que coquetean con la esquizofrenia y lo saben, los esquizofrénicos de verdad son los que no tienen conciencia de serlo.
(1) Hal Foster, Diseño y delito, Madrid, Akal, 2004.
(2) Quizá Foster no haya reparado en que una tienda de PRADA se asemeja más de lo que podría parecer a una galería de arte. En ambas se comercia con objetos estéticos exclusivos como signos portadores de status, dicho de otro modo: objetos para ricos.
El problema, no es únicamente el sistema global capitalista, lo es también, y esto nos toca a todos más de cerca, el sistema elitista del mercado-institución arte. Y mucho me temo que la «autonomía estratégica» que propone el americano pasa por enmarcarse dentro de la institución. Como ves, Hal, todos somos cómplices, tú también.
(3) Hal Foster, El retorno de lo real, Madrid, Akal, 2001.
ok, PSJM.
en mi opinión no dejas de tener razón en buena parte (en el fondo, diría) de tu análisis sobre la «esquizofrenia» de foster.
pero, tal y como yo lo veo, haces mal en referirla al propio diseño del libro (cuya edición española obviamente escapa a la predilección de foster). si le das un vistazo a la edición original americana, verás que es tan «contradiseño» como el propio posicionamiento del autor -y aquí el reproche de esquizia solo podría dirigirse a la editorial española.
lo que pasa es que en el fondo me parece que la cuestión que planteas va más allá de la anécdota del sobrediseño del libro.
en efecto, la defensa de una autonomía estratégica del arte planteada peca de -y en eso estoy totalmente contigo- lesa criticidad frente al propio sistema-arte, cuyo deslizamiento a la forma institucionalizada y mercantilizada contemporánea ciertmente foster cuestiona poco, empeñado en su ataque contra las industrias del imaginario, digamos.
ahora bien, te insisto: para hacer esa crítica al libro de foster, que comparto, no me parece que haga al caso ni:
1. cuestionar el diseño del libro (es una mera anécdota y él no tiene responsabilidad en ella), ni
2. cuestionar la «comodidad de su posición en Princeton» (eso es personalismo, y la buena crítica es incompatible con el cuestionamiento ad hominen, pienso).
me parece que demasiado a menudo en nuestro país la crítica a las ideas se desvirtúa en el cuestionamiento ad hominem de la eticidad de las posiciones (si se es cómplice o no, esquizofrénico o no …). todo eso, me parece, convendría desterrarlo de una vez …
en todo caso, felicitaciones por la reflexión abierta y me parece magnífico ver cuestiones como ésta tratada aquí …
Muy de acuerdo con la critica… Por otro lado, el mundo está hecho un desastre porque los idiotas lo gobiernan y la gente que piensa se queja(ya sea con un libro, o por internet)… La evolución depende de los que mejor se adaptan y creo que los intelectuales no se están adaptando… En lugar de hacer cosas, están perdiendo el tiempo con libritos… un saludo y lo único que promuevo es el hacer.
No he leído Diseño y delito, pero de alguna manera sigo sus opiniones sobre la actualidad en el arte desde El retorno de lo real. Varias cosas se me juntan siguiendo los comentarios de arriba. lo cierto es que no me intereso por el supuesto cinismo de la cómoda posición desde Princenton, o de la calidad del diseño. Pero está bien que alguien con autoridad intelectual global: integradora, «denuncie» la pretendida dimensión totalitaria con que las estrategias del marketing se imponen en el arte actual sin ninguna «punición». Lo importante es no caer en respuestas emotivas; arma fundamental de la diosa publicidad.