Fede de los Ríos
Lejos los postulados científicos defensores de la posibilidad de obtener un conocimiento objetivo de la realidad. Mucho ha llovido desde entonces. Y muchos los que nos procuraron nuevos paraguas con los que desplazarnos por la cambiante realidad. En 1905 Einstein enunció que la luz se comporta como onda y como partícula, es decir que, en un mismo instante, un mismo haz de luz un observador lo puede captar como onda y otro percibirlo como partícula. Poco después, otro sabio perseguido, Bohr, sentencia que «toda descripción implica una elección del aparato de medida, un modo concreto de preguntar» o, lo que es lo mismo, que toda descripción de la realidad depende del observador. Centrándose así el objetivo de la ciencia (que no es moco de pavo), en la tarea de reducir el grado de incertidumbre de lo real.
¿Que a qué viene esta chapa infumable e impropia del día de descanso de nuestro Señor? Pues a que si la luz muéstrase juguetona a nuestros sentidos, lo del sonido ya es pa cagarse.
Me refiero a lo del viernes en el Vicente Calderón. Hallábame en la difícil tarea de sintonizar una emisora de radio que no emitiese bobadas cuando, de repente, escucho de manera clara y distinta lo que parecían miles de gargantas al unísono deletrear cadenciosamente una frase describiendo a la progenitora de una tal Esperanza como mujer de moral distraída. En concreto, un primer golpe de voces, «¡Esperanza…!», y cerraba: «¡…hija de puta!».
Yo pensé lo contrario para mis adentros (es lo que tiene la soledad, al vivir solo es más recomendable hablar para tus adentros, pues de lo contrario acabas internado en un establecimiento de esos para los muy, muy nerviosos, lo que llaman un frenopático); digo que para mis interioridades pensé: bendita mujer, la Espe, capaz de unir voluntades de dos pueblos con diferentes idiosincrasias, capaces de prescindir, por un momento, de sus lenguas vernáculas para expresar sus pensamientos compartidos en unificador castellano.
Cual haz de electrones, me lancé hacia el contenedor de los rayos católicos, pulsé el On, sintonizando el primer canal de televisión española y, ¡oh maravilla de las maravillas!, el sonido emitido por radio era ajeno al que llegaba desde el televisor. Sonaron 100.000 voltios de himno al que Pemán puso tan bonita letra, pero mientras desde la cocina sólo escuchaba pitidos, en la sala (no llega a salón) sonaba «Viva España, alzad los brazos hijos del pueblo español que vuelve a resurgir…» durante 27 segundos. Me he enterado por la prensa que se trata de la versión corta. O sea, que hay una larga y una corta; de la existencia de una versión media nada dicen. Como hay un microcosmos, un mesocosmos y un macrocosmos.
Se conoce que no quisieron causar molestias al personal. Cuando se pita mucho llega a haber problemas de hiperventilación en los silbantes.
De haber asistido al campo, mis sentidos únicamente habrían captado una realidad. Ahora, gracias a televisión española, sé que, por lo menos, hay dos. Es la pluralidad que nos da la democracia española.
Noticia original en Gara