Voy a publicar paulatinamente las cuestiones relativas esta propuesta inicial: La política del lenguaje en el diseño gráfico. El índice provisional será:
- Comprensión del concepto de subjetividad y su importancia en las formas de construcción social.
- Papel del lenguaje en el proceso de construcción subjetiva.
- Papel del lenguaje gráfico en el proceso de construcción subjetiva.
- Estrategias en el lenguaje gráfico
- condiciones para un lenguaje gráfico individual
- construcción colectiva del lenguaje
- construcción colectiva de identidad
Al principio introduciré los conceptos y, a medida que avance, habrá una progresiva aparición de sus implicaciones en la práctica del diseño gráfico.
1. El sujeto reificado.
Lectura previa. Como primera aproximación al concepto de subjetividad dejo este sugerente relato. Es el inicio de la novela «Sueñan los androides con ovejas eléctricas», de Philip K. Dick.
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Una alegre y suave oleada eléctrica silbada por el despertador automático del órgano de ánimos que tenía junto a la cama despertó a Rick Deckard. Sorprendido –siempre le sorprendía encontrarse despierto sin aviso previo–, emergió de la cama, se puso en pie con su pijama multicolor, y se desperezó. En el lecho, su esposa Iran abrió sus ojos grises nada alegres, parpadeó, gimió y volvió a cerrarlos.
–Has puesto tu Penfield demasiado bajo –le dijo él–. Lo ajustaré y cuando te despiertes…
–No toques mis controles. –Su voz tenía amarga dureza–. No quiero estar despierta.
Él se sentó a su lado, se inclinó sobre ella y le explicó suavemente:
–Precisamente de eso se trata. Si le das bastante volumen te sentirás contenta de estar despierta. En C sobrepasa el umbral que apaga la conciencia.
Amistosamente, porque estaba bien dispuesto hacia todo el mundo –su dial estaba en D–, acarició el hombro pálido y desnudo de Iran.
–Aparta tu grosera mano de policía –dijo ella.
–No soy un policía. –Se sentía irritable, aunque no lo había discado.
–Eres peor –agregó su mujer, con los ojos todavía cerrados–. Un asesino contratado por la policía.
–En la vida he matado a un ser humano.
Su irritación había aumentado, y ya era franca hostilidad.
–Sólo a esos pobres replicantes –repuso Iran.
–He observado que jamás vacilas en gastar las bonificaciones que traigo a casa en cualquier cosa que atraiga momentáneamente tu atención. –Se puso de pie y se dirigió a la consola de su órgano de ánimos–. No ahorras para que podamos comprar una oveja de verdad, en lugar de esa falsa que tenemos arriba. Un mero animal eléctrico, cuando yo gano ahora lo que me ha costado años conseguir. –En la consola vaciló entre marcar un inhibidor talámico (que suprimiría su furia), o un estimulante talámico (que la incrementaría lo suficiente para triunfar en una discusión).
–Si aumentas el volumen de la ira –dijo Iran atenta, con los ojos abiertos– haré lo mismo. Pondré el máximo, y tendremos una pelea que reducirá a la nada todas las discusiones que hemos tenido hasta ahora. ¿Quieres verlo? Marca… haz la prueba –se irguió velozmente y se inclinó sobre la consola de su propio órgano de ánimos mientras lo miraba vivamente, aguardando.
Él suspiró, derrotado por la amenaza.
–Marcaré lo que tengo programado para hoy. –Examinó su agenda del 3 de enero de 1992: preveía una concienzuda actitud profesional–. Si me atengo al programa –dijo cautelosamente–, ¿harás tú lo mismo? –Esperó; no estaba dispuesto a comprometerse tontamente mientras su esposa no hubiese aceptado imitarlo.
–Mi programa de hoy incluye una depresión culposa de seis horas –respondió Iran.
–¿Cómo? ¿Por qué has programado eso? –Iba contra la finalidad misma del órgano de ánimos–. Ni siquiera sabía que se pudiera marcar algo semejante –dijo con tristeza.
–Una tarde yo estaba aquí –dijo Iran–, mirando, naturalmente, al Amigo Buster y sus Amigos Amistosos, que hablaba de una gran noticia que iba a dar, cuando pasaron ese anuncio terrible que odio, ya sabes, el del Protector Genital de Plomo Mountibank, y apagué el sonido por un instante. Y entonces oí los ruidos de la casa, de este edificio, y escuché los… –hizo un gesto.
–Los apartamentos vacíos –completó Rick; a veces también él escuchaba cuando debía suponer que dormía. Y sin embargo, en esa época un edificio de apartamentos en comunidad ocupado a medias tenía una situación elevada en el plan de densidad de población. En lo que antes de la guerra habían sido los suburbios, era posible encontrar edificios totalmente vacíos, o por lo menos eso había oído decir… Como la mayoría de la gente, dejó que la información le llegara de segunda mano; el interés no le alcanzaba para comprobarla personalmente.
–En ese momento –continuó Iran–, mientras el sonido del televisor estaba apagado, yo estaba en el ánimo 382; acababa de marcarlo. Por eso, aunque percibí intelectualmente la soledad, no la sentí. La primera reacción fue de gratitud por poder disponer de un órgano de ánimos Penfield; pero luego comprendí qué poco sano era sentir la ausencia de vida, no sólo en esta casa sino en todas partes, y no reaccionar… ¿Comprendes? Supongo que no. Pero antes eso era una señal de enfermedad mental. Lo llamaban «ausencia de respuesta afectiva adecuada». Entonces, dejé apagado el sonido del televisor y empecé a experimentar con el órgano de ánimos. Y por fin logré encontrar un modo de marcar la desesperación –su carita oscura y alegre mostraba satisfacción, como si hubiese conseguido algo de valor–. La he incluido dos veces por mes en mi programa. Me parece razonable dedicar ese tiempo a sentir la desesperanza de todo, de quedarse aquí, en la Tierra, cuando toda la gente lista se ha marchado, ¿no crees?
–Pero corres el riesgo de quedarte en un estado de ánimo como ése –objetó Rick–, sin poder marcar la salida. La desesperación por la realidad total puede perpetuarse a sí misma…
–Dejo programado un cambio automático de controles para unas horas más tarde –respondió suavemente su esposa–. El 481: conciencia de las múltiples posibilidades que el futuro me ofrece, y renovadas esperanzas de…
–Conozco el 481 –interrumpió él; había marcado muchas veces esa combinación, en la que confiaba–. Oye –dijo, sentándose en la cama y apoderándose de las manos de Iran, a la que atrajo a su lado–, incluso con el cambio automático es peligroso sufrir una depresión de cualquier naturaleza. Olvida lo que has programado y yo haré lo mismo. Marcaremos juntos un 104, gozaremos juntos de él, y luego tú te quedarás así mientras yo retorno a mi actitud profesional acostumbrada. Eso me dará ganas de subir al terrado a ver la oveja y de partir enseguida al despacho. Y sabré que no te quedas aquí, encerrada en ti misma, sin televisor. –Dejó libres los dedos largos y finos de su mujer y atravesó el espacioso apartamento hasta el salón, que olía suavemente a los cigarrillos de la noche anterior. Allí se inclinó para encender el televisor.
Desde el dormitorio llegó la voz de Iran:
–No puedo soportar la televisión antes del desayuno.
–Marca el 888 –respondió Rick mientras el receptor se calentaba–. Quiero ver la televisión, haya lo que hubiere.
–En este momento no quiero marcar nada –dijo Iran.
–Entonces marca el 3 –sugirió él.
–No puedo pedir un número que estimula mi corteza cerebral para que desee marcar otro. No quiero marcar nada, y el 3 menos aún, porque entonces tendré el deseo de marcar, y no puedo imaginar un deseo más descabellado. Lo único que quiero es quedarme aquí, sentada en la cama, y mirar el suelo –su voz se afiló con el acento de la desolación mientras dejaba de moverse y su alma se congelaba: el instintivo y ubicuo velo de la opresión, de una inercia casi absoluta, cayó sobre ella.
Rick elevó el sonido del televisor, y la voz del Amigo Buster estalló e inundó la habitación.
–Hola, hola, amigos. Ya es hora de un breve comentario sobre la temperatura de hoy. El satélite Mongoose informa que la radiación será especialmente intensa hacia el mediodía y que luego disminuirá, de modo que quienes os aventuréis a salir…
Iran apareció a su lado, arrastrando levemente su largo camisón, y apagó el televisor.
–Está bien, me rindo. Marcaré lo que quieras de mí. ¿Goce sexual extático? Me siento tan mal que hasta eso podría soportar. Al diablo. ¿Qué diferencia hay…?
–Yo marcaré por los dos –dijo Rick, y la condujo al dormitorio.
En la consola de Iran marcó 594: reconocimiento satisfactorio de la sabiduría superior del marido en todos los temas. Y en la propia pidió una actitud creativa y nueva hacia su trabajo, aunque en verdad no la necesitaba; ésa era su actitud innata y habitual sin necesidad de estímulo cerebral artificial del Penfield.
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En esta lectura de K. Dick podemos encontrar dos cuestiones, al menos, de suma importancia para el tema que nos ocupa, reificación y recursividad en la construcción subjetiva.
Reificación del sujeto. Los individuos que aparecen en la escena son tratados como autómatas, androides o robots. Aquello que más claramente los distingue como humanos, esto es, sentirse humanos, es modulado por una máquina Penfield controladora del sentimiento que puede programarse a voluntad. Se produce así, de forma un tanto literal, un desplazamiento desde el sujeto hacia el objeto, puesto que ya no es el sujeto el encargado de producir subjetividad, en tanto ésta se produce en una máquina. Una perfecta metáfora de las distintas formas de reificación que sufre el sujeto contemporáneo, un mismo desplazamiento que aparece bajo diferente aspecto dependiendo del contexto donde se da. El sujeto deviene «usuario» frente a los servicios, «consumidor» frente al mercado, «elector» frente a las administraciones, etc. La radicalización última de este fenómeno se da en el devenir del sujeto, no ya en consumidor, sino en producto mismo, desplazamiento que define en su esencia la sociedad de consumo y que ha sido ampliamente revalidado, redes sociales mediante, en la actualidad. Aquí, los dispositivos informáticos colectivos actúan como escaparate en su sentido más literal: un canal de comunicación en un solo sentido (con apariencia de multidireccional) que permite e incentiva la proyección masiva del sujeto como simulacro. Debido a la distancia telemática que se impone entre las personas y la consecuente pérdida de matices en la relación, la interacción con estos dispositivos mediáticos colectivos invierte el escenario ideal –esto es, el escenario donde el individuo aportaría su singularidad al conjunto del colectivo– produciendo una normalización del sujeto a partir de cientos de miles de constructos deshumanizados. Así, el individuo no aporta ya su diferencia al conjunto, enriqueciéndolo, a la vez que conserva su identidad diferenciada sino que, al contrario, se deja invadir y normalizar o modelar por una macroficción consensuada.
Recursividad en la construcción del sujeto. Otro aspecto interesante de la escena es el momento final donde se hace explícito el problema de la recursividad:
«–No puedo pedir un número que estimula mi corteza cerebral para que desee marcar otro.»
Aquí Iran se plantea la cuestión ¿qué deseo? y después ¿qué deseo desear? poniendo de manifiesto que aquello que soy, aquello que me hace desear, puede ser también condicionado por lo que ya soy y lo que ya deseo. Por otra parte, la subjetividad proyectada sobre la máquina Penfield remite de forma metafórica a la construcción del sujeto por factores externos. Tenemos, pues, una subjetividad que se construye en la intersección entre lo interior y lo exterior o, si se quiere, una relación recursiva sujeto/objeto.
El problema de la reficación humana choca en la piedra de la naturaleza humana, si aceptamos que existe la reficación, es decir, una hipostasis del «ser» o la «esencia» entonces entendemos que existe una esencia pura que puede ser objetualizada o alienada. Por contra, si aceptamos que tal esencia no existe, que lo humano es algo siempre en construcción la reficación no se produciría porque no habría un sujeto normal/sano que oponer al individuo reficado. Es una cuestión de difícil solución en términos marxistas. Estaremos atentos a tus investigaciones.
Esto es un problema grave, ¿Si no hay esencia humana hay proletariado? ¿Hay una clase que pudiera tomar consciencia y derribar el mundo del espectáculo o el espectáculo ha creado una humanidad que sea su servidumbre hasta el fin de los tiempos?
Saludos.
*disculpad los errores ortográficos quería decir reificación, no reficación.
Hola, c. Gracias por tu interés. No es objeto de mi enfoque esta cuestión ontológica. En todo caso, el enfoque, en principio, me parece escurridizo. Esa oposición entre sano/no sano en relación directa con sujeto/objeto encierra ya un prejuicio. En mi opinión, sujeto y objeto son la misma cosa desde perspectivas distintas. No debería, por tanto, darse tal oposición. En fin, no era mi intención entrar en este territorio resbaladizo sino meramente señalar algunas formas de reificación para, más adelante, incorporar las formas específicas en que el lenguaje gráfico se incorpora al fenómeno.
Un saludo.