En épocas de crisis financieras, como la que sin duda hoy asistimos, no faltan las voces de aquéllos que piensan que éstos son años positivos para la creatividad artística adormecida por el opio de dinero. Quizá, razón no les falta. Un vistazo rápido al binomio arte-economía desde principios del siglo XX, tanto en Europa como en Estados Unidos, revela periodos de fuerte carácter creativo cuando el mercado ha dejado de funcionar como el único indicador de la calidad de una obra de arte.
Desafortunadamente, en épocas de crisis, asistimos también a otro tipo de esplendor y refinamiento en las formas de explotación por parte de los empresarios e instituciones. Éstos no dudarán en establecer condiciones de trabajo infrahumanas, que no contemplan tan siquiera el salario mínimo estipulado. Amparados por las zonas grises y los vacíos legales, no importa la supuesta altura moral de la actividad a la que se dedican, empresas e instituciones se respaldan tras una práctica de fuerte tradición en las culturas anglosajonas: el trabajo voluntario. Muy bien considerado en determinados países, el status del trabajo voluntario exime al empresario de pagar salario alguno. En épocas de penuria económica, cuando la financiación, pública y privada escasea, tanto como los puestos de trabajo, los empresarios tenderán a confundir sospechosamente las «prácticas de trabajo» con el «trabajo voluntario», en su único beneficio. El resultado son miles de empresas ofreciendo experiencia laboral y hordas de jóvenes licenciados. o no ya tan jóvenes que han perdido su trabajo, obligados a trabajar GRATIS con la esperanza de conseguir un puesto en el futuro -una realidad, por otra parte, que casi nunca llega.
Aunque esta situación lleva aconteciendo ya durante años, no ha sido hasta la semana pasada que el periódico británico The Guardian (www.guardian.co.uk) ha hecho público que el gobierno de UK está al tanto de la realidad y que va investigar más detenidamente estos casos de abuso y explotación. Los sectores más afectados, informa el artículo, son los considerados más glamorous por la sociedad. De esta manera, el periodismo y las artes, se llevan la peor parte.
Actualmente, una importantísima parte del trabajo realizado en los museos, galerías y espacios de arte de las capitales occidentales más importantes, se saca adelante gracias al esfuerzo no remunerado de miles de «internos», hasta el punto que, si un acto de subversión, éstos se pusieran en huelga, todos colapsarían. No contarían con ambiciosos programas culturales y educativos que ofrecer al gran público, si no fuera a expensas de la explotación de miles de personas. Los testimonios son realmente espeluznantes. En algunos casos el volumen de internos es tal, que supera incluso el número de personal contratado. Algunos días, reconocen los internos, ni siquiera contamos con ordenadores o sillas en los que trabajar. Sólo los que llegan antes por la mañana, o han reservado su puesto el día anterior, son los únicos afortunados en encontrar un escritorio donde trabajar gratis el resto del día. El tránsito de internos es tal que, en muchas ocasiones, el personal contratado no expresa ni el más mínimo afecto por el interno, quien quedará relegado en una esquina, sin nada que hacer, por falta de alguien que le diga qué nuevas tareas desempeñar.
Aunque, por regla general, un periodo de prácticas no debería extenderse por más de tres meses, hoy son populares las prácticas de un año o más, las únicas verdaderamente eficaces a la hora de aprender algo y de facilitar una red de contactos decente. Para colmo, esta situación se ve auspiciada por la universidad. Una institución que, se supone, debería formar individuos y sus habilidades para conseguir un trabajo digno, hoy es cómplice de la forma de explotación del estudiante más extendida y consolidada. Ante la escasez de puestos de trabajos la universidad, progresivamente privatizada, ya no está en posición de garantizar puestos de trabajo. Hoy la universidad garantiza prácticas de empresas, en empresas selectas y elitistas. Aquéllas que a sabiendas de su elitismo, tienen la reputación de ser las más explotadoras.
Habrá quien piense que no hay señor sin vasallos y que los únicos a los que este sistema de prácticas explota son aquellos respaldados por la visa de sus padres. Contrariamente, sorprende encontrar a muchas familias con dificultades para llegar a fin de mes y muchos jóvenes ahogados con préstamos bancarios. Esta no es la realidad de antaño en la que sólo algunos miembros de la burguesía y la aristocracia optaban a trabajos escasamente remunerados, a cambio del prestigio. Lamentablemente, esta es una realidad extendida donde instituciones y empresas sin escrúpulos, y/o escasez de fondos, hacen su agosto a expensas del esfuerzo laboral de los desfavorecidos.
Mónica Sánchez Argilés
Estoy muy de acuerdo con el artículo, sobretodo con lo relacionado con el binomio arte-mercado.
La universidad y su progresiva privatización (Boloña) están emepzando a formar peones, operarios eternos; y sí, éstas «prestigiosas instituciones» son cómplices del trabajo especulativo y la legión de becarios. La «crisis económica» es muy seria, pero muchas empresas, siguiendo los postulados neo-liberales hasta el final, la usan de pretexto para seguir precarizando el sistema laboral.