Por los pelos: ¡Al fin una experiencia estética! O dos

Por Jorge Díez
Como preámbulo debo decir que Santiago Sierra me parece, de lejos, el artista más potente del panorama internacional y Cristina Lucas está en el grupo de artistas españoles que sigo con más interés.
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Dicho lo cual, y aunque su coincidencia espacio temporal en el pabellón 10 de Arco no sea comparable a la de la presidencia de Obama en EE UU y de Zapatero en la presidencia de turno de la UE, me provocaron algo insólito en la feria, muy próximo a la tan buscada experiencia estética.
Guiado por Javier Duero, cuya chaqueta fue de lo más llamativo que vi esa tarde entre los stands de la feria, acudí a la anunciada performance de Santiago Sierra con su itinerante NO, Global Tour. Allí había una congregación de personas en actitud de espera o charlando frente al espacio vacío donde presumiblemente se produciría la performance. Tras un buen rato aparecieron varias personas empujando la O desde una puerta lateral del pabellón hasta el espacio en cuestión y transcurrido otro largo rato se repitió la operación con la N (NO escultórico en fuente Arial de contrachapado marino negro, de unas dimensiones de 3,20 metros de alto por 4 de ancho y un peso por letra de 250 kilos). Al menos eso es lo que pude ver entre varias charletas fugaces con amigos y conocidos. En la disolución de uno de estos grupos me quedé hablando con alguien que no conocía, quien provisto de una aparente cámara digital me confesó su decepción y me regaló un librito sobre su trabajo, que luego fui hojeando en el metro con interés. Otra de las conversaciones, apoyado en el respaldo de una de las sillas dispuestas para contemplar el vídeo La liberté raisonnée, al que yo daba la espalda, provocó el comentario de un artista con el que comparto bastantes cosas: «el vídeo de Cristina Lucas es ¡censurado!». Tiempo después, cuando empezaba a irme, volví sobre mis pasos y me senté a ver el vídeo en cuestión. Y en la sucesión de imágenes, tras ser disparada la libertad por el pueblo al que guía, comencé a notar una cierta excitación vital alentada por la sensación de la presencia a mi espalda del NO y la ridícula ceremonia en la que había participado unos minutos antes. No sabía si estrellar la pantalla contra la N o empotrar en ella la O y de repente, uno ya es veterano, me vi en la universidad gritando con Raimon: «No, diguem no. Nosaltres no som d’eixe món». Al punto caí en una cierta melancolía y me dirigí hacia el bar para tomar una cerveza.

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