A continuación compartimos el texto de la exposición VOTOX ¡QUE VIENE LA ULTRADERECHA! (Como si alguna vez se hubiera ido) que se inaugura el día 27 de abril, jornada de reflexión, en ABM Confecciones, Encarnación Gonzalez 8, Vallecas, Madrid.
¡QUE VIENE LA ULTRADERECHA! Como si alguna vez se hubiera ido)
Ningún gobierno lucha en contra del fascismo para destruirlo. Cuando la burguesía ve que el poder se les escapa de sus manos, alzan el fascismo para mantener sus privilegios.
Buenaventura Durruti
Un monstruo recorre el mundo: el monstruo de la ultraderecha. Encarnación del viejo partido del orden que, hace ya casi 150 años, organizó la “santa cruzada”, conjurada para acabar con el fantasma que recorría Europa en aquellos tiempos y que estaba constituido por los movimientos de emancipación que, Karl Marx y Friedrich Engels, identificaban con el espacio ideológico del comunismo pero que, en realidad, resultaba ser mucho más diverso. Sea como fuere, asistimos a día de hoy a un resurgimiento de unas ideas y prácticas que, nacidas al calor del desigualitarismo radical del paradigma neoliberal dominante, pretenden instituir un régimen que restablezca los antiguos valores basados en la disciplina social y cuya aspiración es exterminar cualquier espacio posible de disidencia y de construcción de modos vida alternativos.
Hace mucho tiempo ya que sabemos que la participación electoral no es más que un simulacro, un juego que favorece siempre los intereses dominantes pero es un juego que, por otra parte, tiene claras consecuencias. Que las reglas del perverso juego demoliberal son inaceptables es cosa sabida. También es conocido, asimismo, que puede existir un escenario aún peor basado en confluencia de los intereses económicos imperantes con el advenimiento de un régimen de estirpe ultraderechista. En un escenario de guerra civil global el “cuanto peor, mejor” leninista (aunque la frase parece haberla acuñado el revolucionario decimonónico Nikolái Gavrílovich Chernyshevski) realmente no resulta, a la luz del conocimiento histórico, el escenario más deseable. La cuestión es si estamos dispuestas a aceptar la radicalización de un modelo de imposición que, más allá de las importables condiciones que ha instaurado la racionalidad neoliberal, pretende imponer una jerarquía y una disciplina en la que cualquier forma de experiencia de vida, que resulte levemente disidente, sea aún más perseguida. Teniendo en cuenta este escenario no habría, en ningún caso, que caer en la trampa del miedo que propuesta por las clases dominantes en la que el espantajo de la ultraderecha sirve para estimular el conformismo frente a una realidad modelada desde los intereses de una minoría privilegiada. Pero no habría que perder de vista, asimismo, que el doctor Frankenstein del que nos hablara Mary Shelley, en cualquier momento, puede perder el control, aunque no tanto como pueda aparentar, sobre su criatura como ya sucedió en tiempos de la República de Weimar.
La cuestión sobre la que quizás habría que reflexionar es cómo puede existir un apoyo popular a los planteamientos que propone el partido del orden ―y que por supuesto con diferentes matices suponen el fundamento de la idea del mundo que se defiende desde la derecha en general― teniendo en cuenta que dichas opciones no favorecen las condiciones de vida de la mayoría. Resulta meridiano que esta es una pregunta compleja de contestar. Sin embargo, sí se pueden avanzar algunas reflexiones al respecto. De las recientes victorias electorales ultraderechistas pueden extraerse algunas conclusiones tanto en el contexto internacional (Víktor Orban en Hungría, Matteo Salvini en Italia, Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil y el crecimiento en los últimos años de la Agrupación Popular de Marine Le Pen en Francia) como en ámbito del Estado español con el crecimiento de Vox (refrendado momentáneamente por los resultados en las elecciones andaluzas) al que se asocia la radicalización del discurso ideológico-moral del Partido Popular de Pablo Casado ―agrupación política que hasta ahora y desde su creación ha aglutinado a los elementos de la derecha más radical (que nunca desaparecieron del panorama) y cuya actividad política se ha orientado tradicional y beligerantemente contra, entre otros, el derecho a la libertad de expresión, la igualdad de género (incluido el derecho a decidir de las mujeres en lo relativo al aborto) o las reivindicaciones del colectivo LGTBIQ+ y de las comunidades migrantes―. Que, finalmente, el discurso de la ultraderecha pueda constituirse como alternativa política al neoliberalismo, dejando eso sí intactos los privilegios del gran capital, muestra el inmenso fracaso de la izquierda, teniendo en cuenta que ésta no es un campo ideológico homogéneo, para la movilización de una mayoría que se encuentra en los diversos espacios de subalternidad.
Existe un problema evidente de desconexión entre las propuestas de las izquierdas, con representación política en el parlamento, y una parte importante de la población. Así fuerzas como Podemos (incluyendo a algunas de las listas municipalistas que aparecieron hace unos años vinculadas con este partido) que pretendían ser exponentes de una agenda política populista en el mejor de los sentidos (Chantal Mouffe & Ernesto Laclau) no han sido capaces, en diversos lugares donde han gobernado, de implementar unas políticas verdaderamente orientadas a una transformación de las coordenadas impuestas desde el paradigma neoliberal. Por otro lado, ha existido desde ciertas posiciones de izquierda un obstáculo fundamental para la consolidación de una alternativa, asociado a una cierta idea de imposición pedagógica, en términos ideológicos, de un modo concreto de entendimiento de la praxis vital desde posturas jerárquicas de superioridad ética (moral dicen algunas) que censuraban modos de vida extendidos en el ámbito rural y en los barrios de clase obrera, sin ofrecer alternativas tangibles para los quienes conforman estos ámbitos. Este vacío ha sido aprovechado por la ultraderecha, especialmente en el campo por ahora, para reforzar aspectos que si bien no pueden ser calificados como especialmente deseables, en términos de emancipación, a falta de otro tipo de propuestas otorgan, a determinadas comunidades, un cierto margen de seguridad y de construcción de sentido de vida frente a la desestructuración social y al individualismo depredador del espíritu del neoliberalismo. Ese parece ser el caso del exponencial ascenso de Vox en Andalucía que, más allá del clásico apoyo del que esta organización goza entre las clases burguesas ultraconservadoras, parece haber logrado sintonizar con una parte de la población del medio rural mediante gestos político-afectivos que reforzaban una identidad puesta en cuestión por el pensamiento pretendidamente progresista (de izquierda pero también de carácter netamente liberal) que, sin embargo, no ha sido capaz de ofrecer una opción viable de vida para esas personas, en forma de hechos cotidianos perceptibles.
Antes de nada, conviene aclarar que el campo no debería ser examinado, en términos ideológicos como pretende la extrema derecha con la complicidad de un espectro político-medial que incluye todo tipo posiciones, como un especio esencialmente tradicionalista y reaccionario. Existen numerosos episodios históricos que dan muestra de la potencialidad emancipadora de los movimientos sociales rurales orientados en una dirección emancipadora. Podría establecerse una genealogía de este fenómeno remontándose a las guerras campesinas en la Europa renacentista y a las revueltas de los esclavos negros que originaron, a partir de esa misma época, los Palenques o Quilombos en América latina, hasta ciertos modos de organización agraria cooperativa más recientes pasando por las revoluciones anarquistas que tuvieron en el medio rural un escenario privilegiado como son los casos de la majnovista (Néstor Majnó) acaecida en la actual Ucrania, entre 1918 y 1921, o la social española que desembocó en la formación de las colectividades agrarias durante los dos primeros años de la Guerra Civil (1936-1937).
En el presente, sin embargo, la apuesta de la derecha por una agenda nacional-populista de carácter Redneck (propiciada por el ex-socio de Trump, Steve Bannon desde el Alt-right [derecha alternativa que defiende la supremacía blanca] en EEUU, y The Movement en Europa) parece haber calado en parte de la población rural en unos tiempos de enorme malestar y desesperanza. Esta cuestión fue ya advertida, en 1997, por Jim Goad en su Manifiesto Redneck. Más allá de cierto estilo desordenado, chapucero y en ocasiones poco o mal fundamentado, de sus posiciones políticas próximas a Trump que incluyen su cercanía al supremacismo blanco (especialmente en tiempos posteriores a la publicación del mencionado libro) y a un machismo militante desde el comienzo de su carrera (que le llevó a agredir al menos a una de sus parejas por lo que fue condenado), en su texto puede percibirse, en un certero análisis, la ira acumulada por una multitud compuesta por aquellos descendientes de quienes fueron condenados a la servidumbre, en el pasado colonial inglés de los EEUU, y que más recientemente han sido inferiorizados como white trash. La posición de Goad, que recupera cierta perspectiva de clase en un contexto global de deslegitimación de la misma, insiste en cómo se han construido unos estereotipos que han ejercido una violencia contra la clase trabajadora blanca empobrecida.
En dicho fenómeno ha contribuido decisivamente la estigmatización que de este colectivo se ha realizado por parte de un sector del partido demócrata, reforzando una imagen mediática que les presenta como salvajes, ignorantes y endogámicos hillbillies (paletos), recalcitrantes ante todo lo que signifique progreso social. Este contexto ha sido, dadas estas circunstancias de abandono, un campo abonado para el auge de las tendencias políticas utraconservadoras que han sabido, manipulando los afectos, conectar con la población rural. No se puede esperar que después de someter a unas comunidades a una crítica feroz contra sus modos vida, por cuestionables que éstos puedan parecer, al desprecio y al ninguneo políticos, las personas que las componen vayan a apoyar electoralmente los intereses de la cosmopolita gauche divine metropolitana, que no se ha molestado en ofrecer soluciones al inexorable y creciente fenómeno de pauperización de aquéllas. El problema con Jim Goad, parafraseando el título del artículo de Ángel Ferrero en El Salto, no es tanto el señalar una situación que se está produciendo cómo desde qué intenciones turbias lo hace, es decir el substrato facistoide del que nacen sus argumentos. La cuestión es que, a la postre, un análisis que podría ser sin duda pertinente sirve como instrumento para la movilización de un colectivo huérfano de propuestas verdaderamente emancipadoras en el apoyo de agendas políticas que, finalmente y de manera objetiva, se sitúan en contra de sus intereses de clase.
Es posible que esta situación se haya reproducido, al menos en parte, en las recientes elecciones andaluzas donde Vox, convenientemente asesorado por Bannon, ha apelado propagandísticamente a una especie de hermandad de valores con quienes ―sintiéndose permanentemente juzgados por sus modelos vitales y sin que se les haya ofrecido ningún tipo de opción distinta más allá del imperativo pedagógico de cambio de sus coordenadas existenciales y de construcción subjetiva (avergüénzate, aprende y transfórmate)― defienden ciertos aspectos asociados tradicionalmente a la vida rural que, desde luego, están atravesados por atributos absolutamente siniestros en relación con la xenofobia, el machismo, el clasismo y la violencia contra los animales. Esto, sin embargo, no quiere decir que las formas de vida urbana y sus políticas no tengan estos mismos execrables componentes, lo que ocurre es que suelen estar más maquillados, al menos en lo relativo al pensamiento progresista especialmente el situado en la izquierda ideológica.
El análisis anterior, sin embargo, no parece tan claro cuando se confronta con el perfil medio del votante de la formación de extrema derecha. Al parecer en Andalucía la movilización de ese electorado se concentró menos en los núcleos rurales dispersos que en medios urbanos deprimidos socioeconómicamente y en barriadas que tradicionalmente votaban ya a la derecha (ámbitos donde pervive aun lo que se ha denominado como franquismo sociológico). Sin embargo, sí se produjo un claro auge en el cinturón agrícola de Almería donde parece haber sido decisivo el factor del racismo en un contexto donde el porcentaje de población emigrante no comunitaria alcanza el 30%. En un reciente barómetro del CIS, si es que resultan fiables las informaciones facilitadas por dicha institución, definían el perfil del potencial votante de Vox como hombre (66.6% de voto masculino frente al 33.3% femenino, incidiendo estos datos en el sesgo machista de las propuestas de este partido), residente en pequeños y medianos núcleos urbanos y socio-laboralmente proveniente de la clase media empresarial, del colectivo de autónomos y agricultores. ¿A qué responde entonces la imagen idealizada de lo rural y de sus valores tradicionales construida desde la ultraderecha? La mitificación del campo, que poco tiene que ver con la experiencia de vida real en este entorno, probablemente obedezca a una estrategia definida desde lo urbano para conectar con un parte de la población ante su malestar con los procesos de globalización que concentran a la población en grandes urbes (habrá que recordar que actualmente el porcentaje de población rural en el Estado español se reduce al 20%) y que, en un giro nostálgico, entienden que una retirada simbólica hacía modos de vida más nítidos, en términos de organización social, y aparentemente sencillos pueden aportar una salida a la incertidumbre propia del paradigma neoliberal imperante.
La metafísica de la vida rural en su orientación hacia el viejo orden que ahora se propone no es, ni de lejos, algo nuevo. Durante el primer franquismo fue un elemento central de la ideología nacionalcatólica y en la Alemania nacionalsocialista conformó el eje de su ideario, atribuyendo al campesinado el papel de depositario de las genuinas tradiciones y valores germánicos. Asimismo habría que citar aquí cómo desde regímenes cuya ideología situada en la izquierda, y con intenciones pretendidamente emancipadoras, apelaron a la mística de la vida rural como es el caso del estalinismo que puso en marcha toda una maquinaria de propaganda cultural para afirmar sus bondades, como atestigua la producción de numerosas películas musicales que, centrándose en la vida campesina, conformaron todo un género cinematográfico denominado koljoz, en referencia a las granjas colectivas soviéticas.
Volviendo al presente y relación con la presencia de la extrema derecha en el contexto urbano, habrá que señalar que en este ámbito se está produciendo una ofensiva de las organizaciones políticas ultraderechistas para obtener apoyo en los barrios obreros, teniendo en cuenta que hasta el momento sus votantes están ubicados en los vecindarios de clase media-alta donde subsiste, en el contexto del estado español y especialmente en zonas de hegemonía del nacionalismo españolista, el citado franquismo sociológico. Por citar algunos casos cercanos que ilustran este fenómeno pueden mencionarse las maniobras que Vox está realizando en Vallekas para introducirse, con una intención desactivadora y de orientación de discurso hacía posiciones fundamentalmente racistas, en las asociaciones y plataformas vecinales que ha podido percibirse, de manera particular, en los últimos tiempos cuando dichas organizaciones se han posicionado en relación con el complejo problema de las narco-casas. Recientemente se ha podido asistir en este barrio al esperpéntico espectáculo de la colocación de una mesa informativa de dicho partido en la explanada de entrada al centro comercial Madrid Sur, frente a la Asamblea de Madrid, con el fin de persuadir a la población de lo benigno de sus propuestas. Asimismo, hace apenas unos meses, coincidiendo con la celebración de la efeméride del 12 octubre (esa triste fecha), en ABM Confecciones recibimos la visita de dos esbirros (patéticos epígonos de los agentes Dupond & Dupont, Hernández y Fernández en castellano) probablemente adscritos a la mencionada organización a la proyección del trabajo del artista Gonzalo Puch, con la intención de recabar información sobre nuestras actividades y en el convencimiento de que, pensando que por su apellido este artista era catalán, en ese señalado día de la fiesta nacional estábamos intentando mancillar, como es costumbre entre nosotras, el buen nombre de la Nación española.
No habría, sin embargo y a pesar de cierto tono humorístico que se pueda sostener frente a algunas de sus acciones, que despreciar sin más la amenaza que puede suponer la penetración del ideario de la extrema derecha en los contextos urbanos de clase precarizada. Existen, al menos, dos factores que despiertan inquietud en relación con la potencialidad de este fenómeno. El primero tiene que ver con el creciente desencanto existente en estos ámbitos, tanto individualmente como colectivamente en lo referido a las organizaciones sociales de barrio, con las políticas desplegadas, en los últimos años y donde han gobernado, por los partidos y listas municipalistas que surgieron como respuesta de la izquierda a la crisis de representación encarnada por el 15 M. Ante esta situación existe un riesgo cierto de infiltración en estos espacios de los posicionamientos de la ultraderecha que pueden, en principio, afectar más a nivel individual que colectivo. Y esto es asó debido a qué esta última instancia está articulada por plataformas vecinales que tienen una larga trayectoria de lucha, desde una perspectiva de igualdad, para la mejora de las condiciones de vida de los habitantes de estos barrios. El segundo de los mencionados factores está relacionado con los procesos de estigmatización, simbólica (medial) y política, al que ha sido sometida, desde hace ya tiempo, la población de estos barrios. Las figuras del cani o la choni ―por no hablar del chivo expiatorio tradicional perteneciente a la comunidad gitana o migrante― son el correlato urbano del paleto rural y que, como sucede con éste último, se les atribuyen las más embrutecidas características del ser humano, por no decir infrahumano según los estándares propios del pensamiento desigualitario.
En el caso británico, Owen Jones analizaba, en Chavs. La demonización de la clase obrera, como en ese contexto se ha producido un fenómeno de estereotipación de las clases económica y socialmente menos favorecidas en la figura del Chav, mediante el cual se han presentado a las personas inscritas en tal ámbito como objetos del miedo social y del escarnio público. Si bien es cierto que, probablemente, en el contexto del Estado español la operación de linchamiento, simbólico y reglamentario, de estas comunidades no ha tenido la misma intensidad que en el Reino Unido, sí han existido ciertos intentos, especialmente provenientes del entorno del Partido Popular, de introducir este mecanismo en la agenda política a cuenta del asunto de los subsidios o de las reclamaciones de mejora de las condiciones sociales y laborales precarias que sufren.
Resulta obvio, en este escenario, que la ultraderecha no tiene entre sus objetivos prioritarios concitar el apoyo de migrantes y la comunidad gitana, contra los que su discurso político se orienta, pero sí figura el de seducir con sus eslóganes a la clase precarizada blanca que ―habiendo sido ignorada y despreciada por una buena parte de la izquierda y, por supuesto, por el conjunto de conglomerado neoliberal que considera al menos a una gran parte de sus componentes como irresponsables, ignorantes, perezosos parásitos y, en consecuencia, como perdedores― podría encontrar en ciertos argumentos de extrema derecha una salida a su situación, aunque finalmente esto suponga un pacto mefistofélico.
Si es cierto que ―tal y como sostenía, en términos de hegemonía gramsciana, Susan George en El pensamiento secuestrado― la derecha laica (neoliberal) y religiosa (ultraderechista) ha logrado imponer hace tiempo y de manera mayoritaria su visión del mundo, en los Estados Unidos desde donde se extiende con mayor o menor intensidad a todo el mundo occidental, ¿cómo se explica que el actual impulso de las ideologías de extrema derecha en el contexto internacional sea presentado insistentemente como un renovado fenómeno emergente?
No resulta difícil imaginar a estas dos posiciones ideológicas a las que alude George ―aparentemente enfrentadas en ciertos asuntos y teniendo, asimismo, en cuenta que del campo neoliberal participan parte de aquellos partidos que tradicionalmente se han situado a la izquierda del espectro político― como dos cabezas de una hidra que representaría los intereses de una clase dominante que, como señalaba Durruti en la cita que abre este texto, cuando ve amenazados sus privilegios o, más exactamente en lo relativo al escenario actual, quiere extender aún más su dominio recurre al monstruo para asegurar unas condiciones favorables. Según convenga muestra la cabeza aparentemente más seductora y conciliadora (la del neoliberalismo y sus proclamas de cierto sentido de la noción de libertad) o la más impositiva y restrictiva (la de la extrema derecha que apela a un estricto orden social y religioso-moral). Esta imagen recuerda al grabado titulado El Vampiro que realizara, en 1885, Walter Crane en el que mostraba a esta maligna criatura como metáfora visual del capitalismo que explota a la clase trabajadora, extrayendo su sangre hasta su muerte, y cuyo cuerpo correspondería al referido sistema de producción y sus alas representarían a los partidos políticos, de una parte, y a la hipocresía religiosa, de otra. La cuestión, a día de hoy, es si la bestia es en sí misma soberana, como parece sugerir la imagen de Crane, o más bien resulta un instrumento de dominación al servicio de un poder que, en las últimas décadas, se ha vuelto difuso y nómada.
Según Tiqqun, en La hipótesis cibernética, el neoliberalismo actuaría como mera coartada de un sistema de gobierno global (la cibernética) que gracias al desarrollo de la tecnología establece unos mecanismos de control expandidos (totalitarios), imponiendo la racionalidad policial propia del Imperio para la realización de una sociedad transparente. Se trata del fin de lo político, en el que perviven utilitariamente sus organizaciones tradicionales (sistema electoral de partidos) para crear un simulacro con el que desviar y controlar los intereses de la población. La cibernética prefiere, por tanto, el poder sobre los intereses que sobre los cuerpos y, en este sentido, no tiene una especial inclinación, aunque pueda parecer paradójico, a coartar la libertad, formulada en cierto sentido. Más bien este tipo de gobierno se alimenta de la libre fluidez de los datos que, dentro de su lógica, conforman el material constitutivo de la subjetividad del Quantified Self, paradigma contemporáneo del yo. Tiqqun sostiene, no obstante, que existe un incremento de todas las formas de represión, en un escenario de hipersecuratismo, que afecta especialmente a aquellas posiciones o actitudes que puedan comprometer el marco dominante. Salvo intervenciones punitivas directas de carácter puntual, el gobierno cibernético optará por la creación de una atmosfera de terror provocado por ciertas amenazas conveniente diseñadas, a través del control tecnológico total de datos e informaciones. De ahí que, ya bajo la denominación de Comité Invisible y en su texto Fuck off Google, afirmen que el gobierno cibernético es por naturaleza apocalíptico. Este modo de gobernanza, pues, necesita del mencionado monstruo jánico (neoliberalismo-ultraderecha) para la imposición, a través de medidas cuya filiación ideológica aparentemente podría resultar contradictoria, de un escenario social de miedo e incertidumbre.
Sabemos hace ya tiempo, como afirmaba Naomi Klein en La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre, que el miedo es un instrumento extremadamente eficaz para la imposición de regulaciones socioeconómicas que, en principio, resultarían inaceptables para la mayoría de la población. Por otro lado, es conocida asimismo la capacidad de adaptación del capitalismo (y más en su versión tecnológica) a contextos que, a primera vista y teniendo en cuenta las proclamas del neoliberalismo acerca de la libertad, no resultarían fértiles para su desarrollo. Baste con citar los ejemplos, que facilita Klein, de Chile bajo la dictadura de Augusto Pinochet, de Rusia en tiempos del régimen de Boris Yeltsin o, para añadir un caso más reciente, del modelo capitalista chino.
No es casual, en este sentido, que en los últimos tiempos se haya sacado a pasear el rostro ultraderechista del monstruo, amplificada artificialmente su importancia por parte de los medios, en un momento en el que, desde hace ya algunos años, la oligarquía financiera lleva amenazando con una nueva recesión económica. El diseño y aplicación de un escenario de crisis, con las consecuencias de pauperización de las condiciones de vida generales, puede ser facilitado por la instauración de una sensación de temor frente al retroceso social que representa la ultraderecha. Su agenda política resulta muy conveniente independientemente de su potencialidad de aplicación real. Si finalmente su capacidad de influencia política real no resulta lo suficientemente intensa para generar un giro social hacia sus posiciones morales, el efecto de distracción que producirá en la población ayudará, sin duda, a desviar la atención sobre la expansión de los mecanismos de dominio que Tiqqun vincula al gobierno cibernético. Parte de estas maniobras de desvío de la atención están asociadas a la amplificación político-medial de la amenaza de la extrema derecha con la finalidad de centrar ideológicamente a la población, practicando una suerte de terrorismo informacional, estableciendo una equivalencia especular entre las posiciones de Vox y la de la pretendida renovación del discurso de la izquierda encarnada, fundamentalmente, por Podemos y las listas municipalistas en el contexto del Estado español. En el caso, en principio más improbable, de obtener la agenda de la ultraderecha un papel mayoritario en términos electorales, esta contingencia sería sin duda compatible con la mencionada forma de gobernanza. En cualquier caso, este último escenario resulta incluso más inquietante que el primero, que sin duda puede calificarse como inaceptable, y cuyas consecuencias resultarán catastróficas para quienes piensan, sienten y actúan orientados hacia la igualdad y la emancipación.
Es probable que Tiqqun tenga razón cuando, ante la expansión del control cibernético, propone como táctica de revuelta la invisibilización (la niebla) frente a la transparencia y que sea un buen consejo, como escribe Samuel Beckett, que no esperes a ser cazado para esconderte. Sin embargo, ante la posibilidad de avance de la moralina ultraderechista basada en el viejo orden, quizás sea necesaria la articulación de comunidades visibles, al menos en sus procesos constitutivos, donde reconocerse colectivamente y experimentar modos de vida otros a los propuestos por orden cibernético y su monstruo bifaz encarnado en el neoliberalismo y la extrema derecha.