El pasado mes de agosto nos hacíamos eco de la solicitud de Pablo Mayoral (luchador antifranquista y procesado en los últimos consejos de guerra de la dictadura) al Museo Reina Sofía, a propósito del 40 aniversario de los últimos fusilamientos del régimen franquista, en la que se solicitaba al museo un ejercicio de memoria a través de la exhibición de una serie de obras del Equipo Crónica en relación con aquellas ejecuciones, la serie titulada «Paredón» que hace referencia explícita a estos fusilamientos.
Esta petición fue entregada en las dependencias del Museo en una carta dirigida a su director Manuel Borja-Villel.
El aniversario fue el pasado día 27 y el Museo no ha se ha pronunciado en ningún sentido sobre la petición que nos ocupa, lo que podríamos denominar “silencio administrativo”.
Es de suponer que el director del Museo ha optado por no decir nada y ver si, de este modo, pasaba inadvertida su falta de compromiso con los aspectos más espinosos de nuestra memoria reciente.
Su silente postura, en este caso en particular, contrasta con su locuacidad cuando se trata de construirse una imagen como factótum cultural de “la revolución democrática en curso”, tal como se indica en el resumen del libro que recoge una conversación mantenida con Marcelo Expósito. Parece ser que mientras lo político [reducido a unos papelitos fetiche] pueda favorecer una imagen concreta de la institución, y por extensión de su director, como punta de lanza de una supuesta radicalización de la democracia, su uso resulta de lo más conveniente para el interfecto. Cuando aparece, sin embargo, una situación verdaderamente problemática e incómoda desde la perspectiva política en la que se exige un posicionamiento claro —el hacer político frente a la gestión de las representaciones descontextualizadas de la misma— parece imponerse, entonces, el silencio de los intereses creados.