UNOS CUANTOS SUPOSITORIOS PARA EL MERLUZO DE TRAPIELLO (1º)

Tras el anuncio hecho en un post anterior , al fin en nuestra bandeja de correo entrante, este mensaje de Quico Rivas respondiendo a Andrés Trapiello:
«Aquí va el primero de los supositorios prometidos, de glicerina para que no le escueza al principio, y porque lo pide la canción: «Suave, que me estás matando…»


I.- LA FORJA DE UN POETA PURO
No hace mucho, mi amiga Lidia Lunch publicó un libro que empezaba recordarnos algo evidente, pero que de vez en cuando conviene repetir: en este mundo todos somos jodídamente culpables, pero tú, merluzo, además de culpable, eres tonto, aburrido, envidioso, retorcido, mentiroso, cobarde, hipócrita, mezquino, perdonavidas e hipocondríaco, por entresacar tan solo algunos de los muchos dones que atesoras, congénitos todos ellos y que tienden a agravarse con la edad.
Hace treinta años que te conozco. Hace muchos coincidimos en varias empresas tan breves como episódicas, en algún que otro empeño y poco más. A caballo entre los años 77 y 78 trabajamos una temporada en el programa «Trazos» de la segunda cadena de RTVE, bajo la batuta de Paloma Chamorro y, a consecuencia de ello, durante varios meses compartimos un pisito en el barrio de Aluche de Madrid. La patrona, que andaba en combinación con el jefe de producción del programa, era una actriz de reparto ya retirada y muy simpática a la que en uno de tus tostones anuales, imagino que por adobarlo con algún detalle exótico, la disfrazas de flamenca y la envías de gira por el Líbano como Carmen de Ronda, pero su nombre artístico era Eva G√ºer, apócope del apellido Guerrero, muy a tono con unas ideas rabiosamente modernas sobre cosmética y decoración que le llevaron a tapizar la mayor pared del salón con mullidos lienzos de skay de un color naranja butano que, por excesivo, tenían hasta gracia pero a ti te ponían de los nervios, la patrona y el tapizado.
En aquel marco incomparable cumplimos los dos 25 años y tu alumbraste tus primeros versos, unos poemillas tristones y campanudos escritos muy trabajosamente, dicho sea de paso, y empezaste a rumiar tu primer libro de versos. Ya tenías publicada una monografía sobre el escultor abstracto José Luis Sánchez, un libro de conversaciones con el pintor geométrico Eusebio Sempere y habías firmado el guión de un documental sobre Julio Romero de Torres. Poco a poco ibas labrándote un curioso cartelito de crítico de arte moderno, servicial y sensiblero, progresivamente atormentado por la manía obsesiva de ser, por encima de todo, poeta, solo poeta, y excepto a la poesía, a todo lo demás empezaste a hacerle ascos, a ponerle mala cara, a ganarte el apodo de Sor Melindres con el que se te empezó a conocer. Todo se te antojaba una filfa, alfalfa si cabe, pane lucrando que diría don Latino, ganapanes por los que no estabas dispuesto a seguir empeñando ni una pestaña de tu alma de poeta. Extravagancia que, por cómica y desmesurada, nadie te tomaba muy en serio. Te consolábamos, eso sí, en tus momentos de flaqueza y desfallecimiento, muy teatrales por cierto, y lo hacíamos con un punto de ternura y una punta de pitorreo, muy lejos de sospechar el tamaño de tu soberbia, la gravedad que alcanzaría tu desvarío. Decías, con inflexión grave y afectada: de todas las amantes la poesía es la más celosa y exigente, y a fuerza de repetirlo terminaste creyéndotelo. Te dio como un pasmo que tomaste por trance, y con el mismo gesto de mansedumbre y resignación infinitas con que las beatas acometen el vía crucis a pesar de las varices, emprendiste la ascensión del Parnaso.
Los comienzos fueron duros, siempre lo son, incluso para el futuro autor de «La vida fácil», ese clásico de la poesía inconsútil, por decirlo con un adjetivo que tú detestas, seguramente porque te viene como un guante. Tu primer Virgilio fue José Miguel Ullán, castellano como tú de una Castilla aún más profundas si cabe, y natural de un pueblo con un nombre aún más sonoro que el de tu pueblo. Tras la muerte de Franco, Ullán regresaba del exilio aureolado por una leyenda extraordinaria en la que se fundían política y poesía, el París de los conciábulos antifranquistas y las soir√™es de Marguerite Duras, los versos iconoclastas de la «Antología Salvaje» y las pesadillas maoístas de Julio Álvarez del Vayo, senil presidente del FRAP y auténtico Avinareta de nuestro tiempo. No recuerdo bien en que momento del camino le saltaste a la chepa, supongo que en la estación de Valladolid, lo cierto es que a Madrid llegaste encaramado sobre su hombro, el derecho creo. Tu Virgilio, lo reconocerás, cumplió con su cometido y te dejó colocado en uno de los círculos exteriores del infierno, tampoco hay que exagerar, de nombre Guadalimar. Al demonio encargado de fustigarte con el tridente le llamaban el Fenicio, y tú acudías a diario desde un pisito compartido, allá por el metro de Empalme, a trabajar como un chino oficiándole de negro.
Ullán, y eso para ti fue un problema insuperable, te obligaba a transitar por arrabales de la poesía donde no te sentías seguro, perdías pie, trastabillabas, te daban los calofríos. Al principio no parecía importarte demasiado, y durante varios años usaste su nombre a guisa de salvoconducto, lo exhibías con orgullo, como un fantasma posado sobre tu hombro, el izquierdo creo. Nos contabas hazañas inauditas de tu ídolo de juventud, aunque siempre un poco de oídas pues, a la hora de las correspondencias, Ullán pasaba de ti, nunca te sacaba de paseo y no perdía ocasión de humillarte en público y en privado. Tu sufrías en silencio pues el de las humillaciones era el único terreno en el que estabas verdaderamente curtido, y por las noches sufrías de insomnio y de pesadillas atroces. Como todo masoquista, para ti era como una droga y las drogas nunca te sentaron bien, ni las blandas ni las duras, ni las buenas ni las malas, aunque en este último tostón, el decimotercero, empleas la jerga del yonqui y hablas de adicciones y monos con esa despreocupada ignorancia del que nunca se entera de que va la vaina. Ocurre, simplemente, que tú estabas hecho de una pasta demasiado delicada y quebradiza, una masa que había empezado a hornearse en un seminario, entre devocionarios y misales, y terminó moldeándose en una facultad de provincia con el libro rojo del presidente Mao. Más que tímido eras aprensivo, untuoso a más no poder, y vivías como embargado por una especie de pánico cerval al prójimo, no digo ya a lo desconocido. De ese capítulo poco memorable de tu biografía rendiste cuentas, cuando ya frisabas los cuarenta, en tu segunda novela, «El buque fantasma» (1992), aún peor si cabe que la primera. Entre tus amigos y los que ya no lo éramos tanto, produjo un sentimiento unánime de verg√ºenza ajena leer las andanzas de tu alter ego, aquel Martín Benavente, «incombustible conquistador que no oculta sus fragilidades, que en los años sesenta y setenta fue un hombre de acción y, veinte años después, contempla sin solemnidad esa época, tan heroica según los nostálgicos, y acaba comprendiendo que en realidad fueron tiempos más bien desdichados y extravagantes». Un pobre desgraciado, en fin, «cuyas mentiras nunca hicieron daño a nadie», curiosa presunción cuanto menos a tenor de la legión de amigos desairados o traicionados en su buena fe que cada año vas inmolando en el inagotable altar de tus complejos. Amistades, relaciones, que no dudas en sacrificar abombando el pecho mientras proclamas estupideces del calibre: «el gitano canta y el escritor, piensa».
Pero allá por el año 77, cuando te agarraste como una lapa al círculo que formábamos, entre otros, Juan Manuel Bonet, Pancho Ortuño y yo mismo, el damnificado eras tú. Al programa de la Chamorro, a la sección de RTVE de la CNT, a las campañas contra la ley de Peligrosidad Social, al mundo de los libros viejos y de los pintores nuevos, al piso de la calle Padre Piquer del barrio de Aluche, llegaste escopeteado, huyendo del infierno del Fenicio y, por los mohines de gratitud que entonces nos prodigabas sin tasa, se diría que de toda tu vida anterior, y lo hiciste con un equipaje mínimo y en circunstancias de las que me ocuparé en próximos supositorios, pues no voy a desaprovechar la oportunidad que tan generosamente me brindas para ofrecer a los lectores un testimonio fresco y ameno de lo que vi y viví tan a lo vivo en su momento..
Era todo un espectáculo verte escribir en el cuartito que te servía de despacho y dormitorio, sobre una de esas mesitas camillas prefabricadas de aglomerado con los faldones gastados, observar el ceremonioso ritual con que disponías los útiles de escritor: un cuaderno, el fajo de cuartillas en blanco, la pluma estilográfica ni mala ni buena, un lápiz muy afilado, un abrecartas, un par de libros, el diccionario, alguna postal y un jarroncillo de cristal donde alguna que otra vez, nunca supe si por racanería o por pudor, bostezaba una rosa viuda (las blancas y las amarillas eran tus favoritas), todo bajo la luz mortecina de un flexo barato. Yo barruntaba que ese sentido de la liturgia tan aguzado lo habías adquirido en el seminario. Ignoraba que antes fuiste monaguillo de tu tío Cesar, y entre los ocho a los catorce años, en León te habías metido entre pecho y espalda varios miles de misas oficiadas en latín y, nevara o diluviara, siempre a las ocho de la mañana. «En mi casa, desde chicos, -alardeas tú al recordarlo- se nos inculcó como el más sagrado de los principios el de la responsabilidad, de modo que no recuerdo haber faltado nunca a aquellas misas, durante dos años, de los ocho a los diez, todos los días, y luego, de los diez a los trece o los catorce, durante los veranos. Por las tardes había que volver a la Maternidad, para asistirle en los bautizos. También tenían lugar a diario, incluidos los domingos.» Dudo mucho que tanta constancia en el cumplimiento del deber te haya asegurado un sitial en el reino de los cielos, pero no me cabe la menor duda que, aquí en la tierra, te impregnó de un aroma indeleble a sotana y agua bendita, a sacristía y semen rancio que, en tu caso y por decirlo con una formula tuya que pasará a los anales, ha sido el «verdadero hurmiento que fermentará toda la masa de lo porvenir».
Era un primor, en fin, verte reclinado sobre la mesa camilla con profundo recogimiento: reposabas con suma delicadeza la barbilla sobre la mano izquierda con el dedo índice muy tieso, cerrabas los ojos concitando a las musas y cuando estas, algo alarmadas por tus requerimientos, se hacían las remolonas, entonces repicabas imperiosamente las yemas de los dedos de la mano derecha contra la superficie de la mesa, no a modo de tamboril, no, sino midiendo las sílabas de un endecasílabo rebelde, ajustándole los acentos, luchando a brazo partido con alguna cesura o sacándole lustre a una metáfora que se te resistía. De tanto en tanto, salías de tu ensimismamiento y con aire triunfal garrapateabas con caligrafía de pata de mosca algunas palabras sobre el papel, puede que todo un verso, con el lapicero en primera instancia y, solo cuando estabas muy seguro del golpe de inspiración, te decidías a gastar la pluma. Y así fue como una de aquellas noches, mientras lidiabas con las musas a pecho descubierto, se te apareció Juan Ramón Jiménez en todo su esplendor, te rozó con la punta de sus finos dedos y te hizo entrega de la llave de oro de la poesía pura. Acontecimiento decisivo o, aún mejor, misterio gozoso que divide tu vida en un antes y un después.
El tránsito desde la poesía salvaje hasta la poesía pura, de la veneración por Ullán a la devoción por Juan Ramón, J.R.J. en adelante, fue ya un sendero sembrado de rosas, pero con las rosas, bien lo sabes, vienen las espinas, y con las espinas los episodios chuscos, aunque tu ya parecías inmune a las cosas de este mundo, andabas como traspuesto, iluminado, según contabas, por una íntima determinación. Insisto en lo de íntima pues tu apariencia seguía siendo la misma y, a juzgar por los retratos que se publican en las contraportadas de tus libros y en los suplementos literarios de los periódicos, a la vuelta de tres décadas apenas ha cambiado: las mismas chaquetas de espiguilla, los mismos jerséis de pico, el mismo aspecto de mosquita muerta, la misma mirada esquiva que intenta ser franca sin conseguirlo. Cambió la orientación pero no la naturaleza de tu comercio con las musas, doy fe de ello pues dormíamos, como quien dice, pared contra pared y yo terminé familiarizándome con los ruidos que me llegaban del otro lado, interpretando tus gemidos, jadeos y suspiros como si fueran las señales de un náufrago y, de alguna manera, tú lo eras y, en consecuencia, un artista del manubrio, lo que no supone desdoro alguno, faltaría más, sino otra forma de emular a J.R.J. que, según Bergamín, también lo era. Al llamarte pajillero de la mesa camilla no estoy haciendo un chiste fácil sino traduciendo a un lenguaje llano el pretencioso eufemismo de Caballero del Punto Fijo con el que te gusta adornarte.
Entre la mesa camilla y el modesto camastro donde dormías apenas había un metro de distancia, y en él transcurría prácticamente toda tu vida. En esto, debo reconocerlo, has mejorado mucho: la distancia entre la cama y la mesa camilla que hoy utilizas es de cuatro o cinco metros, y el tamaño de esta mesa camilla actual es mayor que el de la cama de entonces, no digo ya la calidad de los faldones, pesados como cortinas de teatro, o la del brasero eléctrico que calienta tus inviernos, una auténtica pocholada. Semejantes lujos fueron posibles gracias a Miriam, una gran chica, las cosas como son, que conociste en televisión y hoy es tu mujer. En cuanto tuviste oportunidad te mudaste a su piso en la calle Conde de Xiquena, y ya no te has vuelto a mover de allí. En Aluche me dejaste como herencia a un hermano pequeño.
A las pocas semanas de la mudanza Juan Manuel Bonet me llamó por teléfono: Andrés está muy mal, dijo. ¿Que le ocurre?, pregunté con lógica alarma. No se sabe, pero parece grave. Quedamos citados aquella misma tarde para visitarte y, en efecto, no tenías buen aspecto. Nos recibiste en la cama, en tu nueva alcoba estilo italiano, con el embozo hasta la barbilla, afiebrado y sudando frío, las ojeras profundas y amoratadas, la mirada perdida, verde, amarillo, lívido. Como moribundo no te faltaba detalle. Con gran esfuerzo levantabas el brazo apenas unos centímetros, no estaba claro si para saludarnos o despedirte definitivamente de nosotros, de la vida, de ese mundo que se había derrumbado sin remedio sobre tu cabeza. Las cortinas estaban corridas, la habitación en penumbra y los amigos te rodeábamos, solícitos, hablando con voz queda, apagada, como contribución al cuadro de tu agonía, tan conseguido que daba casi pena que no fuera en serio. A la entrada, Miriam nos había informado que el médico te había reconocido sin encontrar ningún síntoma preocupante. Una crisis de ansiedad, dictaminó el galeno y te atiborró de valium, supongo. Un jamacuco, que dicen en Sevilla, cuando alguien se fuma un canuto de doble cero y es incapaz de metabolizarlo. Y quien dice un canuto dice cualquier otra cosa. Un atracón de Juan Ramón, dictaminó Juan Manuel, que todavía conservaba el ojo clínico. Yo, menos sensible a los desgarros poéticos, me maliciaba que aquel tableaux vivant no era sino una forma bastante retorcida de marcar el territorio. El tiempo nos ha dado la razón a los dos.
(Continuará)
Quico Rivas
L´Escala, 3-III-06
quicorivas@hotmail.com

19 responses to “UNOS CUANTOS SUPOSITORIOS PARA EL MERLUZO DE TRAPIELLO (1º)

  1. Increíblemente apasionante, esto sí que es una novela en marcha, (eso sí que le ponga todos los acentos, pronto la próxima

  2. ME PARECE IMPRESENTABLE.
    Estas batallas, peleas, celos, diatribas y espectáculos, las considero de mal gusto, de gusto rancio a venganza barriobajera, de gusto a darle al pico con frases pretendidamente brillantes para ocultar lo soez de las acusaciones. Este señor, aparte de despertarme una malsana curiosidad por leer lo escrito por Andrés Trapiello, no tiene la más mínima razón en cuanto su punto de vista sobre la talla literaria de las novelas del escritor leonés. Si en el resto de las cosas que dice, tiene la misma que en sus apreciaciones literarias, está de más lo que se le puede sugerir.
    El regodeo en supuestas anécdotas compartidas son de un mal gusto difícilmente soportable. En las televisiones de turno donde la gente se vocifera y grita desfachateces de todo pelo al menos cobran por hacer el tonto. Este señor, ni eso. Este señor, artista marginal que lo mismo te pinta un cuadro que te escribe un poema o un libelo, según parece.
    Y conste que hasta el presente ni le conocía. Después de leer su supositorio (se ve que en ello tiene experiencia), me fui a google y vi algo sobre su persona. Tampoco conozco a Andrés Trapiello, así que no pongo la mano en el fuego por él, pero tampoco me voy a tragar la primera biografía traída a contrapelo. De Andrés Trapiello conozco, al menos, que es Premio Nacional de Literatura por Los amigos del crimen perfecto -que leí- y que escribió Al morir don Quijote -que también leí-. Todo lo demás, me sobra. Lo que he leído de él es muy bueno. Y eso es lo que a mí me importa.
    Salud.

  3. No aguanto que se metan con un paisano, pero menos todavía que nos metan a los leoneses de rondón en Castilla. Si el tipo ese, el tal Quico, quiere tocar las pelotas, que se las toque a dos manos, pero lejos de León. Que en León, somos leoneses, ¡enterao…!

  4. «castellano como tú de una Castilla aún más profundas si cabe, y natural de un pueblo con un nombre aún más sonoro que el de tu pueblo.»
    Quico, pedazo ignorante… que Manzaneda de Torío queda en la provincia de León, del viejo reino leonés con Salamanca y Zamora. Que aquí lo único que les permitimos es a los asturianos (por eso del dominio ling√ºístico del leonés, y porque son más salaos que tú) que nos llamen cazurros. Pero que venga un necio como tú a llamarnos castellanos, eso ya no. Puedes irte a hacer puñetas y clavarte las uñas para rascar la envidia que te corroe, memo.

  5. Joder con los nacionalismos pueblerinos.. que mal está la gente: Me cago en León, en Castilla, en el Pais Vasco y Cataluña, asi como en toda la patulea de gorrinos ignorantes que quieren hacer de su valle una tierra de exclusión
    Sin Dios, sin patria @

  6. No pido patrias, y menos patrias excluyentes; pero que venga un memo a calificarme con nombres de patrias y banderas, tampoco. Por eso digo que soy de donde me da la gana ser, no de donde me digan. Y, además, ¿quién es este señor para juzgar sobre la sonoridad del nombre de los pueblos? ¿Qué sabe él de castillas profundas, o andalucías o españas…?
    Y tú, @, si no quieres ser contaminado por gorrinos, búscate la vida en el fondo del mara, que allí te joderán los peces. Y no comas jamón, coño.
    Salud.

  7. Con perdón, yo leo a Andrés Trapiello. ¿Estoy haciendo algo políticametne incorrecto?¿Tengo que hacer que la vida del escritor sea ejemplar -sin poner en duda que la de andrés lo sea- para juzgar su obra literaria? Pues lo ue he leído me ha gustado. De Quico Rivas no he leído nada ni conocía su nombre hasta leer estos mensajes. Lo que puedo decir es que no me parece el sitio para dejar esas basuras. Pero ¡viva la libertad de expresión!

  8. Este Quico Rivas no es que sea un segundón, es que no lo conocen ni en su casa. Del ABC se deshicieron de él en cuanto pudieron (¿quién no recuerda aquellas ínfimas columnas?), y cuando Juan Manuel Bonet desapareció del mapa, él se tuvo que marchar a casa. Un chupatintas en toda regla.
    Es una pena que tenga que soltar su bilis contra Andrés Trapiello -que, por cierto, es uno de los mejores poetas y diaristas de este país-, sabiendo como sabe que nunca llegará donde ha llegado él.

  9. ¿Quico Rivas un chupatintas? permita que me ria. Estimado rafa por tu comentario puedo deducir que tienes la cabeza llena de mierda o bien que haces parte de una banda de mierdas. Quico Rivas es posible que no sea tan famoso ni tan guap√≤ como Trapiello, pero no le puedes negar ni su labor como panfletista (esto no es lo primero, recordemos el maravilloso periodico Refractor, pero claro para conocerlo había que estar interesado en la cultura), ni como comisario (recordemos la magnifica exposición Corona Roja en el CAAM) ni como catalizador de las mas variopintas iniciativas (las de apoyo a los basureros de Tomares, el Salón del Carbón).
    En fin que Quico Rivas va a la suya, y si ahora le ha dado por hacer este panfleto antitrapiello tampoco hay que tirarse de los pelos y ponerse dignos «yo soy un lector de trapiello» demostrando tan poco sentido del humor como cerebro. Se podra estar pasando o no, pero desde luego no hay nada que reprocharle lo lees o no lo lees y punto.
    Lo dicho rafa: te sale la mierda por las orejas

  10. menos listo, eres un puto gilipollas: ^¿quién cojones iba a leer el refractor? ¿de qué, subnormal? ¿eso es cultura: la mierda qeu exponen en los putos museos espanyoles?
    hale, tira a la porquera, so guarro.

  11. Es curioso observar cómo todas las críticas que se hacen a la breve biografía del ínclito Trapiello versan más o menos en estupideces del jaez de «no te metas con Trapiello,que es mi paisano leonés» o el regurigitar de «¡León no es Castilla» -que, hombre, reconozco que históricamente no lo fue, pero que ya lleva unos buenos siglos siéndolo-.
    Hay otras que por simpáticas no son menos censurables: QR es un envidioso, porque no tiene el éxito de Trapiello. Bueno, sólo diré que el éxito literario en este país -desgraciadamente- es un claro síntoma de vacuidad y falta de talento literario. Y el que diga lo contrario, o miente o tiene menos criterio que una rana de San Antonio. Vivimos una España tan triste y mediocre, en donde hacen miembros de la Academia a MAFIOSOS (así, con mayúsculas, y que no se olvide nunca) de la talla de Cebrián -en quien supongo que se inspiró Mario Puzo cuando creó su inmoral personaje de El Padrino- y dejan morir en la cama a todo un monstruo como Paco Umbral, un absoluto prestidigitador de nuestra lengua, y a la sazón, uno de los últimos animales literarios que nos quedan vivos. Porque escritores actuales con mucho éxito (y a quienes los jóvenes de mi generación idolatran, en una especie de afán seudointelectual suicida) encontramos reg√ºeldos de la talla de la Etxeberría (Lucía por nombre) cuyas abyecciones merecerían ser pasto de las llamas del olvido más inmediato, o Benjamín Prado (este además pesadito, que no deja pasar nunca la oprtunida de hablar de «mi querido maestro, Rafael ALberti», tema que saca siempre aunque se le pregunte sobre una receta para cocinar chipirones), o Manuel Rivas, que después de hacer algún relato interesante, se metió por el culo a su lápiz -y quizás también al carpintero-, o tantos y tantos otros, de cuyo nombre trato cada día de olvidar.
    Personalmente tampoco conozco demasiado prfundamente la obra de Quico Rivas. Algún artículo suyo ha caído en mis manos, y sólo puedo decir que me parece un crítico correcto (lo cual ya es mucho decir en estos desgraciados días de desierto cultural). Pero sí rogaría a ciertos «garganta profunda» que intenten razonar sus críticas, que las fundamenten con algo serio. Otro de los males que vivimos hoy es que los descerebrados se creen con el derecho de denostar a quien les sale de las *** sin aportar nada que lo sustente, quizás sólo su pobre ignorancia. Andrés Trapiello es sólo una parte más del mal de nuestro tiempo: un pobre -en el sentido literario, que no precisamente económico- escritor sin gracia, sin talento, sin historia. Es una bocanada de aire fresco el que alguien le saque un poco los colores de vez en cuando. QUé pena que no se haga más a menudo y con todos los escritores que lo merecen, que no son pocos, precisamente.
    Saludos a todos.
    Aitor

  12. Al loro, este comentario es un offtopic sobre el tema del post pero solo queria llamaros la atención sobre unn nueva estrategia de e-marketing, que se trata justo de la que se utiliza en el Comentario 19(justo arriba de este) Como podeis comprobar es un lonk a una tienda on-line de viagra pero que lo hacen pasar a traves de una página espejo de Indymedia North Carolina. No esta nada mal que las grandes empresas hartas de adbusting y culturejamming utilicen esas mismas técnicas para promocionarse, pirateando la imagen de un medio independiente y crítico como es Indymedia para vender viagra… donde vamos a llegar!

  13. Pues yo he leído muchísimo a Trapiello y considero que , de los que conozco, es quien mejor escribe en catellano.
    También lo he tratado , aunque muy brevemente, y a no ser que sea muy buen actor, también me cautivo como persona.

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