En la casa del rico el único lugar donde escupir es en su cara. Daniel J. Martínez
En vista de lo que dice uno de los comisarios de las XIX Becas Botín de Artes Plásticas, parece que el Banco Santander y su patrón Emilio Botín, patrocinando un arte «resistente y subversivo», se estén poniendo en la vanguardia del movimiento de transformación social tan necesario en estos tiempos que corren: «el arte es una herramienta de primera magnitud para entender el tiempo en el que vivimos, y a la vez una alternativa útil para el cambio social«.
Como también se apunta en el texto, los discursos de los artistas seleccionados «implican una deconstrucción de las bases culturales de nuestra sociedad y desafían las actitudes dominantes de la práctica artística como una actividad impulsada por el mercado, ajena a una dimensión política y social más amplia. El trabajo de estos artistas aborda el fenómeno «real» de hacer arte, es decir, la compenetración entre la labor intelectual y la dimensión de la producción material. Sus resultados, a menudo incrustados en las tradiciones y códigos que van más allá de particularidades generacionales o de tono nacionalista, pueden constituir de hecho un campo de pruebas para nuevas formulaciones y también el punto de partida para un discurso subversivo, bien sea a través de un acto directo de resistencia o a través de mecanismos basados en la parodia o el comentario crítico».
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Ahora que, con la excusa de la crisis económica internacional, se están resucitando proyectos de gobierno y legislación supranacionales e incluso internacionales, conviene recordar por qué ni siquiera el más antiguo de ellos puede cumplirse.
Los Derechos Humanos adolecen fundamentalmente de un problema de contradicción. Sólo se admite en el siguiente sentido: «Si hay un conflicto entre dos derechos o dos generaciones de derechos, ¿cuál debe prevalecer?» Normalmente la respuesta es una defensa de la no-jerarquía. Sin embargo, esta forma de plantear el problema es sumamente tendenciosa: los derechos de la segunda generación (económicos, sociales y culturales) y tercera generación («solidarios») chocan frontalmente con los de la primera generación (los civiles y políticos, de corte liberal), no a veces, sino siempre, por pura lógica.
Toda formulación jurídica se ancla y se construye sobre la base tácita de una teoría «científica», básicamente económica. No es honesto pretender que únicamente con la supuesta deseabilidad de los Derechos Humanos éstos van a cumplirse mágicamente: la dificultad ciertamente es política (simplemente, hay países que se niegan a aplicarlos; precisamente por el alto coste de la injerencia humanitaria, que es el fin de acuerdos comerciales y políticos o simplemente el estallido de un conflicto bélico inconveniente), pero la imposibilidad es ontológica.
Ni siquiera si todos los países se pusieran de acuerdo los Derechos Humanos podrían cumplirse. Por ejemplo: para garantizar (positivamente, como les gusta a los intervencionistas) el derecho a una «vivienda digna» para todos los habitantes del mundo, no bastaría con la voluntad, sino que habría que producir y distribuir desde arriba las viviendas, cosa imposible en dos sentidos: en un sentido puramente jurídico (por la contradicción con el derecho a la propiedad privada y otros derechos individuales) y, sobre todo, en un sentido económico: es imposible producir y distribuir eficientemente (esto es, conforme a las preferencias de los implicados) sin el libre desarrollo de la función empresarial, sin la coordinación que ésta posibilita y por tanto sin un sistema de precios reales y no inventados.
Esto nos lleva a una conclusión: más allá de la «deseabilidad» (ética o moral), que, si bien puede existir, no se puede «discutir», porque son preferencias, deseos y opiniones totalmente subjetivas sobre lo que es lo natural y lo deseable, está el criterio de la eficiencia, un criterio verdaderamente objetivo (a no ser que rechacemos las evidencias del método científico, como los soviéticos) con el cual han de juzgarse todas las formulaciones jurídicas. Es el caso de la Declaración de los Derechos Humanos: si se garantizaran todos, no se garantizaría ninguno, porque unos cancelarían a los otros y porque se basa en una teoría económica absolutamente incorrecta.
Como vemos, el elenco de derechos que proponemos los liberales es superior a cualquier otro porque son realistas: no se contradicen entre sí y permiten que se garanticen todos: se basa en la lógica y en la eficiencia. El capitalismo es el único sistema que ha demostrado poder crear riqueza masiva e indiscriminadamente, lo cual se traduce en un aumento generalizado del nivel de vida y del bienestar que voluntariamente los individuos persiguen.
No dependemos, por tanto, de la «deseabilidad» o de la «naturalidad» de lo que proponemos, al contrario que otras ideologías. Tenemos los pies en la tierra: la validez que otros pueden reconocernos no está en los principios metafísicos, sino en los científicos, campo en el que todo el mundo, si es honesto, acepta los mismos criterios de corrección y verdad. Ahí es donde está la superioridad del liberalismo: en la realidad.
El Pueblo ya sabe quién le trae la ruina, y es la clase financiera, asociación de delincuentes y genocidas que controlan a la clase política a través del crédito. El Pueblo, antes de recurrir a la violencia desatada contra sus opresores, intentará (y está intentando) utilizar las pocas vías civiles que le han dejado, por error, para solucionar por sí mismo lo que los políticos se niegan a solucionar. Una de estas vías, compleja y laboriosa, es la Iniciativa Legislativa Popular (ILP), recogida en el artículo 87.3 de la Constitución Española de 1978.
Un ejemplo de actualidad es la ILP de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), que reclama la dación en pago con efecto retroactivo, la paralización de los desahucios cuando se trate de la vivienda habitual única ante una insolvencia sobrevenida –de buena fe–, y la implementación urgente de un parque de vivienda social en alquiler. Ha reunido más de un millón de firmas comprometidas y ha presentado su iniciativa al Parlamento.
Al fin, tras resistirse el Partido Popular cuanto ha podido para su admisión a trámite, se ha concedido audiencia a la PAH en una comisión especial. Reproducimos la comparecencia íntegra de Ada Colau, así como las impertinentes y despiadadas cuestiones de los diputados de la derecha y las contundentes respuestas de la señora Colau.
El doble vídeo es de visionado obligatorio. La señora Colau, no solo vale como persona cien veces más que todos los diputados de la comisión, presidente incluido, sino que habla armada con la Verdad, frente a unos gnomos que tratan de apartar el foco del problema real, divirtiendo la atención de los televidentes sobre formas o palabras mejor o peor usadas, sobre semántica a fin de cuentas. Una vergüenza nacional, si es que la nación española tuviera vergüenza.
VIDEO 1
https://www.youtube.com/watch?v=LtNBnc6khHg&feature=player_embedded
VIDEO 2
https://www.youtube.com/watch?v=zABjapqrg6E&feature=player_embedded
ÁCRATAS
Así pues, qué tenemos en la mente del artista que comienza o del que puja o del que se quiere colar o del que quiere defender su cabeza de playa en el mercado? Una mezcla de angustia y ambición. Una combustión moral permanente. La combustión propia de la naturaleza dual de clase pequeñoburguesa que no cesa. La angustia del cortesano que sabe que la permanencia de su ambición en la corte del mundo institucional y el Mainstream depende de una palabra, de un acto. O en caso de que hablar o actuar puedan sacarlo de la carrera, de su silencio cómplice. El artista pequeñoburgués no piensa. Es un escalador social que calcula. El artista emergente sabe perfectamente – desde el comienzo de la posmodernidad, cortesana, colaboracionista, ambigua y pequeñoburguesa por naturaleza- que el arte no está construido ya mas, de modo aristotélico, con ideas, sino con el dinero como entidad pura corporativa fabricando paradojas inesperadas, espectaculares, ora escandalosas, ora brillantes a través de la retórica cultural. La especulación monetaria es la estética de la contemporaneidad.
el texto completo aquí:
http://esferapublica.org/nfblog/?p=58736
El Sistema, producto de la mentira de la Transición, ha recurrido a la destrucción sistemática de las personas para mantener su mentira que no es otra que afirma que España es una democracia. España en realidad es el producto de un franquismo sofisticado encarnado en la figura del Rey Juan Carlos símbolo de la corrupción, la mentira y el crimen. A día de hoy, nos guste o no, los pilares en los cuales se asienta una democracia han fallado. Es por ello que este Sistema ha de ser destruído, no reformado, por medio de una ruptura radical a fin de construir la democracia que no fue posible en 1975, con separación de poderes, igualdad ante la Ley, libertades y derechos fundamentales, todo ello por medio de una República.
Por otro lado cada vez estoy más convencido que la única salida será la violencia que deberá de ir dirigida a banqueros, políticos, oligarcas y periodistas que han desertado de su labor independiente y crítica. No hablo de una violencia protagonizada por masas enfervorizadas más bien pienso en actos únicos de individuos sin conexión alguna y que deberán actuar una sola vez. De esta forma su detección y detención será prácticamente imposible y podrá colocar al Sistema en una tesitura muy difícil.
La proliferación de acciones violentas que a nivel mediático puedan operar como coartada para expandir el dominio y el autoritarismo ( eso que tanto excita a los bobalicones liberales ) es lo que más conviene ahora a los guardianes del sistema económico, que han diseñado esta «crisis» para intentar consolidar un nuevo paradigma.
Suerte que el mundo es mucho más que occidente, de no ser así, es probable que ya lo hubiesen conseguido.
Escrache a Emilio Botín en la Universidad de Málaga.
https://www.youtube.com/watch?v=Y_GyTkyCJj0