CARTA ABIERTA A LLUÍS BASSETS DE IGNACIO ECHEVERRÍA

Querid@s amig@s:
Presentamos la carta abierta que Ignacio Echevarría, crítico literario de Babelia, ha escrito a Lluis Bassets, director adjunto del El País, y que pide se contribuya a difundirla.


Ignacio Echevarría
CARTA ABIERTA A LLUÍS BASSETS,
DIRECTOR ADJUNTO DEL DIARIO «EL PA√çS»
9 de diciembre de 2004
Estimado Luis,
como esta es una carta abierta, conviene repasar algunos hechos que te son bien conocidos.
El pasado 4 de septiembre apareció en Babelia una reseña mía sobre la novela El hijo del acordeonista, de Bernardo Atxaga, por entonces recién publicada. La novela ¬óinteresa puntualizarlo¬ó ha sido editada en castellano por Alfaguara, que pagó un importante adelanto para hacerse con ella, y que la lanzó como uno de los «platos fuertes» de la rentrée otoñal. Como suele suceder en estos casos, Babelia prestó una atención especial a la novedad, dedicándole a Atxaga la portada del suplemento y una amplia entrevista. En este contexto apareció mi reseña, que era inequívocamente desaprobatoria del libro, pero que ¬óimporta hacerlo constar¬ó me había sido solicitada por la directora del suplemento, María Luisa Blanco, quien antes me consultó acerca de mi opinión sobre Atxaga, respondiéndole yo, sin falsedad, que se trataba de un autor cuya trayectoria venía siguiendo con curiosidad y con respeto.
La publicación de la reseña provocó en la dirección del periódico una fuerte conmoción, que se tradujo de inmediato en un pautado despliegue de artículos, entrevistas y crónicas que, en conjunto, apuntaban tanto a paliar y neutralizar los posibles efectos de la reseña como a compensar a Bernardo Atxaga por los perjuicios de todo tipo que ésta pudiera acarrearle. En cualquier caso, la reacción fue tan desproporcionada, que llamó la atención de numerosos medios de prensa españoles, que se hicieron eco de ella de la más variada forma, en general con sorna, pero también con escándalo y con sorpresa.
Yo mismo quedé consternado, y más expuesto que nunca a las dudas de siempre, que me asaltaron con especial crudeza. ¿Tiene sentido ejercer la crítica en un medio dispuesto a desactivar los efectos de la misma y a desautorizar a su propio crítico? ¿Tiene sentido tratar de hacer una crítica más o menos exigente e independiente en un medio que parece privilegiar y defender a ultranza, sin el mínimo decoro, los intereses de una editorial que pertenece a su mismo grupo empresarial? Haciendo caso a quienes me recomendaban no abandonar ni ceder terreno precisamente en momentos como éste, me resolví al final a escribir una nueva reseña, apalabrada ya desde meses atrás, y que mandé a la redacción de Babelia el pasado 13 de octubre. Se trataba en esta ocasión de un comentario a El bosque sagrado, un ya clásico libro de ensayos críticos de T.S. Eliot que la editorial Langre, de El Escorial, ha publicado este mismo año.
Al poco de ser recibida en el periódico, la reseña fue «retenida» por ti, que diste instrucciones de que no se publicara. Como esta situación se prolongara durante más de dos semanas, me decidí a dirigirte, con fecha del 28 de octubre, una carta en la que te manifestaba mi extrañeza y en la que te pedía explicaciones. Añadía en mi carta que me resistía a aceptar las explicaciones que a mí mismo se me ocurrían, y te recordaba que llevaba catorce años colaborando con el periódico.
En la respuesta que me dabas el día siguiente, en carta del 29 de octubre, confirmabas que habías impartido, en efecto, instrucciones de que mi reseña no se publicara, y para justificar esta decisión aportabas unas pocas reflexiones que ponían muy en duda las posibilidades de mi continuidad en Babelia a la luz, sobre todo, del tono en tu opinión demasiado tajante y descalificatorio empleado por mí a la hora de valorar la novela de Atxaga.
«Se ha dicho», me escribías, «y supongo que te habrá llegado, que tu crítica era como un arma de destrucción masiva y que el periódico hace mucho tiempo que ha renunciado a utilizar este tipo de armas contra nadie.»
Tengo entendido que quien dijo esto, y lo dijo a voz en grito, frente a varios testigos, fue Jesús Ceberio, director de El País, el lunes siguiente a la publicación de mi reseña. Y te confieso que, dentro de todo, no deja de resultar halagador, para mí y para el oficio de crítico, que a alguien le quepa pensar que una simple reseña, escrita en el tono que sea, pueda tener los efectos de una arma de destrucción masiva. No deja de resultar cómica, por otra parte, la ocurrencia de emplear la metáfora «arma de destrucción masiva» en estos tiempos que corren. Parece que estamos todos condenados ¬óunos más que otros¬ó a presumir su existencia allí donde no las hay.
En tu carta aceptabas tranquilamente la posibilidad de que las explicaciones que yo mismo me daba acerca de lo ocurrido, y que me resistía a aceptar, fueran buenas. Y eso es lo alarmante, pues entre esas explicaciones se cuentan dos particularmente graves. A una ya he hecho referencia al aludir a mis dudas sobre el sentido de tratar de hacer una crítica independiente en un medio que parece privilegiar, con descaro creciente, los intereses de una editorial en particular y, más en general, de las empresas asociadas a su mismo grupo. No parece casual que sea un libro de Alfaguara el que haya alentado tus escrúpulos sobre el tono que eventualmente empleo a la hora de hablar sobre un libro que considero francamente malo. Llevo muchos años empleando un tono muy parecido, y el hacerlo no ha sido hasta ahora motivo de estupor ni de reprobación, más bien lo contrario. Te invito, para comprobarlo, a releer mis reseñas de las últimas novelas de autores como Jorge Volpi (Seix Barral), Antonio Skármeta (Planeta), Jaime Bayly (Espasa) o Lorenzo Silva (Espasa), tanto o más duras que la dedicada a Bernardo Atxaga, todas ellas publicadas en el plazo de un año a esta parte, o poco más.
Pero lo que me preocupa de verdad es que El País, del que vengo siendo lector desde hace más de veinte años, y donde vengo escribiendo desde hace catorce, pueda ejercer de un modo abierto la censura y vulnerar interesadamente el derecho a la libertad de expresión, del que tan a gala tiene ser defensor y valedor. Eso, y no otra cosa, es lo que se desprende de la resolución de vetar a un antiguo colaborador por el solo motivo de haber manifestado contundentemente, sí, pero también argumentadamente, su juicio negativo acerca de una novela.
Me decías en tu carta que dudabas aún sobre qué hacer conmigo, y me anunciabas, para «los próximos días», una «respuesta completa» a mi petición de explicaciones. Pero ha pasado más de un mes, y supongo que las pobres reflexiones que entonces me adelantabas no han hecho entretanto sino cobrar cuerpo. Con fecha del mismo día 29 de octubre te escribía yo que quedaba a la espera de tu «respuesta completa». Pero no dispongo de una eternidad para eso. Entiendo que la espera ha transcurrido en vano, y soy yo el que de nuevo tomo la iniciativa de escribirte esta carta abierta para esta vez simplemente decirte adiós, y despedirme de paso de los lectores de El País que durante todo este tiempo han seguido, con su aprobación o con sus desacuerdos, mi empeño quizás insensato de perseverar en el cada vez más menoscabado y cuestionado ejercicio de la crítica.
Vale.

17 responses to “CARTA ABIERTA A LLU√çS BASSETS DE IGNACIO ECHEVERR√çA

  1. Hay guerra, amigo, en las calles…
    Polanco y Bin Laden juegan al Backgammon on line con la voluntad transformada en votos de los circunspectos españoles. El Eco de la Secta, aka El País, otrora Diario Independiente de la Mañana, se expande en la medida que decrece nuestro raciocinio, espoleado por la tono gris marengo de mediocridad (y mendacidad) imperante. Los hay peores, es verdad, pero al menos «los otros» no van de paladines progresistas!!!
    Apoyo virtual y total a esta persona, desemascaremos al fradulento tycoon impostor!!!!

  2. Es evidente que la reacción de la dirección es desproporcionada e injusta. Dicho esto, la crítica de Echeverría nos hizo pensar a algunos, en su momento, que se trataba de un ajuste de cuentas. A los que nos hemos leído el libro y seguimos la trayectoria de Atxaga como lectores, nos dejó estupefactos una crítica tan virulenta y biliar.

  3. Entonemos, pues, las notas trágicas del Requiem de Mozart por una publicación, otrora prestigiosa, el Diario El País, caída hoy en las garras blancas del consejero delegado de la Ignomia, sita en la calle Gran Vía 32…
    Tras el negocio redondo, ellos han logrado la cuadratura de Círculo, de los másteres lava-cerebros, de usurpar un lugar -la izquierda ¿!oh, donde estas Liberation!!??- se encuentra la intención fumanchusca de dominar el mundo, primero nuestras mentes…
    Larga vida a Ignacio Echevarría que sólo por ser el albacea literario de Roberto Bolaño merece tener cuartelillo permanente en cualquier suplemento de este cutre ruedo ibérico…
    No puedo evitar vivir en la suspicacia permanente: Aitor ¿dónde está el anterior mensaje que deje aquí? ¿Porque pone 0 comentarios cuando yo me esmeré hacerlo e incluso lo vi publicado? ¿Habemus «conflicto»?

  4. A veces pasa lo que comenta Gus-man, dejas un mensaje, lo lees y en una conexión posterior ha desaparecido y luego vuelve a aparecer ¿a que crees que se debe eto, aitor?

  5. La verdad, no tengo ni idea. La única explicación que encuentro es que el filtro antispam lo catalogue como spam erroneamente. Es una putada, pero no puedo quitarlo porque nos frien a comentarios automáticos.

  6. He aquí la critica de Echevarría a Atxaga en cuestión:
    Una elegía pastoral
    Por Ignacio Echevarría
    Resulta difícil sobreponerse al estupor que suscita la lectura de esta novela. Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir así. Cuesta aceptar que, quien lo hace, pase por ser, para muchos, mascarón de proa de la literatura de toda una comunidad, la del País Vasco, cuya situación tan conflictiva reclama, por parte de quien se ocupa de ella, el máximo rigor y la mayor entereza.
    Bernardo Atxaga (Aestasu, Guipúzcoa, 1951) nunca ha eludido -y eso le honra- la representatividad que viene recayendo sobre él desde el éxito clamoroso de «Obabakoak» (1988). No cabe dudar de las presiones que ello comporta y de lo difícil que tantas veces ha de resultarle abrirse paso a través de ellas. Hasta cierto punto, ello podría servir de atenuante de la tibieza y de la confusión que rodean la percepción que Atxaga tiene de la realidad vasca. Pero no puede de ningún modo atenuar, por lo que toca a esta novela, el carácter tan tópico -acusadoramente tópico, esta vez- de sus planteamientos narrativos, la enclenque consistencia de sus personajes, la poquedad de sus desarrollos.
    El hijo del acordeonista tiene por principal escenario Obaba, la imaginaria localidad vasca en la que viene recreando Atxaga, con tintas arcaizantes, los atributos del ámbito rural en el que él mismo se crió. Entre otras cosas, la novela viene a contar el deterioro y la pérdida definitiva de ese mundo idílico por obra del progreso, sí, pero sobre todo por la injerencia de una violencia histórica en cuya espiral queda atrapado David, el protagonista del relato.
    Las circunstancias que, hacia finales de los años sesenta, pudieron empujar a un sano e ingenuo chavalote vasco a militar en ETA: tal parece el asunto que Atxaga pretende ilustrar, echando mano de la experiencia de toda su generación y, eso sí, dejando claro su actual distanciamiento de la actividad terrorista tal y como se viene desarrollando desde el establecimiento de la democracia.
    Cuando apenas cuenta 13 años, un informe psicólogico atribuye la poca sociabilidad de David al «apego» que siente por «el mundo rural», y hace constar que «los viejos valores» aparecen en su mente «confundidos con los modernos». Muy tempranamente, David siente la llamada poderosa de formas de vida arcaicas, que lo mueven a añorar un «mundo antiguo» que sobrevive todavía en las cercanías de Obaba. Allá frecuenta el caserío familiar de Iruain, en «un pequeño valle verde, bucólico», que parece destinado a acoger a los «campesinos felices» (así los llama él siempre, citando a Virgilio), junto a los cuales se siente David más a gusto que entre sus compañeros de colegio.
    El conflicto empieza cuando, siendo todavía adolescente, David descubre poco a poco el oscuro pasado de su padre, acordeonista de profesión, que colabora con las autoridades franquistas y que estuvo implicado, al parecer, en los fusilamientos que tuvieron lugar en Obaba tras la entrada en el pueblo de los facciosos, a los pocos meses de estallar la Guerra Civil. Pese a su completa ignorancia de lo ocurrido, David se siente «enfermo sólo de pensar que puedo ser hijo de un hombre que tiene sus manos manchadas de sangre».
    A partir de entonces, el mundo de David queda ensombrecido por la maldad impenitente de los fascistas y sus secuaces. Ellos son el origen de todos los males, pues no sólo son ladrones y asesinos, no sólo son españolistas y están moralmente corruptos, sino que, para colmo, son los que, a fin de hacer prosperar sus turbios negocios, y siempre «llevados por su odio a las gentes del País Vasco», hacen traer a Obaba las grúas y los camiones que con sus ruedas aplastan las «palabras antiguas», hundiéndolas en el barro «como copos de nieve», dejando ver «lo desigual de la lucha, qué poca esperanza había para el mundo de los «campesinos felices».
    La progresiva toma de conciencia de este estado de cosas ocupa al menos dos terceras partes de la novela, en las que de paso se da cuenta minuciosa -y sonrojante- de las zozobras amorosas de David. El resto del libro, a fuerza siempre de introducir elipsis temporales toda vez que el relato se enfrenta a una dificultad, da cuenta de las forma casi inevitable en que David se incorpora a ETA, organización que, conforme a su testimonio, parece limitarse a distribuir panfletos y hacer volar monumentos y edificios públicos. Sólo cuando las cosas empiecen a desmandarse tomará David la decisión de emigrar a Estados Unidos, donde a la vera de su tío Juan, poseedor de un rancho dedicado a la cría de caballos, cumple su ideal de vida bucólica, al lado de Mari Ann, su mujer (hija de un veterano brigadista internacional, cómo no), y sus dos hijitas. Con ellas juega David a enterrar en pequeñas cajas de cerillas palabras que en la «vieja lengua» de su país van cayendo en desuso.
    La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace inservible El hijo del acordeonista como testimonio de la realidad vasca. A este respecto, la novela sólo vale como documento acrítico de la inopia y de la bobería -de la atrofia moral, en definitiva- que no han dejado de consentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de forma más o menos melindrosa, el desarrollo del terrorismo vasco, reducido aquí a un conflicto de lobos y pastores, un problema de ecología ling√ºística y sentimental, al margen de toda consideración ideológica.
    Existe un huidizo concepto, el de la razón narrativa, que por su parte ampara las sinrazones que puedan caber en un relato. Pero es esta razón narrativa la que empieza por fallar completamente en El hijo del acordeonista, novela que incumple las mínimas reglas del decoro literario. El texto se ofrece como un desordenado «memorial» escrito por David pero reescrito póstumamente por su amigo Joseba, antiguo camarada en la lucha y en la actualidad conocido escritor vasco. Un artificio tramposo que, con sus chispas metaliterarias -y metaficcionales, dado que se insinúan aquí y allá claves autobiográficas-, no consigue amenizar la deriva tan previsible de un libro construido con una sentimentalidad jurásica, que en sus mejores páginas trae, bien que a su modo, el recuerdo de las novelas de José Luis Martín Vigil.
    Todo servido en una prosa de seminarista, de una cursilería casi conmovedora, llena de ridículos arrobamientos («los osos: tan inofensivos, tan inocentes, tan hermosos») y capaz de refutar en términos como los siguientes las maledicencias que corren en torno a don Pedro, un indiano ricachón -pero republicano- de quien se cuenta que labró su fortuna a costa de su hermano: «Detalles policiales aparte, los dos hermanos se querían mucho: porque eran Abel y Abel, y no, de ninguna manera, Caín y Abel. Desgraciadamente, como bien dice la Biblia, la calumnia es golosina para los oídos…». Y sigue.
    Para nimbar el marco pastoral de la novela con favorecedoras luces crepusculares, resulta que David escribe su memorial sabiéndose víctima de una grave dolencia que pronto lo arrancará de su particular paraíso terrenal. Aunque tarde, ha comprendido que «la vida es lo más grande, quien la pierda lo ha perdido todo» (sic). Pero incluso a la muerte consigue arrancarle David rasgos embellecedores, pues en su cercanía el amor adquiere, dice, nuevas formas: «Formas dulces, casi ideales, ajenas a los conflictos y a los roces de la vida cotidiana». Como las del camino de salvación que postula esta novela.

  7. No me lo explico, es una critíca genial. Negativa si, pero solidamente argumentada. No me parece que su tono sea duro siquiera, aunque si contundente. Si desean leer criticas genuinamente heavys, señores del Pais, les recomiendo que lean la sección Cuaderno Critico en la revista electronica Literaturas.com; escrita con grandes dosis de ironia y acidez Por Clandestino Menendez. en comparación con aquel este hombre es un angelito.
    Devuelvanle su puesto de trabajo ya.

  8. La verdad es que de todoa esta polémica me llaman la atención dos cosas:
    1- Que el señor Echeverría, despues de 15 años trabajando en El País no haya tenido un contrato.
    2- Que nos demos cuenta ahora del negocio editorial Alfaguara-Babelia. Esto es algo que viene de lejos y que no parece haber molestado en absoluto al señor Echevarría hasta ahora. Es decir, hasta ahora ha consentido trabajar en esas condiciones.
    Pensemos como la cultura está secuestrada en nuestro país por intereses corporativos.

  9. Me parece una crítica literaria genial,que desmonta a este autor de la sobrevaloración que ha tenido(yo leí Obabakoak, y me aburrí por lo monótona y cursi que era, y creo que le concedieron el premio Nacional de las letras,exageradamente,y por motivos políticos claros,para pelotearle al PNV,etc.y quitarnos el complejo que tenemos de inferioridad,culpa,etc.cuando nos insultan con lo de españolistas,etc).Y que conste que yo me jugue mi libertad cuando militaba y actuaba en el PCE contra el franquismo,así que no me vengan a dar lecciones de nada estos falsarios,que protegen a los terroristas o miran para otro lado,como en la Alemania nazi hacían los alemanes respecto a los judios.El Pais,como periódico ,es una verguenza.

  10. Gracias. Por fin me he podido enterar de todo, aquí, por vosotros.
    Despues de la carta de solidaridad con Echeverria y de las intervención de la «Defensora» lo menos que podía hacer El País era publicar aunque a toro pasado, dos cosas: La critica de Echeverria a B.A. y su carta de despedida a Bassat. Ya somos mayorcitos, lectores desde «siempore» de El Pais para juzgar por nuestra cuenta sobre el incidente.
    Manolo

  11. Entrevista al susudicho en periodista digital…
    Aitor: mensaje recibido, tendré que quitarte, momentaneamente, de la lista negra de mi obra magna: la rebelión de los medios (gramos)…
    ¿qué se dice? sucram, gus-man
    La independencia y la credibilidad del periódico más importante de habla hispana, El País, han sido cuestionadas.
    ¿Por quién? Por los suyos: Mario Vargas Llosa, Rafael Conte, Rafael Sánchez Ferlosio, Juan Marsé, Eduardo Mendoza y una larga lista de colaboradores habituales y redactores (pinchar para ver carta enviada a El País).
    El público «adiós» al periódico de uno de sus colaboradores y críticos literarios más prestigiosos, Ignacio Echevarría, ha desatado una polémica sin precedentes en la historia de este diario, dando a entender que «algo huele a podrido en Dinamarca».
    Ejerciendo el derecho de la libre crítica, Echevarría escribió una reseña aguda, demoledora y sin compasión de la novela ¬íEl hijo del acordeonista¬í, de Bernardo Atxaga, editorial Alfaguara (también del grupo Prisa) y que fue publicada el 4 de septiembre en Babelia (pinchar aquí para leerla).
    Este hecho le significó que su colaboración fuese «congelada» sin explicación alguna. Después de tres meses sin recibir ninguna respuesta a sus preguntas Echevarría dijo públicamente «adiós» a través de una carta abierta dirigida a Lluís Bassets, director adjunto del diario, y que no salió publicada en El País. Ni una línea, silencio absoluto, aunque varios otros medios se hicieron eco de lo sucedido.
    Sin embargo, después de ocho días, el sábado 18, el periódico se vio obligado a publicar una carta que a su director enviaron numerosos escritores, intelectuales, y redactores: «Expresamos nuestra preocupación por el daño que ha sufrido el crédito del periódico a raíz de la carta abierta que el crítico de Babelia y colaborador de la sección de Cultura del diario, Ignacio Echevarría dirigió el pasado 9 de diciembre a Lluís Bassets, director adjunto de EL PA√çS, en la que se denunciaba la represalia y la censura de los que ha sido objeto por ejercer la crítica literaria tal y como venía haciéndolo desde hace catorce años en estas mismas páginas».
    La epístola provocó la reacción del rotativo, con la publicación, este domingo, de un artículo a página casi completa de la defensora del lector de El País, Malén Aznaréz (pinchar aquí). En él, Bassets hace sus descargos sobre los hechos, pero la opinión de Echevarría no aparece por ningún lado.
    Periodista Digital sí ha hablado con este critico literario que no tiene pelos en la lengua a la hora de analizar y valorar lo que pasa en un periódico cuyos directivos, a su juicio, lo están «secuestrando» a sus lectores. Con «cierta temeridad» en su voz crítica, Echevarría sólo pone una condición: «no ha habido fotos mías en España en catorce años y ahora no es el momento».
    ¿Cómo recibes la carta publicada el sábado 18 en El País de escritores como Juan Marsé, Eduardo Mendoza, Rafael Conte, Mario Vargas Llosa, entre otros?
    La recibo con alegría y con agradecimiento. Significa que mi gesto no ha caído en saco roto, y que al menos un sector de la cultura española es capaz de reaccionar a un abuso flagrante (el cometido conmigo) y a una deriva inquietante (la emprendida por El País de un tiempo a esta parte). No nos equivoquemos: ha sido una manifestación de defensa de El País frente a quienes se empeñan en secuestrarlo a los lectores y a los colaboradores que hicieron de él lo que es y está a punto de dejar de ser.
    Hablas de secuestro de El País, ¿pero no podría ser también la respuesta a un proceso de evolución de los tiempos y al derecho que cada medio tiene para marcar su línea editorial?
    Un periódico como El País nació con voluntad de orientar e influir en la evolución de los tiempos, como tú dices, y no de navegar a su merced y hacerlo, además, en beneficio propio. El País, por otra parte, y dada su aplastante hegemonía en el marco de la prensa española, tiene adquirido un compromiso histórico con sus lectores (los centenares de miles de lectores que le han dado esa hegemonía) que en cierto modo debería trascender los intereses comerciales de un grupo empresarial.
    ¿Algunos de los que firman la carta publicada en El País se ha puesto en contacto contigo?
    Cuando mandé por e-mail mi carta abierta, muchos de quienes la recibieron (la carta se propagó a una velocidad de vértigo) me escribieron para expresar su solidaridad conmigo. Entre ellos, algunos de los que luego han firmado la carta a ¬íEl País¬í. Pero nadie lo ha hecho con motivo de firmar esta carta, como es lógico, pues no he sido yo quien la ha promovido.
    ¿Cuándo te incorporaste a El País y cuál ha sido tu trayectoria dentro del diario?
    Me incorporé hace ya catorce años, y consolidé mi posición en el suplemento por virtud de la independencia, la exigencia y la contundencia que ahora se me recriminan. Es El País el que ha cambiado, no yo.
    ¿Cómo ha sido tu relación con los responsables de Cultura de El País?
    Mi relación con los sucesivos responsables del suplemento de Libros de El País ha sido siempre excelente. Y hago constar que he trabajado con, al menos, media docena, a lo largo de catorce años. Ha imperado la complicidad y el buen entendimiento. María Luisa Blanco no ha sido en este sentido ninguna excepción, más bien lo contrario. El problema surge recientemente desde jerarquías superiores del diario, y muy en particular a consecuencia de la gestión melindrosa y servil del responsable último del suplemento, Lluís Bassets.
    ¿Te duele tu partida de El País?
    Me duele el modo en que se ha producido.
    ¿Te ha dolido por una cuestión personal ¬ñ me refiero a la indiferencia demostrada hacia tu persona y tu trabajo – o por lo que significa tu salida respecto del libre ejercicio de la critica en España?
    Por las dos cosas.
    ¿Cómo valoras la publicación de la defensora del lector, Malén Aznárez?
    La Defensora del Lector ha hecho un evidente esfuerzo de ecuanimidad. Pero no deja de producir pasmo el hecho de que se pueda tratar por extenso «el caso Echevarría», como ella lo llama, sin darme voz de ninguna forma ni reproducir, siquiera parcialmente, mi carta y los argumentos que en ella daba.
    Lluís Basset habla de que la intención era sólo de ¬ëcongelar¬í la relación. ¿Te arrepientes de haber tomado la iniciativa de decir «adiós»?
    ¿Qué es esto de congelar? Parece que estemos hablando de pescados y no de personas. Tres meses y medio de «silencio administrativo», sin paga y sin explicación alguna al afectado. ¿No es eso un despido en toda regla? Y si no, es un caso gravísimo de negligencia. Por supuesto que no me arrepiento de haber precipitado una situación que ya estaba cantada.
    ¿Sigues pensando que hubo censura en contra de tu trabajo?
    Ha habido censura contra mi persona. La crítica de Atxaga no se censuró, entre otras cosas porque fue responsabilidad exclusiva de María Luisa Blanco, directora de Babelia, publicarla. Está claro, a la luz de los acontecimientos, que si Lluís Bassets hubiera tenido oportunidad de decidirlo, no la habría publicado. En cualquier caso, sí censuró mi siguiente reseña, la dedicada a T.S. Eliot, que por cierto se titulaba «Críticos imperfectos».
    ¿Qué opinas de que Bassets insista en que rechaza tu crítica al libro de Atxaga por considerarlo un ataque personal al autor?
    En la medida en que un libro pertenece a su autor, todo ataque a ese libro lo es, en cierto modo, al autor. Pero siempre indirectamente, como se deja ver en mi propia crítica. Son las reglas del juego, y no hay otra forma de jugarlo.
    ¿Por qué crees que sentó tan mal al director adjunto de El País, Lluis Bassets, tu crítica a Atxaga, cuando te la había solicitado la responsable de Babelia, María Luisa Blanco, conocedora de que el escritor vasco no era santo de tu devoción?
    En mi carta abierta del pasado día 9 dejo bien claro que, antes de encargarme la reseña, María Luisa Blanco -y cito- «me consultó acerca de mi opinión sobre Atxaga, respondiéndole yo, sin falsedad, que se trataba de un autor cuya trayectoria venía siguiendo con curiosidad y con respeto». No sé de donde sacas, por lo tanto, que «no era santo de mi devoción». En la misma carta sugiero muy claramente las razones del malestar de Lluís Bassets. Sólo me queda señalar el trasfondo político de todo este asunto. En mi reseña mordí hueso por dos veces: las «sinergias» del grupo Prisa, por un lado, y el tabú del nacionalismo vasco, por el otro.
    Hablas de las ¬ësinergias¬í del Grupo Prisa…¿ crees que existen espacios reales de libertad de expresión del pensamiento en medios que tengan la trascendencia que tiene El País?
    Lo dudo. Lo preocupante de la situación es que el menoscabo de la crítica y los límites a la libertad de expresión se produzcan dentro del periódico que, al menos hasta hace escasos años, hizo bandera de estos dos principios, y consolidó su prestigio actuando como defensor de los mismos.
    El actual ¬ëestado de las cosas¬í, visos de censura, politización en los medios, concentración de estos en pocas manos…¿cómo calificarías la situación? ¿cuál es tu reflexión?
    La situación es preocupante, desde luego. Por lo que toca a la crítica, no hay muchas esperanzas. Se trata de un género en indeclinable proceso de extinción. Al menos en el marco de la prensa diaria, y muy en particular en España, donde estamos asistiendo a una especie de «berlusconización» del sistema, y donde la institución de la crítica no merece apenas respeto, debido sobre todo a la indignidad de la mayor parte de quienes practican este oficio. Eso sí, donde la crítica deja de existir, el proceso de pauperización de la literatura misma se vuelve, a su vez, inevitable. La industria cultural usurpa su lugar a la cultura propiamente dicha, y a continuación ya se sabe lo que pasa: Lucía Etxebarría pasa por escritora, y cosas por el estilo.
    La sombra de esa especie de «berlusconización» de la que hablas ¿se puede extender al ejercicio del periodismo y por lo tanto a la libertad de expresión?
    Por supuesto. Toda concentración de poder, tanto más si se prolonga, entraña de por sí una amenaza a la libertad de expresión. Y El País, que desde hace más de 25 años concentra un poder enorme, no parece mostrarse especialmente vigilante hacia este peligro.
    ¿Conoces personalmente a Bernado Atxaga?
    No.
    ¿Qué opinión te merece como persona?
    Ninguna.
    ¿Y como escritor?
    Me remito a mi crítica de ¬íEl hijo del acordeonista¬í.
    Sabías que Alfaguara, del Grupo Prisa, editaba el libro de Atxaga. ¿Eso afectó en algo a tu trabajo?
    No.
    Dices que la critica literaria es un género en proceso de extinción…¿ eso ya lo pensabas antes de tu salida de El País ?
    Sí. Con frecuencia he dicho que la de los críticos es una especie en extinción, como los osos panda. Van quedando menos cada vez, y algunos de ellos viven en los zoológicos.
    ¿Qué importancia tiene la sensibilidad ante un escrito o una obra literaria?
    Una importancia proporcional a la que tienen, por ejemplo, la inteligencia, una cultura más o menos amplia, el conocimiento de la tradición, cierta intuición, cierta temeridad, y unas buenas dotes para escribir. De todo eso está construido el talento de un crítico.
    ¿Cómo se logra mantener una mirada limpia frente a un trabajo de letras?
    No se trata de eso. La mirada limpia no es posible, y además no interesa. Lo que importa es que esa mirada se articule en función de un razonado sistema de valores, y acierte a transmitirlo eficazmente, de forma que el lector pueda tomar una posición en relación a él, y por virtud de ello hacerse un juicio propio.
    ¿Qué hay de cierto en el dicho: «un crítico literario esconde un escritor frustrado?
    A este topicazo respondo siempre recordando a Juan Benet. √âl proponía lo contrario: que es el escritor, más bien, el que viene a ser un crítico frustrado; un hombre que, en su deseo desmedido de alcanzar el conocimiento de lo que le apasiona, no encuentra otra salida que el atajo de la creación. Dejando a un lado su aspecto provocador, la paradoja sugiere que el lenguaje del creador y el del crítico son de naturaleza radicalmente distinta: intuitiva la del primero, analítica la del segundo. De lo que no hay que deducir una oposición, sino una complementariedad.
    ¿Qué está hacer más daño a El País, el sistema o las personas? Me refiero a que si es un fenómeno particular con ese medio o es algo que afecta también a la prensa en general.
    Las dos cosas. El sistema marca unas tendencias determinadas. Pero son las personas las que resuelven resistirse o doblegarse a esas tendencias. La dirección de El País hace ya demasiado tiempo, demasiado, que está en manos de algunas personas que no merecen ese puesto y que salvo excepciones, son las responsables más directas de la trivialización y la manipulación del periódico. Ese periódico empieza a ser viejo, y cuenta con una jerarquía demasiado apegada a sus cargos, que se resiste a ceder el puesto a gente más joven.
    Tu reflexión última sobre todo lo sucedido.
    Que la dirección de El País está en manos de unos incompetentes.

  12. Cuando me llegó el correo sobre la polémica entre Echevarría y Basset no tuve reparo en difundirlo por pensar que podía ser de interés general. Ahora me llega otra opinión y la cuelgo para ampliar, complementar o matizar el debate al que el mensaje primero nos lanzaba.
    DESACUERDO
    José Luis Gallero
    Un azar (no sigo los suplementos culturales, no soy lector habitual de narrativa) me condujo a leer la crítica de Echevarría, cuyo tono incriminatorio tuvo la inesperada consecuencia de inducirme a leer el libro que tan agresivamente condenaba. Concluida mi despaciosa lectura, confirmé la sospecha de que se trataba de una crítica no sólo injusta y gravemente ofensiva para con el autor de la obra, sino para con el receptor de la misma. Recordemos un pasaje: «La beatitud y el maniqueísmo de sus planteamientos hace inservible El hijo del acordeonista como testimonio de la realidad vasca. A este respecto, la novela sólo vale como documento acrítico de la inopia y de la bobería -de la atrofia moral, en definitiva- que no han dejado de consentir y de amparar, hoy lo mismo que ayer, de forma más o menos melindrosa, el desarrollo del terrorismo vasco». Aparte de condenar olímpicamente la percepción de Atxaga sobre la realidad vasca, la sentencia de Echevarría convierte a todo lector favorable a la novela -¿te recuerda algo esta estrategia?- en algo así como cómplice de «la inopia melindrosa que consiente y ampara el terrorismo vasco».
    Como lector anónimo o como esporádico crítico, yo mismo podría señalar lo que considero puntos débiles en El hijo del acordeonista (acaso innecesariamente voluminosa, con ciertos desajustes de orquestación, provocados por la complejidad de la trama y por la notable cantidad de elementos puestos en juego), pero ante el virulento ataque de Echevarría me pareció pertinente realizar un ejercicio de contracrítica. El día 20 de noviembre envié una reseña a la redacción de Le Monde Diplomatique, desde cuya sección de libros, por una nueva carambola, me habían invitado a colaborar (sin embargo, la reseña, extraviada, no llegó a publicarse en el número de diciembre como estaba previsto). Entre tanto, recibí en mi dirección electrónica la carta abierta de Echevarría a Bassets, fechada el 9 de diciembre. No estoy la corriente de las siguientes entregas del culebrón (carta de solidaridad, informe del defensor del lector, nueva carta de Echevarría, etcétera, etcétera). Así pues, las conclusiones que expongo se ciñen a los puntos iniciales de la polémica, que considero cruciales.
    Repasemos el encabezamiento de la reseña de Echevarría: «Resulta difícil sobreponerse al estupor que suscita la lectura de esta novela. Cuesta creer que, a estas alturas, se pueda escribir así. Cuesta aceptar que, quien lo hace, pase por ser, para muchos, mascarón de proa de la literatura de toda una comunidad, la del País Vasco, cuya situación tan conflictiva reclama, por parte de quien se ocupa de ella, el máximo rigor y la mayor entereza». En vano se buscarán en el resto del escrito argumentos que sustenten descalificación tan categórica, salvo que por argumentos entienda su autor la siguiente cadena de nebulosas intimidaciones y chirriantes improperios: «Existe un huidizo concepto, el de la razón narrativa, que por su parte ampara las sinrazones que puedan caber en un relato. Pero es esta razón narrativa la que empieza por fallar completamente en El hijo del acordeonista, novela que incumple las mínimas reglas del decoro literario. El texto se ofrece como un desordenado memorial… Un artificio tramposo que, con sus chispas metaliterarias -y metaficcionales, dado que se insinúan aquí y allá claves autobiográficas-, no consigue amenizar la deriva tan previsible de un libro construido con una sentimentalidad jurásica, que en sus mejores páginas trae, bien que a su modo, el recuerdo de las novelas de José Luis Martín Vigil. Todo servido en una prosa de seminarista, de una cursilería casi conmovedora, llena de ridículos arrobamientos». Después de permitirse impugnar con la mayor arrogancia la entereza moral de su autor, el crítico emprende con pomposa solemnidad la más simplista y caricaturesca lectura posible de la novela: un verdadero insulto para el lector inteligente.
    La severidad crítica y la discrepancia ideológica no están reñidas con el respeto, ni con la elegancia, ni con el buen estilo ni con la delicadeza. En su pliego de descargos a Bassets, el remitente sostiene: «Llevo muchos años empleando un tono muy parecido, y el hacerlo no ha sido hasta ahora motivo de estupor ni de reprobación, más bien lo contrario. Te invito, para comprobarlo, a releer mis reseñas de las últimas novelas de autores como…, tanto o más duras que la dedicada a Bernardo Atxaga». El equívoco radica aquí en llamar «dura» a una crítica que no es otra cosa que humillante desde el punto de vista humano y chapucera desde el punto de vista intelectual.
    Vayamos al final de la carta: «… Simplemente decirte adiós, y despedirme de paso de los lectores de El País que durante todo este tiempo [14 años] han seguido, con su aprobación o con sus desacuerdos, mi empeño quizás insensato de perseverar en el cada vez más menoscabado y cuestionado ejercicio de la crítica». He aquí, por una parte, el más mediocre espíritu funcionarial autoelevándose a la categoría de héroe de la libertad de prensa, y por otra, la malevolencia profesional autoconvertida en mártir de la independencia crítica.
    Me abstendré de comentar apreciaciones del tipo: «la enclenque consistencia de sus personajes», porque entraríamos de lleno en el terreno de la opinión personal y de los gustos subjetivos. Tampoco caeré en la tentación de tomar en serio las siguiente frase: «No deja de resultar halagador, para mí y para el oficio de crítico, que a alguien le quepa pensar que una simple reseña, escrita en el tono que sea, pueda tener los efectos de un arma de destrucción masiva». ¿Qué quiere decir «halagador», en este contexto? ¿Qué quiere decir «escrita en el tono que sea»?
    Mis restantes conclusiones se hallan contenidas en los dos últimos párrafos de la reseña para Le Monde Diplomatique, que reproduzco como despedida:
    «Atxaga se interna en el corazón del problema que ha marcado a una generación de escritores e intelectuales llamada a realizar su trabajo en condiciones de extrema exigencia. «Si deseaba equilibrar el peso de la muerte, tenía que poner cuanto pudiera en el otro platillo de la balanza», escribe. Junto a un dominio admirable del tiempo narrativo, el autor pone a contribución de esa causa una exquisita poética de los detalles. Valores como la amistad y la fidelidad se convierten en los únicos capaces de llevar a cabo una tarea que en última instancia consiste en no traicionar, no traicionarse, no dejarse asfixiar por las mentiras.
    Cuando la ecuanimidad, seguida de la creatividad, abandona el espíritu colectivo, la gente se vuelve enemiga de sí misma, desata interminables discordias, descubre en el dolor una patria imposible. «Quizás haya que vivir tres mil años para alcanzar la calma», reflexiona el narrador en el bosque de secuoyas. Nada hay aquí de lo que pudiera denominarse «chatarra novelesca». El oficio de Atxaga se forja en un riguroso rechazo de la afectación. Nada más alejado de la cursilería. Nada menos ficticio. En esta latitud, las palabras despliegan todos los argumentos de la imaginación para alentar un proyecto fundado en el deseo y la necesidad de no interrumpir, bajo ninguna excusa, el precioso inventario, la vieja conversación acerca de las cosas importantes».
    José Luis Gallero
    Madrid, 23, XII, 04

  13. Los críticos suelen ser unos tarados. Los de libros, los de rock, los que se dedican a escribir sobre algo que conocen muy poco. Y tal vez son necesarios para la difusión.
    Pero también está clarísimo, que todos los medios ejercen su derecho a la Censura con descaro. Y eso es repugnante. A los periodistas les hacen falta huevos. Hace falta un periodismo que se preocupe por otras cosas que por si el torero o la princesa follan con un pino. Hacen falta espacios realmente nuevos, no esa mierda que se anunició en la televisón pública y suele dar gracia el resultado. Hace falta innovación y compromiso. Vanguardia y no tanta mediocridad. Hace falta menos copia de moldes y más creatividad. Hace falta eliminar los publireportajes y a los mercenarios de la palabra.
    Tal vez hagan falta más IE, pero sin duda, no hace nada de falta La Puta Censura.
    Ni Dios, ni Rey, Ni Censura ni Hipoteka

  14. HOLA CRISTIAN,TE MANDO ESTA CR√çTICA QUE ME PARECE UNA «PUTADA» NO POR EL AUTOR DE DICHA CR√çTICA (IGNACIO ECHEVERR√çA)SINO POR LO QUE LE HA ECHO EL DIRECTOR AJUNTO DEL PA√çS (LLUIS BASSETS)

  15. El libro me ha encantado.Lo he leido prestado por una biblioteca, pero lo compraré en la primera oportunidad que tenga.
    Entiendo así mismo la crítica de Etxeberria. Discrepo totalmente de su punto de vista pero entiendo su argumentación.Supongo que el señor Atxaga siempre ha sido sabedor de que muchos verían con esos ojos su obra.
    Me alegro de que la polémica al respecto haya sumado lectores (seguro), más aún si han sido de los tibios o de los beligerantes de slogan.
    Librepensadores y lameculos, habeis hecho una campaña de marketing genial a un gran libro.

  16. no manchen pongan lo mas importante si lo leo me duermo y como soy pobre no me puedo kedar mucho tiempo aki ademas es para una tarea y solo ocupo lo mas importante asi k no lo podrian poner mas corto
    muchas gracias.

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