Comunismo Pop

Un artículo de Grace Morales:
ZOCO IDEOLÓGICO
La teorías revolucionarias no mueren sino que se reciclan en el mercado de la moda juvenil, en una especie de todo a cien
¿A quién podría extrañar ver modelos desfilando con la hoz y el martillo bordado en carísimos bikinis?


GRACE MORALES – 31/03/2004
En algún vacío temporal de antaño, unir comunismo y cultura pop podría haber provocado las iras de determinadas personas, que el inconsciente colectivo imagina un poco como ese trío de funcionarios soviéticos que persiguen a la Ninotschka de Lubitsch. Por no hablar de que hasta hace no mucho tiempo la sola mención (o mero pensamiento) de la primera palabra producía una inmediata y pauloviana respuesta de miedo o inseguridad en otros tantos (no sólo en los Estados Unidos de la guerra fría: en este país, sin ir más lejos, en algunos círculos aún se teme a la «Hidra Roja»).
Pero a estas alturas, hablar del comunismo como un fenómeno retro es hasta amable y, para muchos, una tendencia de la moda a descubrir. Si John Galiano presenta su nueva colección inspirada en los payasos del circo, ¿a quién podría extrañar que para la temporada primavera verano no se viera a las top models desfilando con gorras de plato de la extinta CCCP, y la hoz y el martillo bordada en los carísimos bikinis? Seguro que performances parecidas ya se han celebrado, incluso aquel show capitalista de Miss Sarajevo o las últimas reuniones del gobierno chino dando vía libre a la propiedad privada podrían pasar por acciones culturales del mismo calibre.
Desde el fin de la historia dictado por el mercado, el comunismo se contempla como un objeto vintage: anacrónico, pero bonito y valioso por lo antiguo, igual que la momia de Lenin o la caída del Muro de Berlín y el concierto de Pink Floyd. Es más, si en algún momento el comunismo fue aprovechado por su némesis para hacer sorna de una determinada concepción del mundo, desde la negra sofisticación de un «1, 2, 3» de Wylder, hasta la grosería de los chistes sobre Carrillo en «Brujas Mágicas», en la actualidad se podría decir que la ideología comunista y hasta el propio concepto de la historia no es que se hayan quedado obsoletos, es que parece que nunca hayan existido. Salvo, claro está, como recurso dramático de las películas de espías y también de los discursos populares cuando se les va la mano de centro moderada. Esa misma clase política que, en un giro ideológico extraordinario, es la única que hace gala en la actualidad de lo que el comunismo denominó «conciencia de clase». El lumpen proletariat, por el contrario, es ahora un residuo arcaico, formado por marginados, bolsas de pobreza y programas de sucesos en televisión, pero los objetos derivados de los medios de producción marxista pueden convertirse en poco tiempo en objetos tan valiosos como los que se venden a precios astronómicos en las novelas de William Gibson y ya en los anticuarios occidentales.
Lamentablemente, los artefactos de la vida cotidiana en los países comunistas carecen del brillo y el encanto del objeto de consumo occidental, pero ¿quién no nos dice que pronto será moderno y chic adornar el «living room» con un satélite de fabricación soviética junto al televisor de hace sesenta años que no funciona, pero es precioso?
No es muy probable que las inmensas estatuas de los líderes comunistas, o más bien los fragmentos que hayan resistido las iras de los antiguos pueblos del Pacto de Varsovia, pasen a decorar el jardín de un millonario excéntrico en Bel Air, pero cosas más extravagantes se han visto, hasta fuentes de Coca Cola natural y bosques plantados con forma de esvástica. Durante el final de los setenta y hasta la desintegración del telón de acero, la cultura pop, principalmente en el campo del diseño, la pintura y la música ya había acaparado toda serie de símbolos y parafernalia comunistas, siguiendo el método de lo que se llamó postpunk; es decir, usar como reclamo publicitario o provocación descerebrada determinadas imágenes de totalitarismos políticos, pero desprovistas de cualquier otro sentido que no fuera el mero efecto visual, la sofisticación en la apariencia y, en resumen, la broma supuestamente artística. Casi lo mismo que defendía la ideología postmoderna, inaugurando la Edad del Reciclaje, pero sin memoria, ni método científico.
Mientras el comunismo sigue durmiendo el sueño utópico de los justos en libros y manuales, su aplicación práctica vende sus últimos cartuchos revolucionarios en fiestas de rock, mítines antiglobalización y camisetas juveniles, donde sigue imparable el fenómeno del pin y gorrita con la estrella roja, y la sudadera con la faz del Che, tan parecida al póster del Jesucristo progre. Las novelas de Graham Greene, como por ejemplo «El Factor Humano», donde se presenta un espía lo más parecido a un triste funcionario, que vende secretos a la URSS como si estuviera sellando pólizas, han perdido un poco su papel referencial en productos de entretenimiento de masas, siendo sustituido el miedo a la invasión comunista o a la bomba H lanzada desde una ciudad secreta en Siberia, por una lejana y confusa guerra santa contra civilizaciones del tercer mundo. Hasta el propio John Le Carre, padre del suspense literario que siguió a la II Guerra Mundial, y maestro del retrato de los hombres del KGB, tan poco sofisticados como los de Greene, ha abandonado este paisaje, le ha dado la vuelta y ha convertido al bloque capitalista en el Nuevo Enemigo de la estabilidad mundial, en esa amenaza siniestra en nombre de la democracia y el dios protestante que guió a Bush en su excéntrica guerra contra Iraq, y que, por cierto, también contó con el apoyo de Putin. Una muy beligerante postura que le ha valido el rechazo frontal de la crítica anglosajona a su última novela, «Absolute Friends».
El comunista, para los ojos más jóvenes de Occidente, ha pasado de ser el Pierce Brosnan de «El Cuarto Protocolo», un enemigo de la libertad y la propiedad privada que persigue a Harry Palmer en la carrera por un microfilme, o la tradicional bella y despiadada agente que surgió del frío y que traiciona su ideario por unas medias y un paquete de Winston, para transformarse en un traficante de armas en eurodólares o un mafioso de tercera, de pintoresco acento ruso en pleno Bronx. Hasta que comience la campaña por la amenaza del espacio exterior, y ahora el mundo libre se asuste con malvados jeques terroristas, quedan las ruinas de un mundo paralelo que nadie recuerda, salvo por Tintín y los Soviets, el «Rocket to Russia» de los Ramones, las películas «¡Que vienen los rusos!» y «Lenigrad Cowboys go to America», y la última aportación cinematográfica a este extraño subgénero commie pop, la celebrada por tantas razones y tan merecidas, «Goodbye Lenin».

4 responses to “Comunismo Pop

  1. ¡Es el momento! Voy a desempolvar mis viejos emblemas comunistas. Los compré por curiosidad a unos vendedores ambulantes allá por los tiempos de la perestroika.

  2. No me parece bien la banalización del comunismo. ¿Qué pensarías de alguien que lleva cruces gamadas negras en un circulo blanco sobre un fondo rojo?
    Los reminenes comunistas han sido una auténtica desgracia para la Humanidad. En los paises del este de europa sigue estando prohibido el PC y no es por capricho, allÔøΩ lo ha sufrido bien en sus propias carnes.
    La gente huía del comunismo: el muro de Berlín y el telón de acero no lo fabricó occidente para protegerse, ¡¡LO CONSTRUYERON LOS COMUNISTAS PARA QUE LA GENTE NO SE FUESE!!
    Banalizar todo esto cuando aún está muy reciente no es bueno. La historia no ha llegado a su fin, por mucho que algunos se empeñen.

  3. que bonito es todo ahora que ha caido el muro en los
    paises del este.la droga,la prostitucion,el paro,la
    pobreza,el hambre ,emigracion ,indigentes ,represion ,..que preciosidad de mundo capitalista……

  4. Lamentablemente y favorablemente,cayeron los totalitarismos más importantes del siglo veinte ,la Alemania nazi y Unión Soviética marxista con sus millones de muerto.

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