Espiritualidad Inbisible (2).



Guillermo Pérez Villalta, maestro de la figuración, traza el paralelismo entre artista y sacerdote.

18 responses to “Espiritualidad Inbisible (2).

  1. vaya lío que se hace la criatura y las tonterías que dice… Supongo que entre las cosas a las que llama «perder el tiempo» estará leer.

  2. El nivel de discurso de este intelectual de la movida merece ser transcrito textualmente:
    «(…) pienso que el artista no solo es un productor de objetos sino que es un señor que está, que es el sacerdote del ARTE, vamos a decirlo con esa palabra, es el sacerdote de un ritual que se llama ARTE, o sea, y ese es el sacerdote.
    Los demás, o sea, desgraciadamente no tenéis la capacidad la mayoría de crear obras de arte pero a nosotros que nos toca hacerlo somos el que hace el ritual del arte.»

  3. ¡Y dale con lo de «crear»!
    Aquí no crea ni dios, ni el artista ni, ya puestos, esa patronal que dice crear empleo…
    Ex nihilo nihil fit.

  4. Perdonad que recurra a la argumentación ad hominem, pero no doy para más: este tipo es subnormal, idiota de arrancar, estúpido. No sé qué decir, imbécil es poco. Sin duda un miserable y un baboso, pero también un hijo de la gran puta. Me repugna hasta el hartazgo. Así se pudra con su capacidad de crear obras y así se pudran sus obras.

  5. Hombre, toda la vida tratando de evitar ser un artista y ahora resulta que es inevitable. Sólo me queda el suicidio. Espero, no obstante, que el artista que llevo dentro sea capaz de tomar la iniciativa…

  6. pero tu quien coño te crees. Qué derecho te piensas que tienes para hablar así de alguien por muy mal que te parezca lo que dice. Don perfecto, que te debes pensar que todo lo que tu haces es la hostia, a ti nadie te ha dicho que lo que haces y lo que dices es una puta mierda, tonto.

  7. … pues lo que tengo que decir sonará naif, pero creo que el «derecho que Aitor se piensa que tiene para hablar así» se llama «Libertad de expresión»…
    Aunque como hace unos días que no leo prensa, a lo mejor ese derecho ya no existe por orden de los mercados, o tal vez ahora hay que ejercerlo mediante co-pago…
    Eso si, los sacerdotes orgánicos de la economía, la política o la propaganda pueden decir lo que quieran e insultar al grueso de la población, siempre que no usen la expresión «hijo de puta»…

  8. «En todo este planteamiento, estoy intentando plantear cosas…» jajajajajajajaj
    Siempre lo diré; hay personas que símplemente se equivocan de lugar y punto. Este tío parece haberse escapado de Museo Coconut, sin embargo, el cabrón hasta venderá algún cuadro de esos horrorosos como el que tiene detrás.
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  9. Guillermo es muy majo y no toma cocaína. Simboliza, eso sí. Es la hostia, es el Logos espermatizado y egoísta propio de El Idiota. Y es muy macho e intelectual. Es un hermafrodita.

  10. Querido amigo, me gusta ser objeto de tus atenciones, pero no estoy del todo satisfecho porque me parece que aún puedes hacerlo mucho mejor. Me voy a permitir, a riesgo de resultar condescendiente, darte un consejo:
    Para insultar bien, digo, para insultar con fundamento, tienes dos opciones, o bien insultas como yo hago, sin más, sin hacer referencia a nada, sin traer crítica ni demanda alguna, sin evocar, digamos, ningún escenario real, en cuyo caso la sonoridad es esencial (repara, por favor, en el «crescendo»: tonto, imbécil, baboso, miserable… hijo de la gran puta! ¿lo ves?) o bien traes a colación, de forma subrepticia, cierto tipo de subtexto relacionado con la crítica que deseas plantear.
    Por ejemplo, yo podría alegar algo como esto: «parecería que te hubieras atragantado con tus propios testículos, si no fuera por que asemejan guisantes» apuntando a tu manifiesta incapacidad para articular una sentencia y sugiriendo, al tiempo, una falta de hombría que resulta, a buen seguro, tremendamente molesta en público.
    Lo que no se puede hacer de ninguna manera, y perdona que sea dogmático en esto pero es por tu bien, es una exposición totalmente inverosímil. No puedes decir que «todo lo que yo hago y digo es una puta mierda», porque da la impresión de que evitas concretar debido a tu falta de información sobre lo que hago y digo, que te escaqueas de tus deberes porque no tienes argumentación alguna en la recámara. Quiero decir, confía en mí, que da muy, muy mala impresión.
    Podrías recurrir sin duda a algo más específico como, por ejemplo, «no sabes abocetar jardín japonés» o «no tienes ni idea de patronaje en crochet», si estás suficientemente seguro de que eso me va a tocar en la línea de flotación.
    Si me apuras, podrías incluso salir adelante con dignidad aún presumiendo de la más completa ignorancia sobre mi persona con sólo aludir a mi mensaje anterior, aunque para eso, sí necesitas una actitud prospectiva, inquisitiva y perspicaz, porque, amigo mío, el buen insulto en la modalidad «razonada» es aquel que desenmascara una intención. Has de preguntarte ¿qué ha querido decir este tipo con eso de «hijo de la gran puta»? ¿Acaso se refiere a algún tipo de maldad? Ser tonto no es lo mismo que ser un hijo de puta. Una cosa es tener pocas luces y otra muy distinta profesar insistentemente una intención malsana. Baboso, sin duda tiene connotaciónes harto desagradables, incluso abyectas. ¿Por qué?
    En tu caso, lo tengo fácil, porque revelas tus debilidades con claridad meridiana. Por ejemplo, «tú quién coño te crees que eres» revela que tú mismo mereces ser insultado: aunque me niegas el derecho a «hablar así», sí reconoces implicitamente que hay otros que se encuentran en posición de hacerlo. Pareces decir, «quién se ha creído que es para hablarme así. Si fuera Pepito o Juanito, podría hacerlo pero, tú… caramba, no estás a mi altura». En otras palabras, te estás llamando a ti mismo, tonto, imbécil, baboso, miserable y, con perdón, un hijo de la gran puta, pero con todas las de la ley. Además de reconocerte en estos apelativos te elevas a la posición de intocable. Muy, muy mal.
    Bien, no quiero extenderme más de lo estrictamente necesario ni darte absolutamente todas las pistas, creo que deberías hacer algunos ejercicios en casa. Practica, si tienes tiempo. Insulta a tu pareja, a tus amigos o, mejor incluso, puedes hacerlo en internet y obtener el placer desde la seguridad del anonimato. Pero, por favor, mantén la dignidad y no insultes «a lo tonto».

  11. Lol… Escribí esto hace tiempo…
    Dicen que el español es uno de los lenguajes con mayor riqueza de insultos, lo cual quizá podría ser cierto ya que en España se gasta muy mal genio. Sin embargo, no me terminan de convencer los insultos que más se emplean hoy en día. Veamos algunos casos significativos.
    Insultar a alguien llamándole maricón resulta tan absurdo como contraproducente, ya que establecer una relación entre las apetencias sexuales de cada uno y lo despectivo no denigra al insultado sino al insultador. Lo mismo valga para los familiares del insulto: marica, mariquita, bollera, hetero, puto, etcétera.
    El epíteto de cabrón también enloda al emisor antes que al receptor. Parece claro que el término actúa como metáfora de la infidelidad sexual, ya que en una pareja monógama se tilda de cornudo a quien desconoce las aventuras amorosas de su amante. Aparte de que no sé qué relación existe entre las astas de un rumiante y el devenir sentimental de una pareja, la infidelidad no me parece reprochable en sí misma, por lo que, para el caso, sería como llamar a alguien despechado, amado o enamorado. (Puedes encontrar un ensayo exquisito e imprescindible sobre el tema en el Elogio de la infidelidad escrito por Daniel Tubau, que puedes comprar en la web de lulu: http://www.lulu.com/content/269502)
    También me chirrían las invectivas que recurren al sexo, como “que te den por culo” o “anda y que te jodan”, pues, si por una extraña casualidad estoy enfrentado con alguien, lo que menos me apetece es recomendarle una saludable experiencia sexual. En cambio, sí que me parece muy interesante “vete a freír espárragos” ya que, con un poco de suerte, el interpelado puede quemarse con la sartén, saciando así mi sed de ridícula venganza.
    Absurdo es también el uso de insultos mediante la adscripción de la madre al colectivo de las profesionales del sexo. Me refiero al hijo de puta, hijo de mala madre, hijo de tres mil leches, etcétera. Aparte de que la prostitución me parece un oficio tan respetable como el ejercicio de la medicina, la enseñanza o la política, por poner un par de ejemplos, no entiendo por qué se debe involucrar a una madre en un contencioso entre dos adultos. Hítler fue una persona espeluznante, aterradora, el súmmum de la maldad, pero ¿su madre? Pues vete tú a saber, que no he leído nada sobre ella. Por cierto, al respecto me llama mucho la atención el que la prostitución materna también pueda utilizarse para designar algo bueno (eso es de puta madre, tío). Quizá, la ambivalencia de la percepción moral del oficio se deba a una tensión entre el sentir popular y el dogma eclesiástico, pero habría que analizar con más detalle esta curiosa contradicción para no incurrir en conclusiones apresuradas.
    Patético y perverso es igualmente la genitalización de personas y situaciones: ese tipo es un coñazo (aburrido), mientras que yo soy cojonudo (formidable); lo pasamos de cojones (muy bien) armando un chocho (lío) de tres pares de pelotas (grande)… A no ser que consideres que un testículo posee mayores bondades intrínsecas que un ovario, lo cual resulta científicamente controvertido, no veo por qué los genitales femeninos deben ocupar el polo negativo de este espectro moral.
    Llamar a alguien imbécil, tonto, estúpido o cretino con intención despectiva tampoco parece muy inteligente. No sé por qué hay que referirse a las personas de torpe entendedera en términos peyorativos. Igual que a nadie se le pasaría por la cabeza insultar a una persona diciéndole “anda, que no sabes resolver raíces cúbicas”, puesto que las dificultades con las matemáticas no nos parecen reprochables; tampoco tiene sentido que injuriemos a una persona haciendo referencia a sus problemas de comprensión general.
    Un matiz interesante lo introduce aquí el término gilipollas, que podría traducirse como tonto del pene. Efectivamente, hay gente que sobredimensiona de tal manera el artefacto masculino, que bien podrían ser tildados de gilipollas, ya que en una curiosa pirueta mental tienden a asociar n centímetros de protuberante carne con una mayor valía profesional, social e incluso moral (se les reconoce porque a la menor ocasión sueltan una frase que empieza diciendo “es que las mujeres son…”).
    En fin, frente a semejante panorama lingüístico parece recomendable, por tanto, que busquemos nuevos epítetos con los que injuriar sin temor alguno (salvo, claro está, la corpulencia, belicosidad y cercanía del injuriado). Yo acostumbro a emplear uno con frecuencia, tachún, que se puede utilizar contra una persona –ese tipo es tachún, cuidado con él– o para describir una situación complicada –amigo Leafar, esto es tachún, me temo que nos harán trabajar este fin de semana–. El término tachún, sin embargo, presenta quizá un defecto grave: carece de la contundencia necesaria para que el receptor se sienta realmente insultado, pero, bueno, en cualquier caso, es un primer paso para el cambio de paradigma insultitriz en aras del progreso lingüístico.

  12. Muy bueno, Marcos 😀
    Lo que no acabo de ver claro es lo de que la prostitución esté a la altura de la política, cuando la diferencia es palpable: al político nadie le obliga, comercia con su lealtad por voluntad propia y, más aún, lo hace disfrazando sus motivaciones, lo que sitúa su catadura moral en un lugar bastante más oscuro que el de una profesional del sexo.

  13. si el artista es el sacerdote, que alguien me explique… ¿ quiénes son los sacristanes, los monaguillos, las viejas beatas y Rouco Varela?

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