La mercancía ideal

Preguntémonos, loca, cuál será la mercancía ideal. Vender cosas útiles se ha vuelto tan inútil como practicar la caridad.

La mercancía ideal no tiene que cubrir una necesidad. La satisfacción de una necesidad es un límite a la productividad. La mercancía ideal debe ser una opción infinitamente actualizable y fácilmente reproducible. No debe ser material, soportar peso, desgaste, suciedad, costes de distribución y demás. Ha de ser una epidemia aparentemente inocua.

Por ejemplo, la CULTURA. La mercancía ideal se teletransporta y no llena. El saber no ocupa lugar, y nunca se tiene bastante. Ni se puede prescindir de una parte ni se puede abarcar nunca el todo. Hábilmente canalizada por sus autores, la cultura misma abre la fuente y el cauce de su reproducción. El problema con la cultura es que su valor aumenta cuanto más se difunde y esto resulta demasiado evidente (es de necios confundir valor y precio, decía el poeta). Que no admite propietarios: es desviable. Y que afila el sentido crítico.

La mercancía ideal tiene que seguir siendo deseable incluso cuando es plenamente accesible, implementar un dinamismo adictivo capaz de anular la reservas críticas. Es por ello que Burroughs reconocía en las DROGAS, especialmente aquellas capaces de degradar físicamente al individuo, el perfil de esa mercancía definitiva cuyo consumo, lejos de saciar, multiplica su necesidad y extiende su imperio.

Casi todas las mercancías propias del capitalismo avanzado, desde la SALUD a la TECNOLOGÍA, incorporan esta lógica viral que se ha convertido en el modelo de producción de la sociedad del espectáculo integrado, siendo la imagen su materia prima inmaterial: plasmación «plasmática» de una expectativa siempre inalcanzable, de un potencial peligro siempre amenazador, fantasía emancipada del mundo real. La PORNOGRAFÍA, entendida en sentido amplio como representación del deseo, y por tanto como su denegación, siempre diferido, explota comercialmente los fantasmas. No instaura un diálogo, sino que se propone como una evasión a medida. Por eso casi toda la cultura es hoy pornografía, incluso cuando se disfraza de otra cosa.

Pero hay algo en nuestros días más explícito y obsceno, necesario e insuficiente, básico y transversal, omnipresente e invisible que cualquiera de estos candidatos: algo que reúne todas sus ventajas sin cargar con ninguno de sus inconvenientes: el DINERO. Asumido convencionalmente como valor de cambio de todas las demás mercancías, la sangre que alimenta la producción, es capaz a su vez en convertirse en un producto diversificado. La riqueza puede comprarse: vendiendo futuro. Sólo una mínima parte del capital supuestamente existente tiene expresión material como moneda actualizada, como poder real de eliminar deuda (futuro hipotecado), y no digamos nada como soporte material (oro o cualquier otra consigna de peso). Y la deuda sigue creciendo en medio de un absurdo tan voraz, pues en ella se cifra la única salida. La riqueza se torna así escasez, no se entiende cómo podría suprimirse esta dialéctica; y el poder, esclavitud. Sólo una miseria infinita puede soportar toda esta riqueza sin límite.

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