OBEY en Málaga (un análisis de Rogelio López Cuenca)

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Mal de Archivo 2: Obey

por Rogelio López Cuenca

You make history when you do business —
Barbara Kruger

YA pasó. Ya es historia. A mediados del mes de noviembre de 2013 (parece que fue ayer. ¿O fue ayer y ya es historia? ¿o en realidad era historia mientras iba pasando?) pasó por la ciudad de Málaga Frank Shepard Fairey, Obey. Como una exhalación: tres días le bastaron para ejecutar un gigantesco mural en el muro trasero de un edifico a espaldas del CAC. ¡Tres días! Esto es lo que se llama una operación comando, y un ejercicio propio de lo que en el milieu se conoce como un «artista paracaidista»: que aterriza, da lo mismo en un lugar u otro, ajeno por completo al contexto social, histórico o político del sitio, al que se enfrenta como a una página en blanco. Solamente precisa conocer las dimensiones exactas de su trozo de pared. Al paracaidista, lo demás le da igual, se mueve en un universo muy similar vaya adonde vaya: tiene un encargo, unos jefes, unas fechas, un fee.

De una bienal de arte contemporáneo a otra, de una feria de arte a un evento de public art, de un aeropuerto a otro, reencontrado una vez y otra vez a los mismos colegas, artistas, comisarios y críticos in vogue, hablando siempre en inglés, la lingua franca del business global. Al paracaidista le trae al pairo donde ha aterrizado, y mucho menos la historia del lugar. La historia la hace él. En el caso de Málaga, el artista ha encontrado el terreno ideal, una amalgama sui generis de cíclico adanismo y de arrebato snob sobre un sustrato cateto que se diría, ¡ay!, fatalmente incurable. Espiguemos de entre las entusiastas páginas que la prensa local ha dedicado al acontecimiento: «Un mural para la historia», «lo que estamos haciendo aquí hoy será parte de la historia», «un díptico histórico (se refieren a otro mural vecino, pintado esa misma semana por otro artista, D*Face, éste un poco más lento, en cuatro días) no sólo para la ciudad sino para el urban art internacional», «la presencia de los dos artistas pasará a la historia», «el siglo XXI ha dejado su huella en esta ciudad». Y para coronar el panegírico, Fairey ha tenido la oportunidad, leemos, de experimentar personalmente, con sus propios oídos, la querencia local por la hipérbole: entre los fans que le pedían autógrafos, alguien se le acercó y le agradeció «en inglés, que haya situado a Málaga en el mapa del mundo».

¡POR fin Málaga en el mundo! Merced a un mural de Obey. De esa misma manera lograron también en su día situarse en el mapamundi -y en la historia- Cicinnatti, Denver, Dallas, Massachussets, Providence… o su ciudad, Los Angeles, donde, como es natural, se concentra la mayoría de ellos. Aunque quizá la excepcionalidad de este mural se deba a que (y esto es marca de la casa CAC, que tan bien ha sabido captar el genuis loci) «es la primera vez (el subrayado es mío: El deseo atrapado por la cola) que coinciden dos de los cinco mejores especialistas de esta rama en una intervención conjunta», realizando «el mural más grande de sus respectivas carreras». Eso será, porque original, lo que se dice original del todo, no lo es, ya que se trata de una versión, convenientemente ampliada, del print «Peace & Justice Woman», que en edición de 450 ejemplares se puso a la venta en su tienda on line el pasado mes de abril. Para su mural en Málaga Obey ha cambiado la palabra «justicia» por «libertad», sin duda motivado por, «la única condición que se les ha puesto a los creadores -en palabras del director del programa MAUS (Málaga Arte Urbano Soho), Fernando Francés (AQUÍ)- que ‘trabajasen sobre valores positivos e ideas de renovación, ya sea la ecología, la paz, la esperanza o la ilusión’. Con respecto a la paz nunca hay equívocos: todos estamos por la paz, incluido el premio Nobel de la ídem, el presidente Obama, cuando declara una guerra lo hace en nombre de la paz. Pero está claro que evocar, invocar o reclamar (no está claro lo que hace el mural) «libertad» es menos comprometido que desear o pedir «justicia». Esto último es susceptible de sugerir incómodas cuestiones acerca de la posible existencia de desigualdades de índole social, económica o política entre nosotros. Y eso sí que no: España no es Uganda. Ni Málaga. Ni el «Soho».

CONOCÍ la obra de Obey a principios de los años 90: las pegatinas fotocopiadas de Andre the Giant al mismo tiempo que carteles serigrafiados y estarcidos directamente sobre la pared o el mobiliario urbano.

PARA entonces había ya desbordado su territorio de origen, el campo del skateboarding (pintar tablas, editar camisetas y gorras de baseball) y atraído la atención de algunas galerías, que ya habían intentado en los 80 comercializar la estética del graffiti – y en algunos casos lo consiguieron (Keith Haring, Basquiat) si bien, ¡ay!, daños colaterales, dejando los cadáveres de los elegidos por el camino.

EL proyecto de Fairey sobrepasa los estrechos límites del trabajo artístico: se trata de un triunfante emprendedor. En 1999 crea, con otros dos socios, una empresa, Blk/Mrkt (obviamente, Black Market), desde la que realizará campañas publicitarias de éxito, llegando a recibir encargos de empresas del calibre de Virgin, Sony o Pepsi…En 2001 lanza la marca de ropa Obey Clothing. Y en 2008 su poster de la campaña presidencial de Obama le granjeará la portada de la revista Time y, definitivamente, la fama mundial. En las escuelas de publicidad, no sin razón, se estudia como modelo de explotación de marketing viral: en el desarrollo de su plan, los consumidores son al tiempo propagandistas -no remunerados. ES más, pagan por serlo-, de modo que cada uno de los movimientos que en cualquiera de los campos en que se mueven sus productos -por ejemplo, su segunda portada de TIME, «The Protester» – funciona como publicidad y generador de plusvalía en los restantes. Como del cerdo, no se desperdicia nada. Del mural «Paz y libertad», tampoco. Obey cuenta en facebook que lo ha pintado «invited by the Maus Málaga and the CAC Málaga (…) in the center of the rising art community here in Málaga». La naciente comunidad artística aquí en Málaga.

¿NADIE le explicó a Fairey por qué «the art community here in Málaga» supuestamente había decido poner el huevo precisamente allí? ¿No le hablaron de la transustanciación del «Ensanche» en «Soho»? ¿No le sonaría a otras experiencias de instrumentalización del arte y la cultura como coartada legitimadora de obscenas operaciones de especulación inmobiliaria? Existen, no cabe duda, artistas cuyo narcisismo los inmuniza acerca de cualquier interés por el mundo que pueda existir más allá del propio ombligo. Pero el caso de Obey no parece sea ése, por lo se desprende de sus propias declaraciones y de su obra, plagada de referencias, y de citas literales, a la historia de la disidencia y la resistencia, y las luchas revolucionarias del siglo XX -desde el ya citado cartelismo soviético de los 20 a Malcolm X y Angela Davis, del Black Panther Party a los Young Lords, y del Vietcong al Frente Zapatista. Si no fuera por esto, su exhibicionismo de armas y chicas monas no lo diferenciaría demasiado de la estética del gangtsa rap.

¿QUÉ hubiera el artista paracaidista encontrado en «el centro de la naciente comunidad artística aquí en Málaga» si para «hacer historia» no se hubiera limitado a «dejar su propia huella» como el que hace una entrega de ayuda humanitaria, como los marines lanzan desde el aire paquetes, yo qué sé, de peanut butter sobre el desierto afgano? ¿si hubiera tenido un mínimo interés en ver algo más que un muro medianero de 38 metros de alto por nueve de ancho como el lienzo ideal en medio de la nada? Todos sabemos que para un joven skater, leer periódicos es cosa de carrozas, pero Fairey tiene ya los cuarenta. ¿No sabía a qué país llegaba?, ¿a qué ciudad?, ¿a qué barrio? Las pinturas murales han sido utilizadas desde los años sesenta para intentar lavar la cara en lo posible a tanta atrocidad ejecutada por la especulación en el corazón de las ciudades; el arte como cosmético; la droga blanda invitada a última hora para atemperar los efectos de la verdadera droga dura: la arquitectura puesta al servicio del lucro insaciable. Estaba en el Paraíso de la Destrucción del Territorio, en la provincia con mayor cantidad de litoral edificado, es decir, destrozado en España. ¿No le dijeron que una reciente «Ley de Costas» amnistía esa barbarie?¿Nadie lo llevó a dar una vuelta, a enseñarle cómo la codicia trepa en forma de lengua de cemento y ladrillo monte arriba, o se agolpa en la playa como una muralla que expropia y pone en venta el paisaje exclusivo, mercancía, la vista del mar? La mismísima doble torre donde luce el sereno semblante que proclama «Paz y Libertad» es una dentellada de ese tipo, un monumento a esa voracidad.

¿NO le dijeron que el nombre del colegio sobre cuyo patio estuvo trabajando esos tres días era García Lorca? ¿Sabía que García Lorca es un desaparecido?, ¿y que hay 140.000 personas en su misma situación, enterradas sin identificar en los descampados y las cunetas de este país en «paz y libertad»? ¿Que sólo aquí, «here in Málaga», hay más de cuatro mil personas enterradas en la mayor fosa común conocida de ejecutados políticos durante la guerra y la dictadura? ¿Sabía que al poeta García Lorca, como se vanagloriaba uno de sus asesinos, le metieron «un tiro en el culo, por maricón»? ¿No sabía quiénes eran esos asesinos? ¿Sabía del golpe militar fascista? ¿No le hablaron de la larga guerra de exterminio en que los fascistas sacrificaron a su propio pueblo?, con el apoyo de Italia y Alemania, de Mussolini y Hitler -sí, los malos de las películas de Hollywood. ¿Nadie le dijo en agradecimiento a qué aquella calle se llama Alemania?… ¡Cuántos temas para la inspiración de un artista sensible! Existen hasta espléndidos carteles revolucionarios de aquella época que podría haber fusilado. ¿Llegaría a ver acaso la incongruente placa que al otro extremo de la calle nombra a
un tal «José Manuel (sic) García Caparrós»? ¿Nadie le dijo que fue la última víctima del terrorismo de Estado que asoló este país por más de cuatro décadas? ¿Y que se trata de un asesinato impune todavía? La justicia -Justice-, está claro que quedaba excluida de esa serie preclara de «valores positivos e ideas de renovación, ya sea la ecología, la paz, la esperanza o la ilusión».

¿NO supo que los fondos (alrededor de un millón y medio de euros) para estas operaciones de «limpieza y mejora» del barrio, incluido su mural, proceden de un llamado proyecto POCTEFEX -Programa Operativo de Cooperación Transfronteriza Fronteras Exteriores? ¿Le hablaron de la cooperación transfronteriza? ¿Le dijo alguien que el fastidioso viento que les importunó el trabajo en paz y libertad esos tres días es el mismo que vuelca las pateras de los inmigrantes llamados «ilegales»? ¿Le contaron que el espectacular panorama marino es también una fosa común y que se desconoce el número de desaparecidos al intentar cruzarlo? Por pocos días no fue Obey testigo de la performance de las autoridades derramando lágrimas de cocodrilo por los más de trescientos inmigrantes ahogados en Lampedusa -otro récord-, antes de encargar la instalación de «concertinas» en las vallas de Melilla. Y de ordenar expulsiones, ésas sí, ilegales, de inmigrantes. Cooperación transfronteriza. Peace and Liberty.

LÁSTIMA de estos viajes relámpago. ¿Nadie le habló de las familias desahuciadas, las madres con los niños, rodeados de sus ropas y sus muebles, en medio de la calle? Una escena de novela de Dickens. En 2013. Por muy poco se perdió el desalojo de 13 familias de un edificio que habían ocupado, «here in Málaga». Y qué pena, se fue antes del anuncio de la nueva ley de Seguridad Ciudadana, que penaliza con cuantiosas multas -¡de hasta 30.000 euros!, participar en protestas pacíficas -por ejemplo, en contra un desahucio como el descrito antes- o filmar o fotografiar a la policía que las reprime. Peace an Liberty.

¿NI siquiera le dijeron que «here in Málaga», la Ordenanza de Movilidad multa a los skaters «que no se acomoden a la velocidad normal de un peatón»? ¿Le avisó alguien de que el «Maus», de que el «Soho» es una especie de reserva india, como un campo de concentración del Street Art, y que fuera de él la mentada ordenanza penaliza las «pintadas, manchas, garabatos, escritos, inscripciones o grafismos» y «la colocación de carteles, vallas, rótulos, pancartas, adhesivos o papeles pegados». Peace and Liberty. Aquellos primeros stickers de Obey hubieran sido entonces y son ahora un delito aquí, «here in Málaga», castigado con multas de entre 750 y 3.000 euros. Excepto si «se realizan con autorización expresa del Ayuntamiento (…) que establecerá las condiciones». Excepto si la firma de su autor es también ya una marca cotizada. Peace and Liberty. El Paraíso del Street Art.

HACE unos años, en 2011, un mural de Fairey, titulado «Peace» y realizado en Copenhague, fue contestado -«vandalizado» sería el término que la prensa utilizaría al tratarse de una agresión a una obra de arte con todas las de la ley- con dos pintadas explícitas: «no peace» y «go home, Yankee hipster». La obra de arte paracaidista, en este caso había tomado tierra el en solar que antes ocupara un edifico cuyo derribo había intentado evitar, durante años, la protesta ciudadana, y que fue demolido finalmente por el ayuntamiento en 2007. La intervención posterior de Obey para maquillar el atropelllo fue percibida como una burla, el colmo de la arrogancia, al proponer clausurar de tan «buen rollo» el conflicto. Con claros vencedores y vencidos: Peace. En la calle Alemania, «here in Málaga», en el «Soho», sobre el patio del colegio García Lorca -sostenido por el coro de las plumas de los opinion makers locales. Y los miles de «likes». Y el retuiteo como baremo sumo, el patrón del valor indiscutible-, «Paz y libertad» se eleva lo bastante por encima de la chusma boquiabierta como para que sea siquiera imaginable un desacato parecido.

SI existe un rasgo común a toda la obra de Fairley, como hemos visto, es la apropiación de imágenes y de textos preexistentes, la cita, y la cita ambigua, irónica. A lo mejor sí está Obey al tanto de todo esto -de la persecución de los skaters y de los grafiteros, y de los inmigrantes; y de la represión policial; y de la especulación inmobiliaria; y de las maquinaciones y chanchullos de quiénes se lucran con toda esta historia -y business- del arte urbano, aquí, «here in Málaga»-, así que a lo mejor el lema «Paz y Libertad» es una sarcástica risotada en nuestra cara. En ese caso, y si Obey no fuese irónico podría haber optado por un texto directo. Por ejemplo, «No Justice, No Peace» -si no hay justicia, tampoco habrá paz-. O por la sola palabra «Justicia». O «Transparencia». O «Vergüenza». Pero siendo la ironía una característica distintiva de su obra, podría igualmente haber mantenido -el sabio, ya por viejo, pueblo de Málaga es buen entendedor, tiene experiencia- el ya clásico eslogan que un día lo transformó a él mismo en marca registrada: Obey. Obedece(d).

Publicado originalmente el El Observador

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