Presentación de Nolens Volens en Off Limits

El pasado jueves se presentó la revista Nolens Volens (de lo que ya informabamos en una entrada anterior). Aprovechamos la ocasión para presentar algunas obras de los artistas colaboradores en este primer número.
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Noaz intervino en la pared exterior de la sala


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En la puerta nos recibia la obra sonora de Santiago Sierra «Advertencia». El audio está disponible en: http://www.santiago-sierra.com/200706_1024.htm.
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Vlad Nanca. Ya no se a qué unión quiero pertenecer.
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Revistas gratuitas (por esta vez) a disposición del público, detrás la obra «Neoplasia» de Ana Carnerero, sobre casos de cancer asociados a las ondas electromágneticas de las antenas de móviles. Se pueden ver imagenes en: http://www.panoramio.com/photo/336041.
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Blow up Stroll On de Cristoph Draeger, remake de una escena de la pelicula de Antonioni.
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Serigrafías de Azucena Vieites.
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Selección de carteles del Taller Popular de Serigrafía.
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Documentación videográfica de ID, de Rubén Santiago. Del que ya informamos cuando tuvo lugar: ID, un proyecto criminal.
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Obra de Eugenio Merino.
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Do it to death, video de Jota Castro, donde a ritmo de James Brown, un inmigrante se beneficia de los símbolos europeos.
Mientras cerramos la distribución, de la que os mantendremos puntualmente informados, un adelanto, el artículo de Carlos Jimenez para este número, que como ya hemos contado está dedicado a la actualidad:
El discurso de los buenos.
La realidad, el acontecimiento y las noticias hoy.
Por Carlos Jiménez.
La pregunta por la realidad es una pregunta con respuestas distintas según la clase de ontología a la que se acuda para responderla, pero aquí no vamos ni siquiera a intentar el inventario de las respuestas posibles, porque lo que de verdad nos interesa ahora es ocuparnos de las respuestas que el Imperio Americano ofrece a esa pregunta. Lo que caracteriza una época – afirma Martín Heidegger en La época de la imagen del mundo – es justamente la decisión sobre el ser característica de esa época. Y la ¬® decisión sobre el ser ¬¥ que adopta ese imperio la expuso abierta y francamente un asesor del presidente George W. Bush en un dialogo con el columnista del diario The New York Times Frank Rich, quién le cita en su libro de The greatest story ever sold en estos términos:
¬® El estudio juicioso de la realidad discernible ya no es la forma en la que funciona realmente el mundo. Ahora somos un imperio, y cuando actuamos creamos nuestra propia realidad. Y mientras usted estudia esa realidad ‚Äì juiciosamente, como seguramente lo hará -, nosotros volveremos a actuar, creando otras realidades, que usted también estudiará, y es así como son las cosas. Somos actores de la historia… y usted – todos vosotros – os veis reducidos simplemente a estudiar lo que nosotros hacemos.¬®
O sea que la realidad no es lo que es – como respondería cualquier ontología realista y a la vez tautológica – sino que es lo que el imperio genera o produce por sí mismo, en el ejercicio de una autentica Wille zur Macht, de una voluntad de poder, convertida en la única fuente de toda realidad. Esta pretensión de omnipotencia, este deseo expreso de que lo Arthur J. Schlessinger llamó en su día ¬¥ la presidencia imperial ¬® sustituya con al Dios de la tradición judeo-cristiana en su papel de creador absoluto del mundo, podría calificarse de delirio. E inclusive de psicosis: esa patología extrema causada por la omisión o la forclusión del principio de realidad. Pero lo que importa ahora no es tanto calificar esta omnipotencia como mostrar de qué medios se vale el Imperio Americano para forjar o, al menos, intentar muy seriamente forjar la realidad a imagen y semejanza de sus ambiciones y deseos.
El primero de esos medios es sin duda la guerra, que para el Imperio es el acto preformativo por excelencia por cuanto la guerra resulta de su decisión de hacerla.
Cuando el Imperio afirma ¬® estamos en guerra ¬® es porque efectivamente ha desencadenado la guerra que el mismo dio por inevitable. Pero una vez que la guerra es un hecho cabe preguntarse – como lo hacen los buenos estudiosos estigmatizados por el interlocutor de Rich – cuál es la realidad de esa guerra. Y es allí, en el nombre, la definición, la composición y la articulación de la guerra donde la voluntad de poder del Imperio se muestra de la manera más amplia y completa posible, exhibiendo una complejidad constitutiva que sobrepasa evidentemente los términos más simples de una voluntad puramente individual. El Imperio no es un sujeto en el mismo sentido que lo es un sujeto puramente individual y, por lo tanto, definir como ¬® voluntad de poder ¬¥ al conjunto de sus acciones performativas sobre el mundo, es un recurso puramente alegórico, aunque absolutamente necesario en el proceso de formación de la conciencia que se hacen del Imperio tanto sus agentes como sus pacientes, tanto los incluidos como los excluidos por el mismo.
En el contexto de las guerras generadas ex novo por el Imperio cabe ocuparse en definición que el Imperio ha hecho de las guerras de Afganistán y de Irak es la de simples episodios de una guerra todavía más vasta, que las sobrepasa y a la vez enmarca: la guerra contra el terrorismo. Guerra sin límites ni fronteras espaciales o temporales, librada, además, contra un enemigo que es un fetiche, si hemos de atender a la definición que alguna vez ofreció Georg Luckacs del fetiche, cuando afirmó que si un concepto es privado del adjetivo que lo hace concreto se fetichiza. Y eso es lo que es ¬® la guerra contra el terrorismo ¬®: una expresión que fetichiza al terrorismo porque le asigna el carácter de adversario concreto, específico, a lo que no es más que uno de los métodos de hacer la guerra, cualquier guerra.
La experiencia histórica mas reciente es reveladora. Cuando en 1940, Winston Churchill ordenó al general Arthur Harris, jefe del Comando de Bombarderos británico, el diseño de un plan de bombardeos ¬® estratégicos ¬® contra las ciudades alemanas, capaz de reducirlas a ruinas, caben pocas dudas de que estaba apelando al terrorismo de masas como medio o instrumento de llevar a cabo la guerra. Churchill confiaba en que aterrorizando de ese modo a la población alemana conseguiría ponerla en contra de Hitler y su camarilla, responsables de desencadenar una guerra que, gracias a los bombardeos británicos les destruiría sus ciudades y hasta sus propias casas y no sólo – como les habían prometido los nazis – las ciudades y las casas de sus adversarios. Pero Churchill – así como ninguno otro de sus aliados en la Segunda Guerra Mundial – afirmó que luchaba contra el terrorismo que, por su parte también practicaban a gran escala los nazis. No: el líder británico dijo que hacía lo que realmente hacía, que era combatir a la Alemania nazi con todos los medios a su alcance, con independencia de la calidad ética o jurídica de esos medios. Y explicó e incluso intentó en algún episodio justificar su propio terrorismo como una respuesta al terrorismo de masas de los hitlerianos, que habían bombardeado por aire Londres, antes que los ingleses comenzaran a hacer lo propio con las ciudades alemanas.
O sea, repito, el terrorismo como medio o instrumento de realizar la guerra. Que a la postre el terrorismo resulte ineficaz e inclusive contraproducente; o que pueda o deba ser objeto de una sanción legal o de una condena moral, no cambia su condición efectiva de instrumento de la guerra. Como dijo el actor Charles Laughton, refiriéndose en términos elípticos a la situación actual: ¬® El terrorismo es la guerra de los pobres y la guerra es el terrorismo de los ricos ¬®.
En suma esta guerra se enuncia o define como una guerra contra un método de hacer la guerra que, para mayor paradoja no prescinde para nada del terrorismo de masas como lo han probado fehacientemente los bombardeos ¬® inteligentes y de ¬® saturación ¬® de Afganistán y de Irak.
Cierto, el Imperio afirma en los discursos de Bush que ha luchado o seguirá luchando contra los taliban y contra Sadam Hussein y sus ¬® armas de destrucción masiva ¬®, así como contra las milicias islámicas de Somalia y las que pudieran emerger en el conjunto del Sahara. Y anuncia que está dispuesto a atacar al régimen de los ayatolaes de Irán si estos no aceptan someterse al Imperio. Pero ninguna de estas nominaciones de sus enemigos concretos suprime sino que por el contrario ratifica que estas guerras concretas son subsumidas o hipostasiadas por esa ¬® guerra contra el terrorismo ¬®, que ¬® puede durar generaciones ¬®, según palabras muy conocidas del propio Bush.
Esta distinción es importante porque remite directamente a lo que es a la vez uno de los objetivos y de los medios cruciales de hacer actualmente la guerra, que es la movilización permanente de las masas. Si hay algo que compartan experiencias históricas tan diversas entre sí como lo son las de la Revolución francesa y la del nazismo es justamente la de que ninguna de ellas habría sido posible sin la movilización permanente de las masas, orientada justamente hacia la guerra. Y los regímenes comunistas hicieron lo propio, aunque introduciendo la variedad en esa movilización generalizada representadas por las ¬® batallas por la construcción del socialismo ¬®, que en la Unión Soviética adoptaron el nombre y la forma de los planes quinquenales, en la China de Mao, las del Gran salto Adelante y la de la Revolución Cultural y en la Cuba de Fidel Castro las de la Zafra de los 10 millones y la actual batalla de las ideas. Por lo que nos descubre la historia parece que el Estado y la política moderna no pueden alcanzar la plenitud de las posibilidades que le son inherentes si no es a través de la movilización de las masas. No se me escapa que afirmación puede sonar extraña o extemporánea en las actuales sociedades occidentales donde la crisis de las formas de representación política características del Estado moderno parece obedecer en exclusiva al triunfo generalizado de un individualismo salvaje, de un individualismo tout court, que, aparte de subvertir todas las formas de sociabilidad tradicionales o simplemente preexistentes, se manifiesta bajo las formas de desconfianza incurable o de abierto rechazo a la esfera política.
Y, especialmente, a la movilización política. Pero este dato, aún con toda su consistencia, no refuta la tesis de que el Imperio se realiza actualmente mediante la movilización permanente de las masas, aunque esa movilización ya no sea evidentemente como las de antes. El Imperio Americano ha prescindido del ¬® ornamento de masas ¬® del fascismo, caracterizada por esas multitudes uniformadas de partidarios y simpatizantes desfilando a paso militar por las calles y los bulevares o concentrándose en los estadios en medio de un mar de banderas y de las sobrecogedoras escenografías luminosas diseñadas por Albert Speer. Y si ha prescindido de unas formas que hoy nos resultan obsoletos por estereotipados es porque comprende, en primer lugar, que esas movilizaciones eran, a pesar de su frecuencia e intensidad, puramente episódicas e inclusive exiguas si se las compara con la movilización permanente de las audiencias mega multitudinarias que logran actualmente los media. Y, en segundo lugar, porque ha tomado buena nota de los cambios ocurridos en la estructura de las masas que ahora son dispersas en vez de concentradas, heterogéneas antes que homogéneas y telemáticas en vez que presenciales. También son masas virtuales, que están siempre en situación potencial, cuya forma de existencia corriente es la del espectador medio de los media, estratificado y contabilizado por las estadísticas y consultado continuamente por las encuestas.
Los media son el medio de estas masas virtuales y a la vez su principal estímulo. Y la ¬® guerra contra el terrorismo ¬® es el lema con el cual se las moviliza ahora, y en torno del cual se articula un vasto y variado despliegue de emisiones audiovisuales sobre excitantes que tocan a rebato para hacer frente sin pausa ni desmayo al terrorismo. Sólo que el acceso a los contenidos concretos del terrorismo – o lo que viene a ser lo mismo, a la clase de guerra en la que hoy se lo emplea generosamente – está bloqueado por el simulacro mediático de esa guerra, que desplaza e inhibe su existencia efectiva. El terrorismo de hecho y la representación mediática del terrorismo son tan distintos entre sí, que no cabe más que corregir la tesis del anónimo interlocutor de Rich. El Imperio hace la realidad pero la hace fundamentalmente a través de los media. Es gracias a ellos que la guerra contra el terrorismo se realiza y alcanza un tal estatuto de hiperrealidad que es muy difícil distinguir alguna realidad que sea distinta de ella. Ben Laden es el fantasma que ronda sin fin esta interminable construcción mediática y es al mismo tiempo la figura alegórica del fetichismo que le es sustancial a la misma. Las noticias son el medio principal de consumar esa suplantación, convirtiendo los acontecimientos en noticias. El acontecimiento supone tanto la historia que interrumpe o desgarra como el contexto societal en el que se destaca como el lugar y la duración de algo excepcional. La noticia en cambio es un accidente, un aerolito caído de ninguna parte y por ninguna causa. Una ocurrencia absolutamente casual como el choque siempre imprevisto de automóviles en la autovía. Pero su emisión continua, su lluvia pertinaz y constante, genera una realidad consistente en la que, a pesar de su aparente casualidad de ¬® lluvia de estrellas ¬®, se puede captar entre líneas la acción de un discurso subrepticio y a la vez intencionado. Las guerras de Afganistán y de Irak son acontecimientos históricos protagonizados por contendientes que cuentan con convicciones, intereses, moral, propósitos, recursos y planes de victoria que chocan violentamente con los de sus adversarios. Por eso estas guerras – que no son procesos en el sentido estricto ‚Äì tienen, sin embargo un curso – aunque sea fracturado ‚Äì formado por momentos, fases y etapas que van siendo abiertas o cerradas por las batallas en las que se resuelve paso a paso toda contienda armada. Los media, en cambio, no traen a la luz los trazos de ese curso sino que optan por atomizarlo en una lluvia de noticias, en cuya locura se puede descubrir, sin embargo, un método. Ese método – ese methodos, ese camino – es un discurso mediático cuya primera articulación es la oposición entre buenos y malos que atribuye siempre al espectador el lugar de los buenos. El espectador está indefectiblemente del lado de los buenos y para conseguir que asuma esa situación – o por lo menos se comporta como si la asumiera – se editan cuidadosamente las noticias y se orienta y se reorientan continuamente su flujo ‚Äì alimentándolo, dosificándolo, ritmandolo – por aquello de que el flujo es aún más importante que las noticias mismas, como lo es cualquier discurso con respecto a sus unidades discursivas. Como bien se sabe, el contenido adverso de una noticia inevitablemente divulgada puede ser contrarestado e incluso neutralizado con otras noticias, cuyo número y frecuencia depende de cuán adverso sea el contenido de la noticia que se pretende neutralizar.
La guerra es atroz pero lo es siempre a pesar de los evidentes esfuerzos de los buenos por impedirlo. La bondad de los guerreros del bien depende de la bondad de sus intenciones. Lo que ellos quieren es siempre tan bueno como la paz dinamitada por la guerra en la que participan, pero es tal la maldad de los malos que fuerza a los buenos a incurrir ‚Äì que no a recurrir ‚Äì a excesos que para los buenos son meramente episódicos mientras que para los malos son tan constitutivos como inevitables.
La guerra mediática de Irak es un extraordinario ejemplo de este sublime discurso moralizante. Se desencadenó para librar al mundo de un tirano amenazante y para llevarle, además, la libertad y la democracia a un pueblo hasta entonces enteramente sojuzgado. Y tan nobles motivos explican y a la vez excusan – tal y como declaró en su día Tony Blair – que los buenos se hayan visto obligados a echar mano de la mentira venial de ¬® las armas de destrucción masiva ¬® para vencer la resistencia de unos burócratas y de unos leguleyos, que, enredados en el laberinto de las leyes y las normas, entorpecían la lucha por el logro de unos propósitos indudablemente admirables.
¿Y la masacre de Faluya y las torturas en la cárcel de Abu Ghraib? Tres cuartas `partes de lo mismo: excesos cometidos por cuenta de los innumerables excesos de los malos. De los malísimos. ¿Que porqué los buenos no se van ahora de Irak, visto la catástrofe humanitaria y el desastre ecológico causado por una guerra declarada con tan buenas y nobles intenciones? Porque, contrariando la bondad de las intenciones de los buenos, la liberación de Irak de la tiranía de Sadam Hussein ha dado lugar a un enfrentamiento sangriento y caótico entre las distintas etnias y profesiones religiosas del país. De tal manera que si los buenos se fueran, antes de establecer firmemente la seguridad – ¬® para que los niños puedan volver tranquilamente a la escuela sin en el temor de ser secuestrados ¬®, como dijo el comandante David Petraeus – el caos se apoderaría completamente de Irak. Reconozcamos que los buenos se equivocaron al no prever las consecuencias catastróficas de la guerra de liberación de Irak, pero ya que estas se han producido sin su consentimiento sería una gravísima irresponsabilidad que los buenos se fueran ahora mismo dejando al país librado a su suerte. Los buenos están atados a su destino de buenos, con toda la gravedad y las penalidades propias de cualquier destino.
Todos los recursos retóricos a disposición actualmente de los media están puestos al servicio de la tarea de persuadir al espectador medio de que sea bueno para que así pueda entender e identificarse con los guerreros buenos. Cuando la utilización de esos recursos retóricos lo logra, cuando el espectador medio se identifica con los buenos, la propia reducción alquímica de su individualidad a los términos de una identificación emocional simple, permite su incorporación a las masas, movilizadas de hecho en apoyo a la guerra contra el terrorismo. Las encuestas de opinión, a las que sistemáticamente apelan los medios, son tanto el principal medidor del volumen o del grado de amplitud de la masa movilizada como uno de los estímulos para la continua formación de la misma. El dato de que un porcentaje significativo de los encuestados apoyan determinada acción o cierto argumento induce a aprobar esa acción y a aceptar ese argumento. Ya se sabe ¬® A la tierra que fueres haz lo que vieres ¬®. Y aunque puede resultar poco demostrable la existencia del papel instigador de las encuestas de opinión, lo cierto es que la repetición regular de las mismas muestra el grado efectivo de movilización de las masas. Hay una parte de los encuestados que han tomado partido y lo hacen saber no solo mediante sus respuestas sino también interviniendo como masa en el debate cotidiano generado por las acciones y argumentos puestos en escena por los media.
Y de que se trata efectivamente de una movilización dan buena prueba las tertulias radiofónicas y televisivas, cuyos extraordinarios índices de audiencia, son una demostración palmaria de que el debate cotidiano está siendo dominado actualmente por la movilización de masas. El tono normalmente violento y agresivo que adoptan las tertulias mediáticas encaja mucho mejor con el talante combativo de la movilización de masas que con la serenidad y hasta con la ataraxia de las polémicas puramente reflexivas o intelectuales. Por lo demás, las tertulias, con su línea abierta, espolean abiertamente la movilización de su audiencia, a la que invitan a intervenir en las polémicas que se ventilan en ellas. La vehemencia de esas intervenciones tiende a acentuarse al mismo ritmo que se acentúa la vehemencia de los debates tertulianos.
Martha Rossler hizo una obra para llamar la atención sobre el hecho de que la televisión había traído la guerra a nuestros salones. Habría que añadir que para la guerra que actualmente se libra la televisión es el principal instrumento de la movilización de masas a favor de la misma. Si esa movilización fracasara la guerra no tendría lugar.

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