Un Nuevo y Bravo Mundo / Textos (3)

TAXIDEMIA MUNDI
Notas sobre un simulacro
por DANIEL VILLEGAS
Durante una semana del mes de marzo de 2005 se pudo asistir a un curioso fenómeno en relación con la administración mediática de la muerte, cuya resolución supuso, por su complejidad técnica, un indudable avance en la sofisticación del proceso de ficcionalización del mundo. En cualquier caso, quizá su interés radicará en que ese cambio cualitativo, y mientras acontecía, permitió observar nítidamente el mecanismo de producción de lo real.


Este acontecimiento eran dos entrelazados de importancia equivalente como son las muertes del Papa de los católicos y del monarca del principado de Mónaco. La dificultad estribaba en la fatalidad de la concurrencia temporal de ambas agonías . A lo largo de una semana se evidenció que tamaño accidente no debía desviar el devenir natural de los acontecimientos, es decir, esas muertes no debían producirse de forma más o menos simultánea; cada muerte tiene su momento en el tiempo mediático-espectacular. Se estableció, entonces, el guión que debía articular el desarrollo de los acontecimientos que, observando los resultados, fue interpretado sin fisuras; recuérdense, previo a que acaeciese cualquiera de sendos fallecimientos, las afirmaciones provenientes del equipo médico del monegasco, de las que se podía colegir que en ningún caso se admitiría el fallecimiento del mismo en un momento inadecuado, esto es, coincidiendo con la del Papa. En resumen, todo sucedió tal y como estaba previsto, según guión.
La solución aplicada a los acontecimientos descritos opera en la órbita de la tentativa moderna de eliminación de lo contingente a través del control y de la acción preventiva. En este sentido, la modernidad implantó la necesidad irrenunciable de la administración de la experiencia y del acontecer a través del mecanismo de guionización del mundo, que establece un marco de seguridad que aporta una apariencia de estabilidad. Es precisamente esta condición en la que Huxley apoyo la construcción de su mundo feliz; «No cabe civilización alguna sin estabilidad social. Y no hay estabilidad social sin estabilidad individual».
Dicha estabilidad en sus términos sujetivos debía relegar cierto tipo de experiencias no reglamentadas, al menos en su totalidad, a los márgenes de lo residual. Esta circunstancia, y pese a la creciente complejidad del mundo actual en relación con el análisis de Huxley inspirado por los regímenes totalitarios, se ha manifestado fundamental en el desarrollo de un control contemporáneo basado en la radicalización de la estructura de mediación de la experiencia. La densificación y extensión del guión del mundo ha exigido la paulatina eliminación de ciertos aspectos experienciales desligados de un diseño previo.
Zygmunt Bauman ha señalado que el diseño compulsivo constituyó el fenómeno definitorio de la modernidad en una hipertrofia en la que «(…) sólo el diseño excesivo, un excedente de diseños, puede salvar el proceso de diseño en su conjunto, compensando la inevitable falibilidad de cada una de sus partes y fases. Este exceso en el diseño asociado a los fracasos, más o menos parciales, de cada uno de los propuestos se fundamenta en la necesidad de que «para que se vea como realista, como susceptible de implementación, el diseño necesita simplificar la complejidad del mundo. Debe diferenciar lo relevante
de lo irrelevante, filtrar los fragmentos manejables de la realidad separándolos de esas partes resistentes a la manipulación (…)» . De las consecuencias de la definición del marco de lo posible, en ámbito de la visión, del pensamiento y la acción, nos advierte Bauman afirmado que los elementos excluidos del diseño se convierten en residuos: «Allí donde hay diseño, hay residuos.» Los residuos,que en Bauman en el contexto de la convivencia humana son los propios seres humanos, serán tratados aquí como aquellos aspectos de la experiencia, colectiva y subjetiva referidos con anterioridad, que en el proceso de guionización del mundo se conforman como molestos desperdicios a eliminar.
La eliminación, o desactivación por deglución, del marco de lo experimentable, de lo perceptible, de lo pensable, y en definitiva de lo posible, de opciones diferenciadas a las contempladas por el marco de diseño hegemónico contemporáneo constituye el objeto principal del proceso que en nombre de una pretendida estabilidad se guioniza el acontecer del mundo.
Sin embargo, este fenómeno, que en los contextos políticos totalitarios se mostraba con un alto grado de visibilidad, adquiere en las sociedades demoliberales actuales un nivel de complejidad que dificulta su análisis debido a la producción de ingentes cantidades de sucesos y experiencias prediseñados que construyen una imagen de un mundo en constante cambio y movimiento. Lo paradójico es que la articulación de estos eventos pegados a la más absoluta inmediatez, todo sucede en un presente continuo, produce, por saturación e igualación, bajo la apariencia de cambio perpetuo unas condiciones de estatismo, donde lo que no esta diseñado y guionizado desaparece, que conforman un mundo en proceso de taxidermización.
De este modo, nunca antes se había dispuesto de tanta información sobre lo que sucede y, sin embargo, tampoco tiene parangón la insidiosa sensación de que nada verdaderamente (nos) ocurre. Guy Debord advertía de las condiciones,antes apuntadas, propiciadas por un tiempo espectacular: «La construcción de un presente en el que la misma moda, desde el vestuario de los cantantes, se ha inmovilizado, que quiere olvidar el pasado y que no parece creer en un futuro, se consigue mediante la incesante transmisión circular de la información, que gira continuamente sobre una lista muy sucinta de las mismas banalidades, anunciadas de forma apasionada como importantes noticias; mientras que sólo muy de tarde en tarde y a sacudidas, pasan las noticias realmente importantes, las relativas a aquello que de verdad cambia.» Lo verdaderamente cambiante, actualmente, parece orientarse a la suspensión de todo cambio, una vez hemos alcanzado el horizonte utópico que nos proponía la historia moderna, toda vez que se ha realizado en el ahora, como simulacro, la utopía.
De la importancia de la historia, y especialmente del historicismo, como concepto guía moderno en lo relativo a la realización del horizonte de expectativa Koselleck afirmaba: «Si, en el siglo XVIII, ¬´la historia¬ª, su fundación terminológica y teórica tal como la hemos descrito hasta aquí, se acuñó como un concepto fundamental del lenguaje social y político, ello fue porque el concepto ascendía hasta convertirse en un principio regulativo de toda expectativa posible.» La historia y especialmente el historicismo, como instrumento de conocimiento que faculta para aventurar el curso futuro de la historia y, en tal caso, posibilita la determinación de las condiciones sociales, políticas, económicas o culturales que permitan alcanzar el horizonte utópico, fue objeto de virulentos ataques en relación con el aprovechamiento que del mismo se hizo en los contextos totalitarios. Así Karl Popper, referente del pensamiento liberal conservador, realizaría su refutación en La miseria del historicismo . Su tesis fundamental fue trazada al principio de los años 20 pero verá la luz pública a mediados de la década de los 30 con el advenimiento y consolidación de los totalitarismos. El principal problema del descrédito del historicismo radicalizado, a partir de la derrota del totalitarismo nazi, consistió en un progresivo abandono del conocimiento histórico en general. En este sentido, Debord afirma: ÔøΩÔøΩLa primera intención de la dominación espectacular era hacer desaparecer el conocimiento histórico en general y, desde luego, la práctica totalidad de las informaciones y los comentarios razonables sobre el pasado más reciente (…) el espectáculo organiza con destreza la ignorancia de lo que sucede e, inmediatamente después, el olvido de lo que, a pesar de todo, ha llegado a conocerse.» De este modo, la disolución contemporánea de la historia, como concepto guía, gravitará en la órbita de un proceso de simulacro de realización del horizonte de las expectativas de emancipación, que había sido articulado por el pensamiento moderno. Esta circunstancia nos coloca en un escenario de cierto estatismo o taxidermia, la utopía realizada, combinado con una promesa de cambio o reajuste que opera tan sólo en el ámbito superficial de la imagen, que de forma constante reactualiza el fenómeno de realización referido.
Hasta aquí el análisis esbozado no deja de plantear la cuestión desde las mismas perspectivas que construyeron el discurso distópico del siglo XX, como el sostenido por Huxley en Un mundo feliz, sustanciado por la reacción a las consecuencias no deseadas y los efectos colaterales de la aplicación de un programa de la modernidad caracterizado por la hegemonía de la razón instrumental.
Asimismo, como ha señalado Ulrich Beck entroncaría con «muchas teorías
sociales (incluidas las de Michel Foucault y las de la Escuela de Frankfurt de Max Horkheimer y Theodor Adorno)» que «presentan la sociedad moderna como una prisión tecnocrática de instituciones burocráticas y conocimiento experto en el que las personas son meros engranajes de la máquina gigantesca de la racionalidad tecnocrática y burocrática». Dado el nivel de complejidad de las sociedades contemporáneas resulten, quizá, las posiciones referidas, en especial la mantenida en el presente texto, un tanto reduccionistas en lo concerniente a su uso como elementos de análisis de la situación actual. Es cierto, que determinados aspectos aquí enunciados pueden corresponder a determinadas condiciones o acontecimientos contemporáneos pero, en cualquier caso, aporta una visión demasiado sesgada.
Frente a este tipo de lecturas Beck ha definido el actual espacio de incertidumbre como la sociedad del riesgo entendiendo este concepto como «enfoque moderno de la previsión y control de las consecuencias futuras de la acción humana, las diversas consecuencias no deseadas de la modernización radicalizada.»
El diagnostico de Beck contradice frontalmente los mencionados análisis ya que «a diferencia de la mayoría de las teorías de las sociedades modernas, la teoría de la sociedad del riesgo desarrolla una imagen que convierte las circunstancias de la modernidad en contingentes, ambivalentes e (involuntariamente)susceptibles de reorganización política.»
Siguiendo, pues, a Beck podríamos afirmar que el aparente proceso de eliminación de la contingencia, a través de la guionización o taxidermia del mundo, no deja de ser una narración que no es capaz de explicar satisfactoriamente la complejidad las sociedades actuales. Sin embargo, dichos argumentos aparecen con cierto poder de verosimilitud cuando analizamos fenómenos tales como al que se aludía en el inicio de este texto. Es probable, tal y como se ha señalado, que determinados aspectos del análisis correspondan a ciertas tensiones o resistencias que en algunas instancias han producido los procesos de complejización a la que se ha visto sometido el mundo en las últimas décadas.
Así, efectivamente existe un aprovechamiento de los acontecimientos, guionizando los mismos, que obedecen a una tendencia de estabilización, meramente contextual, que muestra un intento de dotar de sentido global a un diseño que en apariencia rige sin fisura el acontecer social, económico, político o cultural de las sociedades demoliberales. No obstante, la guionización se produce en
tiempo real e intenta proveer, de modo momentáneo, a los ciudadanos de cierta imagen de sentido y responsabilidad. La taxidermia del mundo aparece como una acumulación de operaciones que constantemente procuran la reconfiguración de un cierto estado estable de las cosas.
La acumulación de consecuencias no deseables derivadas de cierta modernidad ha delineado un panorama de control muy limitado de las mismas. Este ámbito de incertidumbre ha sido caracterizado por Beck, en lo relativo a los mercados financieros globales, como «irresponsabilidad organizada» . Esta desregularización
tan conveniente para la nueva economía especulativa tiene, sin embargo, unos efectos fatales, en los tradicionales garantes de la estabilidad del diseño, es decir, los Estados. Son precisamente estas instancias políticas, junto con otras de carácter mediático o económico, las que de forma más ostensible muestran sus resistencias al nuevo ámbito complejo de inestabilidad debido a la crisis que les afecta; como afirma Bauman: «los Estados‚Äìnación actuales ya no pueden presidir el trazado de proyectos ni ejercer el derecho de propiedad
de utere et abutere (uso y abuso) sobre las obras de construcción del orden, pero siguen reivindicando la prerrogativa de soberanía fundacional y constitutiva: su derecho de exención.»
Quizá, la situación de crisis del Estado este en el origen de las tentativas de estabilización taxidérmica que operan básicamente como simulacro. De este modo, la preocupación actual de recuperación de las explicaciones distópicas —Un mundo Feliz o 1984— y otros planteamientos sobre la modernidad, antes referidos, aplicados a la situación resulten, a la postre, convenientes para unos Estados en declive. Mientras se conceptualice al Estado como principio regulador,
aunque sea de forma opresiva, se alargará su antiguo papel presidencial, en la dimensión del simulacro. Entonces, al recurrir a estos análisis centrados en el poder central de los Estados para analizar o criticar el actual estado de las cosas ¿No se estará perdiendo de vista el origen de las consecuencias desastrosas que
afectan al mundo contemporáneo? Es probable que estas perspectivas ayuden,exclusivamente, a mantener una cierta taxidermia del Estado que, como garante de la estabilidad, de cuando en cuando pasa por cirugía, mientras distrae de una «irresponsabilidad organizada» que se extiende sin control, ocasionando infinidad de situaciones problemáticas a las que ese, en apariencia regulador y controlador panóptico, Estado no puede dar respuesta.
En este marco si el arte pretende ostentar una función política, lejos de la ornamentalidad del sensorama y el órgano de perfumes propios de la novela de Huxley (aplicable a ciertos aspectos de la producción artística contemporánea) e igualmente distanciado del análisis o la crítica desde posiciones que alimentan el simulacro taxidérmico del Estado (propiciado por determinados usos críticos de
la imagen garantizadora de la hegemonía política del Estado), han de utilizarse mecanismos que propicien un acercamiento a las condiciones de irresponsabilidad y desregularización de las sociedades contemporáneas. En definitiva, la utilización artística de las imágenes adosadas a la actualidad* y destinadas a la consolidación
de una imagen fuerte del Estado, u otras instituciones análogas, como
guionista, corre el peligro de, por un lado, afirmar ese simulacro contribuyendo a la definición por confrontación de una imagen taxidérmica del mundo y por otro distraer y no ocuparse sobre las condiciones y consecuencias de la desestabilización y desregularización propias de las sociedades actuales.
*No se descarta aquí el uso de ciertos asuntos de actualidad siempre y cuando se distancien de posturas de análisis simplificadores, mediante la aplicación mecánica de diagnósticos (mencionados en el presente texto) críticos frente a la modernización, y ayuden a dilucidar aspectos propios de la situación del sujeto y de las sociedades contemporáneas

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